jueves, 5 de mayo de 2016

Jana: ¡La gran hija de la calle!

Por Nelson Lombana Silva

Jana es la mascota de mi hija, fue rescatada de la calle después de una cruda batalla. Era una gatica famélica, descachalandrada de un mes de nacida al parecer. Sandra, es alérgica al pelo de estos animales. Sin embargo, esto no fue óbice para asumir su defensa con ímpetu avasallador. Hizo alarde de todo tipo de argumentos. Incluso, acudió a la tía Mayerid. Juntas expresaron argumentos a diestra y siniestra. Acorralado, cabizbajo y resignado no tuve otra alternativa que decir por entre los dientes: Sí.



No parecía un felino. Se movía con dificultad y lentitud. El hambre y el abandono hacían mella sin piedad alguna. Tenía un color pardo triste. Lo mismo su mirada. En una pequeña cajita de cartón y un poquito de concentrado la subió al carro. “No tenemos dinero para alimentar un animalejo”, le dije indignado. “No le pediré un peso, destinaré parte del recreo para comprarle el concentrado”, me dijo subiéndome el tono de la voz. “¿No siente pesar de una criaturita indefensa abandonada en la calle?”, me dijo bajando un poco el tono de su voz. No tuve valor de contestar. “Me comí la candela”, como se suele decir.


A las pocas cuadras noté que el animalito permanecía inmóvil, mirando a través del vidrio del vehículo las calles retorcidas atiborradas de transeúntes. Vi su melancolía en su mirada taciturna y sentí que algo por dentro se me desgarraba. “Como ella – pensé – hay miles de niños abandonados, niños que no saben de dónde vienen y para donde van. Este animalito es un ejemplo patético”, me dije mascullando aún el mal genio en silencio.


Desde un principio entendí claramente que la gatica no tenía la culpa. Pero, alguien tenía la culpa del estado deplorable del noble bruto, aunque bruto es apenas un decir. ¿Cómo se llamará a partir de hoy?, dije por entre los dientes. Sandra me miró extrañada y dibujando una leve sonrisa me dijo titubeando: Jana. ¿Jana? Le dije extrañado. “Sí, Jana es una cantante que admiro”.


Así, de un momento a otro teníamos una inquilina. Una cosa fundamental: Su inodoro. Era cuestión de conseguir arena que de hecho traía para tal fin. Descargó el animalito en el centro de la sala. Anonadada Jana miró lentamente a su alrededor y dando pasos inseguros se amojonó en un extremo de la sala rectangular. Sandra apuró el inodoro y la camita en la cajita de cartón.


La mirada del felino cambió. Creo que recuperó el brillo sus pupilas y a grandes zancadas se fue ganando el cariño de todos todas. Hoy, Jana es como el centro de atracción en el modesto hogar. Sus acrobacias y su elegancia para moverse por la pequeña habitación, atrae, conmueve. Se ganó el cariño, definitivamente.


“Pensé que nunca me llegaría a querer a Jana”, me dijo mi hija sonriendo. “Yo quiero los animales, pero entiendo que este no es el hábitat de la gatica. Nosotros también somos animales, pero cada loro en su estaca”, le contesté mientras Jana dormía plácidamente en mis piernas. Se estiraba, abrí los ojos, bostezaba y seguía durmiendo. “Los animales no tienen la culpa, culpable el gobierno que no se preocupa ni por los seres humanos, ni por los animalitos como Jana. Es el modelo”. Sandra se ofuscó. Todavía piensa que la situación dramática de la gatica no tiene nada que ver con el gobierno, ni con el sistema injusto que nos gobierna. Por eso, prefiere cambiar de conversación y de tema en una forma radical y por decisión propia, inconsulta. 


“Al lado de la gatica – le digo para terminar la charla – hay un problema económico serio”. “¿Qué?, me dice extrañada. Le hago un recetario directo: “Hay que garantizarle comida, salud, seguridad y afecto. ¿Le parece poquito?” Sandra no contesta directamente. Se va por las ramas, siempre con la idea de minimizar el aspecto económico expresa, palabras más, palabras menos, que donde comen dos pueden comer tres y que hacer un favor implica sacrificio.


