martes, 1 de abril de 2025

Salvada por la serpiente y el perro Vida y obra de la comunista María Inés Pacheco de García

 

María Inés Pacheco de García. La heroína de esta historia. Foto Nelosi

Por Nelson Lombana Silva

Capítulo 4

Mis primeros pasos

Nací el 25 de mayo de 1944 en la vereda Japón, municipio de Dolores (Tolima). Hice la primaria en tres años, debido a mi facilidad e interés por aprender. Los profesores me promovieron por mi inteligencia. En esa época era frecuente esta promoción de los estudiantes con ciertos méritos, recuerdo. El primer grado lo hice completo, los demás en dos años.

Era apenas una bebé de ocho años, cuando el cura, Jesús Antonio Oviedo, le propuso a mi papá, don Pedro, que me llevara al convento María Auxiliadora, en Bogotá, ubicado sobre la avenida Caracas. Yo le doy la beca, dijo, argumentando que era una niña con mucha garra para estudiar a pesar de ser tan pequeñita. Mi papá habló con mi mamá y ella estuvo de acuerdo, afirmando que en el campo muy poco era lo que se me podía ofrecer y que, además, no estaba dispuesta a enviarla sola al pueblo a estudiar. Estaba convencida que interna estaba más segura y mejor cuidada. Ambos estuvieron de acuerdo.

A esa edad, salí por primera vez de mi terruño. La meta era hacer el bachillerato, el que se hacía en cuatro años. Llena de expectativas de niña asumí el reto. Era muy duro despegarme de mis padres y de mi entorno. Iba de lo conocido a lo desconocido. Una niña campesina a la capital de la República, era realmente un sueño inverosímil, que en mi caso particular se materializó.

Me gustaba leer. Una biografía que me impresionó de niña, fue la de Policarpa Salavarrieta. Leí su historia con pasión y profunda admiración, destacando la valentía y la juventud de la heroína sacrificada por la libertad de América. Mi mamá me prestó el libro una vez regresé de Bogotá. Pienso que los valores de una persona deben ser la rectitud, la honestidad, la capacidad de uno mismo ponerse metas. Algo bonito es no mentirse uno mismo, no dejarse manipular y no renunciar a los sueños.

Los recuerdos de aquel alucinante período se desvanecen en el olvido. Era una niña dócil y acomedida que me ganaba rápidamente el aprecio de las monjas de este convento. La disciplina era estricta. Rezar por la mañana y por la tarde. Es decir, al levantarse y al acostarse. Cumplir con las tareas y estudiar mucho, animada por los halagos de los docentes y el inmenso amor que les profesaba a mis progenitores. No era una educación crítica, era una educación memorística.  La temperatura glacial compaginaba de alguna manera con mi manera taciturna de ser. Los días y las noches eran iguales. La nostalgia por mi terruño fue creciendo con el paso del tiempo. Quería volver al campo a recorrer los caminos polvorientos o lodazales interminables. A veces, sentía que el tiempo se detenía, no avanzaba. Regresé a Dolores a los doce años, con mi título de bachiller, título que me destacaba en mi comunidad.

De regreso a casa, me dediqué a los quehaceres propios de una niña de doce años: Jugar y trabajar mucho. Mis padres se preocupaban porque aprendiera a defenderme y a hacer bien los oficios en casa. El machismo era marcado. Se consideraba para entonces que el hombre era de la calle y la mujer de la casa. Incluso, los padres definían el marido de sus hijos, especialmente, las hijas. Su palabra era una autoridad y había que cumplirla a cabalidad porque había numerosas creencias que afirmaban el deber de respetar la autoridad de los padres, so pretexto de la aparición del diablo y sinnúmero de tragedias por desobedecer. Escuchaba historietas tan fantásticas, como que, por desobedecer la autoridad de los padres, la tierra se abría y se tragaba al jovenzuelo o el duende se lo llevaba para el corazón de la selva.

Camarada María Inés Pacheco de García, lideresa del suroriente del Tolima. Foto internet

Me faltaban dos meses para cumplir los trece años, cuando llegó a mi casa un señor mayor de edad, era amigo de mis padres y de mis hermanitos. Cantaba a la perfección la música ranchera, era detallista y bastante acomedido. Sin importar la diferencia de edad, comenzó a seducirme. Al principio, miré aquello como juego pueril de niños. Cuando la situación se tornó en serio, sentí miedo, pánico, lo comentaba con mis amigas, y éstas me aconsejaban que lo atendiera, porque era un excelente partido. Era algo muy traumático. A esa edad, no sabía cómo era que nacían los niños. Seguía pensando que era obra de la cigüeña. En el convento, ni una palabra sobre sexo y sexualidad. Todo este tema era tabú, un completo misterio.

La primera vez que lo vi de paso, fue un 19 de marzo, en la celebración de la fiesta de San José, en la finca de mi tío Dionisio Montilla. Llegué con mi mamá a participar de la fiesta de la primera comunión de mi prima hermana. Llegamos el día anterior con el fin de ayudar en los preparativos. Él llegó a dejar un caballo a pastaje. Conversó con mi tío y con mi mamá. Yo escasamente lo observaba. Al irse, me cogió mi mano, me la apretó y me dijo: Adiós señorita. Sentí nervios. Ese día llegamos con mi mamá al pueblo nuevamente, pero bien de noche. Él también acababa de llegar, no sé de dónde. Seguramente había estado en otra finca mirando ganado. Nos alcanzó y le dijo a mi mamá: Qué niña tan linda tienes. Mi mamá dijo que sí y le contó que estaba recién llegada de Bogotá. ¿Qué hacía en Bogotá?, preguntó interesado. Mi mamá le contó todo. No preguntó más. Yo aproveché para detallarlo mejor.

Después ocurrió un incidente curioso. Corrió el rumor que había un plan para robarse a una señorita muy hermosa de la comarca, que posteriormente, fue la esposa del doctor Octavio Dávila. Era hermosa y amable. Enterada su mamá, Cecilia Arango de Rojas, buscó a Cruz y tres personas más para que vigilaran la casa de su hija. Cruz era amnistiado durante el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla. Una noche vieron movimiento raro y los vigilantes se pusieron en movimiento, mejor dicho, se abrieron a correr. Hacia las siete de la noche, llegó un señor llamando a mi mamá. Salió mi hermano y el desconocido pidió agua. Fui a la cocina y regresé con un vaso, se lo acerqué y el tipo me dijo que lo había picado un gusano. A la luz de los cocuyos, le recomendé que cogiera siete yerbitas, las escupiera y las frotara en la parte afectada, que según me dijo, era una pierna. No supe quién era. Como a los cuatro días, tremenda serenata enfrente de mi casa, era para la señorita Magola González. ¿Quiénes serán los músicos?, le pregunté a mi mamá. Es crucito, el que fue a la finca de su tío, me contestó. El mismo que el gusano lo picó en una pierna, agregó. Me encantó oírlo cantar. Me subí a una mesa y por la rendija de la ventana, los miraba cantar. Lo vi: Era un hombre alto de sombrero grandote. Vestía de mariachi cuando iba a las serenatas. Le dije a mi mamá que saliéramos, pero ella dijo que no, porque perturbábamos la serenata.  

