lunes, 14 de abril de 2025

A manera de presentación

Nelson Lombana Silva

Dejo a su consideración la novela:” “Tiempo de Vivir”, un punto de vista sobre la cruda realidad del pueblo colombiano que históricamente ha sido ignorada, desconocida y en el mejor de los casos, tergiversada, mejor dicho, contada al revés, donde usualmente los agresores son considerados agredidos y los agredidos agresores, gracias a la asombrosa capacidad de manipulación con el concurso de los historiadores de corbata y el infalible poder mediático.

Desde la literatura popular, se puede contribuir a clarificar la verdadera historia. Lo hizo Gabriel García Márquez con su literatura comprometida con el pueblo y Pablo Neruda con sus volcánicos poemas. Me aparto de aquellos que hablan de “neutralidad” lanzando la descabellada tesis de que la literatura está por encima del bien y del mal. Incluso, algunos afirman que la literatura es exclusivamente para excitar la mente, la conciencia o como dicen los religiosos: El alma.

A mi parecer, la literatura es una forma concreta de lucha revolucionaria, porque genera realidad y crea esperanza en un mundo posible, distinto al que estamos viviendo. Es compromiso con la masa, de la cual hacemos parte. Así, pues, no podemos escribir para sostener el régimen, el sistema oprobioso, escribimos para destruirlo, creando conciencia social y de clase.

La historia de la humanidad es la historia de la violencia producto de la contradicción de clase. Insistir en la utopía que sean los hijos los que entierren a sus padres, es entender el desafío de construir una sociedad humanizada, crítica y con espíritu propositivo, para lo cual hay que conocer la verdadera historia, pues ésta nos podrá decir con franqueza la dirección correcta a seguir. Entender el presente, proyectar el futuro resulta viable si conocemos el pasado.

La literatura que podría entenderse como el arte de escribir correctamente, con estética y cadencia, también constituye un elemento clave en la dinámica dialéctica que le es inherente al ser humano. Genera conocimiento, estética, placer y entretenimiento que hace al humano bastante humano. La lectura es la gran ventana, la puerta de acceso al mundo mágico del conocimiento en todas las áreas del saber, entre ellas, la literatura.

No caracterizaría la novela “Tiempo de Vivir”, como histórica en su totalidad, pero sí tiene bastante de ello en los cinco capítulos. La razón es elemental: No se puede renunciar a la imaginación. El personaje central, Balvin, representa a los luchadores y luchadoras que persisten en la gran utopía de construir un país justo y humano, en paz y en sana convivencia, respetando la pluralidad y la diversidad. Es tal su compromiso social que arriesga su vida y perece en ella. Va nuestra admiración a todos los luchadores consecuentes, hombres y mujeres que han perdido la vida en la aventura, pero han dejado la huella imborrable. Ellos y ellas, siguen siendo nuestra referencia e inspiración para seguir adelante.

Me anticipo a pedir disculpas por los errores u “horrores” que puedan aparecer en las siguientes líneas, quizás lo mal escrita, me escudo en decir que no la escribí con fundamento en los cánones rigurosos de la Academia, sino en el sentimiento impoluto que brota de lo más íntimo del corazón, producto de la vivencia y la experimentación permanente en el sistema de los antivalores.

Como dije, la novela “Tiempo de Vivir”, consta de cinco capítulos, cada día presentaremos uno. Sea usted bienvenido, bienvenida, que comience la función:  


Tiempo de Vivir  

Por Nelson Lombana Silva


1

Mientras el cuerpo inerte era transportado a la morgue, la noticia de su deceso, se esparcía con rapidez por todas partes a través de las ondas hertzianas. La noticia ponía en vilo a toda la comunidad, por cuanto Balvin contaba con el mejor aprecio y admiración de todos y todas, por su sensibilidad, espíritu de lucha y su vocación de paz. Había llegado a la población durante la cruda violencia, atormentado por el hambre y las múltiples necesidades que padece un ser humano sin recursos económicos en medio del terror de la violencia desalmada.

