martes, 14 de abril de 2020

La lectura: Saber para transformar

Por Nelson Lombana Silva

La crisis dramática que vive la humanidad exige respuestas claras, precisas y contundentes. Solo las puede dar quien sabe y tiene espíritu transformador, revolucionario. El saber está en los libros. La lectura nos permite tener acceso a este saber en las distintas áreas del conocimiento. Nuestro deber entonces es profundizar la lectura.


Todos y todas, están en el deber de practicar la lectura constantemente. Sin embargo, nos atreveríamos a afirmar que los más comprometidos con la lectura son los que militamos en la izquierda, entre otras razones, porque se supone que el pensamiento de la izquierda se rige fundamentalmente por la ciencia. Y la ciencia, nos dice que todos los días hay nuevos hechos en las distintas áreas del conocimiento. En la cultura, en la política, en la economía, en la biología, en la psicología, en la sociología, etc, por ejemplo.

En un país tan descuadernado como el nuestro, tan carcomido por los antivalores y conducido por mafiosos y politiqueros de oficio, la vocación por la lectura no se adquiere fácilmente, pues el interés de la clase dominante es que el pueblo no lea, no se forme y siga dócilmente obedeciendo la ideología de la clase dominante: El facilismo y la mediocridad.

La lectura es un proceso complejo, nos fácil descifrar letras, sílabas, palabras, oraciones gramaticales, párrafos, textos, libros, sobre todo cuando hay una presión asombrosa de la sociedad de consumo y mediática que durante las 24 horas nos está diciendo: No piense, yo pienso por usted; no lea, yo leo por usted; no haga, yo hago por usted; no cambie, yo cambio por usted…

En esas condiciones, la lectura no es algo accesorio, es algo fundamental, que debemos alimentar permanentemente. Hay estrategias para fortalecer la lectura, la más importante: La conciencia social y de clase. Una persona que no lea es un charlatán, que no sabe de dónde viene, qué hace y para dónde va.  Anda a oscuras y no sabe definir y discernir los violentos y permanentes cambios. La lectura nos hace libres, humanos y revolucionarios. Hay que leer, leer y leer…

La familia juega un papel importante. El niño o la niña, hasta los siete años es una completa grabadora. Es el período exacto en que se debe activar la vocación por la lectura. ¿Cómo? A través del ejemplo. Si el niño o la niña ven al papá o a la mamá o al hermano mayor leyendo, con toda seguridad él o ella, asumirá similar posición. “Las palabras conmueven – decía el escritor cubano José Martí – pero los ejemplos arrastran.

Gracias a la biblioteca pública Cañón del Combeima, ubicada en el corregimiento ocho de Villa Restrepo y la Secretaría Municipal de Cultura, se viene desarrollando un plan de lectura por todo el inmenso Cañón del Combeima, perteneciente a la ciudad musical de Colombia, Ibagué (Tolima). Se trabaja con los niños, pero también con los jóvenes y los adultos. Acercar el libro al lector es la apuesta.

Con los niños del Cañón como protagonistas, hemos creado pequeños cuentos con sabor a tierra, a campo y campesino. Ofrecemos a continuación el primer capítulo del cuento intitulado: “La Casa del Saber”, de nuestra autoría: 

La casa del saber

(Cuento Infantil)

