sábado, 19 de abril de 2025

Tiempo de Vivir Novela Nelson Lombana Silva Capítulo 5 y último

Pintura primitivas al oleo . Rodrigo Morales corrales

El encuentro fue pactado silenciosamente para un mes después, en la cercanía de la quebrada San Romualdo, en una pequeña explanada surcada de árboles corpulentos. La densa neblina se extendía majestuosa sobre la espesa arboleda y el frío helado circulaba libre metiéndose en todas partes. Los contertulios llegaron por diversos caminos, evitando dejar evidencias sobre el piso húmedo. Camilo fue el primero en llegar para examinar el entorno meticulosamente, más tarde lo hizo Tío Agustín y por último Balvin. El saludo fue cordial. Todos enchaquetados y zapatillas de cuero y bufanda de los colores tradicionales, a excepción de Camilo que era blanca y percudida. Camilo sirvió una taza de café caliente que llevaba en su termo. Tomaron despacio la bebida, entre bromas y chistes flojos, aclimatando el ambiente para el diálogo. Se observaban mutuamente dentro de un ambiente de desconfianza.

Camilo rompió el hielo, afirmando que entre los dos había una similitud en la forma de pensar y de actuar. “Pareciera ser parte ambos de la misma escuela”, dijo irónico. Todos rieron. “Tú también haces parte de la misma escuela”, dijo Balvin. “¿Yo?”, dijo señalándose. “Por supuesto, vivimos en la misma región sacudida por la cruda violencia, tenemos los mismos riesgos, padecemos el mismo dolor y el esfuerzo a diario por sobrevivir en el país más desigual del mundo”. La sonrisa inicial de Camilo se evaporó por encanto y un estremecimiento glacial recorrió su cuerpo. “Es cierto”, dijo en voz baja.

El planteamiento central de Tío Agustín que trajo a la discusión fue la neutralidad, afirmando que el pueblo debía mantenerse al margen de toda discusión ideológica y política. No tiene sentido dividirse entre collarejos y godos, por cuanto uno y otro era humano, fruto de la creación humana con todas sus contradicciones en un mundo confuso y complejo. Dijo que el mundo se movía como era y no como quisiéramos que fuera. Todo está predestinado, por lo que resulta ilógico luchar contra la corriente. “Lo que es, es y nadie lo puede modificar”, dijo con énfasis.

Balvin lo observaba atento, mientras tomaba atenta nota en su pequeña libreta de apuntes. Camilo escuchaba la disertación asombrada, rascándose la cabellera de vez en cuando, sin pronunciar palabra alguna. Ensimismado se mantuvo durante la extensa y farragosa intervención de Tío Agustín. Para su parecer las precisiones que hacia eran irrefutables y muy ajustadas a la realidad histórica. Sin embargo, pensaba en dónde quedaba la doctrina liberal. No hacía mención a ella y eso le preocupaba. “¿Será godo?”, se preguntaba para sus adentros, respondiéndose: “No puede ser, el godo es bruto, dogmático y religioso”.

Al terminar la exposición, el primero en contra preguntar, fue Camilo. “En todo este relato, compadre, ¿Dónde queda la doctrina liberal, con el permiso de don Balvin?” Tío Agustín lo miró sereno, diciendo: “No venimos aquí a estudiar minucias, venimos a estudiar temas generales y de grueso calibre. ¿No te parece, compadre?” Camilo carraspeó apenado y moviéndose el sombrero, señaló a Balvin. “¿Qué dices tú sobre el particular?”

Balvin admiró la exposición de Tío Agustín, afirmando que había sido una intervención corta y sustanciosa expuesta con mucha honradez y seguridad. Sacó del bolso la pequeña libreta donde había organizado el organigrama de exposición. Comenzó afirmando que las ideas no son eternas, puesto que éstas se están renovando constantemente. Trajo a colación al filósofo Heráclito quien dijo que nadie se bañaba dos veces en el mismo río. “¿Por qué?”, preguntó asombrado Tío Agustín. “Simple – dijo – porque el agua fluye”.

En relación con la neutralidad, se opuso radicalmente a ella, afirmando que no existe más que en la imaginación humana. Es un invento malvado de filósofos idealistas, con la finalidad de favorecer los intereses económicos y políticos de la clase dominante. “¿Quién se favorece de la nombrada neutralidad? Pues los poderosos, los dueños del poder, que quieren que todo siga igual: Ellos encima y nosotros debajo. Para eso sirve la neutralidad. Esta es un invento de la clase dominante, insisto”.

“¿No es acaso, desconocer la neutralidad para uno meterse de metiche en problemas que no le incumbe? Si yo veo que dos gladiadores se van a matar, ¿No es correcto asumir la neutralidad? Considero que es la decisión más sabia, maestro Balvin”, dijo acucioso Tío Agustín, siendo respaldado por Camilo, quien acotó: “El mes pasado dos jóvenes se trenzaron en cruel lucha para demostrar que uno era más liberal que el otro. Ambos perecieron. Nadie dijo nada, todos fuimos neutrales. Según tu planteamiento, ¿Nos equivocamos de cabo a rabo?”

“Claro que se equivocaron de cabo a rabo, no debieron mantenerse neutral, sino intentar evitar semejante tragedia, por una tontada tan estúpida. Han de saber que los colores no existen, según lo demostró el científico Isaac Newton. Es una falsa ilusión que aparece ante nuestros ojos. ¿Qué sentido tiene demostrar que uno es más liberal que el otro? ¿Qué ganancia y bienestar genera? Nada, absolutamente nada. Yo les pregunto: ¿Qué tal que en esa gresca hubiera estado un familiar de cualquiera de los dos? ¿Hubieran asumido la misma postura? Lo más preciado es la vida, sobre todo la de un joven que está naciendo y creciendo con la ilusión de contemplar y disfrutar su entorno, su condición humana en toda su amplitud. El hombre convertido en lobo del hombre mismo, por una maldita ideología inventada por la clase dominante. ¡Qué horror!”.

Camilo y Tío Agustín se miraron entre sí. Aquel discurso llegaba hasta lo más íntimo de sus entrañas quemándolas. Rápidamente llegaron a comprender que habían podido evitar el sacrificio de los dos jóvenes, interponiendo sus buenos oficios. Camilo ejerce autoridad en la comarca, genera respeto y consideración, mientras Tío Agustín ejerce un discurso convincente, claro y contundente. Un tanto apenados contemplaron el rostro barbado de Balvin, quien los miraba acucioso. “En ese tema de las riñas callejeras considero que la neutralidad no aplica, pero en política sí”, dijo Tío Agustín, pasándose el pañuelo por el rostro. Camilo estuvo de acuerdo con esta opinión, lo cual constituyó un avance importante.

“La neutralidad no existe, es una engañifa”, repitió Balvin con seguridad. “Aplica a todo y de qué manera”, volvió a decir. “Ante cualquier suceso, se debe asumir una postura clara y directa. La neutralidad engaña y genera violencia, muerte y destrucción”, insistió. Colocó varios ejemplos para sustentar su tesis. Dijo que no se podía ser neutral ante la violencia que vivía la región, donde se estaban matando campesinos liberales pobres contra campesinos pobres conservadores, mientras los gestores de esa cruda violencia departían plácidamente en la capital y en otras veces en el exterior. Es imposible la neutralidad ante el hambre que recorre las regiones más distantes de la patria entre la masa escuálida, mientras un grupúsculo poderoso hay todo en abundancia y sin trabajar, porque está escrito y demostrado que quien produce es el obrero, pero esa producción solamente está al alcance del patrón, quien cada día se hace más rico y poderoso, mientras el obrero más pobre y enfermo, muriendo en la soledad del abandono. “¿Ser neutral ante esa cruda realidad que vemos a diario? Imposible, es una injusticia imperdonable”.

Camilo pidió una pausa para comer albóndigas de carne con plátano asado y café con leche. Comieron en silencio, mientras sus mentes cavilaban sobre los temas expuestos hasta ahora. El más entusiasmado era Camilo, porque muchas cosas, iba clarificando a pesar del crudo estigma liberal, que no lo dejaba mirar más allá de la nariz. Siempre había pensado que todo giraba alrededor de esta ideología y que la conservadora era la antítesis, la que había que eliminar para alcanzar la plenitud. Pensaba ciegamente que las clases sociales eran creación Divina, a lo cual había que asumir con resignación y humildad. Así debía ser, porque Dios había creado a unos para mandar y a otros para obedecer. Es la perfección del Altísimo que resultaba necio contradecir. Se despabilaron cuando Balvin comentó suavemente que Dios era creación humana. La lluvia de insultos estalló de Camilo y del mismo Tío Agustín, considerando que era una blasfemia de corte mayor. “No lo digo yo, lo dijo Platón hace muchos siglos atrás”, dijo suavizando el tema. “Maldito aquel que se ensaña contra el Señor, no merece vivir, merece estar en el fuego eterno del infierno”, dijo Camilo, moviéndose por la pequeña explanada. Tío Agustín tomó el tema con más calma, afirmando que existían muchas teorías que intentaban explicar el origen de la vida y del universo, muchas de ellas descabelladas, pero que había que ser estudiadas y consideradas.    

Balvin decidió suavizar la discusión afirmando que no era tema fundamental, porque creer o no creer, era decisión de cada cual. Si tú quieres creer, pues crea; si no quieres creer, pues no crea, es tu decisión soberana. Lo que sí es importante, es unir creyentes y no creyentes para transformar el mundo social y político, brille la justicia social, se elimine la violencia y se construya la equidad, donde sean los hijos los que entierren a sus padres, y no los padres a sus hijos como viene ocurriendo en toda la nación. La intervención en esos términos calmó los ánimos y la discusión pudo continuar en un ambiente de cordialidad y respeto.  

“Romper la neutralidad es hacer parte de un bando, lo cual es peligroso y contraproducente para la paz y la convivencia”, dijo Tío Agustín, reacomodándose en el tronco que le servía de asiento. “Al contrario, es asumir una postura humana y digna de la cual tiene derecho todo ser humano por grande o pequeño que sea”, contestó Balvin con cierta ironía. “¿Será que la neutralidad nos salva de la hecatombe?  Si fuera así, no seríamos pobres, ni víctimas de esta cruel violencia que baña el territorio con sangre humana, campesina e inocente. No obedeceríamos a esos malvados de cuello blanco que nos mandan a las trincheras como mansos rebaños. La neutralidad es cobardía e ignorancia que nos cuesta demasiado y nos sigue costando mucho dolor. ¿Nos es cobardía ver la cantidad de niños y niñas que mueren a diario de física hambre en los campos y en las ciudades, mientras nosotros guardamos neutralidad ante estos monstruosos hechos y sus responsables? Neutralidad es cerrar los ojos, sellar los oídos, anular la sensibilidad, permitiendo que ese grupúsculo ególatra y sin alma, amase fortuna mal habida, con el dolor de millones de seres humanos inocentes y divididos, gracias a los colores políticos, a las sectas religiosas y a las ignominiosas políticas de los que mandan sin tener autoridad para mandar”.

“Entonces, ¿Cuál es la salida?”, preguntó Tío Agustín. “Asumir una postura crítica y analítica, romper la neutralidad y asumir una posición política. No hay otra alternativa”. Camilo reaccionó instintivamente: “¿Qué significa asumir una posición política?” “Significa reconocer que somos seres humanos con derechos y deberes, somos libres para decidir sobre nuestro propio destino en comunión. Los jefes sobran, porque son parásitos que están para extraerles la sangre al pueblo. Aunque no crean, pero, la historia la hace el pueblo y no esos engreídos de la clase alta”. Tío Agustín y Camilo, se miraron entre sí, queriendo decir todo y nada. La confusión cundió en ellos. El discurso de Balvin resultaba lacerante e incomprensible. Sin embargo, querían saber más. “¿Qué tiene que hacer el pueblo para hacer el cambio que tú quieres?”, preguntó Camilo. Balvin se encogió de hombros, levantó su mirada en busca del sol, que permanecía oculto entre la densa neblina. “Hace tarde”, dijo. “Tú pregunta es corta, pero, necesita una respuesta amplia y compleja, creo que sería tema de otro encuentro, queridos camaradas”, Tío Agustín y Camilo estuvieron de acuerdo. Recogieron los trebejos con sigilo y después de un fuerte abrazo, se despidieron, partiendo por distintos caminos, con la promesa de concretar un nuevo encuentro.

Balvin comprendió que debía mudarse de la casa de Camilo. Era cuestión de seguridad. Camilo era consciente al advertir que era un ideólogo de marca mayor y que podría caer en manos de la columna collareja que se desplazaba por su región. Era un hombre radical, humano que no gustaba de los partidos tradicionales. Empacó los trebejos y después de despedirse de Alisaid, conversó largamente con Camilo sobre diversos temas. Canceló el salario y lo convocó a volver en cuanto se dieran las condiciones. “Tus ideales son hermosos, pero irrealizables en un pueblo ignaro y analfabeta político, que se mata no por la vida, sino por un simple color que le impusieron a raja tabla con sangre humana.

Balvin sonrió, agradeciendo la hospitalidad. “Los cambios son duros, dolorosos, pero se dan más temprano que tarde”, dijo. “Las dictaduras son efímeras, los pueblos eternos. Ellos sabrán descifrar la historia en su momento justo. En ese duro recorrido, muchos inmolados caerán, no hay discusión, por cuanto hay que decirlo con franqueza, la lucha de clases es a muerte, no hay medias tintas, como uno quisiera. Se necesita la unidad del pueblo liberal y el pueblo conservador para transformar el país, no hay otro camino para alcanzar la libertad y pasar de oprimido a opresor”. Después del fuerte abrazo que se prolongó por varios minutos, Balvin partió con sus cachivaches acuestas por el estrecho camino cuando la noche comenzaba. Camilo lo vio alejarse con melancolía. “Es un héroe”, dijo para sus adentros, regresando a la cocina donde su mujer lo esperaba con la cena.

Balvin se movía en el camino retorcido y cascajoso con agilidad felina. A grandes zancadas iba devorando la distancia. La luna, coqueta, aparecía por momentos entre la nube, momento que utilizaba para avanzar con más rapidez. El descenso era empinado. Sabía que antes que lo sorprendiera la aurora, tendría que pasar al otro lado, después de cruzar el río de agua pura y cristalina que bajaba oronda sobre el lecho de piedras pulidas de todos los colores y tamaños. Estaba atento al ruido de la noche. En el columpio del Mango, un perro negro con ojos brillantes, se atravesó en el camino. Quiso ladrar, pero Balvin lo detuvo entregándole un hueso de gallina. El canino lo miró, lo olfateó y lo devoró. Más adelante, Balvin pudo constatar que el misterioso perro lo seguía conservando la distancia. “¿Quién será el dueño de este noble animal?”, pensó Balvin sin dejar de caminar. Consciente que el perro es el amigo más fiel del ser humano, admitió su compañía, la familiaridad iba creciendo paulatinamente mientras descendía por largos canjilones. Al salir de uno de éstos, el perro cruzó muy cerca cogiendo la delantera. Balvin no pudo evitar un estremecimiento glacial, un raro presagio se apoderó de él. Se detuvo mirando el escabroso camino. El canino también se detuvo y acezante esperó, recostado en la fresca hierba mojada por el rocío. Pocos metros los separaban de la corriente hídrica. El perro husmeaba y a intervalos movía la cola, como intentando comunicar algo, que Balvin no entendía perfectamente, pero que sí intuida. “El peligro ronda”, dijo Balvin nervioso. Estaba a punto de cumplirse la media noche. Recordó las historietas que contaba su padre con tanto dramatismo. Decía que era normal que a la media noche Lucifer se mantuviera en las cañadas y riachuelos caminando en procura de asustar a los transeúntes que pasaran por allí. Prefería a los borrachitos que no llevaban el alimento a su mujer y a sus hijos. Rio nervioso. “Todo es posible”, pensó.

Tiró al noble animal otro hueso de gallina y el animal lo devoró contento agitando la cola esponjosa. Lo miró con detenimiento y no le encontró ni siquiera una pequeña pinta de otro color. Era completamente negro azabache. Su piel brillaba con la luz de la luna. Su piel se erizó y sintió que la cabellera se movía. “Nada hay sobrenatural, todo es natural”, pensó imprimiéndose ánimos, reanudando la marcha. El perro hizo lo mismo. Jadeante avanzó. El siguiente canjilón era largo y estrecho. El perro se detuvo con brusquedad comenzando a aullar. Era un quejido lúgubre y lastimero. El graznido de animales nocturnos quebrantó el silencio de la medianoche. Balvin se detuvo, pensando que todo es natural, intuyendo peligro. “El peligro sí existe”, dijo. Se detuvo, desenfundó el arma que le había regalado Camilo y mirando a su alrededor avanzó despacio. Calculaba cada paso que daba, colocaba el pie sobre las hojarascas, evitando hacer ruido. Estaba cerca del río que separaba las dos regiones. El perro se detuvo y parapetado en un montículo no paraba de aullar. No avanzaba. Tenso, Balvin apuntaba con el rifle, mirando instintivamente para todos lados.

Al doblar la pequeña curva, la sorpresa fue mayúscula: Atravesado un ataúd color caoba impedía su paso. Desconcertado se detuvo y mirando a su alrededor apuntando con el rifle, volvió la mirada al catafalco. No atinaba a ordenar las ideas, mil pasaron por su cabeza en un santiamén: Retroceder, gritar, pedir auxilio, orar, maldecir, disparar. Sentía la lengua pesada, bien parecía bagazo, los movimientos se hacían lerdos, sentía que flotaba. Dio varios pasos atrás, tanteando un desvío, pero la oscuridad era total, por cuanto la luna se había ocultado. Después de divagar y pensar cosas inverosímiles, entendiendo que no podía retroceder y que prácticamente, estaba atornillado por el pánico, Balvin se le ocurrió como medida salvadora serenarse, recordó el consejo de su madre que decía que todo problema, por complejo que éste fuera, tiene solución. Era consciente que estaba ante un problema singular que había que resolver. Buscó un montículo y se sentó, atravesando el rifle entre sus piernas. Tomó aire despacio por la nariz y lo expulsó despacio por la boca en varias oportunidades. La sangre fluyó y Balvin pudo analizar con más coherencia la problemática.

