domingo, 13 de abril de 2014

¿Comunista por convicción o por necesidad histórica?

Nelson Lombana Silva. Foto R.V.R
Por Nelson Lombana Silva

Hace 36 años aproximadamente comencé a escuchar la palabra Comunista; era una palabra – he de confesar – que me producía terror sobre todo por estar en contradicción con el tema religioso. Desde el nacimiento me había enseñado, sobre todo mi madre, que la existencia de Dios no se podía poner en duda, era algo evidente que no admitía demostración. Por eso cuando pensaba en mi soledad sobre cómo sería el rostro de ese señor todopoderoso que podía estar en todas partes a la misma hora sin dejarse ver, lo concebía como un ser de ojos zarcos, alto, mono y de cabellera espesa y suelta. Suponía que era bueno.



Vivía en un municipio teocrático. Todo era gracias a Dios. Este territorio había sido invadido por el capitán Pedro de Alvarado, un criminal español que estuvo en la zona en 1540 y abusivamente había tomado posesión desplazando la comunidad indígena de los Alanques y Arbis y dominado a sangre y fuego al gran cacique Agocha.


Un territorio ubérrimo adornado con el entonces inmenso nevado de Dulima y el cerro de Guambeima, el cual había de ser poblado por colonos hambrientos provenientes de Antioquia durante la década de 1860. Éstos trajeron cultivos como el café, el cultivo de hortalizas y la ganadería pastoril. Armados de coraje y hacha en mano comenzaron a derribar la espesa y fresca vegetación con el fin de explotar la madre tierra y paliar las necesidades económicas.


Fue así como el 16 de julio de 1895, fundaron una pequeña población en el espinazo de la singular cordillera con el nombre de La Palma; más tarde se llamaría Briceño y por último a partir de 1930 y por ordenanza de la asamblea departamental del Tolima número 047 pasaría a llamarse Anzoátegui, con el fin de rendir homenaje al héroe venezolano e internacionalista, José Antonio Anzoátegui que había bañado la patria con su sangre durante el período de la independencia del régimen español.


En esta gesta hermosa de remontar la cordillera quedaron grabados nombres de personas humildes que inspirados en el instinto de sobrevivir llegaron hasta allí con fuerza y temperamento. José María Giraldo, Cirilo García, Jesús María Alzate, Demetrio González, Juan de Jesús Giraldo, entre otros.


En 1899 fue convertido en corregimiento del municipio de Alvarado y más tarde municipio. Durante décadas la región fue un fortín liberal. “No se conseguía un conservador para un remedio”, recuerda el entonces concejal Mardoqueo Hernández.


El proceso de conservatización comenzó con el arribo al poder de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, quienes impusieron su ideología falangista a sangre y fuego, sobre montañas de crímenes horripilantes. Los niños eran asados vivos, los hombres descuartizados y las mujeres violadas.


Muchos afirman que si se levantara una cruz por campesino o campesina, asesinado o asesinada, habría que declarar toda la vasta región cementerio, es decir, “campo santo”. Eso nos puede dar una idea aproximada sobre la sevicia como la burguesía impuso allí su ideología.


Primero anticomunista


En ese submundo histórico nací el 12 de julio de 1961. Crecí en medio del horror de la violencia. Todavía tengo imágenes nítidas de la quema de Puerto, las casas de los liberales y los innumerables “calvarios” que había que cruzar cada ocho días para ir a misa de las siete de la mañana.


El cura – recuerdo también con nitidez – repetía maquinalmente que el Comunismo era el demonio que negaba la existencia de Dios, negaba la existencia del cielo y exhortaba a la violencia, como si no la estuviéramos viviendo paso a paso, día a día.


Para entonces, mi única fuente bibliográfica era mi madre que escasamente sabía leer deletreando y firmar despacio. “Lo que dice el padre es cierto, porque él es el representante de Dios en la tierra”, me solía decir con qué ternura.


Por supuesto que mi primera impresión fue que el cura era un ser sobrenatural. Fue una desilusión inmensa cuando tuve conciencia que era un hombre y más aún cuando me di cuenta que su misión era embrutecer, alienar a la masa para que se dejara explotar del rico sin oponer resistencia.


El cura Pablo Antonio Quitora Gómez, natural del municipio de San Antonio, Tolima, tenía un programa por los altos parlantes del templo cada ocho días llamado: “Formando un pueblo” y la cantaleta era la misma: “Dice el Comunista: No hay Dios; dice el Comunista: No hay cielo”; refiriéndose a la hoz y el martillo, expresaba: “La hoz que todo lo arrasa y el martillo que todo lo destruye”.