Al otro día llegó a preguntar a mi hermano Carlos. Yo le dije que no estaba. Me hizo conversa. Me preguntó que cuándo había llegado de Bogotá, que si recordaba el encuentro en la finca de mi tío. Luego fue más incisivo, porque me preguntó que yo qué pensaba hacer. Me dijo que estaba muy hermosa y muchas cosas más. Se fue. Pero, volvió el 2 de abril y después de saludar a mis padres y cuando menos lo esperaba me entregó una carta. Ahí se la dejo, me dijo y se marchó. Yo era muy ingenua. Cogí la carta y se la llevé a mi hermano. Le dije: Crucito dejó esta carta. La cogió y me la leyó. ¿Qué le contesto?, pregunté. Dígale que no porque está muy joven, dijo Carlos. Él le fue dictando la contestación y yo fui escribiendo el texto. Regresó por la tarde y me preguntó: ¿Me tiene alguna respuesta? le contesté: Si señor, y le pasé el mensaje sin ninguna emoción. Al otro día, volvió nuevamente. No estaba Carlos, estaba en compañía de un hermanito. Insistió nuevamente que lo aceptara, que su amigo Manuel había dicho que, si no me aceptaba, él le caía y le proponía. En eso no pienso ahora, le dije. En eso llegaron Ligia e Isaura. Isaura era la novia del doctor Dávila y Ligia era la novia de un primo hermano mío. Me aconsejaron que lo aceptara, pero como simple pasatiempo. Ambas me llevaron para el patio y me dijeron que era un buen muchacho. Por salir del paso y congraciarme con ellas, me volví y le dije que mañana le daba una definitiva. Cuando vino Carlos le conté de mis intenciones. Ese señor es un señorazo, no es tomador, pero tenga mucho cuidado. Se puso a darme consejos, escuchándolos me dio nervios. Por eso al otro día, mi respuesta fue nuevamente negativa. Sin mucha convicción le dije que hablara con mis padres y habló. Mi papá le dijo que sí y a mí me dijo que era mejor que me casara y no me fuera con esa monjita para Londres (Inglaterra). Si se va por allá, la perdemos, me dijo. Mi mamá también estuvo de acuerdo, afirmando que era un buen tipo.

Bueno, me pareció fácil decir de boca sí, pero de corazón no. Me iba a dar un beso y yo salía corriendo como el diablo cuando ve la cruz. Él iba y se ponía a hablar con mi papá en la sala y yo me quedaba dormida. Era una guámbita. Jamás sospeché que todo iba a ocurrir tan rápido. Eso fue en marzo. Pasaron abril, mayo, junio y el 19 de julio, me casé. La única que se oponía al casorio era mi tía. Ella estaba de acuerdo que me fuera con la monja para Inglaterra. Era de dinero. Ese tipo no tiene nada, es escasamente un “camello”, me dijo en cierta oportunidad.    

Me vino a quitar la venda sobre sexo y sexualidad, el cura párroco. Al enterarme de la forma como nacían los niños, entré en pánico, me produjo horror. La primera decisión que tomé fue rechazar el matrimonio. Esto no es conmigo, dije con absoluta convicción. Había sido criada en el puritanismo extremo, que para entonces se consideraba una virtud, hoy ignorancia extrema. El sexo se consideraba pecaminoso y la sexualidad un mito de difícil acceso. Cuando mi padre llevaba algún animal para ser enrazado, mi madre me encerraba en su cuarto. Eso me generaba sinnúmero de conjeturas, todas sin respuestas. Algo similar ocurría en el convento, el tema era un completo misterio para mí. Era totalmente ingenua.

Pero, la curiosidad mata el gato. Un buen día, se me ocurrió decirle a este hombre que hablara con mis padres, a ver si permitían el noviazgo. Dicho y hecho. Nos hicimos novios. Nada de besarnos, ni siquiera cogernos de la mano. Él llegaba a hacerme visita y pasaba todo el tiempo hablando con mis padres y mi hermano mayor. El medio de conversar era la carta. Así nos comunicábamos.

Por esos días, llegó un mensaje del convento de una monjita ancianita afirmando que tenía un viaje con fines médicos a Londres (Inglaterra) y que estaba interesada en que la acompañara, teniendo en cuenta mi buen comportamiento y la forma atenta de ser. Mi padre se opuso categóricamente. Se va y la perdemos – dijo – es mejor que se case. El machismo era dominante. Poco y nada valía la palabra de la mujer. Por eso, mi mamá no tuvo más remedio que acogerse a la decisión de su esposo. Yo no quería a mi novio. En realidad, no entendía el noviazgo. Solo me comunicaba con cartas. Éstas no salían del corazón, a la final todo me parecía un simple juego de niños o cuando más, de adolescentes.

Casarme no estaba en mis planes, más cuando el cura me explicó la sexualidad y la forma como nacían los niños. La impresión fue tal que me resistía a pensar en el matrimonio. Sin embargo, en un momento de incertidumbre y ocurrencia de niña, se me ocurrió decirle que estaba dispuesta a casarme. A los quince días, llegó con el dinero para comprar la ropa. Mi madre me acompañó a conseguir el traje. Yo hacía toda esta diligencia, consciente que no me casaría. Lo consideraba como una broma quizás de mal gusto. Faltando unos días para el matrimonio, me fui para donde mi tía y le comenté mi pensar. Lo hice a tres días de comenzar el curso prematrimonial. Me dijo: Si quiere irse para el convento, yo mando a Julbia, prima que trabaja en el juzgado, para que la lleve y devolvemos los $250 mil pesos que costó el traje matrimonial. Yo estuve de acuerdo, pero ella cometió un error: No me dijo que saliera calladita. Salí e inmediatamente le entregué el traje a Cruz y el dinero, comunicándole que no me casaba. Apesadumbrado, me contestó: Ni lo uno y ni lo otro le puedo recibir, me quemarían las manos.

Se marchó y se puso a tomar como loco. Creía que el cielo se le había unido con la tierra. La obsesión por esta jovencita, aumentaba con el paso del tiempo y el consumo de las bebidas embriagantes. Me mantuve a la expectativa. Pensaba que separarse del enamorado era tan fácil como su acercamiento al darle el sí. Me equivocaba. El enamorado no estaba dispuesto a rendirse en la primera batalla. Me escribió una carta, explicándome su situación emocional y su interés de persistir en hacerme su esposa. En uno de esos párrafos decía algo que poco entendía en esos momentos: He dejado lo mejor de lo mejor, mi compromiso directo con la izquierda, por casarme con usted. Decía también que se marcharía, pero no explicaba claramente. De todas maneras, respiré profunda, convencida que me había librado de este hombre.

Al otro día, mi padre, llegó con el aspaviento que Cruz estaba tomando como loco y haciendo repetir una canción, que decía en una de sus estrofas: “Hay, palomita querida/ No dejes solito el nidal/ Porque se me amarga mi vida/ Si yo vuelvo al ranchito y no estás/ Por fin me clavaste la espina/ Del nardo fatal del amor/ Me voy con el alma partida/ Y tú fuiste la que me la hirió”.  

Tratando de evadir mi responsabilidad y de paso justificar la postura de mi amado, me apresuré a decir que posiblemente era el recuerdo de alguna amante que lo estaba mortificando. La situación era tensa y se agravó hacia el mediodía cuando mi hermano llegó con otra esquela, en la que me decía que se iba a suicidar con el arma de su propiedad. Nerviosa, le mostré la carta a mi mamá, comentándole la situación en su totalidad. Mi madre era creyente y a su vez, supersticiosa. No haga eso – me dijo – el día de mañana se casa con otro tipo y con toda seguridad le dará mala vida. Todo se paga en esta vida. Es mejor que se case. ¿Para qué lo ilusionó? Hacía esfuerzos por convencer a mi progenitora, hablándole de distintas maneras. Argumentaba. Mamá: Eso me da mucho miedo, le decía. Tuve valor para decirle: No me caso y si se va a matar, que se mate. Mátese o no se mate, pero yo no me caso. Mi mamá me decía con ternura: Crucito es lo mejor que hay en este pueblo, pero yo no entraba en razón, mantenía intacta mi posición.

En ese momento llegó mi padre, diciendo que el señor Cruz estaba sobre una piedra llorando como un niño. Belén, mi madre, le pasó la carta y al enterarse de su contenido, reaccionó con brusquedad contra mí, diciéndome: Gran sinvergüenza, me lo manda a llamar ya y le dice que se casa. Si se mata ese señor – dijo – yo la llevo personalmente a la cárcel mija, porque no debía haberlo ilusionado. Se tiene que casar con ese señor.  Me lo dijo con rigidez. Estallé en llanto. Me sentía entre la espada y la pared. El mundo se me cerraba. Una desgracia por mi culpa siendo apenas una niña con ojos vendados, era una carga psicológica que me mortificaba. Un párrafo de esa carta decía: “Me voy a matar, quiero que no mire mi cadáver y menos llore, porque usted es la única responsable. Dejé lo más sagrado para mí: La lucha revolucionaria por usted y ahora me paga diciéndome que no se casa. Fue la primera y única vez que mi padre estuvo dispuesto a castigarme. Me dijo: Usted le dice no y yo le zampo un planazo.

