viernes, 29 de julio de 2016

Vamos por el plebiscito por la paz, ¿Pero así?

Por Nelson Lombana Silva


Se hace necesario mirar con lupa el pronunciamiento de la Corte Constitucional dándole vía libre al plebiscito para que el constituyente primario ratifique o desapruebe los acuerdos finales concretados en la mesa nacional de la Habana (Cuba), entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (Farc – Ep) y el presidente Santos Calderón.



Hay una fisura enorme que para el camarada Danilo López Carrero es un “orangután”, el cual hay que analizar detenidamente mirando el espejo retrovisor de la historia cuando se trae a colación la Constitución Nacional de 1991, hoy convertida en vergonzosa colcha de retazos a partir de las distintas contra reformas reaccionarias y contrarias al pensamiento de los que elaboraron esta Constitución.


El semanario VOZ La verdad del pueblo, edición número 2846 que está en circulación destaca al decir que los acuerdos pactados “no quedarán incorporados de forma automática a la constitución porque ello será posible solo por la vía del Congreso”.


Esta decisión de la Corte Constitucional cae como un baldado de agua fría y opaca sustancialmente los anhelos de paz que laten en la conciencia del pueblo colombiano. Es una vaca muerta que atraviesa el Estado para más distanciar el sueño de la paz en este país.


Si se tuviera un Congreso Nacional decente, democrático y responsable con su misión histórica, vaya y venga, pero sabiendo que el parlamento colombiano es traqueto, mafioso, enemigo del pueblo, agente de la burguesía, es decir, la clase dominante, las posibilidades reales de materializar la paz a través de los acuerdos suscritos en la Habana, será incierto para no decir que imposible, dijeron más o menos, los camaradas: Rodrigo López Oviedo, Lily Ipus Medina, Ruth Nieto, Danilo López Carrero, Gilberto Salinas y quien escribe esta nota. 


Como ya se dijo, hay experiencias nítidas como lo sucedido con la Constitución de 1991. Los asambleístas levantaron el esqueleto progresita y el Congreso la contra reforma a paso de tortuga, defendiendo siempre los intereses de clase de la oligarquía.


En lo que queda pendiente de la concreción del acuerdo final del proceso de paz, hay que dejar en un segundo plano los aleteos moribundos del reyezuelo del Centro Democrático y colocar máxima alerta a la postura del presidente Santos y su patota.


Santos Calderón ante todo es un hábil jugador de póker. Además, es inescrupuloso, poco cumple la palabra empeñada y está amarrado de pies y manos a los dictámenes de los Estados Unidos.


Esto no es una elucubración metafísica. Es real. ¿Es poco la aprobación del código de policía? ¿Es poca su visión terrorista que tiene del Esmad? Sin descartar totalmente el mal que Uribe aún le pueda hacer a la paz, por cuanto bien parece un cadáver insepulto, el peligro principal lo representa hoy, quien lo creyera, el presidente Juan Manuel Santos Calderón. A Santos no hay que darle la espalda, es traicionero, maquiavélico e inescrupuloso. La puñalada trapera no se puede descartar de este agente de las multinacionales y transnacionales, especialmente estadounidenses.


Por lo tanto, el pueblo colombiano debe dormir pero con un ojo abierto como diría Gabriel García Márquez. Tomar conciencia de lo que se está definiendo en la isla de la libertad y asumir un papel protagónico. Conocer los acuerdos y discutirlos en asambleas veredales y barriales. Asumir estrategias capaces de exigirle al gobierno nacional que cumpla. Si el pueblo no presiona y duro con la organización, concientización y movilización, las posibilidades serán remotas. ¿Por qué? Porque la lucha por la paz está cruzada por la lucha de clases.


La oligarquía quiere la paz para mejorar sus intereses de clase y el pueblo quiere la paz también para el mejoramiento de su clase social. Por eso, la visión de paz del régimen es distinta a la visión de paz del pueblo.


La clase dominante quiere una paz sin reformas, el pueblo añora una paz con justicia social. Es decir, con cambios estructurales. Son dos visiones totalmente diferentes.


Ese “mico” que ha introducido la Corte Constitucional preocupa y bastante. No se puede asimilar como algo secundario y de poca monta. Las alarmas se deben prender sin crear pánico, por supuesto. Se trata de analizar al calor de la movilización popular y revolucionaria.



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