Tenía para entonces veinte años. Era delgaducho y pálido, de ojos hundidos y mirada perdida. Caminaba nervioso e inseguro. Se instaló en la plaza principal bajo el almendro, recostando la pequeña caja de cartón en la base del árbol. Mirando a su alrededor, bostezaba a intervalos. Una anciana decrépita que cruzaba por allí, se acercó poco a poco apoyada en su vetusto bastón. Lo miró de pies a cabeza y santiguándose preguntó en voz baja: “Joven, ¿De dónde viene?” Nervioso Balvin la miró. Se estremeció de pies a cabeza. “Vengo – dijo – del otro lado del río”. Clementina, levantó su mirada vidriosa para verlo mejor y dejando escapar un largo carraspeo, se le acercó más para decirle muy cerca al oído, “Con seguridad eres godo y este pueblo es collarejo”. Miró a su alrededor y blandiendo el bastón, agregó: “Regrésese por donde llegó, joven”.

Balvin la miró impotente. No sabía qué contestar. Aturdido miró nervioso a su alrededor. “El hambre, ¿Tiene color político, señora?”, dijo por entre los dientes sin mucha convicción. Clementina, se encogió de hombros y como pensando la respuesta, contestó: “En este pueblo todo puede ser posible”. La mañana estaba fresca, el firmamento nublado y el vientecillo suave deambulaba por la terrosa plaza de mercado. La débil anciana de piel arrugada y cabellera blanquecina, se dispuso a marcharse, advirtiendo nuevamente del peligro que corría en este pueblo. Segura que la estirpe liberal encarnaba el progreso, el cambio y la justicia social, consideraba que el conservador encarnaba el retroceso, el atraso político y la vergüenza. Balvin pensaba al revés. Sin ser docto en la materia pensaba que el conservador encarnaba lo más granado de la religiosidad, la salvación eterna y la fe en un Ser Superior llamado Dios.

“Tengo hambre”, dijo escuetamente. La anciana se inclinó para sonreír. “Los creyentes dicen que no solo de pan vive el hombre. ¿No has leído?”  “Vieja miserable, arderás en los infiernos”, dijo Balvin volviéndole la espalda, para mirar un piquete de policías que se acercaba por el otro costado. “Esta tierra es de collarejos, no de godos”, dijo Clementina, alejándose caminando con dificultad, apoyándose en el bastón.

El comandante, alto y delgado, se acercó y hosco pidió documento de identidad. Balvin hurgó en los bolsillos entregándolo. El comandante apenas deletreaba. Duró varios minutos observando el documento haciéndose que leía con atención. Al devolverle el documento de identidad, se le acercó, preguntándole en voz baja, después de mirar a su alrededor. “¿Eres godo de verdad?” “No sé si sea godo. Lo cierto es que mis padres, mis hermanos, eran godos, destilaban azul de metileno. Mi madre decía que había que ser firmes hasta la muerte”. “Vamos para el comando”, dijo el polizonte. “¿Por qué me detiene?” “Ya lo sabrá”.

Los policías lo rodearon conduciéndolo al puesto de mando. Balvin, llevando la caja de cartón caminaba ensimismado, metido en su drama de pies a cabeza. Las tripas silbaban del hambre. Con el rostro clavado en el piso no paraba de bostezar. Sentía que estaba a punto de desmayarse. Consciente de ello, el comandante tomó la caja de cartón. Cruzaron la plaza, caminando por una estrecha callejuela sin pavimentar, entraron al pequeño cuartel que amenazaba con caerse. Balvin no tuvo tiempo de admirar la vetusta casona, buscó con ansiedad un asiento y sin pedir permiso se sentó. Temblaba de pies a cabeza. “Rápido – dijo el comandante – el joven Balvin necesita alimento”. El agente bajito y grueso, cruzó la calle, regresando rápidamente con un plato de sopa. Balvin la devoró con avidez.

