martes, 13 de junio de 2017

El conocimiento[i]

Por Nelson Lombana Silva

Presentación

Pensar en el continente de la esperanza y en el país del sagrado corazón de Jesús es un pecado mortal, porque esto implica romper con las cadenas de la sumisión y de la brutal explotación del hombre por el hombre en todas sus formas y manifestaciones, y esto no está dispuesto a tolerarlo los dueños del poder.


Pensar es un riesgo latente, porque toda persona que se atreve a hacerlo inmediatamente es catalogada de subversiva, enemiga del progreso, del continente, del país y la convivencia pacífica.

Pensar en el continente y en el país es una utopía, un esfuerzo inmenso que implica romper con la alienación y el conformismo que nos tiene sometido la clase dominante, ese 2 por ciento que domina el 98 por ciento.

El conocimiento también tiene el mismo destino en este continente y en este país. Solo hay la esperanza fehaciente de que la comunidad con su heroísmo rompa con ese estado y éste sea el faro luminoso que ilumine profusamente el rumbo para cambiar. Es la utopía al presentar este esfuerzo intelectual como comunicador social con énfasis en comunicación comunitaria.

El autor 1

Todos los días despierto con la misma ilusión. Es como un fantasma etéreo que se encuentra en todas partes con la misma intensidad, despreciado por el hombre con ímpetu esquizofrénico. Lo veo en la inmensidad frondosa de la cordillera, en la espesura espaciosa de la llanura, en la transparencia del viento. Me lo imagino en los atardeceres alucinados de las cinco de la tarde sobrevolando la inmensidad del océano Atlántico. Lo veo y lo siento en todas partes. Incluso, en aquellos lugares que nunca he visitado como Acapulco en Méjico con música de fondo de Julio Iglesias, Valparaíso en Chile disfrutando los volcánicos poemas de Pablo Neruda, Nepal dialogando con los pobres, el Vaticano señalando con el índice derecho en gesto acusador al Papa y su séquito, al presidente de los Estados Unidos, diciéndole hijo de puta, preguntándole al eximio comandante Fidel Castro: “¿Es usted de carne y hueso?”, rogándoles a Ernesto “Che” Guevara, Camilo Torres Restrepo, Rubén Darío, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, Jaime Roldos, Omar Torrijos, el general Velasco, José Martí, para que regresen porque aún América Latina no ha entendido sus pensamientos y vive prisionera en el laberinto oscuro de la dependencia, la explotación del hombre por el hombre, con ricos exageradamente ricos y pobres exageradamente pobres.

Pero de igual manera, lo palpo en el grito inocente del niño pidiendo agua de panela, en el llanto sincero de la madre que ve morir a su único hijo producto de la guerra de Estado, en la novia que soñó con ser feliz, en el hombre preparado y entrenado por el Estado para matar, torturar, expropiar a su libre albedrío utilizando como arma favorita la intimidación y la oscuridad de la complicidad de la guardia oficial.

Es una presión asombrosa. Es una fuerza infernal. Es una sensación concreta que entra y sale de mí como pedro por su casa. Es un grito de libertad, justicia y cambio, que viene, es y va por los lenocinios, los vericuetos trágicos de la cotidianidad arando, sembrando, cultivando. Va en todas direcciones con un aire apocalíptico despertando conciencias, criticando, enseñando cada vez nuevos y venturosos senderos. Tiene las formas más disímiles, los nombres más rimbombantes, sin embargo tiene la fragilidad del niño, la ternura de la quinceañera, el talento de Albert Einstein, la fragilidad de un sueño. Es una llama encendida que anima a los inquietos y hace obsecuente a los conformes y cortos de espíritu, a los mediocres que van por ir, viven por vivir, los coloca al desnudo en la mayor brevedad posible. Ese ogro, ese fenómeno amado por unos, odiado por otros, temido por otros, es el Conocimiento.

2
Me ha servido para conocer el continente Latinoamericano muchos siglos antes de su mayor desgracia que comenzó el 12 de octubre de 1492, cuando Cristóbal Colón y su putrefacta corte nos invadieron sembrando el horror de la muerte, el genocidio y el etnocidio de una población ensimismada en la paz, la sana convivencia y la impoluta y suigéneris solidaridad. Tras la energía transparente del conocimiento, he comprendido el infame y rapaz criterio europeo y el desalmado papel de la Iglesia Católica. Fue certero el objetivo de los peninsulares: “Quitarnos el oro y nuestras emocionantes y sinceras creencias”. Destruyeron nuestra cultura, violaron a nuestras aborígenes, nos incomunicaron, nos llamaron incivilizados, indios, idólatras, nos torturaron en las minas y nos sometieron a la inhumana trata de negros. Con la espada ensangrentada, en una mano, y en la otra el crucifijo vacuo, nos humillaron.

