lunes, 13 de abril de 2020

Murmullo de la otra ciudad

Por Nelson Lombana Silva

Nos desbocamos a mostrar la ciudad próspera, la ciudad atiborrada de baratijas fútiles como la última novedad, nos movemos orgullosos por sus calles y avenidas decoradas con luces multicolores, almacenes, bancos y edificios inmensos. Presentamos esa ciudad impersonal como nuestra y no ahorramos epítetos elogiosos. ¿Cruzar cerca del magnate? Oh, qué honor. Vamos a casa y suspendemos toda actividad que allí se desarrolle para dar la primicia. Es un acontecimiento que hay que registrar con especial atención y contar al mayor número de personas. “Vi cruzar el banquero en su limosina azulada, iba ensimismado y tan sencillo que los vidrios los llevaba abajo. ¡Qué sencillez! ¡Qué hombría!


Es el sector de las afujías, de la intriga y de la apariencia. En él se cuecen los negocios más turbios, se disputa del poder codo a codo sin reglas definidas, pues todo vale. Nadie por allí es pobre. Se habla de cifras exorbitantes, proyectos inverosímiles y sueños irrealizables. Es la ciudad de la doble moral, de la fantasía, de la opulencia sin ser opulento muchas veces. Brilla la hipocresía, la inmoralidad y la corrupción. Un ex rector de colegio de provincia parado en frente de la casa El Tiempo, en Bogotá, le comentaba a su discípulo con cierto aire de resignación: “Ahí se fabrican los presidentes de Colombia”.

En este sector de la ciudad llamado generalmente Centro, se trazan los planes más siniestros y miserables contra el pueblo. Mientras hay una que otra risita postiza en los gigantes del poder, la puñalada trapera se hunde en las carnes fláccidas y magras del pueblo anónimo sin remordimiento alguno. Es la dinámica del capitalismo, que antepone las relaciones económicas, a las relaciones humanas. Primero el dinero y después el ser humano.

El estrés allí se suaviza con un concierto del artista que ha impuesto la onda mediática. No hay espacio para nuestros artistas, el reducido espacio es exclusivamente para el artista mediático, cuyo mensaje lógicamente es embrutecedor y desarticulador de la ciudad. Se impone por allí, el individualismo. Cada quien con su tema y eso se llama: Democracia. La libertad es una engañifa, pero la mayoría cree ciegamente en su autenticidad. “Ayer, me codeé con el dueño de la ciudad en la principal cafetería del centro. ¡Qué sencillez, deslumbra a todo el mundo!”.



…Y de la otra ciudad, ¿Qué?

Fuera de este centro, tan reducido y privilegiado, la realidad es otra. Inmensa y diáfana, real y patética. Allí, está el pueblo luchando día y noche por sobrevivir, por llevar un pedazo de pan al hogar y compartirlo con la familia. No hay hipocresía, ni fantasía. Una oportunidad por mínima que sea se disputa colocando por delante hasta la propia vida. Predomina la industria del sicariato, del hurto, pues se trata de sobrevivir. Hallar un pedazo de comida en el basurero es un éxito que se festeja. Una ayuda del centro, por insignificante que esta sea, se califica de “humana” e “histórica”.

Las casuchas de cartón en la pendiente, las pequeñas calles sin pavimentar, los pasadizos secretos para huir de la represión militarista, caracterizan esa otra ciudad que transcurre en silencio taciturno. Los días son iguales. La oscuridad se aprovecha para buscar el sustento. Hombres y mujeres se mueven en la oscuridad, van de un sitio para otro, en busca de la oportunidad. Esta otra ciudad  está al vaivén del cacique de turno, en espera de una migaja exigua del Estado. Esta ciudad se contenta con la simple visita del gran magnate en víspera de elecciones. Ilumina su rostro con las promesas. Vibra su corazón con la esperanza de que ahora sí será posible, no importa que lleve más de doscientos años esperando ese sueño y escuchando la misma retahíla.

Y, aunque todo parezca lo mismo e inmodificable, la realidad es distinta. En la entraña de la otra ciudad se forja la esperanza, el sueño utópico de la libertad. Hay un murmullo, a veces perceptible, a veces imperceptible, que va por aquellas callejuelas inhóspitas y cavernas estrechas y malolientes, aireando un hálito de rebeldía. Contrariando la peste del olvido, la resignación que alimenta las religiones y el analfabetismo político, el murmullo va en aumento y ya prácticamente, tiene rostro humano. El brillo sutil de la unidad y la organización se arrastra por estos vericuetos, con el empuje decidido de hombres y mujeres, motejados de comunistas. Claro, no son los únicos, pero sí los más importantes por su arrojo y persistencia. El murmullo crece y tiene su explicación y sustento en la cruda realidad cotidiana.

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