jueves, 24 de noviembre de 2016

La firma del acuerdo de paz en Bogotá

Por Nelson Lombana Silva

Sin mucho despliegue mediático al parecer hoy se firmará el “nuevo acuerdo de paz” entre las Farc – Ep y el presidente Santos, en el teatro Colón de la ciudad de Bogotá, Colombia. 



Una vez los ajustes realizados al acuerdo original para satisfacer ampliamente a la burguesía y a los mismos Estados Unidos, todo indicaría que ahora sí será definitiva la firma de este texto que podría abrir alamedas hacia una paz estable y duradera en un país que ha venido transitando por senderos de violencia desde la misma llegada de los invasores españoles en 1492. 


Desde luego, que todo dependerá de la voluntad del gobierno nacional para su  refrendación e implementación que al parecer estará a cargo del Parlamento, según indicó el presidente de la república. Un Parlamento corrupto, politiquero, alimentado por dineros del narcotráfico y del paramilitarismo.


Hay que hacer de tripas corazones diría nuestras abuelas para enfrentar el momento histórico que vive Colombia. Insistir y persistir en la paz con justicia social, en la búsqueda de espacios de reconciliación que permitan parar la sangría horrenda que viene sufriendo el pueblo colombiano.


Los enemigos de la paz persisten en la violencia. En los últimos meses Colombia viene siendo sacudida por el terror militar – paramilitar. Alfredo Molano Bravo ha indicado que se parece al genocidio contra la Unión Patriótica, el presidente Santos no pudo ocultar la violencia que se ha disparado en los últimos días. Su incapacidad de garantizar la paz todos los colombianos sale a flote. 


Dos guerrilleros son asesinados al parecer por francotiradores del ejército nacional, líderes campesinos son asesinados a los alrededores de los batallones militares en San Vicente del Caguán. Como quien dice: El paramilitarismo se mueve como pez en el agua en zonas de fuerte militarización. La historia al parecer se repite.


Los medios masivos de comunicación abren todos sus espacios a los enemigos de la paz, a esos hijos de mala madre que no van al campo de batalla, no prestan sus hijos para la guerra, pero sí estimulan la violencia con suma perversidad desde sus perfumadas oficinas fuertemente custodiadas con dineros del erario público.


Esos medios, más de incomunicación que de comunicación, miran la paz con desprecio, con asco y cuando más con indiferencia. Su apuesta es la guerra.


En esas condiciones, el pueblo debe romper todo ese brutal entramado y salir a la calle y a las carreteras a apoyar el proceso de paz. La firma no es la paz, la paz resulta posible en la medida en que lo acordado se vaya implementando. Por eso resulta fundamental un pueblo organizado, politizado y movilizado.


Hay que rodear el proceso con todas sus imperfecciones. No se puede caer en el pesimismo y menos en la indiferencia. El país está pendiente de ese 62.5 por ciento que no participó del plebiscito del 2 de octubre. No puede seguir con esta postura, al hacerlo está apoyando tácita e incluso, expresamente a la clase dirigente responsable de la violencia en Colombia.


Esa protesta, válida para algunos, favorece a los halcones de la guerra, a los carroñeros disfrazados de Centro Democrático que no saben hablar de paz y reconciliación sino de odio y de venganza.


Hay que parar esta violencia. Hoy podría comenzar esta utopía. Apoyémosla con decisión, sobre todo con conciencia de clase, para que sean los hijos los que entierren a sus padres y no los padres a sus hijos como viene sucediendo hace muchos años en Colombia.


Digamos con voz clamorosa: “¡Paz sí guerra no!”.




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