El camarada Raúl Rojas González nació el 22 de septiembre de 1939, es decir, recientemente cumplió 79 años de edad. Un verdadero gigante del comunismo suigéneris, que ha mantenido en alto la bandera roja del comunismo en Colombia, a pesar de la cruda tormenta de la violencia del salvaje régimen capitalista que se ha ensañado contra él, su familia y el pueblo que piensa distinto a la clase oligárquica.
La vida y obra de este humilde campesino nacido en la vereda Guadual, del municipio de Chaparral (Tolima), merece enmarcarse en las mejores páginas de la historia colombiana que se viene escribiendo con sangre, abnegación y heroísmo. No es un egresado de las universidades, menos ostenta magister o postgrado, es un revolucionario hormonal que se ha forjado a la intemperie, unas veces bajo la lluvia hirsuta y en otras bajo el sol canicular.
Eran sus padres Tiburcio Rojas y María Antonieta González, ambos naturales del caserío Villa Vieja, departamento de Huila. Una familia campesina, él liberal y ella, descendiente de familia conservadora. Es el segundo de doce hermanos. De niño tuvo que trabajar arduamente en las labores del campo para ayudar a sus progenitores en los asuntos de alimentación y vestuario.
Esporádicamente, se reunía con los niños de su edad a jugar bola, trompo y otros juegos infantiles de la época, sobre todo los domingos después de ir a misa y arrimar la leña para la semana. No tuvo privilegios de ninguna naturaleza. Por el contrario. Hasta las más elementales privaciones. Sin embargo, fue un niño feliz nacido en lo más cuajado de la espesa vegetación del municipio de Chaparral. Allí, comenzó a forjar su regia personalidad y desde luego, su formación ideológica y política.
Pagó servicio militar en la base de Apiay, Granada (Meta). Sin tener aún una formación política definida, sí tuvo lucidez mental para comprender que como soldado no estaba defendiendo la patria, sino los intereses de la clase oligárquica. Le indignaba la retahíla anticomunista diaria que recibía de sus superiores. Señala: “El anticomunismo era la norma principal que todos los días debía que repetir en el cuartel. Nos hablaba el comandante lo peor de Fidel Castro y la revolución cubana. Daba asco. Miedo”.
Al cumplir el servicio militar, siguió en el batallón como ecónomo durante un período de tiempo. Más tarde fue docente y carcelero en el municipio de Ambalema (Tolima). Era religioso empedernido. Al decir de sus amigos de su época, rezaba más que la madre Teresa de Calcuta.
A través del rosario, la lectura de la pasión de cristo los primeros viernes de cada mes y la afición por la misa cada ocho días, pudo llegar a la casa de la que sería su esposa por toda su vida: María Oliva Campos Torres. “Mi madre lo quería mucho porque rezaba mucho”, afirmaba la camarada María Oliva.
Ebrio, Raúl, solía subirse a la mesa a echar discursos contra el gobierno de turno, también recordaba su eterna y fiel esposa. El contacto con el profesor de biología de apellido Granados, fue fundamental en su formación política. Poco a poco fue alejándose del pensamiento liberal y abrazando con donaire el discurso de izquierda.
En la década de los 60s, este docente lo vincula al movimiento obrero estudiantil campesino (MOEC), movimiento direccionado entonces por Federico Fonnegra y Antonio Larrota, entre otros.
Este movimiento planteaba la transformación de la sociedad colombiana por medio de la lucha armada, según el profesor universitario Alirio Urrego Mesa. Fonnegra y Larrota, fueron asesinados por el Estado.
Como eximio autodidacta, el camarada Raúl Rojas González, lee permanentemente, pregunta y no se pierde reunión, especialmente de carácter político y comunitario. Se mueve con dificultad, pero con valentía en medio de la cruda violencia bipartidista. Su arma favorita es sin lugar a dudas la denuncia.
El 10 de abril de 1966, hacia las cinco de la mañana, la modesta casa de la pequeña finca de sus padres, fue atacada por unidades militares adscritas al batalló General Caicedo con sede en Chaparral, siendo Raúl gravemente herido, su hermano Pedro asesinado a bala y bayoneta calada, lo mismo que el honesto y abnegado trabajador, Hernando Lizcano.