No demoró en llegar. Estaba ebrio. Acongojado. Destruido. Comprendí que no tenía escapatoria, la suerte estaba echada. Acosada por el miedo que Cruz se suicidara y la presión fuerte de mis padres, no tuve más alternativa que aceptar el casorio. Al decirle que me casaba, su rostro se iluminó. Mi papá le quitó el revólver y le preparó una “bomba”, un “sonrisal” compuesto de limón, bicarbonato de soda y un mejoral. Eso produce sueño casi al instante. Lo acostó y le echó candado al cuarto. Al otro día, a las seis de la mañana, mi padre abrió el cuarto, era el cuarto de los muchachos que estaba vacío, se levantó maluqueado, se bañó y me dijo: ¿De verdad Inesita se va a casar conmigo? Le contesté por entre los dientes: Sí señor. Me fue a besar y no me dejé. Me dijo: Ya no es el matrimonio para dentro de un mes, sino para el 19 de julio. Es sábado y nos casamos a las seis de la mañana. No dije nada. Mi historia, realmente, es larga, dura, triste y dolorosa.

Lloraba día y noche. A pesar de la fiesta ser improvisada salió bien con bastante asistencia, comida, música, regalos y baile. Duró tres días el parrando. Se ofreció: Lechona, gallina, ovejo, guarapo de caña fuerte, aguardiente de fábrica, aguardiente chucho, vino. Todos bailaban, menos yo, nunca me ha gustado. Mi marido al darse cuenta, lo dejó en solidaridad conmigo. No volvió a bailar. Amojonada en los rincones, meditaba y me lamentaba, viendo la asistencia y el bullicio de la música y la algarabía. Nuestros padrinos de matrimonio fueron: Gregorio Galeano, Olga Torres, Eugenio Torres y Benilda Useche. El cura que celebró el casorio, se llamaba: José Jesús Grisales. No dormía en la cama de mi marido. En mi cuarto me arropaba de pies a cabeza y no permitía que una mosca se me parara encima. Pasado algún tiempo, me preguntó: Mijita, ¿Usted me quiere? La respuesta fue clara y contundente: No. ¿Le pesó casarse conmigo? Sí. Pensativo de las respuestas que le di y el comportamiento asumido, tomó una decisión radical. Me dijo: Prepare la ropa, hoy mismo la devuelvo a casa.  Salté de alegría, a quién le decían. Inmediatamente preparé mis chiritos.

Con mis trebejos a cuestas, llegamos a la casa paterna. Señora Belén, aquí le traigo a Inesita, me la cuida, yo le hago mercado, a ver si consigo que algún día me quiera. En ese momento llegó mi padre escuchando el relato que le hacía a mi madre. Sin pensarlo dos veces, dijo: No señora, acá no hay posada. Ya se casó váyase con su esposo. Solo tenía trece días de estar desposada con Cruz. Sus padrinos, Liborio y Olga, testigos de excepción de la cortante respuesta de mi padre, dejaron rodar algunas lágrimas, intentaron mediar, pero la decisión de mis padres fue cortante y definitiva. Mi padre me amaba. Sin embargo, desde un principio fue intransigente.

Acudieron nuevamente al cura y el cura le dijo tantas cosas inverosímiles que la llenó de miedo. No tuve otra alternativa que regresar a casa sin plumas y cacareando. Me le entregué sin quererlo. Casi me muero. Duré tres días con sus noches en el puesto de salud. La hemorragia no paraba. A los tres meses insistió. Yo lo acepté, pero sin amor, más bien con miedo y asco. Era la época cruda de la violencia bipartidista en Colombia. Cruz viajaba con frecuencia al municipio de Natagaima a comprar ganado, porque era matarife. Yo rogaba que lo mataran por allá, para que no volviera a casa.

Tuvieron que pasar ocho meses para empezar a amarlo con alma, vida y corazón. Es un amor infinito, que, estando muerto, lo sigo amando. Todo fue casual, accidental. Yo, estaba parada en el alto del pueblo y él andaba abajo en el centro del pueblo con una mujer de vestido rojo. Al verlos, sentí morirme. Casi me desmayo. Vi visiones, muchas luces y por un momento sentí que todo daba vueltas a mi alrededor. Una vez llegó, le hice el reclamo con fuerza, mientras colgada de su nuca lo besaba como loca. Él no se puso bravo por mi reacción. Por el contrario, se emocionó. Tranquila mija, vamos a constatar los hechos. Fuimos donde el señor, que era negociante de cerdos y había enviado a su mujer llamada Aminta, para que se los mostrara. Aún tenía el vestido rojo. Al enterarse, Aminta, me comunicó con espontaneidad: A Cruz yo lo estimo como amigo. 

Desde ese día no quería separarme de él, lo acompañaba a todas partes, los celos hicieron en mí el milagro de amor con todo mi corazón, amor que persiste con toda la fuerza del mundo. Cuando se escapaba de noche, quedaba en un mar de incertidumbre. No le peleaba, le lloraba. Regresaba a las dos y tres de la mañana. Rápidamente, me hice a la idea de que mi marido tenía otra mujer. Era misteriosa sus escapadas sin dar mayores explicaciones.

El amor hacia mi esposo es infinito. Lo sigo amando con todo mi corazón, siéndole fiel después de muerto. Siento que no lo puedo traicionar, porque él fue para mí, lo máximo. Se me han muerto dos hermanos, mi mamá, mi papá… a todos ellos adoré, pero, pena que no haya podido superar, la de mi esposo. Permanezco apenas con un niño que adopté, es el que me acompaña. Creo que mi esposo se llevó mi alma, se llevó todo, jamás lo podré olvidar, nunca.

El secreto de las escapadas

Nunca he gustado del baile. Me divertía en las ferias y fiestas, que se realizaban cada seis meses en mi pueblo natal; también en las festividades de fin de año, que eran amenizadas con banda musical. Yo tenía un caballo y mi marido otro, bien aperados y con zamarros, los tres o cuatro días de holgorio era montando y tomando aguardiente. Siempre estábamos juntos dispuestos a compartir con los demás con alegría y entusiasmo, observando, naturalmente, los modales de comportamiento social.

Él me llevaba diez años de ventaja. Yo cumplí el 25 de mayo de 1957, trece años y me casé el 19 de julio de ese año. Es decir, tenía trece años, dos meses y unos poquitos días, mientras tanto, él tenía 23. Mi vida es una novela. Recuerdo que él le contaba toda la odisea al camarada Josué Acosta, cuando estuvo trabajando en Dolores. Incluso, se quedó con un casete donde narraba con pelos y señales esta historia de amor. Yo estaba acostadita en la cama, pero al sentirlo que abría la puerta saltaba como un caucho y me amojonaba en una silla. Intentaba acariciarme de una manera tan delicada y cuidadosa, pero realmente no lo admitía. Su mayor mérito es que nunca intentó acosarme o cogerme a la fuerza. Fue paciente y profundamente respetuoso. Recuerdo sus frases: Mi vida, mi amor, mi cielo …Esas frases, quien lo creyera, me producían más miedo. Dago Sánchez, un joven de la región, que actualmente se encuentra residenciado en España, le daba consejos para que me tratara de la mejor manera, con mucho tino. Es que es una niña, una guipa, llévala con calma, él siguió esos consejos al pie de la letra.

Llevada por el amor oceánico y la curiosidad en relación con sus escapadas nocturnas, en cierta oportunidad se preparó con antelación y justo cuando iba a salir lo abordé con decisión: ¿Me lleva?, le dije. No aguanto más este tormento, amor mío. Cruz me abrazó con ternura contra su pecho y prácticamente me dijo al oído: Camine mija, pero con una sola condición: Lo que vea, escuche o sienta, no vaya a cometer el error de contárselo a nadie. Es un secreto. ¿De acuerdo? La curiosidad aumentó. Una vez comprometí solemnemente mi palabra de guardar absoluto silencio, nos marchamos a oscuras, el recorrido era escabroso. Apoyado en su hombro caminaba con mucha dificultad. No era cerca y tuvimos que dar muchas vueltas, en una noche oscura y sin estrellas. Cruz usaba la linterna solo en casos extremos. Después de dar muchos rodeos llegaron al sitio. Allí, nos esperaban varios hombres desconocidos para mí. Cruz se adelantó y preguntó si su mujer podía participar de la reunión y hubo consenso que sí bajo la estricta responsabilidad individual.

