Foto: Internet
Por Nelson Lombana Silva
La pequeña Luisa disfrutaba el mundo mágico de los números, observando con atención las clases de matemáticas del profesor Casildo. Desde un principio creyó ciegamente en la magia de los números. El docente era delgado, tranquilo de movimientos lerdos. Hablaba en voz baja, casi por entre los dientes. Vestía impecable. Por el contrario. Sus demás compañeras y compañeros detestaban los números, consideraban la clase más complicada y aburridora. “¡Cómo sería el mundo de bello sin números!”, solía decir Marcelo cada vez que tenía clase de matemáticas, mientras buscaba en su maletín el cuaderno de hojas cuadriculadas. Lo abría con pereza y esperaba las instrucciones de Casildo, quien se movía por el aula con lentitud pasmosa.
Esa mañana fresca tenía un ingrediente adicional que la diferenciaba de las demás: Luisa estaba de onomástico. La noche anterior, había llovido torrencialmente y la carretera que conducía a la escuela estaba enlodada. Luisa con su uniforme impecable, caminaba al lado del grupo de compañeros y compañeras. “Hoy el profesor – dijo – nos enseñará a resolver problemas matemáticos utilizando la regla de tres simple”. El grupo estalló indignado opacando el mensaje de la niña de doce años. La rechifla fue total. “No dañe el rato”, gritó colérico Andrés apretando sus libros contra su pecho. “¿Para qué atormentarnos desde ahora?”, refunfuñó Vanessa mirando con ironía a Luisa. “¿Quién te dijo eso?”, preguntó un poco más razonable Jeison. En medio de la brutal algarabía, Luisa señaló el texto guía. “¿No se han dado cuenta?”, dijo asombrada.
El grupo tenía que recorrer dos kilómetros y unos cuantos metros, a veces bajo el sol metálico, a veces bajo la abundante lluvia. Era una rutina que Luisa aprovechaba para hacer ejercicio de caminar al lado de sus compañeros y compañeras. Durante el recorrido hablaban sobre los más diversos temas, hacían comentarios chistosos de lo que a cada uno le pasaba durante la noche. “Los niños, niños son”, decía Maruja apoltronada en su pequeño negocio de golosinas, viendo pasar el grupo de estudiantes. Era una mujer de baja estatura, trigueña de ojos alargados y de mirada tranquila. Desde el amanecer hasta el atardecer se mantenía como pegada de la tienducha de mal olor. Los niños y las niñas más pobres entraban allí a comprar las golosinas, mientras que los más adinerados adquirían esos productos en la tienda de la institución educativa.
Inocentes, los niños y las niñas no diferenciaban la situación socioeconómica, menos medir el impacto que esto generaba. “Es normal”, dijo en cierta oportunidad Vanessa, que haya ricos y pobres”. Su comentario resultó intrascendente, nadie le puso atención, más bien generó hilaridad entre los presentes, cambiando rápidamente de temática. “¿Quién cumple años hoy?”, preguntó Manuel que se había mantenido en el grupo silencioso. Todos se miraron entre sí. Luisa quería que nadie supiera de su onomástico. Por eso, se adelantó a emitir su pensamiento: “Creo que ningún compañero cumpleaños hoy”, dijo. El grupo se miró entre sí. “No comeremos torta hoy”, dijo Vanessa. “Eso parece”, dijo el profesor Casildo, pasando de largo. Se alejó llevando en sus huesudas manos el álgebra de Baldor. El grupo se mantuvo en silencio hasta que el docente se perdió en la curva. Entonces, Jeison dijo que era imposible que algún compañero o compañera no estuviera de cumpleaños. “Hay que averiguar”, dijo sonriente.
Cuando la campanilla tañó, el grupo estaba a doscientos metros de la entrada principal, teniendo que apurar el paso. El prefecto de disciplina parado a la entrada, miraba con rigidez su reloj de pulso. El grupo entró fraccionado y desordenado. Cruzó el zaguán y haciendo comentarios subió las gradas con destino al patio de formación. El rector, al lado del cuerpo de docentes, se mantenía meditabundo con la mirada en el piso y sus manos metidas en los bolsillos del pantalón. Algo le gravitaba en su mente, que aún no se conocía. Luisa se apartó del grupo, integrando la hilera. Se mantuvo inmóvil esperando las palabras del rector, un hombre alto, acuerpado y piel morena.
