martes, 2 de agosto de 2016

El precio de ser comunista

Sergio de Zubiría Samper. Foto Nelosi
Por Nelson Lombana Silva

Sergio de Zubiría Samper es uno de los principales filósofos colombianos del momento. Pensador materialista, comunista y humanista. Auténtico intelectual orgánico; sencillo, alegre y optimista. Seguramente partidario del pensamiento martiano en cuanto a que toda la gloria del mundo cabe perfectamente en un grano de maíz.



En corto pero desbocado diálogo bogotano y nocturno, después de una agotadora y fructífera sesión de estudio, nos sorprendió un interrogante áspero, crudo y directo: “¿Cómo te hiciste Comunista?”, dijo clavando su mirada escrutadora a través de sus antiparras. Sinceramente no sé qué le contestamos en ese momento. Sin embargo, ese interrogando sigue haciendo estragos en mi mente y en mi conciencia.


Creemos que con este, fácilmente se podría hacer todo un tratado. Por lo menos llenar cuartillas y libros completos en cantidades industriales. Es un interrogante muy corto para una respuesta bastante dilatada que habría que ser complementada arañando las apolilladas bibliotecas y los avezados comunistas que han escrito con tinta roja púrpura la osadía de abrazar la estructura orgánica del Partido de la vida y el Partido de la esperanza.


Cuarenta años después de haber ingresado a este Partido sin conocer el significado real de la palabra Comunista, seguimos pensando que apenas somos un estudiante del montón, que tiene claro que el ser humano muere aprendiendo. ¿Qué sabemos en relación con la infinidad del saber? A veces pensamos que somos un mar de conocimientos y un milímetro de profundidad.


La pregunta del camarada Sergio de Zubiría Samper vuelve a ponerse de moda por estos días históricos y dramáticos que está viviendo la república de Colombia con el proceso de paz entre las Farc – Ep y el gobierno Santos.


Sin embargo, la preocupación no es tan urgente acerca de cómo nos hicimos comunistas, más bien es qué es ser comunista. Claro, son palabras mayores. No es suficiente con entender el origen etimológico del término, ni una definición clásica de diccionario o incluso, una definición marxista tomada descontextualizadamente. 


Tampoco para llegar a terrenos resbaladizos y oscurantistas del agnosticismo. Nada de eso. La utopía es llegar al fondo y la forma para develar el verdadero y auténtico significado. Decía el camarada Evelio Villarreal Herrán algo así como que el comunismo es tan puro que los comunistas están dispuestos a dar la vida por sus hermanos de clase. ¿Qué hizo el Che Guevara? ¿Qué hizo Manuel Marulanda Vélez? ¿Qué hizo Alfonso Cano? ¿Qué hizo Demetrio Aldana, en Planadas (Tolima)? ¿Qué hizo Alberto Márquez, en Natagaima (Tolima)? ¿Qué hizo Jaime Pardo Leal? ¿Qué hizo Patricia Galeano, estudiante de la universidad del Tolima?


Creemos que tenemos una idea vaga acerca del comunismo y del Partido Comunista. El vidrio blindado que coloca el capitalismo para conocer a plenitud el comunismo no es fácil de vencer, sobre todo para los que somos de provincia y no podemos estar en contacto con otras culturas y otros cuestionamientos del diario acontecer.


Tenemos pistas, quizás intuiciones demasiados axiomáticas que nos lleva a creer que el comunismo es un estado de la humanidad diferente al capitalismo sobre todo en su concepción de la vida, la esperanza y la humanidad.


Hace poco tuvimos una discusión riquísima con un joven del Líbano (Tolima), sobre todo cuando planteábamos que el comunismo se guía ante todo por la ciencia y la ciencia es la antítesis de la fe. Concluyó que era marxista, comunista, pero que tenía arraigada la fe en la existencia de Dios. “Supongamos que estemos equivocados – dijo – pero queda muy verraco negar la existencia de un ser superior. Dejémoslo ahí, aunque sea como duda”.


Antes este era un tema de primer orden. Hoy se asume como algo secundario, por cuanto según Marx, no se trata únicamente de interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo.


Se interpreta la once tesis de Marx sobre Feuerbach, que se garantiza el espacio de lucha a creyentes y no creyentes en el entendido que creer es una condición personal y la transformación de la sociedad hacia un mundo sin clases, resulta siendo compromiso de creyentes y no creyentes.


Se resolvió esta contradicción durante la década de 1960 con el surgimiento de la iglesia de la liberación o teología de la liberación, algunos de cuyos grandes exponentes fueron el padre Camilo Torres Restrepo, el Padre Pérez comandante del ELN, Frei Beto, etc.


Se trató de tomar algunas categorías marxistas para darle cierto contenido a la teología desde América Latina. Se dejaba así de importar teología de Europa y se comenzaba a generar teología desde el continente latinoamericano. Esto a partir del Concilio Vaticano II con el papa Juan XXIII y los aportes importantes de Paulo VI y otros más.


Muchos encontraron esta vía para llegar al corazón del comunismo. Sin embargo, el cuestionamiento ahora no es la vía, sino qué es. Es decir, qué significa ser comunista sobre todo en el siglo XXI. Ese es la punta del iceberg. Creemos – es nuestra hipótesis – que una pregunta así a quemarropa como la formulada por el camarada Sergio de Zubiría Samper, nos deja perplejos e incluso, apenados para decirlo de una manera coloquial.


La arrogancia – producto de la ignorancia – nos impide dimensionar nuestro modesto papel, por cuanto el comunista debe caracterizarse por la sencillez, la capacidad de asombro, la crítica y la autocrítica con espíritu dialéctico y no metafísico como viene sucediendo con supuestos cuadros de 18 quilates que deambulan por ahí sin ton, ni son.


El comunista navega contra la adversidad, lucha contra los imposibles, desafía la maquinaria y muere optimista y convencido de que otro sistema sí es posible.


El comunista se supone que ha superado los vicios propios de la sociedad de consumo, las categorías propias del capitalismo como la mentira, el dogmatismo, el sectarismo, el individualismo y las hostilidades infames contra sus propios camaradas. Ve en los estatutos, en el programa y en la línea política amplitud y realización plena del proyecto comunista y del comunista mismo como ser humano en función social. Acepta sus errores y está dispuesto a superarlos con coraje y grandeza.


El comunista es odiado, vilipendiado, lo cual no disminuye su capacidad de lucha, por cuanto está convencido del proyecto político y revolucionario. Sabe que su misión no es fácil pero sí fundamental en la utopía del mundo posible. El precio de ser comunista es elevado, pero vale la pena insistir y persistir. Vale la pena luchar por cuanto estamos por el sendero de la verdad que encarnan la paz y la justicia social, elementos fundamentales en el desarrollo del humanismo.








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