En esas condiciones, he de confesar que primero fui anticomunista cerrado, diría fanático. Claro, odiaba el Comunismo sin saber qué era. Una vez me confesé y le dije al cura palabras más, palabras menos: “Acúsame padre de dudar de la existencia de Dios; acúsame padre de haber leídos unos libros comunistas”. El levita al absolverme me dijo: “Leer libros Comunistas no es malo. Sin embargo, cuando llega a tu casa has una hoguera y quémelos todos”. La verdad no pude cumplir con la penitencia porque los libros no eran míos, eran de mi hermano Gustavo.


Estuve a punto de ser excomulgado por el arzobispo José Joaquín Flórez Hernández cuando en una visita pastoral a este rebaño le dije a nombre de la juventud anzoateguiense que no queríamos seguir creyendo en la iglesia porque una cosa decía y otra hacía. Habla de humildad pero la casa cural es la más imponente en cada poblado, por ejemplo.


Era estudiante del colegio Carlos Blanco Nassar. El cura, Roberto Londoño Botero, se ofuscó mucho y le dijo a mi hermana Mariela que no me volvería a hablar. Preocupado fui hasta su despacho con el texto del discurso. Lo leímos párrafo por párrafo. La conclusión del cura me llamó poderosamente la atención: “Ese discurso – dijo – se lo hizo un Comunista”.


Reaccioné sorprendido. “Padre – le dije – luego, ¿el Comunismo no es malo? ¿Es malo decir que la iglesia dice una cosa y hace otra? ¿No es la verdad? Mire: Usted vive en esta casa tan lujosa y mire la casa que sigue. ¿No es cierto? El religioso me contestó: “Es cierto, pero no debería haberlo dicho” “¿Entonces cuándo debo decirlo?” “Era la oportunidad perfecta para cantarle la verdad, ¿o no?”


Hoy me pregunto, ¿Cómo hicieron los Comunistas para limpiarme el cerebro de tantas “cucarachas”? ¿Cómo hizo mi hermano Gustavo? ¿Cómo hizo Fray Alonso Espinosa? ¿Cómo hizo Raúl Rojas González?” La verdad me sorprende gratamente por cuanto no hay cosa más compleja que cambiar.


Eterno proceso de aprendizaje


Un filósofo dijo: “Yo solo sé que nada sé”. Esa frase me parecía reaccionaria sobre todo en tiempos de mocedad cuando ingenuamente consideraba tener el mundo a mis pies y que todo giraba alrededor mío.


Hoy cuando he trillado largas décadas y siento que se aproxima rápidamente el final, logro encontrar en esta frase un verdadero cúmulo infinito de verdad. Ese descubrimiento se lo debo al marxismo – leninismo que ha demostrado científicamente varias cosas: 1. Todo está en movimiento, de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo complejo, generalmente; 2. No hay nada sobrenatural, todo es natural; 3. El conocimiento es infinito; 4. La lucha de clases tiene un origen histórico. Es decir, apareció en un momento del desarrollo de la sociedad e igualmente, en un período histórico desaparecerá para dar paso a una sociedad sin clases; 5. No es Dios el que me ha creado, soy yo el que lo he creado; 6. El tránsito del capitalismo al socialismo difícilmente se hará pacíficamente; 7. El Partido Comunista es la cabeza orientadora.


Ahora que la tempestad aumenta de un extremo y del otro extremo, me hago como ayer muchas preguntas: “¿Soy Comunista? Si lo soy, ¿Soy Comunista por convicción? ¿Soy Comunista por necesidad histórica?”.


En cierta oportunidad me encontré frente a frente con Juan Lozano, uribista pura sangre en la carrera tercera de la ciudad de Ibagué, al lado del teatro Tolima. Él hacía campaña para el senado y yo para la cámara de representantes, él por el uribismo  y yo por el Polo Democrático Alternativo. Me dio la mano porque estaba en campaña. Me entregó su publicidad y yo le entregué mi publicidad. “ahhh, que bien”, dijo. Agregó: “Pero para senado sí votará por mí, ¿verdad?” Le contesté: “Con gusto lo haría si perteneciera a su clase social, pero como pertenezco al proletariado debo votar por mi clase social, es decir, por la compañera Gloria Inés Ramírez al senado. ¡Qué pena, doctor!”


Reflexionando y reflexionando, considero que soy Comunista por convicción porque la teoría marxista – leninista es científica y me identifico con ella y de igual manera, soy Comunista por necesidad histórica, porque evidentemente pertenezco al Proletariado, al pueblo y no puedo negar mi condición social, mucho menos avergonzarme de ella. La lucha de clases es una realidad. Es una lucha a muerte, lucha en la cual muchos se rinden, se camuflan, traicionan, se venden, pero muchos como Marx, Lenin, el Che, Fidel Castro, Manuel Marulanda Vélez, Gilberto Viera, Rosa Luxemburgo, Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta, etc. Siguen iluminando el proceso de liberación de la humanidad con su ejemplo inmaculado y consecuente. Lo demás me resbala.

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