El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, firmaron el jueves un nuevo acuerdo de paz. Foto: AFP |
Por Nelson Lombana Silva
El histórico teatro Colón de la ciudad de Bogotá, fue escenario de la firma del acuerdo de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo y el gobierno nacional de Juan Manuel Santos Calderón.
En ceremonia exageradamente sencilla y discreta, el comandante Timoleón Jiménez y Juan Manuel Santos, estamparon sus rúbricas con decisión y esperanza, explotando alborozado el público la consigna: “Sí se puedo”.
Cerca de 900 invitados especiales concurrieron prestos a la cita con la esperanza de ver lo que efectivamente vieron. La gran utopía se materializaba después de unas conversaciones largas y dramáticas de muchos ires y venires por la complejidad del tema que se habían propuesto los dos protagonistas principales.
Mientras el comandante fariano representaba de una u otra manera los intereses del pueblo colombiano, Santos la rancia oligarquía colombiana e incluso, los intereses imperialistas de los Estados Unidos. Era la lucha de contrarios, cuya síntesis es un acuerdo que debe dar paso a la paz con justicia social.
Viene la refrendación e implementación, un escaño más no fácil de superar si tenemos en cuenta que el parlamento representa ante todo los intereses de la clase dominante, está salpicado de corrupción, narcotráfico y paramilitarismo.
Es decir, lo que falta no es tan axiomático, no es pelea de tigre con burro amarrado como suele decir el dicho popular. Seguramente todo dependerá de la movilización popular, del entusiasmo como los campesinos, indígenas y obreros, de la ciudad y del campo, asuman su papel, teniendo claro, pero bien claro, que el acuerdo no apunta básicamente a resolver las expectativas de la guerrilla o del mismo presidente de la república, el acuerdo apunta al bienestar colectivo del pueblo colombiano en su conjunto.
Digamos que es el fruto de la lucha heroica de la guerrilla en más de 52 años de singular y desigual batalla contra la clase dominante y los Estados Unidos. Bien podría decir el movimiento insurgente: “Este es nuestro aporte”. Corresponde ahora al pueblo comprenderlo, interpretarlo, hacerlo suyo y defenderlo.
Desarmar los espíritus no será tarea fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que la burguesía siempre ha cabalgado sobre la violencia. Además, es tradicionalista, sectaria y personalista.
No es un secreto que las ideas dominantes en el momento en Colombia, son las ideas de la burguesía, la clase dominante. Eso quiere decir que hará todos los esfuerzos porque siga su dominio. Ojalá, proscriba la violencia, no utilice más el terrorismo de Estado como método de sostenerse ilegalmente en el poder.
En lo sucesivo será la batalla de las ideas, la confrontación ideológica. “Que el arma sea la palabra y el argumento”, ha dicho el comandante Timoleón Jiménez. Hay que estar atentos todos y todas, atentos y atentas, a que haya reciprocidad por parte del régimen capitalista, para que las armas no vuelvan a estar presentes en la lucha política.
Se debe intensificar la pedagogía en barrios y veredas de Colombia para que el ciudadano común y corriente se entere directamente del acuerdo y lo pueda asumir como suyo. Mientras esto no suceda la comunidad seguirá divagando incluso, creyendo las infames mentiras del Centro Democrático y los firmes agoreros de la guerra.
Álvaro Uribe Vélez tiene como su estandarte para hacer política la guerra. No tiene otro argumento. Fácil resulta comprender que no cederá fácilmente, se empeñará en seguir estimulándola en sus diferentes formas y manifestaciones.
De hecho, mientras se firmaba la paz en el teatro Colón, los medios anunciaban de más muertos en el país. Más líderes de la Marcha Patriótica caían villanamente asesinados por el simple hecho de pensar diferente al régimen capitalista.
Los violentos no cederán fácilmente. El presidente debe romper con esa ambivalencia que lo ha caracterizado y colocar todo su interés de desmontar el paramilitarismo. La patria no puede seguir transitando caminos ya recorridos como el infame genocidio de que fue objeto la Unión Patriótica y el Partido Comunista, principalmente. Ni una víctima más por pensar diferente en Colombia.
Hay que festejar la firma del acuerdo de paz Farc – Ep – Santos y la mejor manera de hacerlo es preparándonos para su implementación y desarrollo. El pueblo debe estar organizado y politizado, dispuesto a defender lo logrado por la guerrilla en 52 años de intensa lucha militar y política. No podemos botar este histórico y revolucionario esfuerzo del pueblo alzado en armas, que hoy está dispuesto a transformarse en movimiento o partido político.
Gáfica piede foto.-
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