jueves, 24 de mayo de 2018

El Carlos A. Lozano Guillén que yo conocí

Carlos A. Lozano Guillén y el inolvidable camarada Primitivo Sierra.
Por Nelson Lombana Silva

John Dalton decía que la muerte de un semejante lo disminuía porque estaba atado a la humanidad. Es cierto, máxime si se tiene en cuenta, que el ser humano tiene razón de ser, solo en función social. El hombre individual como tal no existe, solo existe en conjunto, en comunidad. Existirá quizás en la imaginación, en la capacidad creativa del ser humano. Si ha creado dioses, ¿Qué difícil le resultaría crear hombres solitarios e individuales?


Así las cosas, el compañero Carlos Arturo Lozano Guillén que ha muerto producto de dos factores fundamentales: El cáncer y las EPS, engendro esta última de la ley 100 de 1993, obra del innombrable, Álvaro Uribe Vélez. Lo conocí en Ibagué, ingresando a la sede del Partido Comunista, rebosante de salud, energía y entusiasmo. Por esa época, corría la información de que los paramilitares, otro invento de Álvaro Uribe Vélez, lo había amenazado de muerte, tildándolo de auxiliador de la guerrillas de las Farc – Ep.

Me impresionó la forma serena como atendió a los comunistas del Tolima de ese entonces, le restó toda importancia a sus amenazas y por el contrario, formuló un cálido llamado a no ceder ante la amenaza y el chantaje de la extrema derecha. Sin temblarle la voz denunció allí, la conexión entre el militarismo – paramilitarismo. “El paramilitarismo – dijo – es política de Estado”.

Posteriormente, fuimos invitados a participar de un taller de periodismo alternativo en la sultana del Valle, Cali. Fuimos. Allí estaba Lozano Guillén. También el maestro Calarcá. Por primera vez pude hablar en extenso con el director de VOZ La verdad del pueblo alrededor del almuerzo.

Contó la odisea para ingresar a la juventud comunista (juco) y posteriormente al partido comunista. Lo hizo desprevenidamente, sin dramatismo o exageración. Tampoco amargura. Contó su versión a manera de anécdota. Hacía mucho calor. El sol brillaba en el amplio firmamento. Si lo hizo así era porque era un hombre dialéctico, hombre que entendía cómo es el desarrollo de las ideas y de la humanidad.

Existía la convicción que para ser comunista había que ser obrero, caminar con bolso, melena, pantalón roto y zapatos viejos. Carlos Arturo, hacía parte de la pequeña “burguesía”, era hijo de un abogado aprestigiado de la ciudad, que se codeaba con las principales autoridades departamentales. Simón de la Pava, otro gran demócrata y abogado recordaba muy bien la vida y obra de Carlos Lozano Agudelo. Además, admiraba la inteligencia y la formidable formación ideológica de Carlos Arturo Lozano Guillén. Todos los actos que organizamos con el director de VOZ La verdad del pueblo en Ibagué, los acompañó. Siempre estuvo en la mesa principal.

Romper esa concepción obrerista no fue tarea fácil. Sin embargo, la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Con trabajo, arrojo y movilización al interior del colegio San Simón, Carlos Arturo, pudo demostrar que era un auténtico revolucionario.

Reconoció siempre en camaradas como Marco Díaz, Chucho Peña, Pedro Muñoz, Pedro Villamarín, Evelio Villarreal Herrán, Aureliano Liberato, José Neira, Francisco Navarrete, Alfredo Cárdenas, Ricardo Castiblanco, Pío Aponte, Juanito Vélez, Pepa, María Oliva Campos, entre otros y otras, verdaderos maestros y maestras del comunismo en el Tolima. Siendo joven nunca se desligó de los veteranos del Partido. Por el contrario. Mantuvo cerca templando el acero de su regia personalidad. Así rompió esa vieja tesis del obrerismo en el Tolima, entrando a la Juco y después al Partido, manteniéndose allí, hasta su muerte.

Contaba que una vez fue puesto preso por estar haciendo consignas en las paredes murales de la ciudad musical. Su padre al enterarse llamó al gobernador de turno, quien dio la orden de colocarlo en libertad inmediatamente. Personalmente fue a recibirlo, panóptico que quedaba sobre la calle 10 entre 6ª y 7ª. Al salir le preguntó: “¿Cuántos compañeros estaban con usted?” Carlos contestó: “Siete”. “Regrese al calabozo, mijo – le dijo – porque salen todos o no sale ninguno”. Ante esta presión del penalista, todos salieron en pocos minutos. Ese era el padre de Carlos Arturo, un hombre liberal, pero ecuánime y honesto.

Mientras estuvimos en la secretaría general del Partido en el Tolima y fuimos miembro del comité central, organizamos seis festivales regionales del periódico. Siempre asistió Carlos y tuvimos el inmenso honor de compartir la tribuna. Era un orador pausado, con un manejo exquisito del idioma y una profundidad en sus ideas que hilvanaba como una cascada cristalina que entusiasmaba al auditorio de principio a fin.

Nunca lo escuché vociferando contra sus contradictores políticos. En cambio, si lo vi demoliendo las ideas de derecha con tenacidad y formidable argumentación. No pocas veces repitió el tema de la batalla de las ideas, que popularizó el comandante cubano, Fidel Castro Ruz. “Hay que debatir sin apasionamientos”, nos dijo en varias oportunidades.

La muerte es un fenómeno natural. Es tan natural como nacer. Debería ser un acontecimiento de triunfo, no un suceso trágico como nos lo impuso a sangre y fuego la iglesia católica, apostólica y romana. Recordemos que los indígenas hacían una fiesta e incluso, depositaban en la urna comida, agua, joyas, etc.

A nuestro modo de pensar, una persona muere cuando sus ideas se depositan en el cofre del olvido. Mientras esto no ocurra, la persona seguirá viviendo, tendrá vigencia y será fundamental para avanzar en esa tarea que se ha trazado el comunismo.

En ese sentido, la propuesta es no dejar morir las ideas de Carlos Arturo Lozano Guillén, luchar por materializarlas en la praxis. Persistir en la unidad de la izquierda y del pueblo colombiano, persistir en la lucha por la paz con justicia social, en la comunicación alternativa, en el periodismo de denuncia y de anuncia de un mundo justo y humano, un mundo socialista.

Los humanos somos efímeros, las ideas eternas. Preocupémonos por hacer un Partido cada vez más orgánico, más radical, más profundo, más humano, más revolucionario, más socialista. Si lo hacemos así, estamos honrando la memoria de Carlos Arturo Lozano Guillén y de tantos más camaradas que se nos han adelantado; estaríamos luchando para que sus pensamientos no perdieran vigencia y siguieran brillando sin mancha en el amplio firmamento nacional.

A la memoria de Carlos Arturo y todos los comunistas fallecidos: ¡Honor y gloria! ¡Hasta la victoria siempre!



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