La primera hipótesis era pensar si aquello era un fenómeno natural o sobrenatural. El susto había generado la duda. Por un instante pensó que el formidable edificio de la ciencia se había desplomado, por el simple hecho de hallar un ataúd a la medianoche atravesado en el camino impidiendo su paso. Le dio vueltas al asunto, colocándolo en distintos planos, concluyendo que no tenía fundamento pensar en un fenómeno sobrenatural. El ataúd es madera, es una obra del obrero, en este caso el carpintero. ¿Qué sentido tiene pensar en cosas de ultratumba? Por primera vez tuvo claro el daño de la religiosidad en el proceso evolutivo de la humanidad. Recordó lecturas polvorientas que afirmaban que el único ser capaz de crear dioses y mundos inverosímiles son los seres humanos, así, pues, se podría explicar que el Dios no crea al hombre, sino que el hombre crea a Dios a su imagen y semejanza. “Más claro no canta un gallo”, pensó mermando un poco la intensidad que lo agobiaba.

La siguiente hipótesis era pensar que aquello era obra humana. Alguien vino e instaló el catafalco. ¿Una broma? ¿Una amenaza? ¿Qué fines perseguía el individuo o los individuos que hicieron dantesca obra? Pensó en la relación entre causa y efecto. Para Balvin tenía que haber una motivación con unos fines específicos. Pero, ¿Cuáles?

Pensó algo sobre el simbolismo, analizando que posiblemente por ahí era el camino para consolidar una verdadera hipótesis e incluso, una teoría; dedujo que los aborígenes se desfiguraban el rostro para atemorizar al invasor.  En esas condiciones, aquel catafalco podría ser un invento para atemorizar, pues el objeto tenía estrecha relación con la muerte. La muerte era la constante en toda la región por la cruda violencia entre liberales pobres contra conservadores pobres. Así, el ataúd podría interpretarse como una puerta de entrada o de salida o quizás, un portón que había que cruzar.     

Meditó, igualmente, que habría que considerar si aquel objeto tenía un efecto pretérito, presente o futuro. Si era algo que se había usado con fines específicos, se proyectaba o se había proyectado. Una primera conclusión: No era un tema fácil de digerir. Recordó la historieta que recorría la vasta región de boca en boca y de generación en generación de que a un borrachito se le había atravesado un ataúd similar cerca de una cañada oscura y que alguien le había dicho que eso tenía solamente dos opciones: La bruja quería enriquecerlo o alguien intentaba matarlo. Para un viernes santo arriesgó cruzar por allí hacia la medianoche y encontrándole, le prendió cuatro cirios y al consumirse, el sarcófago comenzó a moverse y chirriar, entonces el campesino con un látigo de cuatro ramales lo golpeó hasta que la tapa de éste se abrió y una mujer, totalmente de blanco, pidió que no la golpeara más y la siguiera. Llegó a una casona de dos pisos y convirtiendo sus manos en alas voló, regresando con un pequeño barretón, encaminándose a un naranjo repolludo, clavando el barretón y ordenándole que al otro día regresara al mediodía y escarbara con el compromiso que no la delatara. Dice la historieta que con el transcurrir de los meses, aquel pobrecito “misteriosamente” pasó a ser el más rico de toda la región.

Recordando la historieta le generó risita burlona, considerando que era la gran generación crédula que habitó el mundo con increíble candor. Era tanto la candidez que los niños hasta bien entrada sus edades, pensaban que el Niño Dios traía los regalos el 24 de diciembre por la noche. Ni remotamente pensaban incluso, sus progenitores que todo aquello era idea de la sociedad de consumo. Ese era el gran Niño Dios: Comprar para consumir. La evocación fue breve.

Después de analizar con detenimiento cada opción, se decidió a actuar, como dijera el dicho: “A Santa Rosa o al Charco”. Era consciente que no tenía otra opción. Se incorporó y avanzó con el rifle en alto, listo a ser usado. Calculó cada movimiento. A un metro del catafalco, lo miró con detenimiento, golpeándolo con el pie derecho. Fue un golpe seco y contundente. Se elevó cayendo desbaratado al lado del camino. Era una réplica hecha en papel cartón. Apenado consigo mismo continuó su marcha, lamentándose el tiempo perdido en tan elemental emboscada.

Si bien aquello ocultaba un mensaje de advertencia, no era para haber perdido tiempo. No obstante, pensar en el mensaje lo mortificaba, no era buen augurio. Por el contrario, tenía que asumirlo así o cuando más en una amenaza. Sin dejar de avanzar, recordó la trillada frase del poeta chileno Pablo Neruda: “Para nacer he nacido”. Cruzó el sonoro río usando una guadua como puente, suspendido en cable carcomido por el óxido. Estaba en territorio nuevo. El camino era estrecho y cascajoso, con una pendiente pronunciada. Remontar la cresta de aquella cordillera antes del amanecer resultaba vital para sus planes. Sofocado no detenía su marcha, advirtiendo que la muerte deambulaba por el entorno. Pensaba que había dejado el territorio de liberales moderados, para entrar al territorio de liberales radicales. Era consciente que todo mundo lo señalaba como godo, por el simple hecho de provenir del pueblo ubicado al otro lado del río.  “Si el pueblo tuviera libertad de pensar, sabría perfectamente quien soy”, pensaba mientras avanzaba sin hacer pausa. “No es así – seguía pensando – el derecho de pensar es exclusividad de los de arriba”.

Al superar la corta curva pudo observar que alguien caminaba por el mismo camino, en sentido contrario. Comenzaba a amanecer y el bullicio de los pajaritos de árbol en árbol buscando el sustento, semejaba una espléndida sinfonía. Se detuvo y observó el individuo que se acercaba desprevenido. Era acuerpado y robusto, lo podía ver en la penumbra del nuevo día. Al verlo, el desconocido saltó como un leopardo huyendo por el espeso monte. Desapareció en fracción de segundos. Balvin sorprendido no tuvo tiempo ni siquiera de ubicar la retirada del individuo, se limitó a mirar el lugar por donde escapó. Se acercó al lugar y observando el piso y las ramas, se pudo dar cuenta que el sujeto iba herido, pues había dejado huellas de sangre a su paso. “Maldita violencia”, dijo para sus adentros, reanudando la marcha con más precaución. No había caminado mucho trecho cuando observó que dos individuos corrían vociferando con los revólveres en sus manos encalladas. Nervioso, se ocultó en el espeso follaje y conteniendo la respiración estuvo atento, mirando desde allí a los dos labriegos. “Va herido”, decía uno de ellos siguiendo el rastro de la sangre, mientras el otro estaba atento al movimiento del monte en procura de evitar una emboscada. Pasaron muy cerca de Balvin, quien pudo percibir la respiración asfixiada de aquellos individuos pregoneros de la muerte. Vio en sus miradas la sed de venganza, pensando que el país se estaba desangrando por un odio visceral engendrado por los de arriba. Nervioso esperó que pasara el tropel, continuando la marcha. En una pequeña explanación había un ranchito humilde techado de platanilla. De él comenzaba a salir humo. Observó a su alrededor con detenimiento pudiendo establecer que un par de ancianitos habitaban el ranchito. Se acercó despacio. Mientras la ancianita acercaba los tizones y los carbones, el viejito conversaba sobre la compleja situación de orden público. No llegó por el caminito, lo hizo por el otro lado, cogiendo a los longevos, quienes sorprendidos literalmente quedaron paralizados. “No se preocupen”, se apresuró Balvin a decir. “¿Cómo no nos vamos a preocupar si seguramente tú vienes a matarnos?”, dijo la abuelita dejando de acercar los tizones entre sí para generar fuego. “Por supuesto que no, dijo Balvin, soy un caminante extraviado”.  

Poco a poco la tranquilidad volvió al humilde hogar. “Siéntese”, dijo la ancianita mostrándole trozo de madera acondicionado como asiento. Cansado y sudoroso, Balvin no se hizo de rogar, descargando a su lado el fardo que lo acompañaba. “De aquí, no se va sin desayunar”, dijo el anciano mirándolo de pies a cabeza con cierto disimulo. La ancianita raspó el tarro donde guardaba el café y con movimientos lerdos preparó la bebida. En un pocillo desorejado, pero aseado, sirvió el tinto. “Toma”, dijo. Gustoso, Balvin, bebió el contenido con cierta avidez, mientras miraba disimuladamente el entorno. “¿Por qué tan solos?”, preguntó. El anciano se estremeció de pies a cabeza, no sabía qué contestar. Balvin reconoció al acto su imprudencia, sabía que nadie se atrevía a conversar y menos preguntar, responder sobre la realidad concreta de cada uno. Cambió de tema, preguntando cuánto tiempo viviendo en este lugar. “Toda una eternidad”, dijo el anciano frunciendo el ceño.

La mañana soleada despuntaba. El firmamento cerúleo. Balvin recorrió el entorno de la casita con cierta curiosidad. Acompañó al anciano a la huerta a traer el cilantro para el desayuno. Era un huerto frondoso. El verano no había hecho estragos, porque todos los días las plantas recibían muy temprano, lluvia artificial que el anciano manejaba con precisión. La vista era impresionante, oceánica. El profundo cañón verdoso con pequeñas chocitas distanciadas unas de otras. El Estado no hacía presencia por este paraje, solo durante el período electoral venían personajes de la capital, anunciando que ellos eran el cambio, el progreso y el desarrollo. Prometían hasta la eternidad, promesas que se diluían una vez pasaba la elección. Nadie volvía a hacer presencia. Era la constante, siglo tras siglo. “¿Tiene familia?”, preguntó Balvin, mientras olía el manojo de cilantro que sostenía el anciano en sus encalladas y temblorosas manos. El anciano se detuvo y mirando a Balvin, después de mirar a su alrededor con meticulosidad, dijo que sí, pidió que se acercara para contar mejor la cruda historia. Suspiró con dificultad. Sus ojos se nublaron, al contar que no tenía conocimiento de su familia, era padre de un hijo que había sido asesinado por la chusma al decir que era godo, cuando en realidad no era cierto, simplemente era un joven que se dedicaba al trabajo y poco le gustaba el tema político, eludía el tema, pensando que lo importante era el trabajo, cumpliendo fielmente los diez mandamientos de la ley de Moisés. Con nadie se metía, no frecuentaba las cantinas, ni los prostíbulos, tenía una noviecita también emprendedora con la que ya había fijado fecha de matrimonio, pero la envidia de quien carece de valores, cayó sobre él como una tempestad huracanada y una mañana fue sacado por dos desconocidos con el cuento que necesitaban transportar un enfermo a la ciudad, pero en realidad fue la estratagema para asesinarlo por la espalda con varios impactos de arma. “Yo escuché los disparos, justo en que me disponía a levantarme, sentí un escalofrío y sin pensarlo acudí al sitio de los disparos. Lo encontré bocabajo, mientras la sangre manaba en grandes cantidades. Creí morir. Lo abracé y le supliqué que no se muriera, pero ya estaba muerto. Los asesinos corrían como liebres entre los matorrales con destino al pueblo. Tiempo después, alguien comentó que los maleantes habían sido enviados por el directorio liberal, pues la orientación nacional era desaparecer a cuanto godo apareciera”.

Balvin escuchando esta historia, sintió que su corazón se fragmentaba, no podía comprender tanta sevicia por un miserable color, que nada tenía que ver con la humanidad y el humanismo. No podía admitir que un régimen arremetiera contra lo más sagrado: La vida. Miró ensimismado al anciano que se inclinaba para observar de cerca el surco, su corazón arrugado, pensaba en la brevedad de la vida, en el paso fugaz por la tierra, se decía con insistencia: “¿Qué somos ante el infinito?” y él mismo se respondía con convicción: “Nada”. Cuando el anciano levantó la mirada, Balvin se dio cuenta que era un mar de lágrimas silenciosas. No era para menos. Se acercó y le golpeó el hombro. “Cada quien cargamos con la cruz que el sistema nos ha impuesto, buen hombre. No cabe duda: Su hijo es un mártir de la paz y la justicia, que nos ayudará a desarmar esta máquina de guerra y de violencia, que han inventado los que nunca van a la guerra”.

El anciano no contestó, suspiró, encaminándose a la vivienda con el manojo de cilantro, seguido de Balvin que lo miraba ensimismado sin chistar palabra. La enclenque mesita de madera rústica que amenazaba con caerse, fue el comedor que utilizó Balvin para desayunar un caldo sin sustancia, plátano pintón y café oscuro. “No tenemos más, señor – dijo la ancianita – pero lo hacemos con amor”. Balvin volvió a estremecerse. “Este es el pueblo – pensó – humano demasiado humano, diría Federico Nietzsche”.

El fresco sol de la mañana entraba desafiante al pequeño corredor terroso de la humilde vivienda describiendo figuras caprichosas. “¿Qué es lo que ustedes más necesitan?”, preguntó Balvin, quitándose los residuos de los dientes. Casi en coro contestaron al unísono: “¡Paz!” Balvin no esperaba esa respuesta. Asombrado los miró. “La paz es el fundamento, porque permite trabajar, hacer producir la tierra y llevar a las plazas mucha comida. Hay platica y nadie está pensando en hacerle mal al otro. ¿Me entiendes?”, dijo ancianito caminando hacia la desvencijada portezuela de la casucha.

“¿Quién hace la violencia?”, preguntó nuevamente. “Los que no van a ella”, dijo la ancianita mientras recogía los platos de la mesita. Balvin desconcertado, llegó a preguntarse quiénes eran aquellos viejitos. Los miró en detalle asombrado. “¿Qué sienten hacia los maleantes que mataron a su hijo?” “Pesar, lástima”, respondió la viejita dejando escapar un suspiro prolongado. “Yo sentiría odio visceral”, dijo Balvin con toda la seriedad del mundo. “El odio engendra odio y el odio violencia. Nosotros queremos paz, no violencia”, insistió el ancianito preparando el azadón, su herramienta de trabajo.

Al despedirse, Balvin entregó hasta el último centavo que tenía. Los abrazó con ternura y se marchó. La meta estaba distante. La pendiente no era fácil de superar, el camino agreste con cortas travesías, a veces se hacía intransitable. El sol se hacía más intenso, eran pequeñas agujas hipodérmicas que se incrustaban en su piel. El sudor bañaba su cuerpo. Sin embargo, no hacía pausa. Pensando en Camilo y Tío Agustín, se detuvo bajo el frondoso arrayán a descansar, pensando que no toda la humanidad era mala. Incluso, tuvo la conjetura que son más los buenos que los malos. Sumergido en sus meditaciones, Morfeo lo abrazó suavemente. Lo despertó una carcajada estridente. No podía creer, pensando que estaba soñando se movió como un gusano incorporándose. Ante él y tan sudoroso estaba Tío Agustín, sonriente y efusivo. Se incorporó como un resorte, incrédulo y meditabundo. La sorpresa fue mayúscula. Disparó una cascada de preguntas unas tras de otras. Tío Agustín, quitándose el sudor y respirando profundo, se sentó en la hojarasca, entregando a su amigo un fiambre. “No podía dejarte solo”, dijo.  “Vengo a ponerme a tu disposición, creo que esto tiene solución”, agregó, volviéndose a quitar el sudor de la frente. Un poco más calmado, pero sin salir de su asombro, Balvin lo observó de pies a cabeza, recordando el encuentro y su forma de pensar. “¿Qué te animó?, dime”, preguntó. “Tu planteamiento”. Balvin sonrió. En aquella agreste altura montañosa había encontrado un simpatizante de la causa que lo animaba. Si había llegado hasta allí, era porque estaba convencido del proyecto. “No te ofrezco más que una trinchera de lucha”, dijo Balvin. “La acepto con honor”, contestó Tío Agustín saboreando su fiambre.

Minutos después reanudaron la marcha. “Yo conozco la región como la planta de mi mano”, dijo Tío Agustín, tomando la delantera. “Tengo muchos amigos conocidos”. “Es importante conocer el terreno y tener amigos, pero no todos deben saber del proyecto”, dijo Balvin. “Es cierto”, contestó Tío Agustín, sin dejar de caminar. Dijo que en toda la cresta de la montaña había un pequeño caserío y que al cruzarlo y descender había gente de confianza. Balvin propuso no entrar al caserío y más bien hacer contacto con los amigos de confianza. “Estoy de acuerdo”, dijo Tío Agustín, señalándole un pequeño desvío recubierto de espesa vegetación. La intrincada manigua dificultaba el paso. Al cruzar al otro lado, sobre un montículo, se detuvieron para divisar el pequeño caserío. Se veía adormilado y taciturno. “Parece solitario”, dijo Balvin. “Es un pueblito golpeado por la violencia, en varias oportunidades la chusma ha hecho presencia y ha matado a muchos habitantes acusados de godos y patiamarillos”. Balvin no contestó. Bajó la mirada para tomar una ramita de una planta olorosa, rechazando la información. Un vientecillo refrescó sus rostros sudorosos, reanudando la marcha, caminaban por el espinazo de la imponente cordillera. En la distancia, un grupo de campesinos avanzaban en sentido contrario. Venían conversando, dejando escapar a intervalos sonoras sonrisas. Balvin consideró que los labriegos no se enteraran de la presencia de ellos, optando por ocultarse tras un corpulento arrayán frondoso. Pasaron muy cerca de ellos, comentando el parrando donde al parecer cada uno conquistó su hembra. Cada quien contaba su proeza al conquistar, entre estruendosas carcajadas y comentarios obscenos. “¿Conoce a esos labriegos?”, preguntó Balvin. “Son propios de la región, montunos que nunca han salido a la ciudad”, respondió al retomar el camino. “Disfrutaron el fandango”, dijo con ironía Balvin. Ambos rieron.

