sábado, 11 de abril de 2015

Séptima cumbre de las Américas en Panamá


Por Nelson Lombana Silva

Durante los días 10 y 11 de abril se realiza la séptima cumbre de las Américas, en esta oportunidad en la República de Panamá, en un momento de lucha y resistencia de los pueblos latinoamericanos por su segunda y definitiva independencia.



Lo primero que llama poderosamente la atención es el fin del monólogo donde los Estados Unidos hablaban y las demás naciones se limitaban a escuchar, a repetir sus sandeces y a obedecer sus conclusiones. Los presidentes de las Américas les hablaron a los Estados Unidos de tú a tú, sin miedo, con coraje, dignidad e independencia.


Antes la estrella inexorable era el gobernante del norte, el presidente del imperialismo norteamericano; todo cuanto decía y hacía no admitía discusión, era una especie de dogma que solo había que repetir maquinalmente para no hacerlo enfurecer. Eso pertenece al pasado. Hizo parte de una época aciaga, dramática que dejó en el campo latinoamericano millones y millones de muertos y crímenes horripilantes, dictaduras militares y muchas pestes más. Hoy hay una realidad distinta. Existe una proyección promisoria en la medida que los pueblos van rompiendo las cadenas de la opresión y represión de los Estados Unidos.


Ya no hay personajes siniestros de la talla del triste célebre Augusto Pinochet presidiendo estos foros internacionales, como bien lo recordó el presidente ecuatoriano Rafael Correa. Hay personalidades democráticas y revolucionarias incluso, de la talla de Raúl Castro, Evo Morales, Nicolás Maduro Moros, Cristina Fernández, Daniel Ortega, el mismo Rafael Correa y demás.


Por eso, a pesar de la CIA haber movilizado cientos de contrarrevolucionarios cubanos y venezolanos para tratar de empañar la cumbre, comprar los medios masivos de comunicación (incomunicación, diría Eduardo Galeano) para presentar exclusivamente la visión de Barack Obama, la cumbre se desarrolló con amplitud y participación de los distintos jefes de Estado, quienes la mayoría respaldados por sus pueblos pudieron desenmascarar sin rodeos la política imperial y criminal de los Estados Unidos.


La solidaridad con la hermana república bolivariana de Venezuela fue inmensa y contundente, clara y directa. No hubo ni el más mínimo pestañado de los presidentes asistentes a la cumbre en rechazar categóricamente el decreto que declara a Venezuela un peligro para la seguridad de los Estados Unidos.


También cayó estrepitosamente la mentirosa versión de que la normalización de las relaciones diplomáticas Cuba – Estados Unidos, es una generosidad del gran imperio gringo. Todos los presidentes progresistas coincidieron en afirmar que era una derrota a la política imperialista de los Estados Unidos y un triunfo del pueblo cubano gracias al heroísmo y la dignidad durante más de 60 años ante el brutal e inhumano bloqueo económico. Esa es la verdad que Estados Unidos intentó infructuosamente maquillar con los serviles medios masivos de comunicación.


Igualmente, se colocó al desnudo el doblez de los Estados Unidos al pretender presentarse como el paladín de los derechos humanos y la democracia. Qué contundentes fueron los presidentes Evo Morales, Rafael Correa, Nicolás Maduro Moros, entre otros, para salirle al paso a semejante mentira.


Hay una nueva realidad en todo el continente. El concepto del fin de la historia que pregonaba Francis Fukuyama, quedó en el cesto de la basura, la grandeza de los pueblos en el marco de la lucha de clases abre horizontes distintos corroborando de alguna manera lo dicho de que los pueblos son eternos y los tiranos efímeros.


La cumbre de las Américas apoya decididamente el proceso de paz que se adelanta en la Habana (Cuba) entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (Farc – Ep) y el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos Calderón. Apoyo importante que aísla aún más a los guerreristas y terroristas de Estado.


Incluso, resulta supremamente importante el documento que envió el Papa Francisco. Es documento de obligada lectura y estudio en un país tan católico como Colombia.


La Declaración Final debe ser – igualmente - documento de estudio y análisis para interpretar correctamente el momento histórico y apoyar decididamente el desarrollo de la lucha de clases más vigente que nunca, porque no es suficiente con saber lo que está sucediendo es necesario ser protagonista de este proceso desde el sitio más distante y quizás anónimo de Colombia y del continente. 


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