viernes, 11 de mayo de 2018

Nada hay sobrenatural, todo es natural

Por Nelson Lombana Silva

Mientras la ciencia no puede penetrar en un fenómeno determinado tradicionalmente, este ha sido considerado sobrenatural, el cual ha sido utilizado por clérigos, chamanes y adivinos para sacar réditos económicos, políticos y de paso tener aplastada la humanidad con sus teorías, que mejor resultaría decir: Charlatanería.


Para quienes no han podido liberarse de ese submundo fantástico, se rasgan las vestiduras cuando un Vargas Vila, señala sin ambages: “No es Dios el que me ha creado, soy yo el que lo he creado a imagen y semejanza”.

No se analiza detenidamente esta teoría por parte de estas personas, sino que ciegamente se va lanza en ristre contra el autor de esta teoría y los seguidores de la misma.

En su confusión ideológica, mezclan ciencia, religiosidad, creencias, mitos y leyendas. Es un “sancocho” en la cabeza que les impide naturalmente mirar los fenómenos y los hechos con naturalidad y objetividad, acudiendo a la ciencia libre de idealismos de todo tipo.

Al respecto, decimos con toda franqueza y toda la fuerza que nos ofrecen la ciencia y el marxismo – leninismo, que todo es natural, nada hay sobrenatural. Somos producto de la evolución, una evolución permanente, dinámica y contradictoria.

Antiguamente se solía decir que el fenómeno de llover, los truenos y relámpagos, eran manifestaciones de los dioses y durante siglos se sostuvo esta versión hasta que la ciencia dio una explicación real, objetiva y concreta sobre el particular.

Los volcanes, un ejemplo

Los volcanes también son fenómenos naturales. Sin embargo, todavía hay humanidad que le rinde culto y los considera sobrenaturales.

Según Maurice Krafft, los volcanes son montañas vivientes que siempre han fascinado y atemorizado a los seres humanos. Han sido considerados sobrenaturales. “Los romanos creían que el dios Vulcano había instalado su fragua en el norte de Sicilia  bajo un cráter activo que, por esa razón, llamaron Vulcano: De ahí proviene el nombre de volcán”.

Agrega: “La gente en la edad media consideraba que el volcán Hekla, de Islandia… ¡Era una entrada al infierno! Aún hoy algunos pueblos, por ejemplo los hawaicanos, rinden culto a los volcanes  y les hacen ofrendas”.[i]

Gracias a la ciencia, hoy sabemos que esa roca  caliente, piedras fundidas, ceniza y vapores vienen del centro de la tierra. En el interior de la tierra se alcanza una temperatura hasta de 5000 grados centígrados, temperatura que logra fundir la roca formándose lo que se suele llamar: Reservas de magma, la cual sale catapultada por los gases, produciéndose la erupción volcánica.

Se puede observar perfectamente que nada es sobrenatural, todo es natural. Es decir, tiene su explicación científica. Este magma al salir a la superficie de la tierra cambia de nombre, se llama: Lava.

Según teoriza Maurice Krafft, “Igual que un ser humano, un volcán nace, vive y muere”. Dice que hay que tener mucha suerte para presenciar el nacimiento de un volcán, porque ocurre pocas veces durante el siglo.

Durante 1963, el volcán Surtsey surgió del mar, al sur de Islandia, como si fuera una ballena creando una nueva isla, una nueva realidad, lo que prueba que nada está dado de una vez y para siempre, por cuanto todo está cambiando, evolucionando o involucionando. Un factor determinante aquí para comprender tiene que ver el movimiento. Nada está quieto. Todo está en movimiento, generalmente de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo complejo, no linealmente sino con avances y retrocesos.

Así las cosas, Dios existe, pero no en el corazón como dice el catolicismo, existe en la mente humana, ese órgano prodigioso creador y descubridor de las leyes naturales que rigen la naturaleza y la sociedad.

Por supuesto que tendrá todavía que pasar mucha agua bajo los puentes, para la sociedad admitir el origen natural de todo cuanto existe, incluyendo, la misma creación humana, para comprender que la materia es primaria y la conciencia producto de ésta.

No en vano afirma el famosísimo escritor tolimense, William Ospina: “Nos educaron durante dos mil años en la idea de que no pertenecemos al mundo, de que somos una suerte de ángeles caídos, que venimos del reino del espíritu y vamos hacia él. No éramos parientes de las lagartijas ni de los monos, éramos criaturas extraterrestres hechas a imagen y semejanza de Dios, habitadas por un alma inmortal y presas por unos años  en una celda de carne y de imperfección”.[ii]

A pesar de haber sido rebatida, ampliamente, toda esa nebulosa de credibilidad en lo sobrenatural, todavía persiste la creencia ciega en muchos y muchas, quienes miran a los que han superado esta etapa con ojos de incredulidad e incertidumbre. No dudan en calificarlos de ateos, pero claro, en la acepción negativa y confusa de lo que realmente significa este vocablo.

Volvamos a William Ospina: “Esos ilustres y eternos establecimientos, el infierno y el cielo, todavía tienen muchos aspirantes, y la inmortalidad del alma, tan amenazante para los filósofos y tan improbable para los científicos, sigue siendo una certeza para incontables seres humanos”.[iii]

Se ha hecho mucho pero, igualmente, falta mucho por hacer. Se ha avanzado, pero todavía el camino es largo y culebrero. Lo importante es que se está buceando hacia una sociedad humanizada, científica y feliz, sin privilegios de ninguna naturaleza, una sociedad socialista, basada en la ciencia y en el humanismo, en esa fuerza poderosa que genera la capacidad de asombro. Un proceso histórico guiado por el principio enunciado por Lavoisier, que dice: “Nada se crea, nada se acaba, todo se transforma”. 

[i] Krafft, Maurice. Los volcanes: montañas vivientes. Prisa ediciones. Página consultada 3.
Ospina, William. El taller, el templo y el hogar. Literatura random house. 2018. Editorial Nomos S.A. página consultada 146.
[iii] Ibíd. Página consultada 147.

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