En un recodo del camino, entre frondosos y corpulentos árboles, había una pequeña habitación, como todas las habitaciones de la región. “Ahí, dijo Tío Agustín, podemos pasar la noche. Son campesinos de entera confianza”. Después de mirar a su alrededor, Balvin consideró que era un lugar estratégico y así se lo hizo saber a su amigo. Arturo, estaba en el corredor, desgranando unas hermosas mazorcas en el piso terroso, mientras saboreaba su tabaco. Era bajito y dicharachero a pesar de su avanzada edad. Al verlo, gritó alborozado, poniéndose de pie. “Milagro, milagro, milagro”, dijo en voz alta, llamando a su mujer Etelvina que permanecía en la pequeña cocina. “¿Qué es tanto escándalo?”, dijo la fémina, apareciendo en el marco de la cocina, limpiándose sus manos con el delantal. “Mira, mira, quién llegó”, contestó mientras avanzaba apoyado en el bastón. Abrió el pequeño portón de madera tosca, abrazando a su amigo con emotividad. Etelvina, con sus achaques de salud, fue a su encuentro apretándolo contra su pecho. Balvin, contemplaba la escena con alegría, al confirmar la efusividad como los campesinos recibían a Tío Agustín. Al presentar a su amigo, Tío Agustín, dijo que prácticamente era un hermano que había hallado en el desierto crudo de la violencia. “Sus amigos son nuestros amigos”, dijo Arturo, frotándose sus arrugadas manos.

Después del soleado día, éste moría, llegando el fresco atardecer. “¿Cómo están las cosas en la región?”, preguntó Tío Agustín acomodándose en la pequeña y tosca banqueta que Etelvina había colocado a su disposición. Arturo miró instintivamente a Balvin, quien se mantenía atento. Entendiendo el mensaje, Tío Agustín contestó que podía hablar con entera confianza en presencia de Balvin, porque era una persona preparada y buen corazón. Arturo asintió con la cabeza, narrando la grave situación de orden público que se vivía en el entorno. Dijo que, a su modo de entender, la violencia había pasado a una segunda fase, más preocupante y dolorosa: El abigeato. Si bien todavía el labriego se mataba por los colores, sobre todo en estado de alicoramiento o por venganza, ahora se amenazaba por el bien ajeno hasta del mismo copartidario. “No puede ser”, dijo boquiabierto Tío Agustín, mirando asombrado a Balvin, quien también se declaraba sorprendido con la noticia. No asimilaba la pandemia de la violencia y su degeneramiento, según relataba don Arturo con simpleza. Etelvina informó que la cena estaba lista, que dejaran sus trebejos en los pequeños cuartos y que pasaran al comedor, una mesita angosta y alargada.

Después de la cena caracterizada por la fraternidad y la sencilles propia del campesino, Balvin y Tío Agustín, prepararon sus camas, con la orientación de Etelvina y la asesoría de Arturo. “Es todo lo que les puedo ofrecer”, dijo Arturo. Balvin y Tío Agustín rieron, agradeciendo la hospitalidad. La luz del espelma iluminaba los cuartos. “¿Se van a acostar ya o preparo un tinto?”, preguntó Etelvina regresando a la cocina. Arturo reaccionó. “Es necesario la tertulia, dijo mirando a Tío Agustín, ustedes no pasan todos los días”.

La iniciativa entusiasmó a Balvin. Era la primera vez que un campesino se inclinaba por el conocimiento. “Qué interesante”, pensó, mientras hurgaba la vieja maleta en busca de algunos documentos, la vieja libreta de apuntes y el esfero. Tío Agustín, se frotó las manos llamadas por el interés de conocer Arturo qué estaba pasando en otras regiones del país. “¿En dónde nos acomodamos?”, preguntó “Detrás de la casa hay un pequeño corredor”, dijo, moviendo los rústicos asientos con entusiasmo, mientras tanto, Etelvina llevaba el candelabro, colocándolo en el centro, sobre una pequeña y rústica mesita de madera.

“¿Cómo está la situación en otras regiones del país?”, preguntó ansioso Arturo. Tío Agustín dijo que era pertinente escuchar primero el informe sobre la situación de la región. Arturo relató la situación de la gran región llamada Montegrande: La cruda violencia no hace pausa, son varias las masacres y los asesinatos que se vienen presentando. Los pájaros del otro lado del río han intentado penetrar al territorio por distintos flancos, pero la dura resistencia de la chusma lo ha impedido. Eso hay que reconocerlo. Sin embargo, el heroísmo no es impedimento para hacer fuertes críticas al comportamiento de la columna. No ha dudado en asumir posturas vandálicas hasta con los mismos copartidarios, no duda en sembrar el terror para que el labriego deje su terruño abandonado o tenga que venderlo a mitad de precio. Se han presentado casos de violación, se rumora que son miembros de la columna. Antes el campesino veía en ella, un apoyo, respaldo. Era motivo de alegría que pasara por la finca, campara algún tiempo. El campesino asistía con moral y esperanza de que fuera la garante del respeto de los derechos humanos y el cuidado de los bienes. Todo eso es historia pasada. El arma se ha vuelto contra el campesino, una simple sospecha es motivo de fusilamiento. Por lo menos, una docena de jóvenes han sido ejecutados sin juicio, sin el derecho a la defensa y a controvertir las acusaciones. Las violaciones son permanentes, pero nadie tiene derecho a chistar nada, so pena de ser calificado de patiamarillo. Las desapariciones no paran, es el pan nuestro de cada día. Algunos cuerpos se han podido rescatar y recibir cristiana sepultura, gracias a los gallinazos. Todo mundo está pendiente de estas aves carroñeras. Nadie puede transitar de noche. El jefe político solo viene en vísperas de elecciones a orientar por quién votar. Cada quien recibe la papeleta, ninguno está autorizado leer por quién sufraga. Así, podría dar por terminado el informe.

Balvin y Tío Agustín cruzaron miradas de asombro. El relato había sido crudo y directo, diríase sin anestesia, lo que confirmaba la tesis de la descomposición social y económica que se acentuaba con el transcurrir de los días. El romanticismo de defender un Partido estaba desapareciendo para dar paso al pillaje. Arturo lo confirmaba con su detallada exposición. Etelvina que se había mantenido silenciosa, tomó la palabra para decir que la situación de la mujer era dolorosa, se había convertido en trofeo de guerra, sin ningún tipo de derechos y consideración como ser humano. “Somos bagazos”, dijo mirando a los contertulios con determinación. No era bien hablaba, pero su exposición estaba cargada de sentimiento, un sentimiento que rasgaba sus entrañas. “Somos blancos de los bajos instintos de los que dicen luchar por nuestros derechos. Las niñas de la comarca no las dejan cumplir su mayoría de edad, como dice la escritura y la misma constitución nacional. Nada de eso. Es impresionante. Y, ¿En dónde acude uno de mujer a quejarse y buscar apoyo real y concreto? A ninguna parte, estamos condenadas a ser simples objetos de placer, juguetes expuestos al mejor postor.  

La vecina, misiá Carlina, tiene dos hijas hermosísimas, son flores de la región. Al terminar el mes de diciembre del año pasado, apareció la columna por su casa y el comandante se empecinó en reclutarlas. El forcejo fue tremendo. Misiá Carlina se opuso y con valentía dijo que tendría que la columna pasar por encima de su cadáver. Estuvo tan decidida misiá, que el comandante postergó su reclutamiento fijando nueva fecha. En ese lapsus de tiempo misiá Carlina, ferió su pequeña parcela y recogiendo los pocos pesos prestados y fruto de negocios, se marchó a la ciudad, dispuesta a engrosar los cinturones de miseria. El hecho causó malestar en la comunidad, era imposible que una viuda trabajadora y emprendedora, que merecía todo el respaldo de la columna y la sociedad en general, fuera golpeada y de qué manera.

Este suceso fue comentado ampliamente en la región, pero el drama para esta mujer no terminó allí. Colocó el problema en manos de la autoridad del municipio, el inspector que atendió el caso era un joven bonachón, dicharachero y de poca moralidad. Al parecer era cuota política del cacique de la región, pues todo el mundo decía que no tenía mayor conocimiento científico de las leyes y de los códigos. Se la pasaba jugando juegos de azar y enamorando niñas ingenuas que pasaban por allí.

Al ver las tres mujeres, todas hermosas, el funcionario no sabía qué hacer, se movía por el pequeño espació de la inspección como león recién atrapado. Las miraba con lascivia, quería tocarlas, manosearlas. Misiá Carlina al darse cuenta, no era tonta, se ofuscó y poniéndose en pie exigió respeto. “No somos prostitutas, somos campesinas desplazadas”, dijo. El funcionario quedó de una sola pieza. No sabía qué contestar. Adelantó la diligencia con prontitud, pensando en las consecuencias. Al parecer ya tenía acumulado dos memorandos, un tercero sería para destitución fulminante. Pidió excusas, solicitando que no se malinterpretara su comportamiento, era la forma de relacionarse con público y generar así confianza y seguridad, explicó mientras adelantaba trabajo. A misiá y sus muchachas las devoró la ciudad, nadie sabe su paradero.

También relató Etelvina la problemática relacionada con el hurto, la pérdida constante de gallinas, cerdos, chivos, ganado caballar y mular. Tener un animalito es un desafío. Si ustedes recorren la región se podrán dar cuenta que el campesino ya no tiene animalitos en sus fincas, ¿Para qué?, dijo apesadumbrada, al incorporarse para acercar a cada uno un caliente y delicioso tinto. “Nada ha cambiado”, dijo Tío Agustín. Balvin lo miró sin decir palabra, limitándose a saborear la caliente bebida.

La noche avanzaba. El viento silbaba. La tertulia continuaba. Tío Agustín, comenzó su exposición lamentando la situación de orden público en la vasta región, afirmando que en realidad era una gráfica exacta de lo que estaba sucediendo casi en todo el país. Quizás, lo novedoso sería el aumento del hurto, recordando que anteriormente nadie se robaba un hilo, era cuestión de dignidad respetar los bienes del otro. “El contrincante era asesinado, pero se respetaba sus bienes”, dijo con claridad. La violencia era política, se trataba de imponer la tesis liberal o conservadora, conservatizar el país como lo había solicitado el monstruo Laureano Gómez o el mismo Mariano Ospina Pérez. Esa era la causa de la violencia que seguía moviéndose por todo el país con entera libertad. La otra característica es que es pueblo contra pueblo el que se está matando, los jefes no están al frente asumiendo riesgos. Tengo la sensación que los jefes de bando y bando comen en el mismo plato. Por lo menos, es mi tesis, dijo, la cual puede resultar descabellada e insólita. Diría es una hipótesis que está para su confirmación o negación.

Balvin, que no paraba de escribir en su vetusta libreta, consideró que le había llegado su turno. Cerró con pausa la libreta y mostrando una hoja suelta con un corto pero ordenado esquema, comenzó su disertación. Inicialmente, analizó los informes planteados, lamentándose de los hechos acaecidos, que no tenían ninguna presentación. Es de avergonzarse la especie humana de las demás especies, dijo.

¿Quiénes somos realmente? ¿Por qué somos así? Serían como las dos preguntas sobre las cuales quisiera cabalgar, con la finalidad de tener una mediana idea y comprender así la situación dolorosa que vive el país, con especial énfasis la región que estamos caminando. Creo que hasta ahora hemos actuado con la emoción y de lo que se trata es de actuar con la razón para entender la dinámica de la vida humana y, sobre todo, su transformación. La humanidad no está condenada a la violencia y a la desazón. Al contrario, está predestinada a la felicidad, la convivencia pacífica y a disfrutar cuanto existe con responsabilidad y compromiso social.

Tampoco está condenado a la división social, en la que unos mandan y otros obedecen. Todo es una engañifa que nos ha impuesto una clase social sobre mentiras, infamias, calumnias y violencia. Sí, sobre violencia. Todo es movimiento y cambio, porque todo fluye constantemente. Heráclito, un pensador griego de la antigüedad, dijo con nitidez que uno no se bañaba dos veces en el mismo río, ¿Por qué? Porque todo fluye. Al principio todos éramos iguales, la tranquilidad reinaba en todo el universo, no existía la ambición, tampoco la usura y la explotación. La generosidad de la naturaleza colocaba todo sin privilegio alguno al servicio de todos. No existía la idea malvada de tomar lo que le correspondía al otro, yo tomaba lo que necesitaba para vivir bien. La paz era total, porque nadie se metía en los predios del otro, nadie avasallaba y ambicionaba el esfuerzo del otro. Repito: Todo era de todos.

Ese período se conoce en la historia como primitivismo. Se imponía el socialismo primitivo, porque la maldita propiedad privada no existía. Nadie hablaba de explotación y menos de esclavizar al mismo ser humano. El mundo comenzó a resquebrajarse cuando la mente perversa de algunos parásitos, oportunistas y sin corazón, comenzaron a apoderarse de los residuos que la sociedad iba dejando como reserva. Poco a poco surgió en la mente de algunos el concepto de propiedad privada. Concepto desde su origen untado de sangre, engaño y perversidad, porque los más fuertes comenzaron a apoderarse del derecho de los más débiles, éstos reaccionaron y exigieron la profundización del socialismo primitivo. La respuesta fue la imposición del esclavismo, un período doloroso y vergonzoso de toda la humanidad. No por la vía de la convicción sino por la vía de la violencia, ese grupúsculo se impuso a sangre y fuego. ¿Qué metodología utilizó dicho grupúsculo?, se preguntarán compañeros y compañeras. Un soporte fundamental fue la supuesta teoría del origen divino de la creación humana. Teoría que todavía da vueltas en nuestras cabecitas, teoría que sigue utilizando esa clase social, hoy estructurada, para mantener su modus vivendi.

Dicha teoría dice: El hombre fue creado por un ser superior llamado Dios. Dios es perfecto y lo que dice no tiene vuelta de hoja. Quien se atreva a contradecirlo será llamado ateo y estará condenado al fuego eterno. Se sostiene entonces que Dios hizo a unos para mandar y a otros, la inmensa mayoría, a obedecer. Así, pues, el esclavismo es ante todo mandato de Dios que hay que aceptar con resignación y humildad. Quien así lo acepte tendrá derecho a disfrutar en el cielo, al lado del Padre Celestial, eternamente. Por eso en este período, siempre la iglesia a través de su religión, figura al lado del esclavista y en contra del esclavo. Hace una sociedad pérfida con el esclavista: Yo los atonto con la eternidad y ustedes los explota hasta más no poder.

Con el transcurrir de los siglos, el eje de discusión es la tierra. Quien tiene la tierra, tiene el poder y es el mandamás. Un período oscuro y monstruoso. La iglesia católica pasó a ser en este período la mayor poseedora de tierra en Europa. Juntada con el poderoso, se apodera de la tierra y domina a las anchas. Se da el lujo de vender la eternidad. Usted podía comprar la salvación, muchas veces entregando sus tierras a la santa madre iglesia católica. La historia conoce este período como sistema feudalista. Quien tuviera tierra era un don y el que no la tuviera, era un desgraciado condenado a vivir arrastrado en la paupérrima miseria.

Después de muchos siglos, diríamos que la sociedad conoce una nueva etapa, una nueva sociedad mucho más estructurada y científica: La sociedad capitalista. Esta sociedad desplaza al ser humano del centro colocando allí, el Dios Dinero. En esta sociedad no importa el humano, importa el dinero. Quien lo tenga en abundancia, será considerado un Don, y quien carezca de él, será un pobre desgraciado que para sobrevivir tendrá que vender lo único que tiene: La fuerza de trabajo. Tiene que emplearse por un mísero salario, salario para sobrevivir y palear en una ínfima parte las necesidades de él y de la familia. Y mientras el patrón se hace cada día más adinerado y poderoso, el obrero va en sentido contrario. Es decir, cada vez más pobre, viejo y enfermo.

El fundamento de esta sociedad capitalista son nuevamente la violencia, la explotación y la imposición de una minoría sobre una mayoría. Para consolidarse en el poder se apoya nuevamente en la religión, en la mentira, en la explotación y en la represión. ¿Cuál es la misión socarrona de la religión? Darle estatus a la sumisión y a la resignación con el truculento cuento de la eternidad. “Es mejor perder esta vida en la pobreza y resignación”, dice la iglesia sin sonrojarse, porque según afirma, “el premio está en la eternidad”. En otras palabras: Es mejor perder esta vida y ganar la otra que hábilmente ha creado la iglesia para sostenerse en el poder. La biblia, el supuesto libro sagrado, dice que si una persona le pega una palmada en la mejilla, que resignadamente coloque la otra mejilla. “Eso le agrada a Dios”, dicen los levitas en sus homilías. El pueblo analfabeto y crédulo, lo acepta sin el menor análisis y comprensión. Pensar en esta sociedad, es pecado y, desde luego, peligroso. Nosotros, compañeros y compañera, no tenemos derecho a eso, nuestro único derecho es asumir y repetir maquinalmente el discurso de la clase dominante, clase dominante que el filósofo llamado Carlos Marx dio en llamar Burguesía.

Podrían ustedes preguntar: ¿El capitalismo es eterno? La respuesta categórica es no. Atrás dijimos: Todo está en movimiento, de alguna manera siguiendo las manecillas del reloj. Es decir, de lo inferior a lo superior, de lo cuantitativo a lo cualitativo. No es un movimiento lineal, es un movimiento con avances y retrocesos, diríase en espiral. Incluso, sin el ánimo de crear falsas expectativas, considero que el sistema capitalista está en su ocaso, está muriendo y las perspectivas de un sistema nuevo, diferente se avizora en el corto horizonte: El Socialismo, ya no primitivo, sino científico.

