sábado, 9 de mayo de 2020

Vida y obra del comandante Jaime Guaraca

Por Nelson Lombana Silva

Tarsicio Guaraca Duran, más conocido como el comandante fariano Jaime Guaraca, murió el pasado 5 de mayo de 2020, en la Habana (Cuba); había nacido el 5 de abril de 1938, en la finca San Isidro, vereda La Estrella, municipio de Planadas (Tolima). Concepción Duran y Eliodoro Guaraca, eran sus progenitores, dos campesinos trabajadores y emprendedores del sur del Tolima.

Dimensionar su obra no es tarea fácil, como tampoco resulta comprensible fácilmente medir su inmenso aporte al proceso revolucionario que poco a poco se viene desarrollando en Colombia y que, precisamente, el comandante fariano aportó un alto grado de sacrificio y abnegación en sus 82 años y un mes de fructífera existencia. Siempre estuvo al lado del pueblo. No vaciló un momento, ni siquiera cuando los esbirros del gobierno lo torturaron brutalmente en Cali y posteriormente, en la Gorgona. Su firmeza ideológica y política brillaron con luz propia en este humilde, trabajador y honesto campesino, que fue obligado por el Estado a empuñar las armas para defenderse y defender al pueblo campesino e indígena, villanamente explotado, engañado e ignorado por esta rancia oligarquía liberal – conservadora.

La burguesía y el imperialismo norteamericano, no dudaron en descargar contra él toda clase de epítetos denigrantes y ofensivos. Usando los medios de comunicación, no dudaron en calificarlo de forajido, criminal, matón, asesinos de niños, violador de mujeres, atracador y enemigo de la paz. Ahora recordamos esos negros titulares que aparecían con qué frecuencia en medios impresos, televisivos y radiales. Eran titulares descomedidos, carentes de veracidad, pero sí muy efectivos para atemorizar y engañar al pueblo atrapado en estas redes mediáticas.

El 15 de octubre de 2017, tuvimos la oportunidad de estar más de cuatro horas, conversando con él en su modesta vivienda del barrio Varadero, conociendo parte de su biografía, la lucha revolucionaria armada y el tema del momento: El proceso de paz que se desarrollaba precisamente en esta ciudad capital de la mayor isla antillana.

Con suficiente lucidez mental y prodigiosa memoria, el comandante Jaime Guaraca, nos contó una partecita de su vida. Quizás, fue la última entrevista que concedió a la prensa colombiana y que nosotros tuvimos la gran oportunidad registrar, con el único propósito de contribuir al esclarecimiento de la historia colombiana, porque como dijo Gabriel García Márquez, nos “la han escrito y oficializado más para esconder que para clarificar”.

Escuchar su relato pausado, seguro y sereno, nos indica que la historia colombiana, efectivamente, está contada al revés, favoreciendo de principio a fin la versión única e inmodificable de la clase dominante. Así, los villanos son héroes y los héroes villanos. Jaime Guaraca no empuñó las armas contra el Estado, porque quiso o por un simple prurito, lo hizo con el único propósito de defenderse y defender a sus hermanos de clase. Miente la oligarquía cuando dice que el comandante fariano era amigo de la violencia y la anarquía. Al contrario. El comandante fariano fue un abanderado de la paz  y la justicia social. 

Su infancia tormentosa

Su infancia fue apacible y tranquila solo hasta los diez años de edad. “Fue muy bonita a pesar de ser una familia muy humilde, pobre, pero muy trabajadora”, dice. Su padre pagó el servicio militar, participando del conflicto que tuvo Colombia con Perú. Siendo reservista fue reclutado y llevado a Leticia. Al regreso, contrajo matrimonio y se dedicó a derribar montañas “vírgenes”, fundando dos fincas: Una, en la vereda Montalvo, en la quebrada de las cruces, llamada: “Las Mercedes” y la otra, en la vereda La Estrella, llamada: “San Isidro”, donde precisamente nació el comandante fariano. Recuerda: “Nos criamos muy bien en una abundancia muy buena, porque esa tierra produce de todo y en esa época recién descubierta, se daba lo que se sembraba. Había abastecimiento de todo, de todo. Recuerdo que en esa época no se vendía un libro de leche, se regalaba”.