El contenido de la reunión constituyó para mí un verdadero bálsamo. Todas mis cavilaciones se fueron para el carajo. Si bien esa noche no entendí perfectamente el sentido de los encuentros nocturnos, con el transcurrir del tiempo fui asimilando y de qué manera. Eran reuniones clandestinas conspirativas contra el sistema económico, ante la cruda represión y violencia que se venía presentando en toda la región. Ese grupo se reunía a estudiar política, economía, leer textos marxistas, la prensa revolucionaria y naturalmente, conspirar contra el Estado capitalista, era un grupo revolucionario.

Recordaba que, en el convento, un curita viejito de religión, nos hablaba de Marx, Engels, Lenin y algunos temas relacionados con la lucha de clases. Ahí comencé a pensar que tales temas no eran malos y, por el contrario, ayudaban al pueblo campesino e indígena tan acosado por la violencia y la pobreza galopante. Poco a poco fui formándome políticamente. El estudio celular y la práctica permanente con la comunidad, fue desarrollando en mí la necesidad de servir y luchar por cambios estructurales en favor de todos y todas. La venda cayó estrepitosamente al lado del hombre que más he amado en toda mi vida. Empecé a diferenciar el rico del pobre, sobre todo a entender que tal división no era natural, era provocada por el rico que era ambicioso y malo con el pobre. La pobreza no era un castigo de Dios como todo el mundo decía en la región, comprobé que Dios no tenía velas en este entierro.

Al principio, no opinaba en esas reuniones nocturnas, pero sí escuchaba atentamente. De vez en cuando preguntaba con suma timidez, hallando siempre una respuesta amable y convincente que poco a poco iba asimilando. Me agradaba los temas históricos. Si bien no tuve tiempo de profundizar el tema relacionado con la lucha de clases y el pensamiento marxista – leninista, sí asimilé muchas pistas que me sirvieron para mi lucha más adelante, sobre todo, durante mi presencia en el concejo municipal. No diferencié bien entre caridad y solidaridad, pues mi preocupación central era servir, compartir y llevar alegría y esperanza a cualquier hogar de Dolores (Tolima), sin importar si era liberal, conservador, comunista o abstencionista, alto, flaco, gordo, negro o blanco. Mi filosofía era servir.

La experiencia nocturna por estos vericuetos fue definitiva en mi formación ideológica y política. La noche del primer encuentro, fue todo escucha. No le dije absolutamente nada a mi marido. De regreso, fue Cruz, quien tomó la iniciativa y me preguntó: Mijita, ¿Cómo le pareció la reunión? No fui concreta en mi respuesta. Sin embargo, la califiqué de buena. Dije que entendía algunas cosas. No hice más comentarios. Un mes después, era nuevamente la reunión. Esta noche hay nuevamente reunión, pero hay que salir más tarde, me dijo. No dudé en decir: Quiero ir. Entonces, Cruz me preguntó: Mijita, ¿Qué entiende de eso? Yo entiendo que es un esfuerzo por arreglar el país, los burgueses son muy adinerados y el pueblo está llevado por la pobreza. Se trata de servir, hacer el bien, como me inculcaron mis padres. Servirle al necesitado. Eso me nace, me gusta, dije.

Esa noche vino un señor morenito de Natagaima: Luis Felipe González. Me hicieron algunas preguntas y yo contesté. Había dos nuevas esposas. Yo me les adelantaba a ellas. Escribieron mi nombre y me preguntaron si quería militar. Fue una pregunta directa y yo con tan poquita formación política. Sin embargo, pedí un tiempito para reflexionar y tomar una decisión definitiva. Estuvieron de acuerdo. Mi esposo me miraba de pies a cabeza como embelesado, muy pendiente de mi comportamiento. Una vez terminó la reunión, disimuladamente le pregunté a mi esposo, qué era eso de militar. Él me dijo que militar era integrar o hacer parte de una célula del Partido Comunista, observando mucha prudencia, organización, disciplina y conciencia, porque el enemigo de clase buscaba a los comunistas como aguja en pajar para asesinarlo.

Lo que no me gustaba era la clandestinidad, estar de noche, en la oscuridad, en sitios diferentes estudiando y analizando la política gubernamental. Eso no iba conmigo. Pero, claro, era algo que me guardaba, porque no era capaz ni de decirlo en voz alta, menos comentarle eso a mi amor. Mi amor, ¿Usted sí está militando en eso?, le pregunté. Me dijo que hacía años estaba militando, mucho antes de casarnos. Incluso, al decidir casarme entregué las armas, sacrifiqué lo más hermoso de mi lucha por usted. De no ser así, estaría en las filas recorriendo la región. Era inocente y entendí que él me quería decir estar montaña arriba y montaña abajo. No tenía idea de más cosas. Sentí la necesidad de entrar a militar, porque sabía que eso lo hacía feliz y yo estaba dispuesta a complacerlo en todo. Además, latía en mi corazón el deseo de servir y ayudar al más débil. En la siguiente reunión, me volvieron a preguntar y yo dije que sí, entonces me carnetizaron y me dieron el carné y las estampillas del Partido Comunista. Luis Felipe González iba a la casa a darme instrucción. Yo era muy joven. Él me decía con bastante frecuencia: Usted es muy avispada, algún día tendrá que representarnos en el concejo municipal. Iba con frecuencia. Luego, apareció otro compañero: Jorge Enrique Robledo. Yo ya tenía diez años de estar militando. Era veterana.

Esos fueron mis primeros pinitos para entrar de lleno a representar el Partido de los trabajadores, de los obreros, del pueblo en general. Me tocó leer mucho: Estudiar los estatutos, la estructura orgánica del Partido Comunista en Colombia. Se trataba de ir de lo pequeño a lo grande, como en dos direcciones: Memorizar y Practicar. Había mística revolucionaria, honradez y compromiso. Llegaba bastante propaganda, nos íbamos para el campo y en una enramada, con luz de linterna, la estudiábamos y en algunos casos, la enterrábamos. No era propaganda de otro mundo, simplemente denunciaba las medidas antipopulares que tomaba el gobierno nacional.

En esa época, había presos políticos, pero pocos asesinatos de militantes de izquierda. No eran tantos. Comenzó la masacre con el nacimiento de la Unión Patriótica. Se disparó de una forma bestial. Todos los días, los medios hablaban de masacres, desapariciones, secuestros, torturas. Se escuchaba los pronunciamientos del gobierno, anunciando investigaciones exhaustivas y castigos ejemplares para los responsables, pero era mentira. No pasaba nada.

Ante tanta injusticia, yo me aferraba cada día más a la lucha revolucionaria pensando que estaba del lado correcto. Por eso, me arriesgaba e insistía en la unidad y la organización de los campesinos, consideraba que la actitud de mi esposo era correcta, pues estaba en la lucha por la defensa del campesinado y de los indígenas. Él extendía su cobijita para que otros se protegieran. Estaba segura que Colombia iba a cambiar más temprano que tarde. La esperanza era muy grande, estaba segura que esa lucha arrojaría cosas muy bellas para todos y todas. No calculé el poder criminal de los asesinos que gobiernan a este país, lo confieso: No lo calculé.

Ha pasado el tiempo, han sucedido muchas cosas contradictorias en este país. Sin embargo, no he renunciado ni al Partido, ni a la izquierda, quizás porque estoy honrando la memoria, la lucha, la lealtad revolucionaria de mi esposo. La izquierda tiene sus cosas muy lindas, pero también tiene sus fallas protuberantes, una de ellas, es abandonar a su suerte a los viejos luchadores, que, por salud, vejez o limitaciones económicas, no pueden aportar como lo hacían en su juventud. Es un error que hay que corregir teniendo en cuenta que el Partido habla con bastante insistencia de humanismo y solidaridad. Por supuesto, hay que tener en cuenta la realidad concreta: Tanta violencia, tanto desplazamiento, tanta miseria y tanto desempleo, sería imposible satisfacer a todos aquellos que nos debatimos en el desplazamiento y en el exilio, todo hay que mirar con realismo y como dice el Partido: Con espíritu crítico y autocrítico.

