martes, 7 de abril de 2020

Ni una sola amnistía ha cumplido el estado colombiano

Los guerrilleros. Entrega de armas de las guerrillas del Llano, rodeados de oficiales del ejército, entre ellos, su líder, Guadalupe Salcedo, fue abatido en las calles céntricas de Bogotá. Foto del libro de Univalle.
Por Nelson Lombana Silva

En medio del duro agite por la pandemia que sacude a la humanidad y la amenaza latente de Estados Unidos de invadir militarmente a la hermana República Bolivariana de Venezuela, bueno resulta reflexionar con cabeza fría y espíritu analítico, crítico y autocrítico, la serie de Amnistías que se han producido históricamente en Colombia. Son varias, las cuales han estado cargadas de expectativa en la posibilidad de proscribir de la política colombiana el terrorismo de estado, en todas sus formas y manifestaciones. Ha sido el sueño quijotesco dirimir las diferencias echando lengua y no bala, como lo planteaba Darío Echandía, gran agente del establecimiento oligárquico.

Todas estas amnistías han tenido un común denominador: El incumplimiento del Estado. Ni una sola amnistía ha sido respetada y cumplida cabalmente. Se han convertido en vulgares celadas para asesinar la contra parte por la espalda, a mansalva, en completo estado de indefensión.

Durante la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla (1953), la amnistía desmovilizó las guerrillas liberales de los Llanos Orientales. Una vez materializado el objetivo, la matanza de sus principales líderes no se hizo esperar. Guadalupe Salcedo, quizás el principal comandante, fue abatido en las calles céntricas de Bogotá.

Lo mismo ocurrió durante el gobierno de Belisario Betancur Cuartas. La Farc – Ep, intentando regresar a la vida pública lideró la fundación del movimiento Unión Patriótica. La respuesta del Estado fue intensificar la guerra sucia, el paramilitarismo. Cinco mil líderes y dirigentes de este movimiento y del Partido Comunista, cayeron bajo las garras criminales del terrorismo de Estado. El Paramilitarismo exacerbó su accionar en toda la república.

Andrés Pastrana Arango, también incumplió la agenda del Caguán. Mientras fingía conversar con el histórico movimiento guerrillero, implementaba a todo vapor el “Plan Colombia”, iniciativa completa de Estados Unidos y el Pentágono. De una manera criminal y ruin, el señor Andrés Pastrana Arango, entregaba de par en par la Soberanía Nacional al Tío Sam, sobre montaña de crímenes horripilantes.

Juan Manuel Santos Calderón, cumplido su propósito de quitarle las armas al Ejército del Pueblo, desató descomunal matanza contra ellos. La cifra de desmovilizados asesinados se acerca a las 200, sin una sola explicación y sin siquiera un pronunciamiento del jefe de Estado. Una traición más que se ve a leguas. El comandante fariano, Simón Trinidad, continúa pudriéndose en las mazmorras del imperialismo; docenas y docenas de luchadores revolucionarios y consecuentes, se siguen pudriéndose en las cárceles del país. El acuerdo de la Habana es una vergonzosa “colcha de retazos”. Poco y nada queda de lo pactado originalmente. Y las migajas que caen de la mesa del rico Epulón, son la estratagema para decir que se está haciendo, cuando todo el mundo sabe que no se está haciendo. Nuevamente, el pueblo colombiano ha sido engañado.

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