Pasaron dos horas. Un tanto repuesto, el comandante lo condujo a su pequeña oficina. “Acá – dijo – podemos hablar más en confianza”. Balvin no entendía el comportamiento del polizonte, estaba desconcertado. Se acomodó en un pequeño asiento de madera y mirando tímidamente al comandante, esperó que hablara. El uniformado le echó una mirada y entusiasmado, comenzó su larga perorata. Al principio divagó, con ambages comentó sobre la situación política y de orden público del pueblito. Durante la charla, preguntó varias veces lo mismo: “¿Eres de filiación conservadora?” Balvin repetía maquinalmente la misma respuesta. Su malicia indígena lo llevaba a pensar que el policía buscaba ansioso contradicciones en el largo y farragoso interrogatorio.

Se incorporó, sirvió un tinto y fumando el cigarro, volvió a sentarse, después de ofrecer tinto al interlocutor. “Seguro, dijo, eres un godo de racamandaca, no hay duda”. Por primera vez Balvin sonrió. Fue una risita corta e ingenua. No entendía por qué le llamaba tanto la atención el tema al comandante. No transcurrió mucho tiempo para saberlo. Bajó la voz para decirle: “Yo también soy godo”. Balvin frunció el ceño. No podía creer lo que estaba escuchando. Lo miró con intensidad abriendo los ojos. “¿Un comandante godo en un pueblo liberal?”, dijo asombrado.

El comandante pidió que bajara la voz. Nadie podía enterarse en el pueblo. Era secreto de Estado. Balvin entendió perfectamente el interés del polizonte. “¿No prestarías un mejor servicio en el pueblo cruzando el río?” “Por supuesto que no, acá está el enemigo que hay que combatir con la ayuda de Cristo Rey”. Se frotó las manos para rematar la idea: “El liberal es la serpiente que hay que matar por la cabeza”, dijo sin remordimiento. “¿Quién dijo semejante disparate?”, interrogó Balvin poniéndose en pie, visiblemente desconcertado.

El policía de guardia entró con la noticia que había disturbios en el otro extremo del caserío, en el barrio de tolerancia. “¿Qué está pasando?”, preguntó sin mucha emoción. “Al parecer machetera entre campesinos ebrios”, dijo. El comandante sonrió. “Espere que pase la gresca, una vez suceda despacha una comisión a recoger la información y proceder con los heridos, los muertos y los victimarios”.

Balvin quedó estupefacto, no podía dar crédito de lo que estaba escuchando. Se encogió de hombros y carraspeando, miró a través del pequeño ventanal la manada de gallinazos. Fingió centrar la atención en estas aves carroñeras que tienen por virtud anunciar tragedia. El comandante se volvió para continuar la conversación. “Que se maten entre ellos – dijo – eso aminora la tarea”. Balvin, volvió la mirada para ver la figura del general Santander fija en la pared. Se sentó y miró al comandante que revisaba algún documento. “Este comandante debe tener más de uno en el buche”, pensó ensimismado.

Retomando el discurso, dijo que la orden del gobierno nacional, era conservatizar todos los pueblos del país, era una decisión audaz, si se trataba de conservar las buenas costumbres y la religión católica. La orden se tenía que cumplir, de lo contrario, la anarquía se tomaría la nación sin ningún contratiempo y podría desembocar en un comunismo atroz por sus repercusiones que esto implicaría. Hay que actuar a tiempo antes que sea demasiado tarde había dicho el presidente y él estaba completamente de acuerdo.

Mientras hablaba, el comandante movía el esfero entre sus dedos con cierta ansiedad. Sus ojos rasgados los movía con insistencia, miraba a su alrededor y de vez en cuando los fijaba en el macilento rostro de Balvin, quien extasiado lo escuchaba con asombro. No podía creer que la autoridad de la comarca pensara así, sobre todo porque tenía la firme convicción que esta era garante de la buena convivencia de la ciudadanía. Por un momento pensó que todo era una broma, una celada para involucrarlo en el delito.