La gatica me sigue a todas partes mientras estoy en casa. A las cuatro de la mañana, cuando la alarma me despierta, abro la puerta y Jana está ahí. Generalmente, me saluda con el miau, arrima su piel a mi piel, se tira al piso y con su mirada me ordena abrir la puerta al patio. Pero no se atreve a salir sola. Espera que la acompañe. Yo la acompaño hasta su “restaurante”, le doy el concentrado y le coloco agua fresca.


Como Sandra le dice que yo soy su abuelo, yo le digo que ella es su mamá. Mamá un poco irresponsable porque ya últimamente no le compra la comida, ni le coloca oportunamente el agua, ni le ordena el inodoro. Más bien alega con ella cuando la gatica le busca el juego. A veces la regaña. A veces la consciente. En cierta oportunidad se le ocurrió decir a Sandra: “¿A quién quiere más, a la gata o a mí?” La miré asombrado. Desde un principio entendí que era una broma. “Voy a pensarlo para contestar bien esta pregunte”, le dije dibujando una leve sonrisa.  “La gata se le acuesta sobre el computador, en el asiento y no le dice nada. Qué tal que yo hiciera esa gracia”, me dijo en otra ocasión. “La gata es un hermoso ser irracional y usted mi hermosa hija racional”, le dije.


Es necesario aislarla mientras se escribe en el computador. Incluso, a veces cuando se lee. Siempre está bromeando y llamando la atención. Para salir de la casa hay que hacer un operativo previo de quien se queda dentro, de lo contrario de un salto felino está en la calle, la cruza y se mete al parque.


Hace poco estaba en una reunión de periodistas reorganizando el sindicato Asoprensa, cuando entró una llamada. Era mi hija. “¿Qué paso?”, le dije en voz baja. “Jana se salió, se subió a un árbol del parque y no se puede bajar. Hace el intento, no puede, le da miedo”. “Mija, llame al vecino, dígale a don Manuel que le ayude, estoy distante”. “Necesitamos una escalera”, dijo y colgó.


La noticia se filtró. La algarabía entre los periodistas fue total. “Tenemos la noticia del día en Ibagué”, dijo uno de ellos. Otros pidieron detalles y no hubo quien dijera que le gustaría tomarle un par de fotos. El insuceso  interrumpió por algunos minutos la reunión.


Sandra pidió ayuda y varios trabajadores constructores y albañiles acudieron a prestar solidaridad. Se armaron de una escalera y Jana volvió a tierra y a casa oronda como si nada hubiera ocurrido.


Hoy decidí preguntarle sobre la vida del animalito. Su relato fue escueto y triste. “La gatica es hija de la calle”, dijo. “Llegó a la casa de la abuela Miriam toda muerta de frío y hambre. La abuela la espantaba, le echaba agua y la despreciaba. Llegó a decir que era una brujería que alguien le quería hacer. Con todos esos desplantes el animalito se iba, pero regresaba porque no tenía a donde llegar”.


“Viendo la situación, las dos niñas de Mayerid le abrieron la puerta de su apartamento y le permitieron su ingreso por simple pesar. A Mayerid no le gustan los animales. Pero, ante la presión de sus pequeñas hijas, dijo que la tendría solo una semana”.


“El animalito – agrega Sandra – había sido llevada a una casa vacía y allí le llevaban leche de vez en cuando, el animalito se aburría sola y buscaba la compañía de la abuela Miriam, quien la sacaba a empujones, a la fuerza”.


“Fue tan complejo la situación de Jana, muerta de frío y de hambre, que conmovió a mi tía Mayerid para que le permitiera su ingreso a su casa por algunos días”.


“Al darme cuenta del drama de la gatica y conociendo a mi tía Mayerid, sabía perfectamente que cumpliría su palabra, asumí el reto de responsabilizarme del animalito. Sabía que no era fácil convencerlo pero lo intentaría. Usted lucha por la justicia y darle hogar a Jana es un acto de justicia. Por ese lado pensé entrarle, le entré y gané”.


Jana, ahora divierte y se divierte. Tiene un hogar humilde pero generoso. Ha ido superando los avatares de un régimen inhumano que no centra su razón de ser en el individuo, sino en el dinero, así este sea mal habido.  No tiene relaciones humanas, tiene relaciones económicas. Todo parece indicar que tendremos Jana para harto rato.




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