Por Nelson Lombana Silva

1 Como de costumbre, Sofía fue despertada por su madre para ir a la escuela. La pequeña abrió sus ojos color miel y mirando extasiada el rostro de su madre en la oscuridad del sueño, se estiró dejando escapar un suspiro lastimero. Entonces se volvió para el rincón dibujando una mueca de súplica, pero su madre la movió con más bríos usando sus dos manos. “Es hora bebé, levántate”. La pibe volvió su mirada pesada con sus ojos abotagados no teniendo más alternativa que incorporarse. Lo hizo lentamente  dejando escapar un bostezo que se extendió por todo el cuarto. Caminó despacio al retrete y después al chorro. El agua helada mojó su fresca piel. Su madre ayudó a organizarle el cabello, largo y frondoso con el mismo entusiasmo de siempre. Era una mujer taciturna de facciones campesinas que trabajaba desde el amanecer hasta el crudo atardecer con abnegación infinita. Comió las albóndigas y galletitas embadurnadas de mermelada morada con desgano en la pequeña mesa sin pulir. El chocolate espumoso tenía rodajas de queso. “Apúrate, se te hace tarde”, dijo su madre colocando el maletín dorado sobre la pequeña mesita. Sofía sonrió levemente. “Nunca he llegado tarde”, dijo enjuagando su boca con el dentífrico pausadamente. Su padre que había estado pendiente del establo, entró por la puerta posterior llevando la leche espumosa en un balde color beis. “¿No ha salido?”, dijo hosco mirándola. “Lo estaba esperando para despedirme”, dijo mirándolo con ojos de gaviota. Su padre que era alto, acuerpado y de ojos oscuros con barba espesa teñida de blanca, dejó escapar una carcajada admirando su creatividad y espontaneidad para salir de apuros. “No deja de ser, hija”, dijo abrazándola contra su pecho, besándole la frente.  

Con su bolso dorado a la espalda marchó. Recorrió el paraje frondoso con seguridad yendo por los atajos como era su costumbre. Había ganado vacuno y caballar. Los árboles y arbustos exhalaban fragancia exótica. Su madre la siguió con su mirada desde la altura de la pendiente y cuando estaba a punto de desaparecer de su vista la bendijo nuevamente. Al otro lado del recodo del camino, Wendy, Nicol Dayana, Karen Daniela, María Fernanda, John Gerlin, Adriana Lucía, Nicol Machado y Leydi la esperaban con entusiasmo.

El viento fresco de la mañana soleada rozaba el cuerpo de los estudiantes que caminaban con destino a la escuela. “¿Hicieron la tarea?”, preguntó Sofía, mientras devoraba la distancia mirando los pajaritos de vistosos colores que volaban en todas direcciones en busca del alimento. Casi en coro, los niños contestaron afirmativamente. “¿Qué hay para hoy?”, preguntó Nicol Dayana. “La profesora dijo que hoy  nos visitaría un señor”, dijo Laura Sofía. “Ah, sí, un bibliotecario”, dijo Ángelo. “¿Un bibliotecario?”, dijo Leidy Juliana. “¿Qué hace el bibliotecario?”, interrogó Juan David. La pregunta se quedó en el aire, los niños decidieron cambiar de tema.

Al llegar a la carretera, cambiaron de calzado. Empacaron las botas en bolsas plásticas y continuaron la marcha tomando la margen derecha de la estrecha vía. El sol mañanero iluminaba sus rostros. El perrito color negro, abandonado por su amo, se unió al grupo moviendo tímidamente la cola. Los niños se miraron entre sí asustados temiendo su agresividad. Yulián Stiven, instintivamente levantó el bordón que llevaba consigo, mientras Karen Daniela gritaba pidiendo auxilio. El canino se detuvo y metiendo su cola entre sus piernas miró al grupo con ojos taciturnos. “No es bravo”, dijo Wendy, avanzando en dirección a él. Le tocó la cabeza y el espinazo, entonces el perrito batió la cola y expresó de distintas maneras su complacencia. “¿Cómo se llamará?”, preguntó Laura Sofía, al destacar el valor de Wendy y la nobleza del perrito. Adriana Lucía, después Nicol Machado y Leydi, lo llamaron de distintas maneras, pero el animal no respondía, permanecía alegre mirándolos. Se mantuvo sumiso.  “Vamos a bautizarlo”, dijo Sofía, tomando la iniciativa.

Alrededor del perrito los niños comenzaron a discutir sobre el nombre. Cada quien dio su opinión y su propuesta. El perrito a un lado de la carretera se echó a descansar mirando atento el debate. Parecía interesado. No fue fácil ponerlos de acuerdo, la discusión fue acalorada e intensa. Dos nombres salieron a flote: Encontrado y Ternura. Cada quien expuso sus argumentos y al no haber consenso decidieron la votación como mecanismo para dirimir el conflicto. Wendy lideró el primer nombre y Sofía el segundo. “Me parece Encontrado el mejor nombre – dijo Wendy – porque su nombre es famoso toda vez que se encuentra en una obra del escritor portugués, José Saramago. Se parece a la descripción que hace. Lo único que le hace falta es el lucero blanco en la frente, pero eso no dice nada a la hora de la verdad”.