Con todas estas limitaciones reales, yo sigo admirando el Partido y a la izquierda, porque no la puedo ir con los partidos tradicionales, toda vez que ellos van con la oligarquía, mientras la izquierda insiste en la lucha por mejorar la situación de los pobres. Él siempre me decía: Nunca hay que dar un voto por el liberalismo o el conservatismo, ni por equivocación. En eso era intransigente.  

Qué pesar. Algunos ex compañeros me dicen en Dolores: Usted es muy sinvergüenza. Yo sí ya me retiré de eso y hablan pestilencias del Partido y de la lucha revolucionaria. Mi respuesta es la misma: Lo hecho, hecho está. Peor ser cobarde y traidor del mismo pueblo. Son muchos los golpes que he recibido por estar en la lucha revolucionaria. Incluso, los sigo recibiendo: Un paramilitar de Dolores que hace parte de la AUC, alguna vez, me dijo: Usted tese quietica, quietica, porque usted fue una mujer que le sirvió demasiado al pueblo y no merece la muerte. Usted luchó por la pobrería de este municipio y le dio casita y estudio a muchos y muchas.    

Así comenzó mi lucha

Mi lucha por la comunidad comenzó con un incidente presentado en el gremio de matarifes. Una res apareció envenenada y los matarifes más pudientes, responsabilizaron a los más pobres, yendo todos estos a la cárcel. Mi esposo se salvó porque en esos días estaba trayendo algunos semovientes de una distante vereda que ahora no preciso bien.  Conocí del tema y decidí solidarizarme con ellos. Sin medir consecuencias, me puse al frente del suceso. Visité a Juan Montoya, dirigente político, quien me hizo un documento para ser presentado en Ibagué. Me asocié con dos señoras más y nos vinimos para la ciudad musical a colocar la queja. Con nosotras también enviaron un documento para presentárselo al señor juez promiscuo municipal. Con ese documento, el juez comenzó a excarcelar a los matarifes. Era un gremio numeroso. Cuando yo bajaba a dar la noticia a las demás mujeres, ya los matarifes estaban celebrando con cerveza, aguardiente y música en el polideportivo. Entre ellos, estaba mi esposo. Alguien de los presentes, no recuerdo exactamente quién, le dijo que por qué no permitía que yo los representara en el Concejo Municipal. La propuesta cogió por sorpresa a mi marido. Sin embargo, me consultó. Analizamos el tema un buen rato, mirando los pros y los contras, hasta que dijimos que sí.

Me sentí capacitada. Era militante comunista; sentía que tenía la suficiente instrucción para moverme en ese cargo de responsabilidad. Me lanzaron y salí sobrada. Me lancé como cívica durante esos dos años. En los siguientes dos años por el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), el siguiente período por la Unión Nacional de Oposición (UNO) y, luego, por la Unión Patriótica (UP).

Siempre nuestra lista salía sobrada. Después me nombraron precandidata a la alcaldía municipal. Benjamín Casabianca me propuso que hiciéramos una consulta interna para sacar un solo candidato y así enfrentar la candidatura de la derecha. En una asamblea bastante concurrida me eligieron a mí. La campaña política arrancó. Los politiqueros de oficio comenzaron a inaugurar obras. Presentaron una maqueta de la galería completa y bonita, aprovechando un auxilio grande de la época. A los tres meses, esa maqueta desapareció, apareciendo otra totalmente diferente. Denuncié con vehemencia esa jugada politiquera y oportunista. No aprobé la iniciativa en el concejo. La primera maqueta incluía un cuarto frío grande, en el segundo piso y cuartos higiénicos para la venta de la carne e incluso, venta de cacharro. Yo anuncié mi voto negativo. El martes siguiente, me ofrecieron siete millones de pesos si votaba positivamente ese proyecto. Yo les contesté: A mí no me eligieron para robar, me eligieron para defender los intereses del pueblo.

El concejal Omar Torres, enfurecido, se fue lanza en ristre contra mí, afirmando que ellos eran mayoría y podían aprobar el proyecto sin mi voto. Usó términos soeces y desobligantes. Por su parte, el concejal Álvaro Vera, propuso que dejaran eso así y que sacaran un comunicado público denunciando que la concejala de la Unión Patriótica, se había opuesto a la construcción de la galería municipal.

Sabía que entorno a ese proyecto había fraude y ya lo había puesto en conocimiento de la Procuraduría General de la Nación. Después de esa agitada sesión, mientras regresaba a casa, me sorprendió el concejal Omar Torres, quien, con la mano en el bolsillo, me insultaba, con serias intenciones de agredirme o sencillamente atemorizarme. Entré a una tienda pequeña donde había varios señores. El concejal, llegó hasta la puerta y se alejó, diciendo: Gran hijueputa, con esa no se queda. 

Conocedor mi esposo del problema, no solamente apoyó mi coraje para enfrentar la corrupción, sino que me conminó a mantenerme firme en la defensa de los intereses del pueblo. No nos vamos a atemorizar, dijo. A los quince días, se presentó el secuestro, el cual frustró la serpiente Cascabel.

Tenía un proyecto de vida claro en este municipio. Mi formación política me daba elementos sólidos para vivir y luchar por mis paisanos de escasos recursos económicos. Organizar y garantizar la fuente de trabajo a esa comunidad campesina era mi mayor anhelo, era la gran utopía después de haber leído textos marxistas y los principios orgánicos del Partido Comunista. Creé en las primeras de cambio diversos comités: Vivienda, salud, educación, caminos y carreteras. Mensualmente lideraba un bazar para captar recursos, unas veces para la salud, en otras para vivienda, educación, etc. De esa manera, la comunidad se vinculaba y contribuía con decisión en la solución de sus problemas más urgentes. Cada comité estaba integrado por presidente, vicepresidente, secretario, tesorero y fiscal. La actividad se hacía. Ellos no me entregan ni un centavo, íbamos a la Caja Agraria y metíamos la platica allí, para ir ahorrando. Yo era la fiscal. Cuando ya teníamos el dinero para una actividad, la íbamos sacando con la veeduría de toda la comunidad, con recibos y cero, corrupción.

En ese proceso comunitario, me hice amiga del entonces gobernador del Tolima, Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez. Ya era amiga de su padre, Guillermo Alfonso Jaramillo Salazar. Ellos nos ayudaban con partidas o auxilios para las escuelas. Él me escribía una nota: Para la concejala María Inés Pacheco Montilla de García, para hacer en tal escuela un aula, por ejemplo.

Mi trabajo era fiscalizar para que la obra se hiciera y no se malversara un solo centavo. Así ayudamos a hacer escuelas, caminos, mataderos, por ejemplo, el de la vereda de Llanitos. Se hicieron obras grandes y pequeñas. Era amiga de los profesores. Me buscaban con frecuencia para plantearme problemas: Que en mi escuela se dañó el tanque, que el salón tiene filtraciones, que no hay silletería, etc. En la medida de mis capacidades intentaba ser solución a esa aguda problemática. Tuve varios alcaldes amigos y ellos me colaboraban, hay que reconocerlo. También había alcaldes muy sectarios, diría fanáticos. Con ellos, era imposible. En ese tiempo, los concejales teníamos por ley derecho a una partida. Yo la gestionaba y vigilaba que se invirtiera en su totalidad. Nada de guardarme un peso, consideraba que esos dineros eran sagrados para la comunidad. La mayoría de colegas, no hacían eso, gestionaban la partida y la gran mayoría se la embolsillaban.

Yo preparaba muy bien mis intervenciones en el concejo municipal. Nunca improvisaba y me gustaba ir bien documentada del tema que iba a plantear. No leía mis intervenciones. Las memorizaba. Tomaba atenta nota y escuchaba los argumentos de los colegas, ya fuera para apoyarlos o rechazarlos. No ofendía. Siempre mis intervenciones eran políticas, sobre todo encaminadas a promocionar obras para la comunidad. Eso mismo hacía cuando estaba en campaña: Estudiaba los temas, los memorizaba y poco a poco los iba desarrollando.