Todo hacía parte de un complot montado por el informante Jacinto Gaitán, quien había informado que lo que estaba allí era un comando de la guerrilla. A pesar del falso positivo, en el cual el camarada Raúl perdía una vista y una de las extremidades inferiores, los militares tuvieron el cinismo de informar a la opinión público que habían combatido con la guerrilla, que María Antonieta González, era la comandante y sus hijos e hijas que estaban pasando la semana santa, era los guerrilleros.
La camarada María Oliva, cuenta que al enterarse del suceso, acudió al abogado de los pobres, el doctor Humberto Oviedo Hernández, quien la acompañó al batallón. “Los militares nos recibieron con insultos y amenazas – recordaba – pero el doctor Humberto Oviedo Hernández los enfrentó y les dijo que estaba dispuesto a rendir indagatoria donde fuera, con quien fuera, como fuera y de lo que fuera. Sea lo que sea, pero yo soy el apoderado de la familia Rojas, les dijo enfáticamente el doctor Oviedo”.
El comandante del batallón se burlaba del dolor de la compañera María Oliva. Le decía con ironía: “Harto le dije a Raúl que no se metiera en esa cosa del comunismo, pero nunca me hizo caso y ahí están las consecuencias”.
“A Raúl lo trajeron más vivo que muerto después de las ocho de la noche, había perdido mucha sangre. Lo llevaron al hospital, donde duró algunos días, hasta que los militares montaron la trama de que la guerrilla iba a venir a liberarlo y optaron por llevarlo a la enfermería del batallón Caicedo, donde lo tuvieron dos meses; luego, lo trasladaron a Ibagué para unos exámenes y posteriormente fue recluido en la cárcel 34 meses adjudicándole diez acusaciones en su contra”, afirmaba su esposa.
La camarada María Oliva recibía toda clase de insultos y vejámenes por parte de los militares con el fin de menguar su solidaridad con su esposo. Recordaba: “Cuando me encontraba con el comandante del ejército me paraba y me decía que yo para qué atendía a ese guerrillero depravado…Qué era lo que no me decía…Me dejaba seguir después de pegarme una insultada. Un día me hicieron parar en la guardia porque estaban esperando a un general. El comandante les dijo a sus soldados que se presentaran como si ya estuviera el general. El comandante dice: “Permiso mi general: Para informarle que no hay novedad, la única que hay es la moza de Tirofijo que acaba de llegar”.
Al camarada Raúl Rojas González lo sometieron a dos consejos verbales de guerra, los cuales sorteó con la defensa del doctor Humberto Oviedo Hernández y su propia inteligencia, quien pasó de acusado a acusador, demostrando la unidad militar – paramilitar en esta región del sur del Tolima.
Su brillante intervención terminó así: “Quien con su espíritu manchado decretara sentencia condenatoria contra nosotros, antes deberá besar la frente de Cristo y ahí encontrará la justicia social y verá que no somos los inocentes los que debemos ocupar el banquillo de los acusados, sino todos los criminales que aquí aparecen”.
Estuvo en la Unión Soviética, primero para ser sometido a una operación quirúrgica de su pierna y después para estudiar marxismo – leninismo durante un año. Varios hijos fueron asesinados por el mismo Estado, la misma compañera María Oliva estuvo varios meses en la cárcel, detenida injustamente. Sin embargo, el camarada Raúl Rojas González no duda de la ideología marxista – leninista, la doctrina comunista y la lucha revolucionario. A sus 79 años de edad, confía en la sapiencia del Partido Comunista para orientar los procesos revolucionarios que habrán de desembocar en el gran torrente unitario del pueblo colombiano en aras de destruir las relaciones capitalistas y construir las relaciones Socialistas. A un año de cumplir 80 primaveras, se mantiene vivito y coleando, al lado del Partido, sus camaradas leales a la causa noble de los pueblos y su familia.
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