Solo cuando el prefecto de disciplina conformó las filas de estudiantes en un ambiente tranquilo, el rector intervino. Después de saludar, informó la anomalía. Lo hizo sin rodeos: “El comportamiento del educando debe ser igual en la institución y en la calle. Acá no puede ser uno y en la calle otro. En esa tarea de formación resulta determinante el papel de los padres de familia. Ellos deben entender que el proceso educativo es conjunto. En la casa se aprende valores y en la institución conocimientos”, dijo con voz pausada.
Fue la introducción para decir que había evidencias de niños y niñas consumiendo alucinógenos, consumiendo bebidas embriagantes y acciones que iban contra la moral y las buenas costumbres. Ese comportamiento riñe con los ideales de la institución, que busca por todos los medios ayudar a formar jóvenes sanos, vigorosos y formados para vivir en paz, alegría y con un alto grado de conocimientos.
Los niños y las niñas se miraron entre sí, comenzando un cuchicheo interminable, teniendo que intervenir el prefecto de disciplina. Fue tema de todo el día. Durante los minutos de descanso, el tema de discusión fue ese. “Si el rector lo dice es porque tiene pruebas”, dijo Jeison. “Si tuviera pruebas habría anunciado expulsiones”, pensó Andrés. “Son simples especulaciones, amenazas”, sostuvo Vanessa. “Luego, ¿no estamos en un país libre?”, interrogó Maruja.
Luisa reaccionó ante la pregunta de Maruja, preguntando: “¿Qué es la Libertad?” “Pues hacer lo que se le venga a uno en gana”, contestó Marcelo. Luisa sonrió. “Libertad no puede ser eso, porque entonces, ¿En dónde queda la libertad del otro?”. Tremenda discusión. Cada quien fijó sus puntos de vista. No se pusieron de acuerdo. Lo único que concluyeron es que era un tema complejo de tratar. Luisa dijo “que la libertad era la forma de actuar con conocimiento y conciencia, teniendo en cuenta que los demás también tienen derecho a la libertad. Como quien dice: Mi libertad va hasta donde comienza la libertad del otro”.
El debate, cada vez más acalorado, lo interrumpió el profesor Casildo. “Chicos y chicas, vamos a la clase de matemáticas”. Cabizbajo la mayoría, se encaminó al salón de clase. Luisa, fue la única que saltó de contenta. Entró rápido al salón y acomodándose en su pupitre se dispuso a escuchar la clase. Sus ojitos brillantes estaban pendientes del tablero. Ni siquiera parpadeaba.
Vamos – dijo el profesor – a aprender a despejar incógnitas”. Sacó del maletín el planificador y después de leer mentalmente escribió en el tablero: “Ejemplo: María va al mercado y compra 20 pollos, cada uno a 24.300 pesos. ¿Cuánto tiene que pagar por los 20 pollos?”
La algarabía no se hizo esperar. La confusión fue mayúscula. Sereno el profesor dejó que pasara el vendaval. Bien parecía la supuesta torre de Babel. Al final pidió silencio. Dijo: “Hay cuatro etapas básicas para resolver el problema: Análisis, planteamiento, operación y respuesta”. Vanessa frunció el ceño, como queriendo decir: “Esto no es conmigo”. Andrés, por su parte, comentó con Maruja: “Es mejor habilitar”. Luisa, por el contrario, se divertía, aumentando la atención.
“Veamos, dijo Casildo: 1. Análisis: Cada pollo le cuesta a María $24.300 pesos, 20 pollos costarían 20 veces más. Sencillo, ¿Verdad? 2. Planteamiento: Si un pollo vale $24.300 pesos, lógicamente 20 costarían más. Podríamos decir entonces que sabiendo el valor de uno podríamos averiguar el valor de los 20, afirmando: Si un pollo cuesta $24.300 pesos, el valor de los 20 sería el resultado de multiplicar lo que cuesta uno por los 20. Es decir:
1 pollo ------------------------------------- $24.300
20 pollos ----------------------------------- $X?