¿Qué material recibía para desarrollar el trabajo político? El primer periódico que tuve en mis manos fue Granma de Cuba. Por allí circulaba clandestino. Luego, la revista Resistencia, más tarde llegó otro periódico que en el momento no recuerdo. Después, Voz Proletaria. En estos periódicos se hablaba mucho de la gesta de Cuba, de la Unión Soviética, del Proletariado, de la Burguesía, de la lucha de clases, de la lucha de los campesinos e indígenas y de la esclavitud. Así empecé a estudiar la historia de la esclavitud en Colombia. Eso me permitió entender que el gobierno no representaba los intereses del pueblo, sino los intereses de los ricos.

El anticomunismo era monstruoso, había llegado al país primero que el comunismo. Los campesinos desinformados y analfabetas, repetían ciegamente el discurso de sus patronos. ¿Y qué decían los patronos? Que el comunismo era como una peste que arrasaba con la libertad, iba contra Dios, quitaba la patria potestad sobre los hijos, castraba los curas, se orinaban en el cáliz, todo lo que uno tenía era propiedad del Estado; el trabajo de la semana tocaba entregarlo y esperar una migaja para sobrevivir, había que hacer largas filas para recibir un plato de comida, la mujer era propiedad colectiva… La campaña anticomunista en este municipio era terrible. El comunismo era lo peor. La campaña rabiosa anticomunista se hacía desde el púlpito, desde la escuela, desde las autoridades. Sin embargo, yo tenía la convicción de que el comunismo era bueno para el pueblo. Así lo decía y lo intentaba practicar con mis acciones solidarias.

Tenía facilidad para memorizar los temas que los camaradas explicaban. Cuando tuve la fortuna de hacer la escuela nacional, me lucí. Me llevaron para el Huila como instructora de un grupo importante de compañeros. El compañero de este departamento me dio las mejores calificaciones por el taller que dicté. En realidad, me ayudaba mucho la cabeza. Además, era emprendedora, recursiva e inquieta.

En la primera célula que integré, milité con: Abraham Sánchez, Gaitán que era el papá de Dago Gaitán, Raúl Mahecha, Gilbestre Novoa, Eugenio Ríos, Chucho Torres, Dagoberto Sánchez, Evaristo Novoa, Cruz García y yo. Se nombraba con números y la mía era: 1 – 000. Más tarde, comenzamos a llamar el organismo celular con el nombre de un compañero caído por accidente o de muerte natural, más que todo, los compañeros asesinados.

Aníbal Gómez, se llamó la tercera célula fundada en este municipio. El Partido creció. Creo que se crearon 37 organismos que se reunían mensualmente. Muchos compañeros de Ibagué nos visitaban. Recuerdo a José Guerrero, Jairo Espinosa, Raúl Rojas González, Rafael Aguja Sanabria, Luis Enrique Moreno, Rosalba Camacho, Joaquín Conde. Muchos de ellos, fueron cobardemente asesinados por el mismo Estado.   

Lo fundamental en la lucha revolucionaria es la prudencia. El enemigo de clase no duerme, no descansa, ataca permanentemente. Una vez llegaron dos tipos bien vestidos a Dolores, con el cuento que querían conocer a los compañeros del Partido para intercambiar opiniones. Pero, como soy bien desconfiada, los evadí y no les di ninguna información. Me dijeron que era urgente intercambiar diálogos con ellos. No me convencieron, dudé de ellos. No conozco mucho la gente a pesar de ser de Dolores, les dije.

Historia municipal de la Unión Patriótica

El impacto de la Unión Patriótica (UP), en el municipio de Dolores fue importante. Era una esperanza de paz que salía a flote de los diálogos de las Farc – Ep durante el gobierno de Belisario Betancur Cuartas. Un ensayo de dejar las armas para reintegrarse este contingente a la brega política. El ensayo pintaba bien. La gente comentaba alegre en las tiendas y cafetines, la gran oportunidad de ponerle fin a tantos años de cruenta violencia, entre pueblo contra pueblo. Ese sueño lo truncó la criminalidad del Estado Colombiano, que haciendo uso del binomio militar-paramilitar, arreció ataque demencial contra esta iniciativa, en el marco de la guerra de baja intensidad y el enemigo interno, que correspondía a los libretos diseñados por la escuela de las Américas y que orientaba la CIA en nuestro país.

Una de las fuerzas políticas que se encargó de publicitar este proyecto político en Dolores, fue el Partido Comunista. Todos sus cuadros estuvieron dispuestos en esta dinámica. La Up era una convergencia de fuerzas políticas, sectores democráticos, personalidades y amplias franjas abstencionistas del país. La frescura de la propuesta enamoraba a una sociedad eternamente engañada y explotada. La novedad se imponía y llamaba la atención en amplios sectores populares, campesinos e indígenas del país.

Sé que nosotros siempre pertenecíamos a la izquierda junto con mi esposo, Cruz García. Fui concejala durante veinte años. Cuatro años era cívica, no teníamos partido para la época. Nunca di un voto por el partido conservador, nunca di un voto por el partido liberal. Yo nací en la violencia más cruda entre Chulavita y Chusmeros. Un bando orientado por los conservadores y el otro por los liberales. Era pueblo pobre contra pueblo pobre, mientras los jefes nacionales de los dos partidos se repartían el poder y paseaban por el mundo. Por eso, les tenía pavor a esos dos partidos llamados tradicionales. Yo no sabía nada. Mi esposo comenzó a orientarme en esto de la política. Soy honesta al decir que no sabía nada del tema. Solo sabía religión y estudiar. Con él comencé a conocer la realidad, el origen de la violencia, la pobreza y, sobre todo, cómo contribuir a transformar esa realidad. Él me mostró la doctrina y los postulados del Partido Comunista. No asimilé esta doctrina de la noche a la mañana, fue todo un proceso de aprendizaje con aciertos y desaciertos. Sí, mi esposo me enseñó a pensar y no a comer entero.

La cátedra de mi esposo fue fundamental. Pero, también he de reconocer que aprendí de mis campesinos y líderes populares muchas cosas, entre ellas, la firmeza, la lealtad y el carácter para resistir en la adversidad. Viene a mi memoria nombres como: Mariano Boja, Silvestre Novoa, Campo Elías Castro, Luis Morales, Isabel Mahecha, Aldemar Mahecha, Abraham Sánchez, Samuel Serrano y Eugenio Ríos. Ellos y ellas, me enseñaron con su ejemplo en la oscuridad o simplemente a la luz de una vela, entre otras y otros, porque el listado es bien largo.

Con ellos aprendí los estatutos del Partido, las tareas propias de la lucha, la necesidad de promover la organización del pueblo, luchar por la vivienda, la salud, la educación, el arreglo de los caminos, etc. Era tan bonita la organización y la moral revolucionaria de esos compañeros que cada día me entusiasmaba más y más a luchar por esos ideales. El padre José Alfredo, creo que de apellido Gutiérrez, era ancianito y en el convento nos hablaba a su manera de Marx, Lenin y Engels. Él nos enseñaba que teníamos que ser buenos. De acuerdo a esa enseñanza, me da a pensar que era marxista. Así empezó a nacer en mí la nueva ideología. Primero fui cívica, después del movimiento revolucionario liberal (MRL), después de la Unión Nacional de Oposición (UNO) y después de la Unión Patriótica (UP).

Estando en esas, un día nos reunió el Partido Comunista y nos dijo que iba a salir la guerrilla a hacer política, porque iban a dejar las armas, que era algo muy importante, porque entraba la guerrilla a hacer parte de los concejos municipales, las alcaldías, del parlamento. Es decir, del establecimiento político del país. Con esa ilusión empezamos. Las reuniones se multiplicaron en las veredas y en los barrios del municipio, porque se trataba de explicar con detalle la propuesta política. Se anunció que iba a salir al municipio de Dolores el comandante Manuel Marulanda Vélez, acompañado de los demás comandantes: Jacobo Arenas, Alfonso Cano y Raúl Reyes, entre otros, con el propósito de hacer un trato con el gobierno y de paso hacer el lanzamiento del movimiento Unión Patriótica. Saldrían los guerrilleros a hacer política. El gobierno los acogería con una amnistía general. Los que éramos de izquierda y hacíamos parte de los concejos municipales, apoyaríamos ese proyecto político. Con esa generalizada expectativa, se comenzó a preparar ese magno evento con los guerrilleros en la plaza pública. Pero, rápidamente nos dimos cuenta que no era posible, porque al parecer, se tenía un plan para asesinar al comandante Manuel Marulanda Vélez y su comitiva. Era alcalde municipal: Alberto Lizarazo Hincapié. El pueblo consideraba que era mejor la guerrilla haciendo política que en la montaña. Había pueblo que le temía. Por eso, consideraba mejor su reincorporación a la vida civil. Sin embargo, la gente no dejaba de expresar su incertidumbre por el cumplimiento cabal de la amnistía por parte del gobierno. Con todos sus errores de algunos de sus cuadros, la guerrilla estaba luchando por el pueblo, por los más pobres de este país. De todas maneras, la comunidad apoyó la iniciativa. Era una propuesta buena para el pueblo que venía padeciendo tanta violencia. Consideraba que todo intento por aclimatar la paz era importante. Por un momento se pensó que Dolores sería el centro nacional de todo este proceso pacificador. Era claro que en este municipio el pueblo no tenía pleno acceso a la medicina, a la educación y a la vivienda. Dolores estaba acabado. No había calles en buen estado, carreteras en buenas condiciones, faltaban muchas cosas en este municipio.