Naturalmente, este sistema no está a la vuelta de la esquina, pero sí es una realidad que ha florecido en algunos países con una esperanza de vida enorme, pues en éste, el centro es el ser humano, es lo más importante, el dinero ocupa un lugar secundario. Esa connotación es importante en la dinámica de comprender a la humanidad como la esencia de todo cuanto existe, fruto del permanente desarrollo, como dije, con avances y retrocesos. En esa dinámica resulta imprescindible recuperar la “capacidad de asombro”, como diría el filósofo contemporáneo, Jostein Gaarder, en su libro intitulado: “El mundo de Sofía”. Es cierto, hemos perdido la capacidad de asombro, nada nos conmueve, estamos a merced de la indiferencia y del sálvese quien pueda. El compañero Arturo lo acaba de decir: Unos pocos organizados en la columna, están dominando a sus anchas a toda una comunidad, numerosa, por cierto. ¿Por qué se da esto? Porque somos analfabetas y porque estamos desunidos, cada quien por su camino y a su suerte. Seguramente, se escuchará el decir tan trajinado en otras regiones: “Quien se queme que sople”. ¿Saben ustedes lo que eso significa? Condenar a la comunidad al ostracismo y a la perpetua explotación del hombre por el hombre. La desunión nos hace débil, la unión fuertes y poderosos.

Para no divagar e ir al grano, les propongo la unión en la región, la fraternidad y la solidaridad. Que el dolor de uno, sea el dolor de todos y todas. El dicho dice: “Uno para todos y todos para uno”. ¿Imposible? No es imposible. ¿Difícil? Sí lo es, porque no hay más complejo, duro y doloroso que el cambio. Todo el mundo sueña con el cambio, pero muy pocos son los interesados en sacrificarse por el cambio, se le rinde culto al facilismo, por eso recibimos las migajas que caen de la mesa del rico Epulón con eterna gratitud. Por una teja de zinc, un bulto de cemento o una simple promesa, nos derretimos y apoyamos a los de arriba sin medir consecuencias. Nos dejamos dividir entre liberales y conservadores, nos matamos por los colores y ahora por el miserable bien del otro, del hermano o la hermana tan sufrido o sufrida como nosotros. ¡Qué horror!

¿Por qué no entender que la violencia que estamos viviendo es un estéril enfrentamiento entre liberales pobres contra conservadores pobres, mientras los que la azuzan, permanecen unidos en la capital o en el extranjero disfrutando las mieses del poder ilegal e ilegítimo con miles de argucias, teniendo como fundamento central la religiosidad, la represión, el analfabetismo y la violencia?

Claro, el pueblo no es pendejo y bruto como muchas veces nosotros mismos nos consideramos, jamás. El pueblo es producto de una serie de factores negativos que le impide ser libre. Un elemento clave es la desunión, la división. La clase dominante nos tiene divididos, dispersos, centrado en el individualismo, en el egoísmo y en el personalismo. Miren ustedes: ¿Cuántas religiones hay en el país? Muchas; ¿Cuántos partidos políticos? Muchos; ¿Cuántas clases sociales? Dos: Ricos y Pobres; ¿Cuántas formas de pensar? Muchísimas; ¿Cuántas formas de actuar? Muchísimas.

Todo ello, dificulta el proceso unitario. Si yo les dijera a cinco premios nobel de literatura que escribieran una definición de literatura, ¿Sería que todos escribirían exactamente la misma definición? ¿Podría decir que esta definición está bien y aquella mal, si los cinco son premio nobel de literatura?

Con esto quiero decir, compañeros y compañera, que el proceso orgánico e ideológico no es tarea fácil, resulta complejo y dinámico, pero no imposible. Muchos murieron intentando llegar al Everest, la cumbre más alta del mundo. Sin embargo, muchos llegaron finalmente, muchos están llegando y muchos llegarán. ¿Por qué? Vuelvo y digo: Porque todo está en movimiento, nada es eterno y dado de una vez y para siempre.

Yo comencé con esta idea loca. En el camino me encontré con el apoyo de Tío Agustín, ahora la solidaridad de ustedes, Arturo y Etelvina de acogernos, darnos posada, comida y oportunidad de expresar algunas ideas, distintas a las que siempre hemos venido escuchando, ideas de odio, de sectarismo, de división, de muerte y de violencia. Ante ese discurso apocalíptico, la propuesta nuestra es: amor, capacidad de crítica, unidad, vida y paz. Les proponemos un Pacto por la vida y la justicia social. He dicho.

Terminó la disertación Balvin y los compañeros siguieron ensimismados, como idos de este mundo. Embelesados permanecieron largos segundos. Fue tal el desconcierto de Balvin que pensó que había arado en el desierto. Pero en realidad, se equivocaba de cabo a rabo. Una vez salieron del asombro y quizás del interés que Balvin siguiera hablando, una lluvia torrencial de preguntas y opiniones inundaron el ambiente, prologándose la reunión hasta bien entrada la madrugada, tanto así que el canto de los gallos, puso fin a la tertulia.

La primera en pedir la palabra fue Etelvina. Después de destacar la disertación, que calificó de extraordinaria y única, interrogó sobre la forma de relacionar a Dios en todo su relato, diciendo que no hay felicidad completa ni perfección alguna, pero que se podía obviar este aparte para que la intervención fuera calificada de perfecta. “Dios es nuestro Padre Celestial, ¿Quién puede estar contra Él, don Balvin?”, dijo un tanto apenada, pero que según ella, era fundamental para clarificar y organizar el proyecto que se comenzaba a construir en la extensa región de Montegrande.

Balvin, atento a los comentarios, los escuchaba con suma atención, mientras tomaba nota en la vieja agenda. No se incomodó por la reflexión de Etelvina. Al contrario, le pareció interesantísima su acotación para despejar dudas y consolidar claridades. Además, era una forma de entender que la mujer campesina estaba dispuesta a la lucha. “Es lo más importante", pensó para sus adentros. Así que recibió con interés, respondiendo la inquietud con paciencia y metodología: “Dios es una idea que cada individuo tiene en su cabeza y que nos la han impuesto a través de los siglos, por dos vías principalmente: Una violenta y otra “pacífica”. Hay que recordar que la religión católica llegó a nuestro continente y se impuso a sangre y fuego. Se destruyó nuestras bellas tradiciones, nuestra cosmovisión desde Ab Yala, para imponer el pensamiento europeo. Todas nuestras creencias fueron calificadas de idólatras y absurdas que merecían el castigo eterno y sus practicantes ser llevados a la hoguera, como efectivamente, ocurrió según relata el clérigo Fray Bartolomé de las Casas. La espada y el crucifijo hicieron pareja para liquidar al aborigen, mal llamado indio. Se calcula que la población de Ab Yala fue reducida en algo más de cuarenta años, de 40 millones a 3 millones. “Crees o te mueres”, era la consigna de los evangelizadores peninsulares. Hay que advertir que el genocidio tuvo otras causas, como las enfermedades venéreas infectocontagiosas, como la sífilis y la gonorrea, etc. porque ha de saberse que la invasión del 12 de octubre de 1492, estuvo a cargo de lo más degenerado de ese continente, lo más sucio y ruin. Hay que decirlo con franqueza: Nos impusieron la religiosidad a la fuerza.

Sin embargo, analizando la situación concreta del pueblo, carece de valor generar un rompimiento del pueblo por sus creencias, máxime si se tiene en cuenta que creer o no creer es una decisión individual. Tal como lo dice el curita Frei Betto: La idea no es dividir al pueblo entre creyentes y no creyentes, no tiene sentido una división de esta naturaleza, quizás el pueblo se debería dividir entre partidarios de la vida y partidarios de la muerte. Quien luche por la paz, la justicia social y el cambio revolucionario es partidario de la primera opción y los que promueven la violencia, el sectarismo y la división del pueblo, se les puede considerar, partidarios de la muerte, del atraso y del subdesarrollo. A sí, pues, estimada compañera Etelvina: Si quieres creer, crea; si no quieres creer no crea, porque es decisión particular que hay que respetar y admirar en una sociedad democrática”.

Arturo, que había estado atento durante toda la jornada, dijo que de todas maneras, la historia estaba signada por las hazañas de los grandes, colocando como ejemplo a Julio Cesar, Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar, José Antonio Anzoátegui, entre otros, afirmando sin rodeos que ellos eran los directos protagonistas de la historia, incluso, aquella que permanece oculta e ignorada. “El que manda, manda, aunque mande mal”, dijo en tono de resignación. “Nosotros como pueblo sabemos ladrar, pero no tenemos la capacidad de ser perros, es una cruda e irrefutable realidad”.

“Sé respetar tu opinión, pero no estar de acuerdo con ella. Siempre nos han dicho eso, lo cual es mentira, porque la historia la hacen los pueblos, no los líderes solitos. Bolívar – por ejemplo – fue valiente, inteligente, estratega y político. Yo te pregunto: ¿Con todos esos atributos, hubiera podido enfrentar solo al poderoso y criminal ejército español? Por supuesto que no, necesitó del pueblo humilde y desarrapado. En la fábrica, ¿Quién produce? El obrero, el patrón no es más que un haragán, un oportunista. Seguramente me vas a decir: El patrón es el que coloca el capital, la fábrica y las máquinas. Eso es cierto, no se puede discutir. Pero resulta que el capital es una actividad colectiva. Es decir, yo no me puedo volver capitalista solo, necesito de gente, es decir, obreros calificados y no calificados. Ellos son los que producen, muchas veces en condiciones infrahumanas, quebrantado su biología y su psicología, por un miserable salario que tiene que gastar inmediatamente lo recibe, pagando el arriendo, comprando el alimento para él y su familia, en la educación de sus hijos, en el transporte, etc. ¿No es cierto? ¿Sí comprende?

Ahora, ¿Qué es lo que vende el obrero? Lo único que tiene: La fuerza de trabajo. El patrón le paga una partecita por esa fuerza de trabajo y la demás se la roba. Es lo que se llama en economía: Plusvalía. Pero que, en estos momentos, no nos vamos a centrar en explicar qué es exactamente la plusvalía. Creo que un ejemplo es más ilustrativo. El patrón contrata al obrero para que haga camisas cancelándole $100.000, oo pesos diarios. Durante el día – por el ejemplo – el obrero hace siete camisas a $100.000, oo pesos cada una. Leoninamente, el patrón no le paga por el número de prendas, sino por las ocho o diez horas de trabajo. Diariamente, mientras el obrero gana el pírrico salario, el patrón obtiene una ganancia bruta de $600.000, oo sin mover un dedo. Descontando el desgaste de la maquinaria, la compra de la materia prima, la cancelación del fluido eléctrico, bien podría quedarle libres $350.000, oo pesos. Dicha ganancia llamada Plusvalía, se va acumulando a favor del patrón, aumentando paulatinamente su capital, mientras el obrero, va envejeciendo, llenándose de enfermedades y suplicios en el proceso de sobrevivir. “¿Qué pasaría si el obrero fuera dueño de la fábrica?”, preguntó tímidamente. “Esa es la perspectiva, pero para ello, el obrero debe convertirse en clase dominante y eso implica una serie de pasos, como la organización popular, la disciplina, la conciencia de clase y la lucha revolucionaria para tumbar el sistema capitalista y construir entre todos el sistema socialista”.

Se hizo silencio. Todos se miraban entre sí maravillados. En tanto tiempo, nadie les había hablado con tanta profundidad y sencillez, a su vez. Cada palabra llegaba al alma de Tío Agustín, Arturo y Etelvina. 

La reunión terminó con la propuesta de hacer pequeños grupos de estudio en la región para profundizar estos conocimientos entre los campesinos y las campesinas. “Hay que educar y crear conciencia de clase”, dijo Balvin, apretando en sus manos la libreta de apuntes. “No son grupos abiertos – agregó – hay que comenzar con las personas de entera confianza”. “Claro, dijo Arturo, en la región hay chivatos al servicio de los ricos y de los “tiras”. Ellos no dudarían en aventarnos e incluso, calumniarnos”.

Cuando se levantaron al otro día, era tarde. La mañana despercudida con un sol metálico, se entraba por las hendiduras como una verdadera ráfaga. Balvin saltó del lecho apenado, vistiéndose rápidamente. Fue al inodoro y después al lavadero de piedra, enjuagándose la boca con el cepillo de cerda áspera. Al regresar al cuarto, Tío Agustín estaba en pie, mirando un periódico tirado en el piso. Le llamó poderosamente la atención el título: “Masacre conservadora en Fonda Colombia, obra de los pájaros. Si bien era una noticia añeja. Tío Agustín recogió el panfleto y lo leyó despacio. Al entrar su amigo, lo arrojó al piso y fue al inodoro y después al lavadero.

Etelvina interrumpió la plática de los dos amigos, entregando un delicioso y humeante café, conocido en la región como tinto. “¿Qué tal noche? Preguntó. “Bien, sueño completo”, dijo Balvin sonriente. “Muy agradecido con ustedes”, agregó. “Los agradecidos somos nosotros que nos están ayudando a quitar la venda que siempre hemos tenido y que nos impide ver más allá de la nariz”. Tío Agustín sonrió echándose la maleta al hombro. “Un momento – dijo Etelvina, se van desayunados”. “No hay necesidad – dijo Balvin – no hay que abusar de la bondad y la generosidad”. Etelvina se paró firme en el marco de la puerta y cruzando sus brazos redondos, los miró con seriedad. “No me perdonaría jamás que huéspedes tan ilustres se bañan con la barriga vacía. Nada de eso. Pasen al comedor, ya el desayuno está servido”. Balvin y Tío Agustín se miraron entre sí comprendiendo que era imposible hacer un desaire a Etelvina y Arturo.

Mientras se acomodaban en el pequeño comedor, Balvin preguntó por Arturo. “No demora de llegar, está limpiando el maizal”, dijo mientras batía con el molinillo el chocolate en la vieja chocolatera. Arturo llegó con el azadón al hombro, sonriente y sudoroso. “¿Qué tal noche compañeros?”, preguntó sentándose en el pequeño asiento, sin dejar de reír. “De maravillas”, dijo Tío Agustín masticando la arepa con el huevo perico. “Tengo en mi mente la conferencia de anoche y pienso en ella mientras laboro. Todo es tan claro que no entiendo por qué no vi la realidad con antelación”. Balvin lo miró y después de deshacerse del bolo alimenticio, contestó suavemente, pero con seguridad: “Compañero, la verdad entender todo este tejemaneje no es fácil, porque todo es complejo. Para pueblo sometido, sin libertad para opinar y decidir libremente, desde que está en el vientre materno, definitivamente no es fácil. Al pueblo no le han dado la oportunidad ni siquiera de opinar, menos de decidir y tener iniciativa. Siempre se le ha considerado cuerpo inerte que está solamente para ser manipulado. El caso particular de ustedes, es emocionante la capacidad de pensar y de decidir, la fortaleza mental para asumir la crítica y el compromiso de luchar por unos ideales colectivos, cosa que tiene supremo valor, porque se comienza a pulverizar el individualismo y el personalismo. Creo que ni ustedes han dimensionado el paso que han dado y que seguramente seguirán dando”.

Arturo sonrió. Llenó el morral de los viajeros de frutas jugosas, mientras Etelvina entregó el almuerzo y la cena envueltas en hojas de plátano. “El camino es largo y culebrero”, dijo. La despedida fue fugaz, pero, emotiva. Los ojos de Etelvina se nublaron al desearles buena suerte y larga vida. Con las manos en alto, los dos caminantes partieron por el estrecho camino de tierra amarillenta. “Dios los proteja”, dijo Etelvina, viéndolos desaparecer entre la espesa vegetación.

Durante quince días cumplieron el itinerario de visitar las casas de los campesinos conversando sobre los temas acuciantes que les asistía y la necesidad de hacer causa común para salir del laberinto con grandeza y éxito. El balance era positivo. El campesinado en su gran mayoría asumió la visita como un compromiso y si bien muchos no entendieron el mensaje como Arturo y Etelvina, hubo el compromiso de estudiar la iniciativa y asumir una posición clara en la próxima reunión.

Cansados, flacos y maltratados, Balvin y Tío Agustín, recogieron la información completa, la tabularon y la analizaron detenidamente. Para Tío Agustín, la tarea se había hecho con éxito, teniendo en cuenta la atención dispensada por los labriegos, el interés por saber más y el llamado a participar del primer encuentro regional. Balvin destacó la situación deplorable de los campesinos desde el punto económico, social y político. La miseria galopaba por estos andurriales, el analfabetismo y el odio visceral por el bipartidismo, las posibilidades de paz eran muy remotas y distantes de la realidad. Estaba preocupado por los niños sin la posibilidad de ir a la escuela, las niñas concebidas como castigo de Dios, pues se consideraba entre ellos, que el único que tenía valor era el macho, la hembra no tenía ningún derecho, era simplemente para cuidar de la casa y engendrar hijos. Era un simple placer del hombre que tenía que cumplir cabalmente sin chistar nada, porque quien realmente tenía capacidad para pensar y decidir era la masculinidad.

No había ayudas concretas del gobierno para el campesinado hacer producir la tierra, ni dinero ni tecnología, mucho menos conocimientos sobre cultivos, uso de fertilizantes, tampoco comercialización. Solo había en cada casa una biblia, era el libro que el campesino deletreaba con dificultad, sobre todo cuando el cura llegaba de vez en cuando a la región montado en su brioso corcel negro, llamado por el mismo cura: Diablo. Era joven, arrogante y violento, ambicioso y mujeriego, insistía en los púlpitos en la teoría de que matar liberales no era pecado, lo decía a boca llena. Siempre llevaba consigo arma de fuego y se decía en toda la región que no tenía empacho en liarse a bala con cualquiera. En la casa cural reunía a los pájaros y daba la orden a quienes tenían que asesinar en esa semana. Incluso, prestaba las imágenes para que los malhechores transportaran pólvora y munición.