Tímidamente, Balvin tomó la palabra tosca para expresar su pensamiento. Habló despacio e inseguro repitiendo muletillas habidas y por haber. “Señor, mucho tengo que agradecerte, has dado posada al peregrino y consolado al necesitado. No puedo más que agradecer. No tengo estudio, ni hígado para cercenar cabezas de seres humanos, solo tengo corazón para amar y manos para labrar la tierra. Veo en cada ser humano, un hermano que debo respetar y admirar con sus particularidades. Te repito, comandante, no tengo estudio, pero comprendo que somos diversos. Mira, comandante: Unos son altos, otros son bajitos; unos gorditos otros flaquitos; unos blancos otros negritos; unos estudiados, otros analfabetas, unos ricos, otros pobres… Sí, comandante, somos diversos”.

“Ahora, en cuanto al color político. ¿De qué sirve eso? Salí del pueblo godo, llego al pueblo collarejo. ¿Qué hay de novedad? Me parece que nada. El hambre allá, se sube por las paredes, lo mismo ocurre acá como he venido observando. Allá, hay unos cuantos que viven muy bien, seguro que acá ocurrirá lo mismo. Entonces, ¿Por qué y para qué dividirnos y odiarnos por los colores azul y rojo? Tío Agustín, que en paz descanse, decía que no había cosa más ridícula que pelear por los colores. No tiene sentido, no tiene razón de ser”, solía decir siendo un campesino tan iletrado como yo”.   

“Es más: El hombre nació para morir. La brevedad de la vida es real, le preguntaría con todo respeto, señor comandante: ¿Qué somos ante el infinito? Nada y la nada es nada, entonces ¿por qué querer quitarle la vida a un ser humano por una simple ideología, mejor, por un simple color? Soy pobre porque no tengo dinero, pero soy rico en conocimientos porque mantengo en comunión con mis hermanos los libros. Ellos no mienten, no especulan, no imponen, no amaestran, no alienan, los libros nos enseñan a pensar, a ser críticos y autocríticos, analíticos, a no tragar entero y menos dejarse dominar por una ideología y, más aquella, que no pertenece a nosotros que somos pueblo, sino que pertenece a los que mi abuelo llamaba oligarcas, cosa que todavía no he podido entender muy bien, pero que seguramente, con el tiempo entenderé”.

“Señor comandante, esta conversa tendrá que quedar en secreto. Yo no sé cantar. Solamente solicito un espacio para vivir en el poblado y poder relacionarme con la gente. Tengo el firme interés de demostrarle a cada uno, que lo más importante es la paz y la sana convivencia, dicho de otra manera: El trabajo es el que dignifica al hombre. Disculpe, es mi forma de pensar, seguramente podría estar equivocado, pero te repito: Amo la vida y detesto la muerte; comandante la paz es vida, la violencia la muerte”.

Balvin respiró profundo. Sintió que se había quitado una enorme carga de encima; se sintió liviano y espléndido. Se acomodó mejor en la silla. Sin dejar de mirar al comandante, se quitó el sudor que rodaba por su mejilla. No había duda: Era ingenuo, quizás pensaba que con el argumento era suficiente para convencer al comandante. “La autoridad debe ser cristalina”, pensó mientras mantenía los ojos clavados en el rostro del comandante.

El comandante, que había tenido sus ojos ocupados en la lectura de una esquela, los clavó sin piedad en el rostro del caminante. Era una mirada chispeante, llena de odio visceral. Desanimado solo atinaba a mirarlo fijamente. Balvin comprendió el mensaje fácilmente. Durante eternos segundos no le quitó la mirada de encima. No podía entender que el único godo que había en la comarca, después de él, pensara de esa manera. “Eres patiamarillo, ¿verdad?”, dijo por entre los dientes sin poder disimular el enfado. “Yo que pensaba haber encontrado un copartidario para arrasar con todos estos collarejos, resulta que me encuentro con un angelito conciliador que ni es agua ni es pez. Más bien eres una gelatina sin partido y menos sin doctrina. Creo mi hermano que te equivocaste, porque debería ser curita, adulador de las once mil vírgenes”. 