De todas maneras, el proyecto Up siguió adelante con gran impacto. La propuesta parecía un poderoso imán. El campesino se ilusionó. Personas de distintas vertientes se aglutinaron alrededor de la Up, incluyendo liberales, conservadores y sin partido. Solo se quedaron aparte los conservadores y liberales más reaccionarios, los que desconocen que todo está cambiando constantemente. Mejor dicho: Los ahistóricos. Mucho campesino dejó de apoyar a los gamonales del pueblo y a los viejos caciques. En realidad, entraron en crisis. Todo era como un festival multicolor. Nosotros organizábamos reuniones en las veredas más distantes y el campesino acudía masivamente a escuchar los planteamientos. La palabra de moda en ese momento era unidad.

Recuerdo a los primeros agitadores de la Up que llegaron a Dolores, algunos procedentes de Ibagué y otros de Bogotá: Leonor Valencia de Buenaventura, Arnoldo Dominguez, Jairo Espinosa, Raúl Rojas González, Teófilo Forero, Rafael Aguja Sanabria, Jorge Robledo, Luis Enrique García, Bernardo Jaramillo Osa, Manuel Cepeda Vargas, estuvo en dos oportunidades: La primera en una manifestación pública y la segunda, a brindarme solidaridad y a escribir un reportaje para Voz Proletaria sobre mí secuestro. Se quedó un día en mi casa. El proceso unitario comenzó con fuerza en este municipio. El liberalismo se dividió: Una parte fue a parar a las toldas de la Up, lo mismo ocurrió en el conservatismo. Se concretaron coaliciones y acuerdos programáticos. El pueblo se volcó a apoyar la propuesta de la Up.

Una vez estuvo en este municipio haciendo política un comandante nacional de las Farc: Iván Márquez. La reunión la hicimos en el teatro municipal. Fue un domingo a partir de las nueve de la mañana. Habló personalmente con la gente. Yo hablé en esa reunión, destacando el hecho, llamando a la paz, a la reconciliación y a la unidad de la comunidad. El comandante Márquez expuso con claridad los puntos centrales del movimiento político. El teatro estuvo abigarrado de público. Todo era como un sueño. Una esperanza que latía en la conciencia de cada campesino de este municipio tolimense.

Un sueño que se desplomó rápidamente al comenzar el plan exterminio contra el Partido Comunista y la Unión Patriótica. La primera víctima en nuestro municipio fue la lideresa fundadora de Montoso, en Prado (Tolima). Los primeros crímenes fueron horripilantes y causaron un fuerte impacto en los campesinos de la región. Las desapariciones aumentaron, era como una mazorca que se va desgranando. Se produjo la matanza de Rosalba Camacho y Martín Vázquez, casi toda su familia fue asesinada al parecer por el mismo Ejército Nacional. Fuimos al entierro con mi esposo, de Joaquín Conde, Uldarico Niustes, entre otros. Ellos fueron las siguientes víctimas de este genocidio político. Era frecuente la información de desapariciones de campesinos de las distintas veredas. La serie de muertos y desaparecidos era terrible. De igual manera, comenzó a llegar el rosario de panfletos amenazantes. El grupo que se hacía llamar: Muerte a secuestradores (MAS) y después el denominado: Rojo Atá, sembraron de pánico la región, teniendo que salir mucho campesino e indígena desplazado. Se decía en voz baja, que el Rojo Ata, era un grupo paramilitar creado por el entonces senador de la república, Alberto Santofimio Botero, afirmación que no ha sido confirmada, pero tampoco rechazada en amplios sectores de la sociedad tolimense. Contra mí, eran muy frecuentes esos panfletos vulgares y temerarios. Algunos decían: Váyase cerda hijueputa, salga con todos sus secuaces del pueblo, otro decía: Salga vieja hijueputa con sus compañeros comunistas. Los panfletos amenazantes circulaban con entera libertad y con bastante frecuencia en el pueblo y en las veredas del municipio. El terrorismo de Estado era permanente. La zozobra latente. El miedo y la desolación se tomaban nuevamente la región. La guerra psicológica era horrible. Mucha gente buena fue damnificada y mucha gente desplazada. A veces me pregunto: ¿Cómo es que todavía tengo vida para contar esto?

He sufrido y sigo sufriendo. Una de mis hijas, una vez se dieron cuenta que yo era su mamá la echaron del trabajo, con el cuento que ella también era guerrillera. Me di cuenta que en Colombia toda persona que quiere ejercer algún liderazgo a favor del pueblo, es estigmatizada, censurada, amenazada y hasta asesinada. Toda persona que lucha por el pueblo es calificada de terrorista y de guerrillera. Pero, a pesar de la adversidad, que incluye el olvido y la ingratitud, jamás renunciaré de la izquierda, siempre lo he sido. Sería faltona de mi parte. Cuando veo que la izquierda no tiene candidatos, no voto. Todos los compañeros para mí, son mis hermanos. Los de ayer, los de hoy y los de mañana.

Tengo edad avanzada. Sufro muchas enfermedades. La diabetes, problemas al corazón, colesterol, las defensas bien bajas. Le tengo miedo sobre todo a la diabetes, porque según dicen, uno va muriendo por partes, pero me conformo con saber que la lucha continúa y que alguna generación nuestra disfrutará un país en paz y con verdadera soberanía nacional. Amo a mis hijas. Tienen sus maridos. Pienso que, con todas las dificultades, la vida es muy linda y vale la pena vivirla, así sea sufriendo, gozando o rodando como me ha venido tocando a mí. Sí, la vida es bonita. Creo que hice lo que tenía que hacer, hubiera querido hacer más, pero las distintas dificultades me lo impidieron. Luché porque amo a los pobres, mis hermanos de clase. A muchos libré de la humillación de los ricos.

Después de ver tanta agua correr bajos los puentes, analizo que hay una crisis ideológica y política generalizada en Colombia que también cobija a la izquierda. Tanta división, tanto grupismo, impide consolidar una fuerza capaz de enfrentar a la derecha con posibilidades de triunfo. Creo que entre nosotros mismos nos ponemos zancadillas. Era una mujer convencida de la lucha armada, aunque nunca tuve valor de empuñar un arma, ni siquiera matar un zancudo. Creí que era la instancia superior de lucha, lo máximo. Pienso y reflexiono de las ideologías, que se han ido marchitando. No hay claridad y menos mística. Como que cada quien va por su interés particular. Esa ideología que propugnaba por el bienestar del pueblo se ve bastante opacada. No es la misma de ayer. He tenido algunas experiencias que me dejan atónita y sin palabras, sencillamente sentadita. Hace falta el líder integral. Viene sucediendo lo que le sucede a la gallina clueca, que sale con sus polluelos y unos hacen unas cosas y otros hacen otras cosas muy diferentes. A ratos uno se enfría, pero no cambia de camino. Sigue su recorrido, por donde nos educaron nuestros mayores.