Dedujo rápidamente que el hombre del campo estaba presionado por todas partes, era un espécimen sin derechos de ninguna naturaleza, un paria que merecía toda la repulsa. En esas condiciones, no tenía sentido la vida y así lo expresaron en el recorrido que hicieron y que estaban evaluando bajo el corpulento y frondoso pino que habían habilitado para su análisis. El viento fresco de un día soleado bañaba los cuerpos de aquellos quijotes empeñados en cambiar la historia del país. Recostados sobre la hierba verdosa miraban los cuadernos de apuntes con frialdad y decisión. Ambos sabían que el proyecto exigía músculos de acero y convicción profunda, de lo contrario, era imposible pasar al otro lado con éxito.

Después del balance comenzaron a redactar la convocatoria para el encuentro que debería realizarse en quince días. Sin contratiempos definieron la fecha, la hora y el lugar. Adicionalmente, el proyecto de orden del día y, desde luego, la justificación del encuentro. De eso se encargó Balvin, mientras Tío Agustín, se dedicó a ordenar la documentación y estar pendiente de la seguridad. Muchos rumores habían escuchado que Los Pájaros estarían armando un plan para invadir la región, porque el presidente Mariano Ospina Pérez había ordenado conservatizar el país, argumentando que había que salvar la fe y la religión católica de los ateos liberales y comunistas, que deambulaban por el territorio haciendo fechorías. Era indispensable hacer causa común. Los jefes liberales aceptaron la propuesta del gobierno, pero le hicieron creer a sus copartidarios que estaban en contra. Por lo tanto, había que responder igualmente con violencia. Finalmente, se pudo establecer con detalle y suficiente argumentación, que era un plan siniestro trazado por la burguesía goda y collareja, para dividir al pueblo y así borrar completamente el pensamiento del caudillo liberal, Jorge Eliécer Gaitán. A Gaitán lo seguían liberales y conservadores, iba directo a la presidencia con el respaldo popular, porque como decía, el hombre era igual liberal, conservador, unionista, gaitanista, socialista o comunista. La única forma de detenerlo era asesinándolo, para lo cual, en asocio con la CIA, pusieron en marcha el “Plan Pantomima”, el cual fue ejecutado el 9 de abril de 1948 en calle céntrica de Bogotá, hacia la una y cinco de la tarde, cuando la víctima salía de su oficina después de una ardua labor la noche anterior en ejercicio de su profesión como abogado penalista, especializado en Italia. El pueblo sin formación orgánica, se dejó llevar por la anarquía y el pillaje, mientras el presidente instalaba en Palacio Presidencial nido de ametralladoras para matar el dolor y la indignación del pueblo. Todo fue anarquía. Parte de la ciudad fue pasto de las llamas. El gobierno se apresuró a responsabilizar del hecho al comunismo internacional, lo cual hacía parte de los libretos del plan Pantomima. Los medios de comunicación repitieron maquinalmente la desinformación hasta que se convirtió en información, de tal manera que hasta el más humilde y desinformado campesino u obrero, afirmaba a dos manos que el maldito comunismo había asesinado al tribuno del pueblo.  

La justificación estaba sustentada en estos términos, destacando la necesidad de que la base discutiera estos temas al calor del conocimiento, la tolerancia y el respeto por el otro. El llamado era directo a hacer un alto en el camino y por primera vez se analizará el sentido de la violencia, su origen y quienes realmente se beneficiaban de ella. En el pequeño mimeógrafo de Balvin, imprimieron el material suficiente para distribuir en toda la región. Era una tarea dispendiosa pero ineludible que había que materializarse sí o sí.

El sol estaba en la máxima altura, radiante y caluroso. Los dos amigos se disponían a comer el pequeño fiambre. Tío Agustín echó una mirada de rutina a su alrededor advirtiendo que un jinete descendía por la pendiente a todo galope. Balvin reaccionó y usando los binóculos pudo darse cuenta que era joven, la única arma que traía consigo era un machete en la cintura. “Rápido, ocultémonos”, dijo Tío Agustín. “No es correcto, contestó sosegado Balvin, podría ser alguna información importante para nosotros”. Dio instrucción a Tío Agustín que se ocultara y tuviera listo a actuar y que él le saldría al paso. Balvin se acomodó estratégicamente a la orilla del camino en una corta explanada, después de una prolongada curva. Tío Agustín se atrincheró tras un árbol, apuntando con su rifle sin parpadear, listo a entrar en acción si era necesario. El jinete apareció raudo en su caballo cenizo y al ver a Balvin frenó violentamente, el animal por poco pierde la estabilidad. “¿Es usted don Balvin?”, dijo el joven nervioso. “¿Qué sucede, joven?”, preguntó sereno. El joven volvió a preguntar, afirmando que venía de parte de Arturo. “Yo soy, muchacho”, contestó. “Gracias a Dios lo encuentro”, dijo y hurgando en el bolsillo de la camisa sacó un papel doblado hasta su máxima expresión, entregándolo sin bajarse del corcel.  

Balvin sonrió. “¿Cómo están don Arturo y doña Etelvina, muchacho?”, preguntó mientras con paciencia se deshacía del sobre para leer el contenido. Una vez lo leyó en dos oportunidades, dijo que la información era importante, la valoraba. Sacó la pequeña libreta de apuntes y escribió una corta nota, la dobló también varias veces, la metió al sobre y la entregó al joven. “Muchas gracias, dijo, eres un muchacho despierto y valiente”. El joven sonrió, desandando lo andado con prontitud.

Balvin le hizo señas a Tío Agustín, entregándole la nota. Lo miró de pies a cabeza mientras descifraba el contenido. Lo miró sorprendido con el ceño fruncido. “Hay que movernos ya”, dijo Balvin “¿Para dónde?” “Para el corazón de la región”. La nota decía que avanzaba una columna del ejército en averiguación de dos sujetos que se movían con morrales en sus espaldas convocando al campesino a rebelarse, a desconocer la autoridad y a construir poder popular. Aquella iniciativa era la antesala del comunismo que había que borrar al precio que fuera. “Eso indica – dijo Balvin – que le queda prohibido al pueblo pensar, es un delito”. “Ha sido la constante en la República”, contestó Tío Agustín, mientras recogía los trebejos. Decía la nota también, que dos chivatos de la región caminaban con la columna, orientando el movimiento de ésta. “Imbéciles”, dijo Tío Agustín. “No son imbéciles, aman las cadenas de la sumisión y por demás son víctimas del consumismo, de la publicidad y del miedo al cambio”, respondió Balvin ajustando el morral en su espalda.

Balvin explicó la táctica a seguir: No dejarse ver del campesino, caminar por trochas, no repetir el recorrido por la misma trocha, permanecer poco tiempo en cada lugar y no dejar huellas al paso. Sabía perfectamente que la situación se recrudecería con la llegada de la bota militar, era consciente que el ejército defensor de la gran burguesía tenía la misión clara de defender sus intereses de clase al precio que fuera. La historia se partía en dos. Comenzaba un período, lo cual era motivo de preocupación por las consecuencias que esto generaría a corto, mediano y largo plazo. “Nuestra propuesta es política, dijo Balvin mientras caminaba por la estrecha trocha, no es militar. Nosotros no tenemos formación militar “. Tío Agustín, sonrió. Le parecía razonable la reflexión de su amigo. “Todo es posible, porque todo cambia, todo está en movimiento y tenemos que adaptarnos a la realidad”. Ambos rieron, sin dejar de caminar por la pendiente buscando el sonoro río.

La noche era inexorable. Se detuvieron en el espeso bosque bajo un corpulento Higuerón. “Volveremos a dormir en casas en casos excepcionales”, dijo Balvin descargando el pesado morral, entre oscuro y claro, Tío Agustín hizo lo mismo mirando el paraje a su alrededor, detallándolo centímetro a centímetro, analizando las posibles vías de escape. Era un lugar fresco, calculó que hacia el amanecer el frío sería intenso. Acondicionaron el lugar para dormir. Cenaron un poco de fríjoles con arroz y rebanadas de plátano maduro. el bullicio de los pájaros al retornar a sus nidos, bien parecía una melodía infinita. Con los últimos rayos del día, que se filtraban por entre las copas de los árboles, los amigos organizaron su diario y prepararon la agenda para los días venideros, definiendo que la prioridad era la distribución de la convocatoria a la asamblea general. “¿Cómo hacerlo?” La discusión fue amplia, llegando finalmente a la conclusión, que no se podía arriesgar demasiado por el momento, se trataba de dejar la convocatoria en la noche, donde se tenía certeza que no había caninos que los delatara y las otras muy cerca de las viviendas, sin ser detectados por los caninos. No les fue fácil conciliar el sueño. Ambos se mantuvieron despiertos hasta la madrugada, leyendo con atención la dinámica nocturna directamente del campo. El entorno poco a poco iba quedando en silencio, llegando Morfeo sin darse cuenta. Despertaron cuando los frescos rayos solares entraban por entre las copas de los árboles y arbustos. Balvin permaneció tirado en el piso, reflexionando y observando los movimientos bulliciosos del entorno. Tío Agustín, sentado en el improvisado cambuche cantaba en voz baja una melodía de antaño que narraba las peripecias del pueblo, lo hacía distraído y sin el mayor esfuerzo. La tranquilidad la rompió la balacera al otro lado del filo, los estruendos de las granadas. Despavoridos corrieron a las trincheras, atentos al desarrollo de los acontecimientos. La balacera fue nutrida, pero corta. “Estamos cerca de los chulos”, dijo Balvin. “Hay que alejarnos dijo Tío Agustín”, recogiendo rápidamente el toldillo y demás elementos usados para pasar la noche. No pudieron determinar el lugar exacto del tiroteo, tomando por intuición senderos inéditos que permitieran alejarse. “Tú tienes razón, dijo Balvin, necesitamos formación militar y estratégica para entender con exactitud el entorno. Estamos caminando a ciegas”. Tío Agustín sonrió al decir: “Toda la vida en el campo y no sabemos todavía movernos con certeza”. Balvin lo miró irónico de reojo, reconociendo que tenía validez sus palabras. “La necesidad crea el órgano”, dijo sin dejar de caminar. “Así es”, contestó Tío Agustín caminando sin pausa por el borde de la quebradita de aguas frescas y cristalinas. Sin dejar huellas descendieron, sorteando las vicisitudes propias del terreno quebrado bajo un sol espléndido. En el pequeño espacio que tuvieron a disposición, lo aprovecharon para tomar agua y disfrutar un par de frutas jugosas.

Al retomar la marcha, se alejaron de la quebradita y cruzando un potrero enmalezado, se internaron en un frondoso cafetal, cuidando que no hubiera trabajadores. Con los cinco sentidos activados, lo cruzaron para volver al rastrojo y después al monte espeso. La normalidad reinaba. Se habían retirado lo suficiente del lugar de las ráfagas. No había motivos de preocupación. En lo alto, al lado de un peñasco, se instalaron para dormir allí esa noche. Comieron el frugal almuerzo de arroz y papá con agua de panela. Armados los pequeños cambuches, se recostaron a hacer la siesta. Balvin dedicó el tiempo a reflexionar sobre el proyecto que latía en su mente y en su corazón, cada vez se convencía más de la iniciativa y de la necesidad de que en toda la nación brillara la felicidad para todos y todas, considerando que ningún ser humano era digno de padecer la esclavitud. Tío Agustín, bocabajo, leía ensimismado el libro de Ernest Hemingway, “Por quién Doblan las Campanas”. Le impresionaba la criminalidad de la guerra civil española, la resistencia heroica del pueblo español y la postura enhiesta de la Pasionaria.

El sueño los venció. Los despertó el ruido de dos cazadores que atravesaban el lugar, venían lamentándose que no habían cazado nada, después de una larga jornada. “Regresamos a casa con las manos vacías”, dijo uno de ellos. El otro sonrió al decir: “Todos los días no caza el tigre”. La sorpresa fue mayúscula para todos. Balvin se paró como un rayo, pero no pudo ocultarse; Tío Agustín, saltó, pero tampoco pudo huir o esconderse. A su vez, los cazadores asombrados, solo dejaron escapar un grito de sorpresa. La confusión fue mayúscula, solo se miraban con asombro y horror. El primero en serenizarse fue Balvin. Se dio cuenta que eran baquianos que entretenían sus ratos en la caza. Bajando la voz y asumiendo una actitud de solidaridad, saludó. Incluso, estiró su mano para estrechar las manos encalladas de los cazadores. Apenado llegó Tío Agustín, saludando con efusividad. “¿Quiénes son ustedes?”, preguntó el cazador de ojos oscuros, moreno y acuerpado, un tanto desconfiado. “Somos caminantes, aventureros, que amamos la naturaleza”, dijo Balvin mucho más tranquilo, contra preguntando: “Además de cazadores, ¿Qué hacen ustedes?” “Somos campesinos, tenemos una pequeña chacra donde laboramos y tenemos las familias”. “¿En la misma finca?”  “No, mi compañero también tiene su chacra”. “Yo me llamo Balvin ¿y usted?” “No interesa el nombre de nosotros en estos momentos”, contestó recostándose contra una piedra voluminosa. Comprendiendo, Balvin cambió de tema, invitándolos a sentarse. Distante un cazador del otro, se acomodaron, descargando las escopetas sobre el piso. “Estamos desde las cuatro de la mañana caminando”, dijo el que no había hablado y se mantenía a la expectativa.  

Poco a poco se fueron limando las prevenciones. Tío Agustín, se presentó, saludando el encuentro, destacando la importancia de mejorar la comunicación entre los campesinos. “¿Cómo está el orden público?, preguntó. Los dos cazadores se miraron entre sí, les había parecido una pregunta embarazosa. La violencia recorría la región, nadie podía decir con certeza quien era quien. “De ese tema – dijo – poco nos gusta hablar, porque nadie sabe con quién se está hablando”. Balvin apoyó la respuesta, dándole toda la razón al cazador. “En esta cruda matanza de pobres contra pobres, nadie sabe quién es quién, lo mejor es callar y eludir el tema”, dijo. “Además, dijo el otro cazador, no sabemos del problema, sus causas y los verdaderos responsables, nos limitamos a sufrir y huir como el jaguar”.

La brisa de las cuatro se filtraba acariciando el rostro de los contertulios. Cada vez la confianza crecía. Balvin y Tío Agustín se convencieron que eran campesinos honestos, de buenas costumbres. No les interesaba el color político. Les interesaba la paz y la tranquilidad para poder moverse libremente por el entorno en el ejercicio de la caza. Durante el ameno diálogo y el mismo interrogatorio recíproco, los cazadores dijeron estar de acuerdo con Balvin y Tío Agustín. Hubo un consenso alrededor de la violencia que estaba aniquilando la tranquilidad campesina. Pensaban los cazadores que la política solo servía a los políticos. Nada tenía que ver ésta con la miseria y la misma devastadora violencia. “Yo prefiero hablar de mujer y de sexo que de política”, dijo el cazador. “¿Cómo te llamas tú?”, volvió a preguntar Balvin.  “Me llamo Cándido”, contestó. “Bien Cándido, yo pensaba exactamente lo mismo, su pensamiento es fiel copia de lo que en mi mollera daba vueltas y deducía, después de largas reflexiones. “¿Sigue pensando así?”, interrogó Cándido. Balvin sonrió. “No, amigo. Hoy pienso un poco distinto”. Los cazadores lo miraron desconcertados, pensando que aquellos eran fugitivos partidarios de un color político. “Con la verdad: ¿Son collarejos o godos?”, preguntó Edubín, el otro cazador. Balvin sonrió bajándole tono a la conversación, afirmando que no eran ni lo uno, ni lo otro. Los cazadores sonrieron, fue una risa que se escuchó en los alrededores. “Nunca había escuchado una respuesta así, sobre todo, porque se nace collarejo o godo, Dios no dejó más opciones. La conversación entró en calor. Tío Agustín, se deslizó en busca de leña para preparar tinto. Balvin se mantuvo sereno dialogando. Los cazadores, rompieron prevenciones, preguntando y debatiendo con entera confianza y libertad. “Vamos por partes – dijo Balvin – una cosa es la política, otra la politiquería y, otra muy distinta, el embeleco de collarejo y godo.

La exposición fue larga y dispendiosa, comenzando con la definición de política, para lo cual se apoyó en la gráfica del árbol que dibujó en su agenda. En las ramas escribió algunas ciencias, entre otras: Economía, Biología, Historia, Geografía, Psicología, Antropología, Filosofía, etc. En el tronco, escribió Política. “Miran esta gráfica”, dijo. Cándido y Edubín, tímidamente se acercaron y observaron la gráfica. Edubín sonrió al decir: “La gráfica enseña que lo más importante es la política, es el tronco”. “Claro, dijo Cándido, sin tronco no hay ramaje”. Balvin festejó los comentarios, exultante dijo: “¿Ahora sí entienden por qué la política es lo más importante, es el tronco fundamental para considerar la dinámica de la sociedad en su conjunto?” Fue una pregunta que dejó volando en el espacio, porque pasó a establecer la relación de la política con la problemática social, económica y de orden público. “La política – dijo – es poder, fuerza inherente del ser humano. Es el poder para decidir e imponer. Es toma de decisiones de quienes entienden y ejercen la política. Por lo tanto, la miseria, el desempleo, la violencia, etc. es fruto de decisiones políticas. Es decir, la violencia no nace de la nada, nace de una decisión política de la clase dominante.

