lunes, 4 de julio de 2016

“Dudo que haya paz en Colombia”: Apolinar

Apolinar. El Potrillo recorre la calle del corregimiento de El Placer en Buga de Guadalajara, Valle. Foto Nelosi.
Por Nelson Lombana Silva

Próximo a cumplir 80 años, Apolinar más conocido en la exuberante región como Polo, sonríe al preguntársele su opinión sobre el proceso de paz que se viene desarrollando en la Habana (Cuba) entre las Farc – Ep y el gobierno nacional.



No admite una entrevista formal sobre el particular una vez nos identificamos como periodista. “Es mejor callar”, dice mientras me despacha un pan de mil pesos y una ponymalta, que a la hora de la verdad era nuestro pretexto para conocer su opinión.


Deja escapar una sonrisa socarrona y de cierta incredulidad y a pesar de no admitir la entrevista responde nuestros interrogantes con cierta libertad y franqueza. A la hora de la verdad, a lo que le huye Apolinar o Polo, es a la grabadora. Eso intuimos mientras la “chiva” descansaba y sus ocupantes almorzaban en un restaurante humilde en el corregimiento El Placer del municipio de Buga de Guadalajara (Valle), el pasado 3 de julio hacia el mediodía.


“Eso de la paz es muy difícil, realmente no creo mucho”, dice sin dejar de reír. No es una risa alegre, es una risita pálida y debilitada por el horror de la violencia que gracias al paramilitarismo y al militarismo, principalmente, han sacudido a la vasta y pintoresca región. Claro, escenario en el cual también ha estado presente el movimiento guerrillero de las Farc – Ep históricamente.


Comenta dos sustos que ha tenido allí, señalando que en el primero no le dio tanto como en el segundo, no tanto por él sino por sus hijos que en ese momento lo acompañaban.


Apolinar o Polo, es un campesino de tez morena, que tiene una pequeña tienda y una casita abajo, cerca al polideportivo. Allí vive.


El primer susto ocurrió un sábado cuando un poco de gente vestida de policía llegó al caserío, después de las dos de la tarde y ordenó a todos los presentes tenderse en el piso. Apolinar sintió la boquilla del fusil rozándole la nunca y los gritos soeces de los supuestos policías preguntando por personas de la comarca. “No sentí miedo – dijo – esperé resignado el totazo final, el que no ocurrió”.


“Nos hicieron parar y después de una serie de recomendaciones amenazantes nos ordenaron meternos a las casitas. Esa gente se fue y aparentemente todo volvió a la calma”, contó.


Agregó, titubeante: “Nacido y criado por acá, vivir todavía es por saberse uno comportar, saber vivir y no parcializarse con ninguno de los bandos. El que la lleva es porque se ubica a un lado o al otro. Yo siempre me he mantenido ni para un lado, ni para el otro”.


El frío es tenaz. Una leve llovizna cae y una yegua con su cría a media cuadra de la tienda de Apolinar, permanece inmóvil. “Se vende”, dice un joven mientras intentaba tomarle una foto sobre todo a la cría, el potro color Mantequillo.


“El susto verraco fue cuando nos hicieron salir de las casas al polideportivo a la una de la mañana. No sentí tanto miedo por mí, la verdad sea dicha, sino por mis hijos. Hasta aquí llegamos, pensé al abrir la puerta ante los golpes violentos y las órdenes de salir”. Hijos e hijas de Apolinar, fueron obligados violentamente a dejar sus viviendas y llegar al polideportivo que queda frente a su casita.


Prácticamente, toda la comunidad del corregimiento fue obligada a salir. En la oscuridad la gente se movía y respiraba angustiada. “El alma me volvió al cuerpo – dice Apolinar o Polo – cuando esa gente (Paramilitar) nos ordenó movernos de allí y subir a la calle principal del disperso poblado. “Ya no nos matan”, pensó para sus adentros mirando sin ver a sus retoños, algunos menores y otros mayores de edad.


“Reunidos todos – nos preguntaron por un poco de gente, todos conocidos de la región, que según dijeron, andaban buscando. Nos ultrajaron y no cesaban de amenazarnos. Ustedes mismos se buscan los problemas dijeron con insistencia. Un rato después nos ordenaron regresar a las casas. Regresamos a seguir durmiendo común y corriente, como si nada hubiera ocurrido”.


Recuerda la masacre ocurrida en la década de los 90s. No precisa la fecha pero describe los hechos con suma crudeza. “Aquí, frente al negocio quedaron dos muertos”, dice. Aquella horrenda masacre fue obra del paramilitarismo en estrecha relación con el militarismo. Sin embargo, Apolinar la relata como un descomunal enfrentamiento entre los paras y la guerrilla de las Farc.


“Una vez amaneció – dice – se prendieron a tiros y duraron todo el día peleando hasta bien entrada la noche. Eso parecía la hora llegada”, expresa Apolinar. “El tiroteo se concentró al otro lado de donde tengo el negocito. Sin embargo, aquí, en frente cayeron dos personas de esta comunidad. Ahí quedaron muertas”, expresa.


Hace una cáustica reflexión: “Eso ocurre por tomar partida y la gente no quedarse al margen. En eso tienen razón los paras cuando nos dijeron que nosotros mismos nos buscábamos los problemas”.


Apolinar o Polo, desconoce de cabo a rabo la génisis del crudo y larvado conflicto que vive Colombia y que ya supera los 50 años. Desconoce que paras y militares son la misma cosa. Incluso, no sabe por qué surgió en Colombia la guerrilla, desconoce la razón de su lucha. Pero lo que sí tiene claro es que ha sido víctima de este conflicto porque lo ha vivido en carne propia durante largos años de su taciturna existencia. Como Apolinar o Polo, hay millones de colombianos que sufren la violencia a diario, pero no tienen claro el origen, ni mucho menos los directos responsables, entonces, muchas veces terminan señalando a sus hermanos de clase que luchan por una segunda y definitiva independencia. Es decir, termina el pueblo responsabilizándose de lo que realmente hace la clase dirigente en defensa de sus mezquinos y particulares intereses económicos y políticos.


Así las cosas, podría tener razón este campesino al expresar su pesimismo frente a los resultados del actual proceso de paz. La criminalidad de la clase dominante, su poco compromiso con la justicia social, los largos años de violencia y el analfabetismo político del pueblo colombiano acosado por los aparatos ideológicos y represivos del establecimiento, son insumos contundentes para Apolinar pensar así. Por lo tanto, se hace necesario no perder la esperanza y redoblar la pedagogía de la paz con la fe del carbonero de que hay la posibilidad de una segunda oportunidad en Colombia de que sean los hijos los que entierren a sus padres y no como está sucediendo actualmente.


El ruido estridente del pito de la chiva, nos hizo regresar a la nave. Uno a uno fue abordándola y está se fue alejando parsimoniosamente por la carretera sin pavimentar. Poco a poco el corregimiento El Placer y toda su historia fue quedando atrás, bajo la débil y monótona lluvia transparente.

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