Humillación que continuó el 7 de agosta de 1819, ya no con el rótulo de España o Portugal, sino con la arrogancia y el despropósito de Estados Unidos, que mediante las cadenas leoninas de la deuda externa nos ha tenido en vilo, aguantando hambre y miles de necesidades más. Esa dependencia hoy llamada Neoliberalismo, se ahonda como una espada bien afilada en las entrañas de una comunidad fláccida y perpleja, inocente, pero cobarde,[ii] que no ha sabido entender y canalizar el esfuerzo de hombres y mujeres que se han inmolado por una Revolución que permita comer bien, pensar con libertad y vivir en paz, en comunidad.

Es debido a ese trajinar histórico que ha llevado a decir a Leopoldo Zea que América Latina es un continente sin historia donde pasado y presente se confunden en la cual hemos guardado un silencio parecido a la estupidez como lo sugiere Eduardo Galeano en su documento intitulado: “Las venas abiertas de América Latina”. Historia mentirosa, tergiversada y acomodada a la burguesía, contada aisladamente sin contenido social, mucho menos esencia dinámica y dialéctica como lo exige nuestros tiempos modernos, donde el drama tétrico de la globalización de un capitalismo salvaje nos tiene caracterizados por el signo dólar, es decir, si un dólar tenemos en el bolsillo, eso valemos. A un lado ha quedado la dignidad humana, los valores éticos por los cuales nuestros antepasados se desvelaron y lucharon denodadamente. En los actuales momentos no hay relaciones humanas sino intereses económicos e imperialistas. El laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez, lo ha dicho con singular crudeza: “…Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúa vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia  se parezca no a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita…”.

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Sería injusto no decir aquí que Colombia es una parte viva de América Latina que también se debate en la miseria tanto económica, como social, política, cultural e ideológica. No tenemos espacio para pensar por nosotros mismos, somos víctimas de los partidos tradicionales (El Liberal y el Conservador), lo mismo que el imperio omnipotente y disimulado de los medios masivos de comunicación. Nuestros docentes son robots que repiten los mismos conceptos de hace veinte o treinta años con una precisión asombrosa, hablan pero no piensan, permanecen incólumes en los moldes anacrónicos de un sistema capitalista en decadencia.[iii]

El pensil académico está diseñado de tal forma que se para el educando de la realidad circundante soterradamente haciéndolo meter en un mundo inverosímil, denso e incierto.

No es raro oír decir en los mismos docentes de historia que la historia no sirve para nada, no es escaso escuchar al docente de física matemática decir que la física no sirve para nada; no es insólito la conceptualización del profesor de química de que el problema ortográfico, de redacción y de comprensión de lectura no es su problema, es problema únicamente del profesor de español y literatura.

En alguna oportunidad, un estudiante de once del colegio: “Carlos Blanco Nassar”, del municipio de Anzoátegui (Tolima), sin saberlo, desnudó toda la problemática educativa del país y concretamente de la institución, cuando dijo que el título que se recibía en el colegio era de bachiller comercial, pero que el educando salía sin saber manejar una máquina portátil, mucho menos una máquina eléctrica o un computador. En otras palabras, el estudiante decía que estaban recibiendo una seudo – educación, lo cual no está muy lejos de la realidad. Somos campesinos, vivimos en nuestro medio, pero nos educan para ser citadinos, lo cual no deja de ser una frustración porque en los actuales momentos en donde todo se desarrolla a una velocidad deslumbrante, ¿Qué puede hacer un bachiller provinciano con una capacitación tan pobre, tan mediocre, tan sumisa, tan superficial en una urbe tan deshumanizada como Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla o Cartagena? Ni si quiera se puede hacer el “oso”.

En estas condiciones deplorables, heredando de todos el falso tradicionalismo, la sumisión, la quietud, la juventud colombiana, se levanta en la debacle del licor, consumo de alucinógenos, disfrute de los enlatados gringos, vulgarización del sexo, anocheciendo y amaneciendo para seguir por lo mismo, mientras los “líderes” son simples apéndices que siendo pobres hablan como ricos y como autómatas siempre están dispuestos a vender a sus hermanos de clase, ya no por un plato de lentejas, sino por un miserable peso o un cargo burocrático.

Todo eso me ha enseñado el conocimiento. Y algo más: Me ha enseñado que los tiranos son efímeros, los pueblos en cambio son eternos, pero que para que caigan aquellos es necesario la unidad de estos, la lucha revolucionaria, la búsqueda del Socialismo Científico. Un pueblo lleno, con libertad, con educación y con justicia, piensa, actúa, crea y genera un ambiente muy diferente al que se vive en la contemporaneidad en América Latina. Finalmente, he aprendido que ni Dios, ni la suerte, ni los magos, ni los burgueses son los dueños de nuestro futuro; el único responsable es el HOMBRE mismo en función SOCIAL.

FIN

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