La reacción de los modestos cazadores fue de asombro y de incredulidad. “¿Eso quiere decir don Balvin que la violencia es un negocio?”, dijo Edubín sin disimular su asombro. “¿Quiere decir que la miseria es producto de una decisión política?”, preguntó Cándido rascándose la cabeza. “Exactamente”, respondió Balvin acercándose más a los dos cazadores. Tío Agustín entregó a cada uno un pocillo de humeante café, reintegrándose a la discusión. Observaba el comportamiento de los cazadores con beneplácito, el interés por aprender se reflejaba en el agudo interrogatorio y en la capacidad de síntesis. ¡Pero, si eran informantes, hábiles sabuesos del gobierno! Su cerebro procesaba todas estas inquietudes con rapidez. “A la inteligencia, la contrainteligencia”, pensó afirmando estar de acuerdo con la tesis de que la política era el centro por cuanto tenía relación con las demás ciencias habidas y por haber. “¿Alguna pregunta más?”, preguntó Balvin mirando a Tío Agustín. Los dos cazadores también se miraron. “Por supuesto, dijo Cándido, por ejemplo: “¿Por qué el campesino no se interesa por aprender estas reflexiones sobre la política?” Tío Agustín pidió la palabra, diciendo: “Esa misma pregunta me la hice muchas veces e incluso, me la sigo haciendo. Con la ayuda del filósofo Carlos Marx y las reflexiones de mi compañero de lucha, he ido entendiendo el tejemaneje de la forma más sencilla: La clase social que domina la política, no está interesada que el campesino se forme en esta área del conocimiento. La razón es elemental: Nadie ayuda al otro para que le haga sombra. ¿Me entienden?” “Algo, pero no lo suficiente”, dijo Edubín. “¿Será que los jefes de los collarejos y de los godos, están interesados en educar políticamente a la masa? Por supuesto que no, decía el autor del libro: “El Príncipe”, Nicolás Maquiavelo: Divides y reinarás. Eso es lo que está practicando la clase dirigente de nuestro país hace muchas décadas. Es más: Gracias al analfabetismo político, pensamos que nosotros nacimos o collarejos o godos y que así tenemos que morir, dejando que ellos pelechen el poder a las anchas, mientras la masa está condenada a sufrir las consecuencias complejas en silencio y sin oponer resistencia. Pienso personalmente, que resultaría más digno morir en pie que arrodillado, por lo menos sería más digno”, dijo tomando el último sorbo de tinto ya reposado. Balvin, intervino para reforzar la exposición de Tío Agustín: “Como la política es médula nodal de la sociedad, porque dirime el comportamiento y forma de pensar y actuar la comunidad, la tarea principal del político es que el pueblo no se politice, con el único propósito que no piense y siempre esté dependiente del político. Es como decir: Usted no haga, yo hago por usted. Así el pensamiento proviene del degeneramiento de la esencia y naturaleza de la política, porque en términos elementales, la política se podría definir como el arte de servir”. “¿Eso significa política?”, preguntó Cándido un poco sorprendido. Balvin comprendió su preocupación, afirmando: “El capitalismo ha degenerado el significado de este término, colocando en su lugar el término politiquería. ¿Y qué es politiquería? El arte de que nos sirvan”. “Más claro no canta un gallo”, dijo Edubín frotándose las manos.

La tarde era inminente. El viento gélido comenzaba a circular con pasmosa serenidad, metiéndose de inoportuno en los vericuetos de la agreste región. “Es hora de partir”, dijo Edubín retomando los pertrechos que había dejado en el piso.  “¿Ustedes, ¿Dónde van a dormir?”, preguntó Cándido con suma candidez. Balvin sonrió afirmando: “Donde la noche nos sorprenda”. “Vámonos para el rancho, dijo Edubín, dormirán bajo techo por lo menos queridos amigos”. Tío Agustín sonrió también diciendo que preferían la libertad del campo. Con la promesa de asistir a la reunión, se marcharon por el estrecho camino. Balvin y Tío Agustín los vieron partir como mansas palomas propias del pueblo campesino. Una vez desaparecieron de sus escrutadoras miradas, sin pensarlo, Balvin dio la orden de desbaratar los cambuches y emprender la retirada. Tío Agustín se sorprendió con esta decisión, le pareció una medida extrema y así se lo hizo saber. “¿No estaremos exagerando? Son campesinos inocentes, nobles y de buenas costumbres”. Mientras Balvin desbarata el cambuche y organizaba sus elementos, comentó en voz alta. “La confianza es la base del fracaso. Podrían ser los más sanos del mundo, como podrían ser los más chivatos, voluntaria o involuntariamente. ¿Me entiendes? ¿Qué necesidad de tomar riesgos?, preguntó. “Tienes razón, contestó Tío Agustín, todo mundo sabrá en la región de nuestra presencia en el lugar. De acuerdo, la confianza mata el gato”.

Con la casa a cuestas, caminaron por la colina hasta bien entrada la madrugada, camparon finalmente en la cresta de la colina, de donde se podía divisar el inmenso cañón. Fue una jornada tortuosa y dispendiosa. Organizaron con la luz de la luna los cambuches, disponiéndose a descansar. Una leve llovizna comenzó a bañar el entorno. Durmieron apaciblemente hasta las cinco, cuando los estruendos de explosivos y ráfagas de fusil, los despertaron del profundo sueño. Balvin abandonó el cambuche de un salto con el rifle en la mano, mientras Tío Agustín preguntaba nervioso qué estaba pasando. “Escucha, camarada. El presagio se hizo realidad”, dijo Balvin tratando de ver con más claridad. Las luces de bengala iluminaban el área y el traqueteo de los fusiles no paraba. “¿Qué hacemos?”, preguntó horrorizado Tío Agustín. Nunca en su vida había asistido a tan grotesco espectáculo bélico. “Vámonos”, dijo. Balvin lo miró con aparente tranquilidad. “Sería un craso error movemos, damos más posibilidades que nos detecten. Hay que mimetizarnos y presenciar el derroche de la bota militarista”. Vestidos de verde oliva, se refugiaron en la fresca y húmeda manigua. Había dejado de llover. Gruesas columnas de humo se esparcían por toda el área. “Tempestad violenta pronto escampa”, dijo Balvin, acurrucado, atento al desarrollo de los acontecimientos. A su lado, Tío Agustín, meditaba sobre la crueldad de la violencia, comprendiendo que era un enfrentamiento de pueblo contra pueblo, mientras los dueños del poder, seguramente en los centros de poder, disfrutaban sin remordimiento de todo aquello. “No tienen alma”, pensaba mirando la dantesca escena. “¿Eran chivatos los cazadores?”, dijo en voz alta. Balvin lo miró diciendo: “No se puede juzgar a priori”.

El movimiento militar era pródigo en toda la zona. Una avioneta de fino estaño irrumpió en el espacio lanzando miles de pequeños panfletos. Sobre la testa de los dos camaradas cayeron numerosos. Atraparon varios y leyeron el contenido. Decía: “Atención, atención, campesinos de Montegrande y regiones adyacentes: El fantasma del comunismo camina por la región con entera libertad. Gracias a la red de cooperantes hace rato le venimos haciendo seguimiento. Son dos sujetos que se hacen pasar como Balvin y Tío Agustín, ideólogos del comunismo. Vienen a cometer fechorías, seguramente a matar niños, violar mujeres, secuestrar, robar y extorsionar. Les estamos respirando en la nuca a esos facinerosos, con su ayuda será más fácil su captura. Pase la voz y ayuden a la autoridad legítima y constitucional, porque hay que salvar la democracia y la libertad”.

Balvin se rascó la cabeza en gesto de preocupación. El proyecto revolucionario estaba al descubierto, la represión tenía pleno conocimiento de los planes. El encuentro había que posponerlo para mirar con más detenimiento quien es quien. Había en la región delatores, puestos al servicio de la perversa oligarquía, seguramente la táctica y la vigilancia revolucionaria habían fallado o cuanto más el discurso no había sido lo suficientemente claro y convincente. Balvin era partidario de la más feroz autocrítica, porque consideraba que, para criticar, había que primero autocriticarse. Solo el ejemplo podría impulsar el proceso. Bajo la frondosa arboleda y entre la exuberante manigua, Balvin y Tío Agustín, se trenzaron en una agria discusión, exponiendo cada uno sus puntos de vista, determinando los posibles errores y aciertos. No fueron pocos los que salieron a flote. “El problema – dijo Tío Agustín – no es de conducción, el problema es la dureza del plan y la fragilidad de la masa acosada por la pobreza económica y el analfabetismo político. Un pueblo así resulta evidente su carencia de conciencia social y desde luego, conciencia de clase. Por lo tanto – dijo Balvin – no podemos salir paranoicos a ver chivatos por todas partes”. “Tampoco a creerles a todos los campesinos”, contestó Tío Agustín frunciendo el ceño.

Después de las doce meridianas todo volvió a la calma, solo el ruido natural del viento y de los animales, se escuchaba en la distancia por el empinado cañón “Me silban las tripas”, dijo Balvin; “Vamos jugando igual no te asombres”, replicó Tío Agustín tomándose con las dos manos la fláccida barriga. Ambos rieron. En un pequeño reverbero calentaron parte de la comida degustándola rápidamente. Se respiraba el olor a pólvora, olor que traía el viento. Redactaron un corto documento que fueron regando por el camino rial, en el cual condenaban la demencial arremetida del ejército, en contra de los campesinos y en contra de la naturaleza, exhortaron a la comunidad una vez más a la organización y a la unidad. Afirmaba el panfleto que los chivatos eran personas pobres que se alineaban con los verdugos, desconocían la solidaridad de clase, convirtiéndose en traidores de su propia clase social. El ejército defiende los intereses de los ricos, mientras nosotros defendemos los intereses del pobre, comenzando por la vida, la paz y el derecho a ser propiedad del pedazo de tierra, la vivienda digna y plenas garantías para arar la tierra, cosechar y comercializar.  

La misma comunidad, voluntaria o involuntariamente, se encargó de llevar la octavilla a todos los rincones de la región, no se quedó un solo campesino sin leerla. Unos estuvieron de acuerdo y otros en desacuerdo, tal fue el caso de Edubín y Cándido. “Lo que dice la hoja volante es cierto”, dijo Edubín. Cándido, por su parte, se mostraba incrédulo e indeciso, pensando ser un cuento mientras el comunismo se tomaba la región. “El comunismo es el advenimiento de la bestia, el anticristo”, dijo horrorizado. “¿Quién le dijo semejante disparate?” “El patrón nos explicó detalladamente”. Edubín dejó escapar estridente carcajada, volviendo a ojear el panfleto, comentó: “Cada quien comenta y opina de acuerdo a sus intereses. Lo cierto es que la neutralidad no existe. No sea tan cándido don Cándido, ponga a funcionar esa mollera”. Cándido sonrió nervioso. “Nadie más ciego que el que no quiere ver, Edubín. Piense una cosa: ¿Quién va a hacer por el otro, si estamos en el país de sálvese quien pueda? Hombe: El comunismo es malo, no hay libertad y todo es del gobierno del Estado, usted no puede disponer de nada, lo que diga el Estado. El patrón cada que viene nos reúne y nos comenta con detalle la verdad. El comunismo es el gobierno de satanás. Como estamos la pasamos a rato mal, pero hay libertad, usted puede hacer lo que se le antoje. El comunismo es una doctrina extranjera, mientras el liberalismo es una ideología nacional, propia. Yo sí no estoy en condiciones de dejarme embaucar de esos sujetos que por estos días encontramos en la Cueva, ¿Te acuerdas?” Edubín volvió a reír. “Para mí todo lo que dijeron esos forasteros es realidad, considero que no dijeron una sola mentira, plantearon la cruda realidad, realidad no fácil de comprender Cándido y más para personas tan cerradas y tercas como tú, que ama las cadenas y declara íntegra lealtad a su patrón, cuando su patrón no es leal contigo, porque lo tiene embobado para que tú trabajes como burro de mañana a tarde, sin derechos y con salarios de miseria. ¿No te das cuenta? Mira Edubín, cambiemos de tema, no quiero tu enemistad por estas divagaciones tan gaseosas y distantes de la realidad concreta. Me parece bien”, respondió Edubín, golpeándole el hombro a su amigo y vecino.

La amistad continuó entre ellos, quizás con más bríos, no obstante, en cada encuentro ocurría un rife rafe. Se había vuelto costumbre. Una de ellas, se generó por el tema de la libertad. Cándido sostenía que, en el país, bien o mal, había libertad, el pueblo se podía movilizar libremente, comer lo que quisiera, visitar el sitio que le plazca, ser liberal o conservador, amasar fortuna y a nadie le tenía que pedir permiso. “¿Eso no es libertad?”, preguntaba con cierta arrogancia. Le parecía tan sencillo y elemental que no podía entender por qué su amigo no lo entendía así y ponía en duda la libertad en la región. Edubín que se consideraba ratón de biblioteca, no desaprovechaba oportunidad para leer. Los sábados, una vez hacía el mercado, se metía en la biblioteca municipal a “devorar” libros permaneciendo allí, largas horas. Al principio, contaba, se sentía incómodo porque sus amigos le solían hacer mofa y comentarios hirientes, toda vez que no los acompañaba a la cantina a festejar los hechos de la semana. Era algo que respetaba pero que no iba con él, por cuanto gastar el producido de la semana adquirido con tanto sacrificio, al sol y al agua, embruteciendo la mente y limitando en grado sumo la capacidad de análisis, definitivamente no tenía sentido para él. Por eso, tenía capacidad de argumentar sus opiniones con cierta facilidad y profundidad. “¿De cuál libertad me hablas tú, Cándido?”, interrogó en esa oportunidad. “Pues de la libertad que tenemos y que el comunismo eliminaría de tajo”, contestó irónico. Asumiendo que Cándido era tan cándido, explicó Edubín con suficiente ilustración su craso error, afirmando que en el país solo existía una libertad virtual para el pueblo y una real para los dueños del país. “A ti te dicen – por ejemplo – que tienes libertad de ser millonario, ¿Por qué no eres millonario? Te dicen que eres libre para moverse por todo el país, ¿Por qué no has ido a conocer el mar, si eres libre como el viento? ¿Usando la libertad, libremente decidiste ser pobre y arrastrado como yo? ¿Te preguntaron alguna vez si quería ser liberal o conservador? ¿De qué libertad me hablas don Cándido?”

Cándido la miró con furia contenida. “Por supuesto que no voy a la costa porque no tengo billullo. El billullo es el Dios de la tierra”, dijo colérico. Edubín sonrió malicioso, burlón. “Te das cuenta que la libertad que nos brinda este gobierno es virtual y solo es real para el que tiene dinero suficiente?”  Agregó: “Somos libres para escoger las cadenas de la opresión, somos libres para morirnos de hambre y de necesidades, somos libres para vender nuestra fuerza de trabajo. No somos libres para ser libres y poder decidir con autonomía lo humano para vivir dignamente. No lo somos, somos esclavos sin necesidad de tener cadenas y grilletes como otrora, pero seguimos siendo esclavos, de tal manera que otros deciden por nosotros y deciden porque no tenemos ese privilegio de pensar por sí mismo y decidir libremente, o dime tú lo contrario”. Cándido no quiso responder. Molesto se puso en pie y se marchó argumentando que tenía que hacer algo urgente que se le había olvidado.

Por esos días, volvió a circular la invitación a la reunión propuesta por Balvin y Tío Agustín. El ambiente era tenso. Los comentarios estaban por todos lados. Se dijo que la asistencia era obligatoria, quien no asistiera tenía que marcharse de la región o pagar un impuesto revolucionario. Versiones iban y venían en todas direcciones. De todas maneras, Arturo y Etelvina, estaban prestos a asistir, consideraban que la salida era por ahí, dejando a un lado el paternalismo incubado durante centurias por los de arriba. Publicitaban el encuentro entre los más conocidos y amigos de la región, diciendo que era un encuentro para decir y hacer colectivamente. No era cosa de otro mundo, ni menos comunismo como entendía la comunidad de la región. Nada de eso, decían a las personas en confianza que solicitaban un consejo u orientación.

Cándido y Edubín también tuvieron aguda discusión sobre el tema. Se encontraron al pasar el arroyo y después de saludarse con cordialidad como lo solían hacer, tocaron el tema. Lo hizo Edubín, mirando de soslayo la corriente hídrica. Cándido frunció el ceño y mirando a su alrededor, dijo en voz baja: “Es un peligro asistir a eso, ellos son la cabeza del comunismo y del ateísmo, es mejor sacar una disculpa para no asistir”. Edubín sonrió. La película que tenía su amigo en la mollera, era la misma del gobierno, era un instrumento dispuesto a repetir maquinalmente el discurso de la clase dominante. Pensó que, como él, millones de habitantes pensaban y actuaban lo mismo, todo porque el libreto era único que presentaba la clase dominante. “No seas pendejo, Cándido, atrévete a pensar por sí mismo, no repita como loro el discurso de los de arriba, seas original. La asistencia no es obligatoria, no hay ningún tipo de amenaza, es una reunión para hablar, coordinar, no es para más”. Cándido sonrió. “El ingenuo eres tú, ellos aparecen como mansas palomas, pintan maravillas mientras toman el dominio absoluto. Después téngase. El dicho es claro, don Edubín: “Después de ojo afuera, no hay Santa Lucía que valga. Reaccione”. La conversación fue subiendo de temperatura, cada quien fue perdiendo la compostura ante la actitud y aptitud del otro. Molesto, Edubín le gritó: Si quieres ir vaya, sino quieres ir, no vaya, después no esté preguntado, haciendo el papel del chismoso”. “Me respeta don Edubín, el chismoso es otro que siempre mete la nariz en todas partes, así no sea invitado. El que se queme que sople. No me interesa el tema. Hasta luego”. Se marchó ofuscado, hablando en consigo mismo en voz baja. “Viejo arrastrado y atrasado”, dijo vociferante Edubín reanudando la marcha en sentido contrario a la de Cándido.

