viernes, 6 de julio de 2018

Colombia: Paraíso para las transnacionales, infierno para el pueblo

Por Nelson Lombana Silva

El pueblo colombiano no es dueño de Colombia, son dueños del país sudamericano, las multinacionales y transnacionales, gracias a la apátrida clase dirigente que comenzó su reinado con Francisco de Paula Santander, quien desde un principio se entregó a los Estados Unidos, contrariando el pensamiento antiimperialista del libertador Simón Bolívar.


El pueblo colombiano no tiene patria. Si la tuviera podía disfrutar sus riquezas, vivir en paz y en armonía con los países limítrofes. No habría explotación del hombre por el hombre, ni el drama de tener los padres que enterrar a sus hijos, producto de un ciego terrorismo de estado, apoyado y financiado por Estados Unidos.

Sería libre como el viento. No habría perdido la capacidad de asombro, ni la infeliz práctica de mirar al semejante como lobo hambriento que hay que eliminar a cualquier precio. Colombia sería una nación al alcance de todos y todas, chicos y grandes.

La caficultura colombiana
La caficultura colombina fue líder en el ámbito internacional. Durante largas décadas fue considerado el mejor café del mundo. Con este producto, tipo exportación, se constituyó en la principal divisa del país. Los productores del grano pudieron alcanzar grado de desarrollo y bienestar.

Se construyeron caminos, carreteras, puentes, la flota mercante Gran Colombiana (la patria en los mares), decía la publicidad. Bancos  como el cafetero. El poder adquisitivo de los productores les permitió comer bien, vestir bien e incluso, pasear recreándose sanamente.

Todos esos derechos se perdieron de la noche a la mañana, cuando todas estas ganancias dejaron de llegar al productor y pasaron a manos privadas y posteriormente a consorcios internacionales. 

La mala hora para el pueblo productor del grano comenzó con la aparición de la Federación Nacional del Cafeteros (FEDECAFÉ), un aparato montado por personajes que poco y nada sabían del cultivo, movidos solo por la ambición de monopolizar las jugosas ganancias para sus privadas alforjas.

En tiempo récord desaparecieron la flota mercante Gran Colombiana, el banco cafetero, lo mismo que los principales muebles e inmuebles, se reventó el pacto de cuotas, inundaron la caficulturas de enfermedades letales como la roya, la broca, la polilla, etc, envenenaron el suelo con abonos que comenzaron regalándolo, químicos, fungicidas, etc.

No volvieron esas ganancias ubérrimas al bolsillo del pequeño y mediano caficultor, pasaron a bolsillos de monopolios y oligopolios internacionales. Como dijera Margaret Mitchell: “Lo que el viento se llevó”.

Hoy la caficultura es una desilusión para el pequeño y mediano productor, produce el grano a pérdida. La crisis se hace más notoria, mientras que oscuros personajes que ni conocen el grano amasan inmensas fortunas. Esa es la dinámica inexorable del capitalismo. El poderoso absorbe al débil, se hace más poderoso, mientras el débil más débil.

El petróleo
Otro renglón que ha corrido la misma suerte es el petróleo. Gracias a la postura apátrida de la clase gobernante, quienes vienen amasando fortunas inmensas en dólares son las multinacionales y transnacionales, especialmente de Estados Unidos e Inglaterra, mientras el país nacional, el pueblo se queda con los huecos, las enfermedades y el deterioro de la naturaleza.

Con razón afirma el geólogo e ingeniero de petróleos, José María Vargas Echeverrría, en su libro: “Nos roban el petróleo”: “El gobierno no gobierna para el pueblo que lo eligió, sino para los monopolios internacionales, de quienes servilmente recibe órdenes”.[i]

Jorge Eliécer Gaitán, por su parte, afirmaba: “El gobierno nacional tiene la metralla homicida para los colombianos y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano”.

Esa terrible y enfermiza dependencia no es de ahora. Como se dijo atrás, comenzó con el apátrida y traidor Santander, quien no tuvo inconvenientes en colocarse de rodillas ante el Tío Sam por unos cuantos y sucios dólares. Dicha dependencia se ha incrementado notoriamente. Cada vez se ha hecho más descarada.

Si usted se tomara la tarea de ubicar en el mapa de Colombia el área de acción de las multinacionales y trasnacionales, quedaría estupefacto y llegaría seguramente a la conclusión de que Colombia ya no es de los colombianos.

El área de Colombia es de 1.138.000 kilómetros cuadrados. En la década del 50s, las perspectivas petrolíferas comprendían un área de 300.000 kilómetros cuadrados, de los cuales 250.000 estaban en poder de monopolios internacionales, señala el doctor José María Vargas Echeverría.

Realmente Colombia no vende el petróleo, lo regala y luego, lo compra bien caro en gasolina y demás derivados de este recurso natural que se acaba a pasos agigantados. En esas condiciones, ¿Cómo puede desarrollarse un país, si regala sus recursos naturales y luego los compra bien caro, ya procesado? 

Así sucede con los demás productos nacionales. Uno tras de otro, los entrega a las multinacionales y transnacionales, recibiendo a cambio migajas, sobrantes.