Tuve la oportunidad de conocer personalmente al comandante Manuel Marulanda Vélez. El encuentro se realizó en la vereda San Rafael, departamento del Huila, gracias a una invitación de unos amigos, durante unas fiestas. Estábamos en una fiesta dichosa y sabrosa, cuando se aparecieron. Hablamos con varios guerrilleros: Enrique, Jacobo Arenas y otro que no recuerdo su nombre ahora. Hablé personalmente con el comandante Marulanda. Era amable, joven y de una facilidad de expresión envidiable. Habló de la lucha revolucionaria, de la situación del país, la necesidad de la organización campesina y muchos temas más. Era chistoso, nos hizo reír mucho con sus cuentos. Le dijo a mi marido: Tiene una muñeca muy hermosa. Mi marido contestó: Hasta ahí permito que se arrime, comandante.

Evoco también algunos nombres de alcaldes de mi pueblo de la época: Enrique Troncoso, Alfonso Lizarazo, Hugo González, Ángel Antonio Penagos, Adolfo Gómez, Hugo González, fue el alcalde que había cuando me tocó desplazarme. Adolfo Gómez, fue el que me ofreció siete millones de pesos para que diera el voto afirmativo en la construcción de la plaza de mercado. Lo hizo a través de un intermediario: Álvaro Vera, que en ese entonces era el personero municipal, nacido en la vereda Ambicá de este municipio. También hubo otros individuos que me hablaron del mismo tema: Los concejales Omar Torres y Patrocinio Díaz, miembros del partido liberal. ¿En vez de hacer escama por qué no recibe los siete millones de pesos?, me dijo en cierta oportunidad, Henry Ospina, tesorero municipal que tuvo líos con la ley por su mal proceder con las finanzas del municipio. Pero, no contentos con esos intentos, acudieron a mis amigos directos: Campo Elías Castro y Luis Morales. Yo fui intransigente. Quizás, ese fue mi error y estoy segura que eso fue lo que me costó salir desplazada del pueblo.

Creería que detrás de mi secuestro, estuvieron las personas que no les acepté esa plata por mi voto, también creería que estuvo involucrado el senador Alberto Santofimio Botero, porque era el que manejaba al pueblo con el dedo pequeño. El pueblo era santofimista. Además, se decía en voz baja que era parte del grupo paramilitar llamado: Rojo Atá. Una vez hizo una manifestación en la plaza pública y habló muy mal de mí. Seguramente Jairo Rivera, hijo del doctor Otto Rivera, le dio muy malas referencias de mí labor política. Escuché con atención ese incendiario discurso, lleno de odio, sectarismo y mentira. Estoy segura: Ese senador tuvo que ver con mi secuestro, pero, sobre todo, en las amenazas. Él hacía parte del Rojo Atá. Una vez hablé con este personaje en la gobernación del Tolima, insinuándome que trabajara con Jairo Rivera, que tendría todas las garantías, pues en la izquierda no las había. Más o menos yo le contesté: Mi garantía es la conciencia de clase. Mi esposo me había enseñado a fijar con claridad la posición política. Le dije que no estaba interesada en ser liberal o conservadora, porque ambos partidos me habían maltratado. Por el lado conservador había perdido muchos tíos en la violencia y por el lado liberal, lo mismo. Por eso, no estoy interesada en estar en uno o en el otro. Soy de izquierda y así me quedaré.

Antes del violento discurso en la plaza pública contra mí, me había llamado para que habláramos en la casa de Jairo Rivera, pero yo no quise asistir. Esa vez iba con mi esposo para una vereda, nos encontramos y me llamó. Hablamos en la calle y le dijo a mi esposo que nosotros no teníamos nada de garantías, que se leyera un libro de Mao Tse Tung, que con ese texto despertaríamos al darnos cuenta qué era realmente la política comunista. Mi esposo le dijo al doctor Rivera: Usted es muy leído, yo soy menos leído, pero entiendo más la problemática del pueblo que usted. Entonces, dijo: Tiene razón que su costilla sea inamovible. Nosotros sabemos lo que estamos haciendo, le contestó mi esposo. Nunca más volví a hablar con ese senador.

Leíamos bastante las obras de Carlos Marx, Lenin, Stalin, el Che Guevara, Cuba, la URSS, etc. Me Impresionó la historia de la heroína Policarpa Salavarrieta, como le dije atrás, desde niña. Su vida, su lucha, su entrega, su juventud, pero sobre todo su coraje, para no rendirse ante el enemigo y enfrentarlo con dignidad. Ante su ajusticiamiento no pide perdón, enfrenta al enemigo y la muerte con grandeza. Esta frase vibra en mi corazón: “Pueblo indolente: Cuán diversa sería nuestra suerte, si conociese el precio de la libertad. Ved, que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. No olviden mi ejemplo”.

Mitos y leyendas…

No creo en mitos y leyendas. Pienso que son creencias que salen de la comunidad en su rica creatividad e imaginación. Sin embargo, relato algunos sucesos que se presentaban en este municipio. No creo en espantos. Sin embargo, en el café que arrendamos y que vivíamos allí, se presentaban cosas extraordinarias muy difíciles de creer, pero que al respecto hay numerosos testimonios de personas muy serias de la comarca. Era un espantajo horrible que aún desconozco. No sé si eran brujas o diablos. No nos dejaban dormir. Habiendo gente tomando, las mesas eran transportadas, otras se levantaban. Era en el café Popular de Dolores (Tolima).

Esa casa era de dos pisos. Era grande y nosotros la teníamos arrendada. Tenía billar. Era de bahareque y estaba ubicada en una esquina. Mi esposo levantó el café, pero en ladrillo y cemento. Campo Elías, puede contar con certeza esta historia, aunque hay mucha gente en este municipio que puede contarla porque se dio perfectamente cuenta. Fulbia, que llegó a ser dueña de esta casa con su hermana, llevó un espiritista afamado y al parecer sacaron un entierro de allí. Del entierro hacía parte una muñequita pequeña, que mantenía en un frasco y parecía viva. Miraba en todas direcciones.

Decía la gente que aquello era magia negra. En Cabrera se había perdido una mujer joven, mona y hermosa, la que habría sido partida en dos: En una parte se conservaba la cabeza y en otra, el resto de su cuerpo. Se decía que Eugenio Torres, tenía el cuerpo y don Calixto, el papá de ella, tenía la cabeza. Era eso, porque una vez se sacó ese entierro, todo volvió a la normalidad. También sacaron dinero.

Eso empezaba la bulla a las cinco de la mañana hasta las diez. Por la tarde, era a partir de las seis en adelante. No era todos los días. Por el buitrón bajaban las monedas y las regaba. Nosotros no nos aguantamos más, vino entonces un cuñado de mi esposo a ver la casa y le tocó perderse, no aguantó aquel misterio. El escándalo en el pueblo era generalizado, las versiones distintas y diversas: Que era un invento de nosotros, que era la señora Marcela Támara, que sabía muchas cosas; otros decían que era el finado, el papá de ellas, que lo veían por los lados del matadero. Yo nunca lo vi.

La hermana de ella, una vez me dejó el frasquito. Yo lo guardé. Cuando llegaron las primas, una que se llamaba Luz y una muchacha sobrina de ella, se llamaba Esperanza. Cogieron el frasquito y se pusieron a mirarlo. A una la fondearon tan duro que la metió como un soplo debajo de la cama, y, la otra, fue lanzada con fuerza al rincón. El frasco se rompió. Privadas fueron llevadas al hospital, respiraban con mucha dificultad. Las llevaron en carro. Desde ese momento se perdió el frasco y no volvió a aparecer.

Mi esposo y yo habíamos visto el frasco y la cabeza se movía, intentaba reír y luego, llorar. Los movimientos eran para todos los lados. Estando en la vereda El Cajón, municipio de Cajamarca, oí una noche que llegó un señor. Yo estaba apenas con unas niñas pequeñitas y un nieto mayorcito. Oí perfectamente cuando desensilló el caballo, fue a la pieza del fondo y entró la silla, se oía los estribos. El caballo estornudó, fue y lo llevó al potrero. Me levanté a las cinco de la mañana, porque tenía trabajadores y nadie había. La pieza estaba con llave. Llegó don Ancizar Herrera y le conté. Me dijo que no tuviera miedo, que eso siempre sucedía, desde cuando lo asesinaron. Nunca ha dejado de llegar a desensillar el caballo. El hermano de este señor, Jaime Herrera, también contaba esta historia. En realidad, lo único que escuchaba con certeza era el rugido del volcán Machín.

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