Sofía tomó la palabra para argumentar: “Ternura es el mejor nombre a un animalito tan noble que decide acompañarnos a pesar de las amenazas con que lo recibimos. Son muy pocos los seres que tienen la virtud de reaccionar así. Generalmente, se corresponde de la misma manera. El perrito pudo habernos agredido como reacción a nuestra reacción, pero no lo hizo. Escondió la cola entre sus piernas en señal de sumisión absoluta. Eso dice mi padre y resulta que él no dice mentiras. Nosotros lo estamos comprobando. Miren su nobleza”. Todos volvieron su mirada casi al instante. El perrito permanecía acostado en el pastal jadeante, mirándolos ensimismado.

Ante estos dos argumentos, hubo aportes en favor y en contra, no quedando otra alternativa que la votación. Sofía desprendió una hoja del cuaderno de borrador y escribiendo los dos nombres propuestos en una bolsita plástica, la agitó con fuerza. “Así no se hará la elección, se hará por votación”, dijo Wendy. La iniciativa fue aprobada por mayoría. Sofía frunció el ceño. Sin embargo, acogió el veredicto de la mayoría. Con voz entre cortada preguntó: “¿Quién vota por Encontrado?”, uno a uno fue subiendo la mano. Total 4 votos. “¿Quién vota por Ternura?”, uno a uno fue subiendo la mano. Total 4. Repitieron una vez más la votación,  presentándose el mismo resultado. Entonces, decidieron el dilema  a través de la suerte. Ésta se inclinó por Ternura. El perrito movió la cola regocijado, bajo la mirada de los niños y las niñas, caminó al lado de ellos satisfecho, sacando la lengua y moviendo la cola a intervalos.

La escuela era una casona larga partida en dos, una en la parte baja a la orilla de la carretera y la otra en lo alto cuyo acceso se hace a través de gradas de cemento recubiertas de musgo verdoso. Enmallada, para su ingreso había que cruzar un portón metálico, en el que se encontraba suspendido un candado oxidado. “Apúrense”, grito la profesora Alcira parada en el prado de la escuela. Fue un grito secó. Los niños ensimismados con Ternura reaccionaron, ajustando sus maletas contra su espalda. “¿Qué vamos a hacer con Ternura?”, preguntó Sofía. Los niños se miraron entre sí. El sol mañanero bañaba los cuerpos de los pequeños. “Entramos con él”, dijo Wendy. “Imposible”, contestaron Sofía y los demás miembros del grupo. La profesora, inocente del drama de los pequeños, volvió a gritar, esta vez con más fuerza. Ternura sin dejar de batir la cola se acomodó al lado de la carretera. Miraba el grupo con infinita gratitud. “Tengo la solución – dijo Yulián Stiven – dejémosle parte del recreo”. Karen Daniela frunció el ceño y sacando parte de lo que su mamá le había empacado en su lonchera plateada, lo depositó en el gramado. Lo mismo hicieron los demás miembros del grupo. El perro no probó el alimento. Sus ojos se marchitaron y sin poder controlarse latió y latió. Alcira, de piel cobriza, acudió al instante. “Fuera de aquí, perro pulguiento”, gritó empuñando el palo de la escoba. Sumiso el perro retrocedió y los niños compungidos ingresaron a la institución. El ladrido del perro fue lastimero. Insistió en ingresar pero el enmallado se lo impedía. Se echó y esperó pacientemente. No probó alimento. “Profe, usted nos ha enseñado que los animales sienten como uno”, dijo maquinalmente Laura Sofía. La docente volvió para mirarla y sin contestar se encaminó al salón, caminó de prisa, moviendo sus brazos con donaire.

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