El día llegó. Pintaba nublado y silencioso. Balvin y Tío Agustín, revisaron meticulosos los documentos y ajustaron el orden del día. Definieron que llegaría primero Tío Agustín, recibiría a los asistentes, discutiría y aprobaría el orden del día con ellos. Una vez aprobado llegaría Balvin y discretamente Tío Agustín se retiraría a prestar los servicios de seguridad. Se acicalaron de la mejor manera y después de desearse mutuamente buena suerte partieron al sitio de encuentro. Habían seleccionado un lugar agradable y estratégico que tenía diversos puntos de escape. La vegetación era más tupida y exuberante, cerca una quebradita de aguas frescas y diáfanas que se precipitaban sobre piedra lamosas. El encuentro estaba programado para las diez de la mañana.

Llegaron y observaron el entorno con sumo detalle, centímetro a centímetro. Todo estaba como se había previsto. Faltando cinco minutos para la hora prevista Balvin se retiró y se parapetó en los más alto de la colina, donde podía observar perfectamente el camino. Se acomodó bajo un arbusto repolludo y dejando el arma a su lado, preparó el binóculo para ver mejor. Se trataba de observar de pies a cabeza al visitante, observar su estado de ánimo, si venía armado y qué actitud asumida al irse acercando al punto de encuentro. El día permanecía nublado y silencioso. Al parecer la naturaleza también estaba a la expectativa. No pasó mucho tiempo para observar el primer grupo de labriegos, destacando con beneplácito la presencia de Arturo y Etelvina, venían conversando y haciendo chistes, era la manera de romper con la ansiedad que les había suscitado el encuentro. Más tarde, la presencia de Edubín también con un grupo importante. Cándido, que se había mostrado reacio hasta último momento, arribaba también con un número considerable de campesinos y campesinas.

Tío Agustín, sentado sobre un trozo de madera, observaba con entusiasmo el arribo de los campesinos y las campesinas, era emocionante el desfile que poco a poco iba llegando en silencio, saludando por entre los dientes. Era la timidez propia del campesino golpeado por la sumisión y la cobardía de la clase gobernante que no le daba valor al labriego, más bien era mirado como un simple objeto de uso. Miles de conjeturas pasaban por la cabeza de Tío Agustín, se lamentaba de tanta humildad y resignación. Era consciente que sobre el campesino caía todas las plagas de Egipto y de qué manera. Si la banca entraba en crisis por los desfalcos desproporcionados, los campesinos tenían que echarse esa crisis al hombro con el aumento de impuestos. Pero, cuando la banca entraba en bonanza, no compartía un céntimo con los campesinos. Era la ley del embudo que caracterizaba al sistema capitalista: Lo ancho para los poderosos y lo angosto para el pueblo. Se lamentaba que el pueblo en esas condiciones aceptaba mansamente la cruda realidad, de alguna manera sabía que la corrupción estaba principalmente en las alturas, pero hacía caso omiso, pues consideraba que así era la vida, no había vuelta de hoja y que Dios había hecho unos para mandar y otros para obedecer. Así la vida fuera un drama permanente, era mejor que llevarle la contraria a los gobernantes. El cura decía en sus homilías que tocaba sufrir en este mundo para gozar en el otro, tenía que purificar el alma con el suplicio de la pobreza y la explotación del hombre por el hombre. Dios, en su infinita sabiduría había hecho el mundo así y no de otra manera. Salió del ensimismamiento y dándose cuenta que el escenario estaba abarrotado, se incorporó y subiendo al tronco agitó las manos, pidiendo silencio y compostura. El cuchicheo cesó y expectantes los asistentes dirigieron sus miradas hacia Tío Agustín.

Lo vieron alto, delgado y de mirada transparente, pura. Su voz metálica fluía con parsimonia. Calculaba cada palabra con precisión. “Es un hombre”, dijo Sofía, la esposa de Edubín. “Bienvenidos y bienvenidas, comenzó diciendo, el territorio que están pisando es completamente libre, lo mismo cada uno de ustedes. Por lo tanto, quien considere que llegó aquí, presionado, amenazado y obligado, puede retirarse sin ningún problema”. La mayoría quedó boquiabierta, inmóvil no sabía qué contestar. Algunos pensaron que era una celada para matar al que se retirara. Tío Agustín quiso leer el pensamiento de esos labriegos y con la misma frialdad repitió el mensaje, dando un lapsus de cinco minutos. El tiempo pasó y nadie se retiró. Entonces, después de una breve introducción en la que habló de la problemática socioeconómica que vivía la región, sus repercusiones y las perspectivas de salir adelante, colocó en consideración el orden del día. Sofía, que se había mantenido inquieta, rompió el hielo y se atrevió a hablar. Sorprendidos los asistentes por el coraje de la fémina, la escucharon con suma atención. “comandante: Somos campesinos todos, respetuosos de la ley y del pensamiento del otro; somos partidarios de la paz y de la libertad para trabajar y así arar la tierra y ponerla a producir; respetamos los diez mandamientos; somos conscientes de la violencia, pero es que ésta no la hemos generado nosotros, diría que nos la han impuesto y a la fuerza. Es un error de los gobernantes, lo tenemos claro, cómo nos gustaría que nos visitaran para decirles que queremos la paz, caminos adecuados, créditos blandos, comercialización y demás prebendas para mitigar nuestro esfuerzo y hacer más productiva la región y poder llevar a nuestros hijos a la escuela y por qué no al colegio y a la universidad. Señor, no queremos más violencia. Queremos paz y sosiego”.   

El mensaje fue claro y contundente. Su voz dubitativa fue normalizándose mientras intervenía, terminando su intervención con fuerza y decisión. Todos pensaron en una réplica cáustica y despectiva del hombre que permanecía encaramado en el tronco de madera, sosteniendo en sus manos el cuaderno y el esfero. Todos se equivocaron de cabo a rabo, como diría Gabriel García Márquez. “Señora Sofía, cuánto nos alegra su intervención, porque ayuda a desestresarnos y a comprender el pensamiento del vaquiano con entera libertad y directamente, sin intermediarios. Para eso estamos aquí, para hablar de paz, de desarrollo comunitario, de sana convivencia y de solidaridad, es decir, cómo nos ayudamos unos con otros de acuerdo a nuestras capacidades. No venimos a esclavizar, venimos a liberar en comunión”. El cuchicheo no se hizo esperar, estalló como una bomba. Edubín se le acercó a Cándido y le dijo en la oreja: “¿Sí se da cuenta?” Cándido lo miró con enfado, dejando escapar una risita pálida.

Tío Agustín, volvió a levantar la mano, pidiendo silencio, lo consiguió no muy fácilmente, los concurrentes más tranquilos no dejaban de cuchichear entre ellos. Al hacer silencio, Tío Agustín leyó el orden del día: Verificar la asistencia, el tema central, la discusión, las conclusiones y el retorno a casa. Todos levantaron el brazo aprobando el orden del día. Satisfecho, Tío Agustín, retomó la palabra para decir: “Ya tenemos la relación de los asistentes, pasamos al tema central, tema que estará a cargo del camarada Balvin. Yo les agradezco su presencia y espero volvernos a encontrar en cualquier recodo del camino. Bajó de la improvisada tribuna y volviendo la mirada, presenció la llegada de Balvin. Tenía un traje verde oliva y una boina del mismo color. Sonriente llegó, siendo recibido con un sonoro aplauso. “Es el hombre más carismático que he visto en mi vida”, dijo Marcela, la esposa de Cándido. Cándido hizo caso omiso al comentario, permaneciendo estático mirando a Balvin. No se subió al tronco. Después de saludar, propuso que nos sentáramos en círculo, recuerda Etelvina tiempo después. La iniciativa fue acogida por unanimidad.

Todos y todas pensaron que era una conferencia farragosa e interminable. No fue así. El discurso fue corto y sustancioso: “Nada de cuanto digamos les es indiferente a cada uno de ustedes, porque en realidad son protagonistas de primer orden. La violencia sacude la región, lo mismo que la pobreza, la zozobra, todas ellas se meten en los hogares todos los días. Ustedes lo saben porque lo padecen en todo momento. Lo que quizás no saben es el origen, cuáles son las causas de este estado de zozobra permanente. Es ahí donde quisiera centrarme en esta corta conferencia”.

“Lo primero que hay que decir con toda franqueza es que este deplorable estado de la comunidad no es obra divina o sobrenatural, como lo insinúan los gobernantes y las mismas iglesias. Es un absurdo hacer a Dios responsable de esta cruda realidad. Quienes sostienen eso, amigas y amigos, están orinando fuera del tiesto, como dice el adagio popular. Dios no es responsable de la pobreza, de la violencia, la miseria y el desamparado. Ni si quiera es responsable el hombre mismo, así parezca paradójico. El hombre es un animal sociable por naturaleza dicen unos y otros dicen por segregación. La discusión es secundaria ahora sobre este tema. Lo que hay que entender es que el hombre solo existe en comunidad. El hombre individual no existe ni podría existir, solo existe en función social, colectiva. El hombre, así sea adinerado, afortunado, bello, gordo, flaco, blanco, negro, rambo, lo que sea, necesita de los demás, porque está atado a la humanidad como diría John Dalton. En términos sencillos para no divagar: Somos hermanos, que estamos predestinados a ser libres y felices sobre este planeta llamado Tierra”.

“Si eso es así, ¿Por qué tan desunidos con hermanos exageradamente adinerados y hermanos exageradamente desposeídos? ¿Por qué unos dicen y otros obedecen? ¿Por qué unos pocos dueños de todo y una inmensa mayoría sin nada?  ¿Por qué unos tienen que caminar descalzos para que otros puedan andar calzados con marcas costosísimas? ¿Por qué unos tienen que caminar para que otros se puedan desplazar en lujosos vehículos? ¿Por qué un pobre busca al rico para que sea padrino de su hijo, mientras que el rico busca a otro rico, quizás más poderosos? Podría continuar planteando muchos más interrogantes, pero no lo hacemos para no cansarlos y quizás aburrirlos. Creemos que con estos interrogantes se puede reflexionar con más tranquilidad y argumentadamente”.

El mutismo era total. El grupo permanecía inmóvil, como ido de este mundo escuchando la retahíla con suma atención. Nadie quería desconcentrarse y perder el hizo de la charla. Así lo entendió Balvin, considerando que no podía abusar de los asistentes, pensaba que una sobredosis podría resultar fatal. Por eso, terminó la exposición diciendo: “El origen de la problemática socioeconómica es el sistema económico, éste no interpreta los anhelos del pueblo, sino de una parte muy reducida y que bien podríamos llamar oligarquía. Es un sistema que va en contravía de la naturaleza humana, sobre todo su condición social. Si todos somos hermanos, ¿Por qué tenemos que dividirnos entre ricos y pobres, entre gobernantes y gobernados, entre poderosos y débiles? ¿Cómo así que este sistema nos hace ogros de nosotros mismos? La violencia no es un golpe de suerte o un designio sobrenatural ordenado por satanás, como dicen los curas con sus ramplonerías. La violencia es producto de la desigualdad social y la explotación del hombre por el hombre en todas sus formas y manifestaciones”.

Tomó un sorbo de agua que había llevado consigo y remató la conferencia: “No se trata simplemente de decir, se trata de hacer, en este caso proponer: Proponemos la unión de todos y todas para cambiar el sistema, proponemos la organización del pueblo, proponemos la movilización y proponemos un programa mínimo que nos una y nos identifique a todos y todas. Decir y hacer. Gracias por la atención, la palabra la tienen ustedes”, terminó diciendo Balvin.

El grupo no se movió. Siguió petrificado como si el conferencista hubiera continuado. Balvin emocionado contemplaba el rostro de cada uno con suma atención. El mensaje que mandaban aquellos rostros quemados por el sol, era de satisfacción y afirmación positiva. Todos querían hablar, pero nadie tomaba la iniciativa. Fue Sofía la que finalmente tomó la iniciativa, diciendo que la conferencia había sido maravillosa, pero que qué distancia había entre la realidad y la fantasía. La conferencia era para soñar despiertos, porque a su manera de pensar, la realidad era una utopía solo de soñadores. Pasar de clase dominada a clase dominante era un despropósito, porque el mundo es así y no de otra manera. “Solo sé que tienes la razón”, terminó diciendo.

Por esa misma dirección hubo varias intervenciones, se reconocía la veracidad de la intervención, pero también la imposibilidad de concretar el sueño dorado que con tanta nitidez se había planteado, era una locura imposible de materializar en la práctica. La discusión era intensa y a veces dramática, a la final todos querían hablar, nadie quería escuchar sino ser escuchado. Algunos manoteaban y hasta levantaban la voz en tono de agresividad. Balvin, cruzado de brazos, observaba con emoción la discusión, sentía que el pueblo representado en aquel grupo se desahogaba y de qué manera. Las principales ideas, las iba anotando en su libreta de apuntes. Dedujo que el pueblo es como un río que cuando se desborda se hace incontenible.

La neblina cada vez más intensa deambulaba mágica por entre las copas de los árboles, se metía en todas partes con ímpetu, acompañada de un vientecillo lúgubre. Balvin consideró que el cometido se había cumplido, subió al trozo de madera y moviendo los brazos como dos remos, llamó a la calma. No fue fácil calmar los ánimos. Cuando lo logró, clausuró el encuentro con sentidas y emocionadas palabras diciendo que la reflexión tenía que seguir en casa con los demás miembros del núcleo familiar y, quien finalmente quisiera asumir la utopía de luchar por la paz, encontraría una trinchera formando un ejército consciente y formidable e invencible. Claramente dijo que ni la indiferencia ni la neutralidad eran solución a la problemática que estaban viviendo, solo la acción organizada y consciente de todos en comunión sería posible materializar la gran utopía de vivir en paz cumpliendo el ciclo biológico normal de que los hijos entierren a sus padres y no como estaba sucediendo en la región y más allá de ésta. Algunos se acercaron a pedir más encuentros con el fin de seguir despejando el horizonte de tanta farsa acumulada en tantos siglos. Arturo propuso que en la próxima hiciera olla comunitaria, argumentando que eso ayudaría a mejorar y fortalecer las relaciones comunitarias. “Pienso que decir es importante, hacer resulta más importante, porque como dices tú se combina la teoría con la práctica”, dijo. La iniciativa fue aprobada con un sonoro aplauso. Así como llegó el grupo, así mismo se retiró. Ocurrió bajo la mirada escrutadora de Balvin. Tío Agustín bajó de la colina dando expresiones de felicidad y regocijo, saltó alrededor de Balvin, quien a intervalos dejaba escapar sonoras carcajadas.

Se había cumplido el objetivo trazado con tanta meticulosidad. Ahora, se trataba de crear un movimiento alrededor de la paz y la sana convivencia ciudadana en la región; los dos amigos evaluando el encuentro consideraron que había condiciones para dar el siguiente paso. Mientras se desplazaban a su nuevo escondite definieron la prioridad de elaborar un estatuto ético con deberes y derechos y una propuesta mínima de programa. Quien quisiera entrar al movimiento, debería tomar como referencia la aceptación del estatuto ético y el programa mínimo. De esta manera, pensaban, la idea iba tomando forma y estructura. Caminaron toda la tarde hasta ubicarse cerca del camino principal, sobre un montículo de donde se podía divisar gran parte del extenso cañón. Guindaron los cambuches y preparando una frugal cena, Balvin y Tío Agustín dedicaron tiempo para revisar algunos documentos. La noche se apoderó de la región, era oscura y melancólica con llovizna monótona.

La mañana fue arrugada. La neblina no se retiró de la región. Por el contrario, se hizo más densa y negruzca. “A mal tiempo buena cara”, dijo Balvin preparando el tintico en el pequeño reverbero. Tío Agustín sonrió apoyando la ocurrencia, mientras preparaba los documentos pensaba en la tarea que se habían echado al hombro. “Solos contra el mundo”. Como adivinando el pensamiento Balvin le contestó que no estaban solos, porque había un movimiento por la paz en marcha y la prueba irrefutable era la reunión desarrollada el día anterior. “¿Eres adivino, camarada?”, dijo Tío Agustín sonriendo. Tomaron la bebida caliente y se dispusieron a desarrollar la agenda del día que comenzaba con un desayuno liviano, cuando Balvin descubrió entre la bruma un jinete que descendía por la pendiente a todo galope. Tomó los binóculos para ver bien. Era joven y venía sin camisa. “Algo grave pasó”, dijo. Se hizo a la vera del camino, mientras Tío Agustín ofreció seguridad. Era el joven que había enviado en días pasados Arturo. Esperó tensionado. El jinete al verlo detuvo el noble animal con brusquedad, gritando con fuerza: ¡Lo mataron, lo mataron! ¿A quién? A mi abuelo Arturo, contestó angustiado. Balvin sintió un frío glacial que le recorrió la espalda. Dime, ¿Qué pasó? Sin dejar de sollozar el joven relató que a las cinco de la mañana, mientras la abuela Etelvina preparaba el tinto y el abuelo Arturo rajaba leña, dos encapuchados entraron y sin mediar palabra le dispararon en varias oportunidades. Etelvina al darse cuenta salió con leño ardiendo y los forajidos escaparon sin decir palabra alguna. Dejaron panfletos regados y desparecieron. Al parecer no tomaron el camino sino los desechos. “Rápido – dijo – pase la voz, vamos tras los facinerosos”.