Era una región profundamente pacífica. Existía la camaradería, la fraternidad entre los campesinos. Dice: “Fue una etapa en la que yo considero fue muy pacífica. En la región todo el mundo trabajaba, erad dedicado al trabajo honrado, no había robo, no había delincuencia. La gente asistía a las fiestas y no se creaban problemas, así se emborracharan no había problemas. Era una región muy sana”.

Recordaba a su madre con inmenso cariño y gratitud: “Ella fue una mujer que se ganó mucho el cariño nuestro, porque era una mujer muy dulce, muy cariñosa, muy atenta, nos ayudaba en todo. A los que estaban estudiando les ayudaba en las matemáticas, en la escritura, en la ortografía, porque ella dominaba todo eso”.

Tenía siete u ocho años, cuando su madre murió, quedando al cuidado de su padre, quien lo mandó a la escuela. Estudió dos años. El tercero no lo pudo hacer porque irrumpió la violencia en toda la región con ímpetu descomunal. Tenía diez años y cuatro días de edad, cuando mataron a Gaitán. Esta era una región liberal gaitanista.

Guaraca de niño era tímido y respetuoso de las normas de convivencia. Con nadie se metía, con la esperanza de que nadie se metiera con él. Señala: “Desde la casa misma, se aprendía mucho el aspecto de la educación. En esa época, a una persona mayor se le decía: Don; si era una señora: Doña. Nunca se le decía el nombre solamente. Entre los niños se respetaba mucho, había un respeto total. Si uno se encontraba por el camino a una persona mayor, se saludaba y se hacía a un lado para que pasara. Hoy, no hay esa costumbre, se perdió. Así me crié yo, así me crié”.

Se crió en un hogar profundamente religioso. Sin embargo, desde muy niño fue abandonando la creencia religiosa. Dos razones fundamentales tuvo para tomar esta audaz e histórica decisión: Una, al rogarle con toda la fe del mundo a Dios que no permitiera que su madre muriera y dos, cuando vio al cura comandando un grupo de militares y paramilitares.

“Cuando mi madre enferma – relata – de acuerdo a lo que ella misma nos había enseñado que todas las cosas que uno necesitara había que pedírsela a Dios y que Dios se la resolvía. Entonces cuando ella estaba enferma, que duró un año en cama, que no se podía levantar, se puso flaquita, flaquita; yo era uno de los que me salía de noche y detrás de la casa me arrodillaba y rezaba y le pedía a todos los santos (menos a Juan Manuel), que no me dejaran morir a mi mamá, pero resulta que ella murió. Ahí, comenzó la desconfianza de que no había nadie que resolviera eso, que no había un ser sobrenatural que resolviera las cosas de la tierra. Me fui apartando un poco”.

El otro incidente para separarse de la religiosidad desde muy niño Jaime Guaraca, lo relata, así: “El otro tema por el cual me fui separando de la religión: Es que con los conservadores armados de Ataco, venía el cura párroco de este municipio, con carabina en mano. El mismo cura que subía a esa escuela que quemaron a bautizar, a casar, a dar la misa, a hacer el rosario. Él siempre decía que era el representante de Dios en la tierra. Cuando yo me doy cuenta que el representante de Dios en la tierra andaba con ese grupo de bandidos, enseguida me dije: Bueno, entonces, nosotros a quién le pedimos algo. Eso quiere decir que estamos súper jodidos, porque no hay ningún representante de Dios en la tierra. ¿Por qué permite que se den esos delitos tan horribles? Ese fue el otro caso que me fue separando seriamente de la religión católica”.