Golpeó en varias veces el pequeño escritorio. Se incorporó y caminó por el estrecho aposento como fiera recién enjaulada. “El pueblo tiene que ser conservatizado, es un clamor nacional, un acto de grandeza y de magnanimidad”, dijo. Se paró al lado del ventanal y colocando sus dos manos en él, miró inmóvil por algunos segundos, la turba de gallinazos que seguían sobrevolando el pequeño caserío encaramado en la estribación de la cordillera central. Mil ideas cruzaron por su cabeza. Pensó en asesinar a Balvin, tirarlo en el basurero para que los gallinazos calmaran el hambre. Qué más se merecía un patiamarillo, un traidor de la causa del señor presidente de la república. Tenía claro que el pusilánime no tenía derecho de vivir, pensaba que el mundo era exclusivamente para los osados, seres sin sentimientos y con ambiciones de grandeza. Repensó las distintas opciones, concluyendo que no podía cometer el error garrafal de asesinarlo, no podía dejarse llevar por la ira, tenía que esperar que aquel miserable cambiara de opinión. “Es un pobre godo sin ideología laureanista”, pensó. 

El guardia volvió a entrar. Llevaba en sus manos un papel. “Con permiso”, dijo. Sin mirarlo el comandante, le ordenó informar. “La reyerta fue dura. Resultado: Un muerto, dos heridos gravemente, cuatro detenidos y dos que lograron escapar”. El comandante, se volvió interrogante: “¿De qué filiación política eran?” “Todos liberales”, respondió el guardia. El comandante se frotó las manos. “Un liberal menos”, dijo sin remordimiento.

Balvin se puso en pie dispuesto a abandonar el puesto de policía. El comandante lo detuvo, invitándolo a sentarse nuevamente. Con semblante afable dijo darle la razón en todas sus opiniones, argumentando que nadie nacía aprendido y que todo era un proceso. “Eres demasiado joven para entender la ideología goda, la necesidad de defenderla a capa y espada, considero que hay que darle tiempo al tiempo”, dijo simulando una risita amable.

Balvin escuchó atento y halagado la argumentada exposición del comandante. Observó que tenía un fuerte acento conciliador. Lo miró de frente, dándose cuenta que tenía un lunar debajo del mentón. Su vozarrón dosificado, se escuchaba perfectamente en el pequeño cuarto. “Si bien Dios nos creó, no lo hizo a la perfección como dicen los curas, él cometió mucho errores, podríamos decir que nos dejó en obra negra. Es por eso que tú no tienes clara la película hasta ahora, pero estoy seguro que con el transcurrir de los días en este pueblo, cambiarás de parecer y entenderás a la perfección mi preocupación. Entonces uniremos fuerzas para borrar de este pueblo la serpiente venenosa que encarna el collarejo”.   

Poniéndose en pie extendió la mano para despedir al peregrino. Balvin también se puso en pie y también extendió su mano famélica estrechándola con efusividad. “Estas puertas están abiertas de par en par, copartidario”, dijo. “Siempre encontrarás en mí una persona decente, honrada, respetuosa de los diez mandamientos”, contestó Balvin. “¿Para dónde vas?” “No sé”, respondió Balvin.

Salió a la calle estrecha. Estaba solitaria. Miró en dos direcciones y después de volverse a despedir, se alejó a paso largo. Clementina, desde su tienda, lo vio caminar con la caja de cartón a cuestas. Se estremeció. Un frío glacial recorrió su arrugado cuerpo. Sintió náuseas. “Ese godo se salió con la suya, con toda seguridad engañó a la autoridad”, dijo para sus adentros. Lo siguió con la mirada hasta que desapareció en la distancia. “No hay preocupación, una golondrina no llama invierno”, pensó mientras acomodaba los artículos de primera necesidad en la vitrina para su venta.

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