La noticia se regó como pólvora. La comunidad se puso en movimiento armada de palos, machetes y escopetas de fisto. Balvin se puso al frente de un grupo, Tío Agustín al frente del otro, un tercero lo dirigió Edubín y un cuarto Cándido. Las mujeres hacían sonar los cachos en las colinas. Todo se puso en movimiento. La búsqueda era exhaustiva. Un grupo de mujeres se desplazó a la casa de don Arturo para confirmar los hechos y prestar la solidaridad. Nadie se tuvo quieto y menos indiferente. A las diez de la mañana se dio con la captura del primero y una hora después con el segundo. El primero fue detenido por el grupo liderado por Tío Agustín y el segundo, liderado por Cándido. “Justicia”, gritaba la comunidad reunida. La primera reacción fue lincharlo, era necesario aplicar la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente “. Balvin se opuso radicalmente. “Lo más sagrado es la vida, nadie está autorizado para quitársela a nadie. Además, violencia, engendra violencia. Estas criaturas manipuladas por los de arriba, tienen padres, seguramente mujer, hermanos, hijos, amigos. Matarlos sería una venganza contra todos ellos, y yo les pregunto: ¿Qué nos han hecho ellos?”.  “Pero, son criminales, le quitaron la vida a una de las personas más queridas de la región”, dijo Sofía mirándolos con odio visceral, con sed de venganza. Temblaba de pies a cabeza y sus ojos negruzcos amenazaban con salirse de sus cuencas. Los detenidos no hablaban, lívidos permanecían en silencio, también temblaban de pies a cabeza, su postura era gelatinosa. Balvin habló en voz baja con Tío Agustín. “Hay que actuar con la razón y no con la emoción. No podemos criticar al criminal y ser criminal, hay que enseñar más que con la palabra con el ejemplo”, dijo “Es cierto. Pero. ¿Cómo vamos a calmar los ánimos? “He ahí el complique”, contestó mirando de reojo a la comunidad y a los posibles asesinos.

Volviendo con serenidad, Balvin, volvió a hablar. Lo hizo pausadamente: “La biblia dice dos cosas importantes supuestamente dichas por Jesús: La primera, perdonar setenta veces siete, es decir, siempre. Segunda: El mismo texto señala que Jesús en la cruz, dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen y tercero dice el mismo libro que el nuevo testamente se caracteriza por el amor y la fraternidad. Desde esta perspectiva, si somos cristianos practicantes, sería contradictorio hacer lo que todos ustedes están pidiendo. Seríamos cristianos de dientes para afuera, como efectivamente, lo es la oligarquía, la clase dominante como explicábamos en el encuentro. Nuestro discurso es hacer coincidir lo que se dice con lo que se hace, es la propuesta revolucionaria que intentamos desarrollar con el apoyo de todos ustedes”.

“Ahora, quiero hablar brevemente desde la alteridad jurídica: “Toda persona – dice el código penal vigente – es inocente hasta que se le demuestre lo contrario, sea vencida en juicio. Yo pregunto: ¿Le hemos hecho el juicio, el debido proceso a este par de infelices? ¿Los hemos derrotado en un juicio con todas las garantías? Hay sanciones, pero no la pena capital. Matarlos sería un descanso para ellos, un dolor para la familia y una pena carcelaria de veinte y treinta años para quien atente contra la vida de éstos”.

“Un tercer aspecto, que no quería tocarlo, pero veo que es necesario hacerlo. es el tema político, teniendo en cuenta que hago énfasis en la política como ciencia, no como politiquería. “¿Qué ganamos con el ajusticiamiento de estas dos personas? Quizás miedo, pero sí muy seguramente odio de la misma sociedad que nos va señalar como criminales e infames que, sin ser autoridad, nos abrogamos ese derecho por la fuerza, desconociendo también el Estado Social de Derecho. ¿Será que los padres, hermanos, hijos, sobrinos de estos dos desgraciados, pensarían algún día hacer parte del movimiento por la paz, con nuestra cruda decisión?”

Los ánimos poco a poco fueron cediendo, Balvin había sido pródigo y contundente en su exposición, un murmullo comenzaba a sentirse entre los presentes. Los presuntos reos permanecían con sus miradas contra el piso sin chistar palabra, ni siquiera se cruzaban miradas entre sí. Levantada un tanto la neblina, todos podían contemplar el rostro lívido de los dos malhechores. Entonces, preguntó Sofía con voz más sosegada, menos virulenta, cuál sería el camino, la ruta a seguir. “¿Soltarlos, dejarlos libres?” “Por supuesto que no, ellos deben responder ante la justicia por este execrable crimen”, se apresuró a decir Balvin. “¿Y cómo?”, intervino Edubín. El murmullo volvió y con fuerza. Cada quien sugería salidas. Balvin intervino para dar a conocer su propuesta, propuesta que consideraba razonable y oportuna: “Interroguémoslos para saber la motivación y después los entregamos sanos y salvos a la justicia quien tiene la competencia para definir el castigo. ¿No les parece?”  “La idea es genial, se apresuró a decir Tío Agustín, una acción audaz así, se regará por toda la región y será admitida por todos y todas. Nos identificarán en el futuro como los defensores de la justicia, pero, sobre todo, de la vida que es lo más sagrado que tiene el ser humano”. “Mirándolo bien – intervino Cándido – la acción así desmoralizaría a los amigos de la violencia y robustecería la esperanza en los partidarios de la vida”.

Pacientemente, Balvin y Tío Agustín, escucharon las opiniones de todos los presentes con suma atención y responsabilidad. Eso les gustó a todos y a todas, porque fácilmente se dieron cuenta que no había privilegios en el uso de la palabra y que todas las opiniones eran importantes. Acogida la propuesta de Balvin, el interrogatorio comenzó. Al principio, los maleantes se negaron a hablar, considerando que todo era una trampa, pero la firmeza de Balvin, la pureza de sus palabras los convenció que era la única manera de salvar sus pellejos.


-          ¿Cómo te llaman?, preguntó Balvin

-          Eeehhh, Potracio, dijo el más joven rubio de ojos zarcos

-          Yo, eeeehh, Cinforoso, era el más corpulento de mirada rasgada y rubio también.

-          ¿De dónde son ustedes?

-          Semos del otro lado del río.

-          ¿De qué bando son?

-          Semos godos

-          ¿Vinieron por iniciativa propia?

-          No señor

-          ¿Quién los envió?

-          El comandante de policía

-          ¿Conocían ustedes la víctima?

-          No señor

-          ¿Qué les prometieron a cambio?

-          Dinero

-          ¿Cuál era el fin del crimen?

-          Entendemos que sembrar el miedo para poder conservatizar la región como lo dice el presidente de la república.  

-          ¿Por qué asesinar a don Arturo?

-          Porque, según oímos decir era una persona querida en esta región, con él sembraríamos el pánico en toda la región.

-          ¿Quiénes son ustedes?

-          Semos campesinos, semos pobres, yo tengo siete hijos y Potracio no tiene dónde caer muerto. Fue la oportunidad de conseguir un centavo.

-          ¿Saben ustedes, ¿Qué es un sicario?

-          No señor

-          Un sicario es el sujeto que vende sus energías para cegar la vida a otra persona, por un salario.

-          ¿Sus mujeres y sus hijos saben lo que están haciendo?

-          No se señor, mis hijos son guámbitos, el mayor tiene trece años. Mi mujer menos, la adoro y quiero que no aguante más hambre

-          ¿Qué es para ustedes la vida?

-          Lo más sagrado

-          ¿Por qué se la quitaron a don Arturo?

-          Por necesidad. Es el mundo del más fuerte. ¿o no?

-          ¿Llevan muchos años delinquiendo?

-          No señor, era el primer “trabajo”

-          ¿Qué piensan?

-          Nada.

Balvin volvió la mirada a los campesinos observándolos mucho más calmados y ordenados, permanecían estáticos y ensimismados. Habían guardado sus afilados machetes en sus fundas, los garrotes tirados al piso. ¿Alguien quiere preguntar? El silencio fue total. Nadie se atrevió a interrogar a los malhechores, un poco más tranquilos, con las manos atadas atrás permanecieron en silencio. Tío Agustín, tomó la palabra para decir: “Si hacemos una lectura real del sucedo, bien podríamos decir que Potracio y Cinforoso, son también víctimas de un gobierno inhumano que pretende uniformar a todos y a todas alrededor de un partido que representa los intereses económicos de los poderosos. Hemos dicho hasta la saciedad que no hay diferencias entre los godos y los collarejos, los colores no existen. Así, pues, a mi modesto parecer, el responsable de esta violencia y de este crimen en particular, son el Estado y su gobierno, mejor dicho, el sistema imperante. No podemos irnos por las ramas en el análisis. Es de destacar el ejemplo universal que han dado ustedes, la lección que no puede quedar en el vacío, porque de un lado, mostraron solidaridad, sentido de compromiso social, acción unitaria y sensatez, actuando más con la razón que con la emoción. Viva la paz, viva la unidad, y por el otro lado, respeto por la vida y la dignidad humana que es la razón suprema de nuestra lucha”.

Se conformaron varias comisiones: Una para presentar el denuncio, otra para coordinar el funeral y una tercera para recolectar alguna ayuda humanitaria para la viuda. Aprobadas y conformadas, se desplazaron cada una a hacer su tarea. Balvin y Tío Agustín, estuvieron pendientes de las comisiones para que todo saliera bien. Los resultados fueron positivos. El inspector puso a buen recaudo a los implicados, después de un dispendioso juicio, fueron sentenciados a veinte años de prisión cada uno, el funeral se realizó con la presencia multitudinaria de la comunidad de la región y más allá. Se recolectaron más de cinco mil pesos, siendo entregados en su totalidad a la viuda Etelvina.

Dejó como lección el compromiso de todos y todas de estar pendientes de la región. En lo sucesivo cuanto personaje extraño hacía presencia, era inmediatamente abordado por un grupo de campesinos y campesinas. Se le interrogaba. Si era el caso, se le aconsejaba que volviera por el mismo camino que había llegado. La comunidad estaba presente que abandonara la región, e incluso, lo acompañaba hasta la frontera. La comunidad iba entendiendo poco a poco la importancia de eliminar la indiferencia y el paternalismo. Era un cambio formidable que la comunidad iba asimilando.

La autoridad no dudó en calificar a los habitantes de “comunistas”, regó el cuento por todos los rincones de la región incluyendo los pueblos vecinos. Había nacido en Montegrande el comunismo y amenazaba con regarse por toda la patria como un verdadero virus. El senador más godo de todos, nada más que el considerado hijo de monstruo planteó en el recinto sagrado de la democracia burguesa, el Parlamento, que aquello constituía el nacimiento de “Repúblicas Independientes”, las cuales había que combatir con todo rigor no desde el ministerio de gobierno, sino desde el ministerio de defensa. La embajada de Estados Unidos enterada del suceso, implementó rápidamente el denominado Plan Latín América Security Opertation (LASO). Aprovechaba así el imperialismo norteamericano la coyuntura para afianzar su neocolonialismo en la región. El Plan Laso era contra humildes campesinos que solicitaban la presencia del gobierno nacional con puentes, caminos, centros hospitalarios, escuelas, créditos blandos e iniciativas concretas de paz. A esas solicitudes el gobierno nacional hizo caso omiso y convertido en marioneta del gran imperio del norte, con la complicidad de la burguesía y los terratenientes avaros que consideraron la gran oportunidad de ampliar sus fronteras, no dudó en acoger el siniestro plan de destrucción y tierra arrasada. La proporcionalidad era asombrosa e insólita: 82 campesinos armados de sueños de hacer producir la tierra, con más armas que escopetas de fisto, machetes y palos, contra un ejército entrenado en el extranjero en número superior a diez mil hombres con el armamento de punta del momento. Por aire y tierra irrumpieron sin piedad alguna, destruyendo montañas, envenenado ríos y riachuelos, bien parecía el fin del mundo. Destruyeron la selva con sus bombardeos, sembraron el terrorismo de Estado, masacraron humildes campesinos, violaron niñas, mujeres sin piedad alguna, eran monstruos sin Dios y sin ley, fueron acciones que la Santa Iglesia Católica bendijo y respaldó abiertamente desde los púlpitos, por cuanto se trataba de derrotar el anticristo que era el comunismo, cuando el campesino no conocía sino los conceptos abstractos de liberalismo y conservatismo, sin entender por qué uno y por qué el otro, qué diferencia había y cómo había surgido. Era el gigante Goliat contra el pequeño David, según el libro bíblico, libro que andaba libremente por el mundo amaestrando a los pueblos con relatos inverosímiles, carentes de cientificidad, pero que el pueblo asumía maquinalmente con la imposición desvergonzada del Clero, imposición a la fuerza so pretexto de ir a la hoguera en el marco de la denominada: “Santa Inquisición”.

Todas las premoniciones de Balvin y Tío Agustín se cumplían al pie de la letra, no por simple sortilegio, sino por el estudio detallado de textos marxistas que hacían furor en el viejo continente y que comenzaban a llegar a la región poco a poco, sorteando toda clase de vicisitudes. En más de una oportunidad estos dos amigos le dijeron a la comunidad que no eran clarividentes, magos o sabios, simplemente eran estudiosos de la realidad cotidiana al lado de libros de maravillosa singularidad que el gobierno rechazaba y la iglesia católica condenaba. Para usted leer un texto, tenía que hablar primero con el cura, quien le decía sí o no puede devorar el contenido de éste. Todavía existe esa manía de rechazar la lectura y la cultura popular, se impone a la fuerza la cultura basura y se profundiza estrategias oficiales para que el distanciamiento entre el hombre y el libro sea cada vez más grande. La razón es elemental: Una persona que lee, piensa y no traga entero; una persona que vive divorciada de los libros, está a merced de la información mediática de los grandes medios que no para de trasmitir la ideología de la clase dominante.

Sin embargo, la iniciativa de Balvin y Tío Agustín, se desarrollaba exponencialmente. El número crecía. Mientras Balvin se dedicaba a elaborar un programa mínimo que concitara el interés de la comunidad, Tío Agustín, dedicó el fuerzo en elaborar proyecto de estatuto. Ya había cincuenta jóvenes, hombres y mujeres, dispuestos a militar en la propuesta planteada. Tener programa y estatuto, era urgente. Quince días, dedicaron a esta labor con horario riguroso, desde la mañana hasta el atardecer. En la noche, a la luz de la esperma o de la luna, discutían y enriquecían los borradores. La experiencia fue aleccionadora. La pesquisa de documentos, la lectura y relectura, les permitieron profundizar el conocimiento teórico, aprender experiencias nuevas y fortalecer la unidad armónica que existía entre los dos inseparables luchadores sociales.

El día de la socialización, Balvin y Tío Agustín, se levantaron muy temprano, revisaron los originales con sumo detalle y después de recoger los trebejes y desayunar, se marcharon con destino a la asamblea. Era una mañana soleada y tranquila. Tenían que caminar una hora, el punto de encuentro y media hora más al sitio elegido para la asamblea que aprobaría el programa y los estatutos. No habían caminado cinco minutos cuando Tío Agustín se dio cuenta que había olvidado el esfero. Se dio cuenta después de buscarlo en el bolso y en los bolsillos del overol oliva. “Y te alcanzo, camarada”, dijo. Balvin sonrió, continuando la marcha. Iba de prisa. Quería llegar con suficiente tiempo para rastrear el entorno y tomar las rigurosas medidas de seguridad. Así le cogió ventaja a su camarada. Al cruzar la quebrada, Balvin se detuvo un instante para recoger agua cristalina de la pequeña corriente hídrica. Mientras lo hacía, meditaba sobre la odisea del proyecto que lo desvelaba y que estaba en marcha. Pensaba que con cincuenta jóvenes podía fundar un movimiento fuerte, seguramente muy dispuesto para la lucha. Al incorporarse, se escuchó la detonación de un arma de fuego, no pudo precisar el sitio, la sangre comenzó a brotar en abundancia del pecho, solo sintió un fogonazo, trató de levantar la cabeza, pero no pudo sintió que todo daba vueltas a su alrededor. “Me dieron”, dijo en voz baja, desplomándose como un fardo. Una parte de su atlético cuerpo quedó dentro de la pequeña quebrada. Pronto el agua cristalina cambió de color. Tirado de bruces, intentó evitar que la sangre saliera en abundancia, esfuerzo inútil porque las fuerzas lo abandonaron rápidamente. Intentó moverse, pero tampoco le fue posible. Un bulto con pasamontaña, se le acercó, se inclinó mirándolo de cerca. Tenía en su mano derecha el arma. “Misión cumplida”, dijo y se marchó. Balvin, el gran gladiador por la paz, era consciente que no moriría plácidamente en su lecho y así se lo había dicho en varias oportunidades a su inseparable amigo. No había angustia en su rostro, ni mueca de dolor, se había preparado casi toda su vida para este momento. “Morir por la causa noble de los pueblos no es morir”, dijo casi balbuceando.

Tío Agustín, que venía ensimismado pensando pensamientos, al aparecer en la curva se encontró con la espeluznante escena. Como un rayo desenfundó el arma de dotación, una carabina san Cristóbal, disparando en todas direcciones en esperaba de respuesta. Tirado en el piso tras una enorme piedra lamosa, volvió a cargar el arma y sin esperar respuesta se acercó a Balvin. Aun respiraba y deliraba. Le impresionó su serenidad y su coraje para soportar el dolor de la muerte. Más que lamentarse, daba instrucciones. No todas las palabras las entendía Tío Agustín desencajado. Gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas quemadas por el sol. No coordinaba bien. Sentía que flotaba y que todo daba vueltas a su alrededor. Quien lo creyera: Fue el mismo moribundo quien lo tranquilizó. Le dijo palabras de amor, palabras de aliento. “Mi muerte no es el fin del sueño, la democracia y la libertad son utopías que se materializarán sin mí, lo cual no es importante. No afloje. El pueblo es superior a los gobernantes fariseos e hipócritas. Camarada: ¡Hasta la victoria siempre!” No habló más. El último suspiro le taladró el alma a Tío Agustín. “Juro, seguir en la lucha, ¡Venceremos!” Se le acercó para cerrarle los párpados. Se acomodó sobre una pequeña piedra, permaneciendo ensimismado. Con la pérdida del ideólogo se había perdido una gran batalla, pero no la guerra. Balvin moría para nacer en miles de campesinos y campesinas que no dudaron en recoger su bandera, sosteniéndola hasta izarla en lo más alto del mástil. Comprobaron diáfanamente que los héroes que luchan por el bien de la humanidad, no mueren, son eternos.

FIN

Ibagué, abril 14 de 2025

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