Origen de la violencia

En esa política antinacionalista y entreguista está el origen de la cruda violencia que vivió y vive el país nacional, por cuanto ésta ha generado pobreza y la pobreza, es la causa fundamental de la violencia. Estados Unidos para mantener su dominio imperial sobre estos países ha diseñado distintas estrategias.

Son estrategias criminales encaminadas a aplastar toda expresión y manifestación de resistencia del subyugado pueblo. El cordón umbilical lo constituye la deuda externa, deuda incobrable e impagable, dijo el comandante Fidel Castro, pero que Estados Unidos se vale para dominar y expoliar inmisericordemente los recursos naturales de la patria libertada por Simón Bolívar, Sucre, Anzoátegui y el heroico ejército descamisado.

Primero se inventaron el fantasma del “comunismo”, a partir del cual, los marines gringos tomaron posesión de la región con la complacencia ingenua de las muchedumbres que salieron a recibirlos como la novedad del momento.

Al desaparecer la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, inventaron el cuento del “terrorismo internacional”, presentándose los Estados Unidos como el paladín universal contra este flagelo.

Ahora, el cuento es la lucha internacional contra el narcotráfico y nuevamente Estados Unidos se autoproclama líder en la lucha contra este fenómeno universal.

A la sombra de todas estas artimañas el país imperial del norte, ha mantenido su dominio en la mayoría de estos países dependientes, entre ellos, Colombia.

No se mueve una hoja en este país sin el consentimiento de los Estados Unidos. Es tan fiero su dominio que ha instalado nueve bases militares, convirtiendo a Colombia de la noche a la mañana en cabeza de playa para agredir a los países que no comulgan con su imperio, caso de la hermana república bolivariana de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, etc.

La política paramilitar fue concebida y ordenada por los Estados Unidos, lo mismo el apoyo de dictaduras militares en el cono sur durante las décadas de los 60s y los 70s. Pinochet, Duvalier, Somoza, Trujillo, etc. Son criaturas creadas y financiadas por Estados Unidos a través del Servicio de Inteligencia Americana (CIA).  

La escuela de las Américas, que funcionó durante largos años en Panamá, enseñaba a torturar, intimidar, desplazar y asesinar a todo aquel que se opusiera al robo y chantaje de la potencia del norte.

Un gran número de generales de la república colombiana fueron formados en esta escuela, no para preservar la vida de los ciudadanos, sino para asesinarlos y desaparecerlos violentamente. Álvaro Uribe Vélez es un estudiante adelantado de esta escuela gringa.

La violencia está en la contradicción de clase, por cuanto sus intereses son antagónicos. Esa contradicción día a día se degrada más, presentándose una cruda violencia cada más dramática y conmovedora. La burguesía va perdiendo espacio y el proletariado lo va ganando. Eso la desespera llevándola a la práctica del terrorismo de estado. El paramilitarismo – por ejemplo – es política de estado, esperpento que apunta contra la población civil fundamentalmente.

Todo ello diseñado, organizado y financiado por Estados Unidos y la burguesía nacional. Al carecer de capacidad de convicción por cuanto su discurso carece de veracidad, acude a la fuerza bruta, a asesinar sin piedad alguna.

Todo eso está en los manuales que maneja secretamente la CIA. Algunos aparecen en los documentos de Santa Fe, claramente definido como generar terrorismo, muerte y desolación, para que el pueblo renuncie a ser libre y soberano.

En esa campaña de violencia y agresividad contra el pueblo, Estados Unidos y la burguesía, utilizan los medios masivos de comunicación. Ellos son los encargados de alienar y desinformar para presentar a las víctimas como victimarios y a los victimarios como víctimas. Hoy el pueblo sigue pensando que la violencia es causa de la guerrilla, cuando en realidad la guerrilla es consecuencia de ese estado antidemocrático y violento. La historia de Colombia está contada al revés.

Por estos días, paramilitar amenaza de muerte a una humilde profesora y el estado en vez de acudir a capturar al forajido, le ordena a la víctima desplazarse de la región. ¿No es diciente esto? “El mundo patas arriba”, diría Eduardo Galeano.

La primera declaración del presidente colombiano electo, Iván Duque Márquez, es contra el proceso de paz para hacerlo trizas. ¿Eso tampoco le dice nada? En esas posturas, en esos hechos, nacionales e internacionales, está el origen de la violencia que lleva más de 8 millones de víctimas y no para, sigue la sangre humilde bañando el suelo nacional en los cuatro puntos cardinales.

Mientras el pueblo se desangra, nos emboban con imágenes ficticias como el “castrochavismo”, “ser como Venezuela”, “la expropiación”, etc. Hay que romper ese embrujo maligno con la unidad, la organización y la movilización del pueblo colombiano. El miedo no nos puede inmovilizar y hacer cómplice de esta tragedia que estamos viviendo con el paramilitarismo más legalizado que nunca empotrado en las altas esferas del estado.

Colombia tiene que ser de los colombianos y las colombianas, debe dejar de ser de las multinacionales y transnacionales. La soberanía nacional debe brillar en el amplio firmamento, ahora más que nunca. Para cristalizar este anhelo, la fórmula resulta sencilla: Menos palabras y más acción unitaria del pueblo en su conjunto.

[i] VARGAS ECHEVERRÍA, José María. Nos roban el petróleo. Publicación del comité pro – nacionalización del petróleo. Página consultada 58.

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