Se trata entonces de despejar X, escribiendo:
X= a lo que vale un pollo o sea $24.300 pesos X 20 pollos
-------------------------------------------------------------------------
1 pollo
3. Operación: Como pollo está multiplicando y dividiendo se anula, de tal manera que la respuesta es pesos. O sea, X= $24.300 X20, eso quiere decir que X= $486.000 pesos. 4. Respuesta: María debe cancelar la suma de $486.000 pesos por los 20 pollos. Eso es todo”, dijo mirando con cierta ironía a los estudiantes. Es la famosa regla de tres simple, donde se busca el valor de una magnitud.
Luisa sonrió nerviosa. No estaba segura de haber entendido bien. Miró el ejercicio en el tablero y lo copió en su cuaderno. “Hay que colocar más atención”, pensó para sus adentros. El sol metálico de las once de la mañana se filtraba por el ventanal, acompañado de un vientecillo sonoro. Casildo miró el auditorio y encaminándose al tablero, anunció otro ejercicio de comprensión: “Don Andrés fue al mercado y compró 50 arrobas de papa por $129.000 pesos. Al regresar a casa, su esposa, preguntó: “¿A cómo sale costando la arroba?” Don Andrés se rascó la cabeza. “No había pensado en eso y es importante saberlo”.
1.Análisis: Don Andrés compra 50 arrobas de papa por 129.000 pesos, una arroba costará menos, lógicamente. Es la magnitud que hay que hallar, o sea, X es lo que vamos a despejar.
2. Planteamiento: 50 arrobas valen $129.000, oo, 1 arroba ¿Cuánto costará? Sencillo: Si 50 arrobas valen $129.000,oo
1 arroba ¿Cuánto costara? X
X = $129.000,oo X 1 arroba
50 arrobas
Arroba arriba y arroba abajo se anulan y la respuesta serán pesos.
X = $129,000
50
3. Operación: Al dividir 129.000 entre 50 es = $2.580
4.Respuesta: Si las 50 arrobas de papa costaron $129.000 pesos, significa que una arroba costó $2.580 pesos.
“Eso es todo”, dijo Casildo. Después de dejar cinco ejercicios de tarea, se marchó parsimoniosamente. Los educandos, una vez salió el docente, estallaron en comentarios agresivos y violentos. “Veo malditos números por toda parte”, dijo Vanessa. “Maldita clase de matemáticas”, expresó furioso Andrés. La única que se mantuvo serena fue Luisa. “Es complicado, pero no cosa de otro mundo”, meditó mirando el caos total en el salón.
Tal fue el barullo que tuvo que intervenir el prefecto de disciplina, llamando al orden y al respeto de la institución. Dijo que la matemática era una ciencia exacta que nos ubicaba en el sitio correcto. “En esta ciencia no cabe términos medios o aproximados, cabe términos exactos y concretos”, dijo. Luisa, aplaudió la intervención del prefecto. Lo hizo con fuerza. El prefecto que cruzaba el umbral de la puerta principal, se detuvo y dando medio vuelta regresó al aula. Sonriente miró a la niña, diciéndole con énfasis: “¡Feliz cumpleaños!”.
El salón quedó en silencio. Todas las miradas se centraron en Luisa. La sorpresa fue mayor. “No quería contar, ¿Verdad?”, dijo Marcelo. La algarabía estalló. En desorden, todos y todas, corrieron a felicitarla. Luisa en pie recibió las expresiones de solidaridad. Se mantuvo estática hasta cuando alguien arrojó un huevo haciendo impacto en la cabellera de la jovencita. Luisa brincó por encima del pupitre de su compañero, saliendo disparada para el lavamanos. Cruzó el pasillo, bajó las gradas y con su compañera Maruja, entró al lavamanos cerrando la puerta con brusquedad. “No quería que se dieran cuenta”, dijo quitándose la yema del huevo que destilaba por su bella y larga cabellera azabache. Maruja la animaba. “Todo es broma”, dijo mientras recogía agua en el pequeño platón plástico.
