Por Nelson Lombana Silva
Si la delincuencia no es mayor en la ciudad de Ibagué (Tolima), es por el esfuerzo que hace el habitante por sobrevivir a través del rebusque.
Si la delincuencia no es mayor en la ciudad de Ibagué (Tolima), es por el esfuerzo que hace el habitante por sobrevivir a través del rebusque.
Coloca toda su creatividad a diario para conseguir unas cuantas monedas y así poder llevar algo para el sustento de su familia, generalmente numerosa. No se da por vencido a pesar de la cruda adversidad.
La proeza que hacen a diario miles y miles de ibaguereños en los semáforos, en las esquinas, bajo los puentes, en las calles, resulta impactante para los que aún no hemos perdido la capacidad de asombro y además tenemos una modesta formación marxista – leninista.
Quien no sabe el origen de esta problemática pues especula, divaga, unas veces con la indiferencia, en otras responsabilizando al rebuscador o cuando más dejando todo en manos de supuestas fuerzas sobrenaturales.
La venta de tinto en cualquier esquina, el carrito ofreciendo frutas, la fritanga, el anunciador de la suerte en pequeños papelitos mal elaborados, el vendedor de lotería, el anunciador del almuerzo más barato, el “corrientazo”.
Mientras esto sucede, los dueños del poder manipulan, hacen cálculos obscenos y estudian estrategias para desangrar el presupuesto. Van en carros lujosos, rodeados de escoltas y diciendo a diestra y siniestras que son ases de la honestidad y transparencia. Que están trabajando arduamente por la ciudad las 24 horas.
Pagan publirreportajes costosos. Se auto condecoran. Pagan sumas exageradas para que alguien, como en la obra El Delfín de Álvaro Salom Becerra, escriba grandes y dramáticas biografías. La noticia se hace mercancía puesta al servicio del mejor postor. El periodista honesto es aislado, estigmatizado, amenazado e incluso, asesinado. El DANE registra el rebusque como trabajo digno. Eso lo aprovechan los gobernantes para decir cínicamente que el desempleo ha disminuido.
Y mientras sostienen semejante exabrupto coordinan con la bota policial y militar sendos y desalmados operativos para perseguir al rebuscador con saña extrema. Sus productos son tirados por el piso, ellos y ellas, son golpeados y golpeadas salvajemente al amparo del nuevo Código nacional de policía.
Este represivo código que tiene facetas fascistoides legaliza la represión, la fuerza desproporcionada del Estado. Todo lo ha convertido en prohibición y en sanción económica. No se puede orinar en algún sitio público. Eso se penaliza. ¿Hay orinales públicos en el centro de Ibagué? No hay. El individuo que lo sorprenda una orinada en el corazón de esta ciudad, está condenado o a una sanción o a que la vejiga reviente.
La emblemática carrera tercera hoy está invadida por músicos. Grandes émulos de los cantantes de moda se encuentran a lo largo y ancho de esta vía. Hay de todos los géneros, para todos los gustos, pero el fin es el mismo: Recolectar una moneda.
La gente aporta. Otros humillan. Otros se hacen los indiferentes y otros se la gozan, como se dice en el argot popular. Colocan en el piso un tarrito para recoger su “salario”.
Ayer, por la tarde, recorriendo esta calle, encontramos la perrita que baila. Una inventiva del veterano propietario. La tiene amaestrada para hacer piruetas graciosas, como bailar y hacerse la borracha. Se tira al piso y nada la despierta. Muchos ven el espectáculo gratis, no porque sean “gotereros”, sino sencillamente porque no hay dinero, así el transeúnte aparente ser adinerado. En el capitalismo se vive de apariencias, es la cruda realidad.
La lucha por sobrevivir en medio de la pobreza galopante en Ibagué todos los días, oscurece la esperanza de vivir dignamente, en una ciudad tan rica pero su riqueza tan mal distribuida. Unos poquitos con tanto dinero, mientras tantos con tan poquito. Es la dinámica del capitalismo.
Lo desconcertante es que mucho pueblo, producto del analfabetismo político y prisionero del terrorismo de Estado, aplaude o como mínimo justifica la cruda realidad. Sin saberlo repite maquinalmente la versión de la clase dominante, entonces termina responsabilizando a las víctimas y exonerando a los responsables, a los victimarios. “Es que el dotor no puede hacer más”, “la gente es muy desagradecida”, “la gente no valora el esfuerzo del dotor”, “son pobres por pendejos, no ahorraron”, etc.
Son pocos los que se han preocupados por estudiar este fenómeno y sobre todo presentar alternativas. Algunos se quedan en la contemplación, diciendo “pobrecitos”. Pareciera que la pobreza no causara indignación, rabia y sobre todo necesidad de organización, unidad y movilización al parecer solo produce pesar. ¿Que el policía está golpeando a la mujer embarazada? Pobrecita. Son realmente muy pocos los que se atreven a decir: “Basta ya de eso, salvaje, criminal y defensor de la oligarquía”.
Esto, es la cruda realidad, es lo que se ve a diario en las calles de la ciudad musical de Colombia, Ibagué.
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