Afuera, sus compañeros de clase, arremolinados en desorden entonaban el feliz cumpleaños con alborozo, mientras golpeaban algunos la puerta para que se abriera. Moviéndose a hurtadillas Jeison ocultaba la maicena, mientras Marcelo, Andrés, Vanessa y Manuel, cruzaban la calle para comprar la torta y la gaseosa. El rector y varios docentes miraban irónicos el desarrollo de los acontecimientos.
Primero, salió Maruja sonriente, pidiendo compostura y gallardía a todos los presentes. Cruzó la distancia y al abordar las gradas para ir al segundo piso, volvió la mirada viendo la salida insegura de Luisa. Húmedo el cabello poco a poco se lo iba acomodando. No alcanzó a pisar la primera grada, cuando Jeison descargó sobre ella el tarro de maicena. La columna blanca inundó el lugar y los presentes se desparpajaron en el bullicio y la gritería.
Luisa, se mantuvo inmóvil cubriéndose la cabeza con las dos manos, dejando escapar gritos que bien parecían chillidos. Cuando la nube se fue disipando, subió despacio las gradas al lado de Maruja. Entró al salón, encontrando un enorme ponqué, un litro de gaseosa y un pequeño texto adornado de corazones rojos. Miró a sus compañeros y compañeras, antes de tomar el texto. Era un texto bien hilado con mucho afecto y cariño con la firma de todos y todas.
Decía: “Querida matemática: Cuánta es nuestra alegría compartir contigo este momento tan especial en tu vida. Todo ha sido improvisado, pero con mucho cariño, afecto y admiración hacia ti, nuestra verdadera profesora de matemáticas. Bien lo sabes que al profe Casildo no le entendemos ni J. en cambio a ti sí, porque tienes carisma para explicar y un corazoncito lleno de generosidad para compartir tus conocimientos, antes de competir. Muchas felicidades, hoy y siempre. Tus compañeros y compañeras”.
Asombrada, Luisa, dirigió su mirada vidriosa a todos sus compañeros y compañeras, destacando el gesto y la declaración contenida en el pequeño mensaje. “Pensaba – dijo con la voz quebrada por la emoción – que era la compañera incómoda, por aquello de gustarme el mundo mágico de las matemáticas. Este pronunciamiento constituye para mí, el mejor regalo, un regalo que llevaré en el corazón con mucha gratitud. Mil Gracias”.
Compartieron la torta y la gaseosa con mucha alegría, entre chistes y bromas. Incluso, invitaron al rector y varios profesores, entre ellos, a Casildo, quien se declaró gratamente sorprendido, explicando que su interés era enseñar algunos conocimientos básicos sobre esta área del conocimiento. “No busco incomodar, busco enseñar”, dijo.
Manuel, atento a la reunión y a las palabras del docente, decidió preguntar, medio en serio, medio en broma, cuál era el concepto de matemáticas que manejaba, a lo cual Casildo contestó pausadamente: “La matemática es la ciencia formal que estudia cantidades, magnitudes, relaciones y estructuras abstractas a través de la lógica y el razonamiento”.
Vanessa, en un instante de inspiración y queriendo incomodar al profesor, preguntó por qué había aparecido este concepto. Casildo la miró, diciendo que era una pregunta muy importante y oportuna, respondiéndola de la siguiente manera: “Se originó de la necesidad de contar, medir y describir el mundo físico; abarca desde la aritmética y la geometría, hasta el álgebra y el cálculo”. Agregó: “Las matemáticas proporcionan un lenguaje preciso para comunicar ideas, resolver problemas; son fundamentales en casi todas las ciencias, desde la ingeniería y la física, hasta la economía y la biología”.
La respuesta dejó a los presentes sin palabras. Terminaron de degustar el ponqué y se marcharon satisfechos de haber compartido la celebración del onomástico de Luisa y de paso entender el sentido profundo de la matemática. “No hay que odiarla, hay que estudiarla”, pensó Luisa.
FIN
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