A los diez años y cuatro días matan a Gaitán en Bogotá, el 9 de abril de 1948. Adiós a la tranquilidad de la región, hace presencia la zozobra y la violencia hace su aparición. No es una violencia que sale de la entraña del pueblo como se ha venido diciendo hasta ahora, es una violencia que viene de las alturas del poder. El país se revuelca, haciendo presencia la violencia a la vereda La Estrella. No nace allí, llega con sevicia arrasando al campesinado y generando la división por los colores políticos.

El liberalismo ordena concentrar a todos los reservistas en los pueblos. Los dos hermanos de Jaime se concentran en Santiago Pérez, corregimiento del municipio de Ataco. La orden era recoger a todos los conservadores del caserío y meterlos a la improvisada cárcel. La orientación se vino abajo cuando Mariano Ospina Pérez ofreció burocracia al liberalismo. “Todo se arregló, todo sigue en paz, a trabajar todo el mundo”, fue el comunicado de la dirección nacional del Partido Liberal.

Los hermanos de Jaime regresan a casa, pero inquietos y no muy convencidos del comunicado del partido liberal. Los rumores eran que la violencia comenzaría en cualquier momento. Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez se habían propuesto conservatizar al país a sangre y fuego. En esas condiciones, el presidente ordenó armar a los conservadores del municipio de Ataco.

Conocedores de los planes virulentos, orquestados en las alturas del poder, los hermanos de Jaime Guaraca, comienzan a organizar lo más elemental para hacer frente a esa violencia que se anunciaba en toda la región, cada vez con más fuerza e intensidad. Se apertrecharon de escopetas de fisto, tacos de pólvora negra, colocándole pantalla a la linterna, un cartoncito con dos huequitos para alumbrar pareciéndose al cocuyo. Los dos hermanos le dijeron a su padre: “Tiene que hacer un rancho allá en la orilla de la selva y el platanal, para que vayan a dormir allá. No se quede en la casa porque esto está muy peligroso. Nosotros nos vamos, pero estaremos pendientes de todo”.

Marcharon por los lados del corregimiento de Bilbao. Se rumoraba que la juventud se estaba agrupándose para defenderse. Don Eliodoro Guaraca, hizo el rancho y todas las noches iban a dormir allí. Una vez amanecía, daba una vuelta explotaría por el entorno y entonces sí salían los niños del escondite. “Así comenzó mi adolescencia. En esas condiciones, que ya no fue una cosa normal, todo había cambiado, todo había pasado a la zozobra, a la desconfianza, al cuidado y todo”, señala y agrega: “Así duramos como unos tres o cuatro meses, después del 9 de abril. De pronto salió un grupito de jóvenes de Bilbao; ahí venían mis hermanos y con ellos Charro Negro. Era un grupito de ocho a diez personas. Estuvieron en el pueblito de La Estrella, bailaron, tomaron aguardiente y se volvieron a ir, pero ya dijeron a la gente que tuvieran mucho cuidado, porque los conservadores y la policía estaban planeando salir a los campos a matar liberales”.

La noticia fue terrible. Los campesinos comenzaron a salir de la región, unos para Neiva, otros para Ibagué y otros para San Luis, el desplazamiento masivo fue dejando la región despoblada y las fincas abandonadas. Los que se quedaron no se quedan de noche en sus casas. Dicho y hecho: En noviembre de 1948, arribó a la región la policía y civiles armados de filiación conservadora, a eso de las cuatro o cinco de la tarde. Salieron al filo de Santo Domingo, donde se divisa el pueblito e hicieron tres disparos. Cuando don Eliodoro escuchó las detonaciones, dijo: “Esto está malo, porque esos disparos son de fusil y por aquí nadie tiene un fusil, los únicos que los tienen son la policía y el ejército. Hay peligro”.

Arribaron al pueblito. Estaba solo. Los habitantes habían escapado. Se ubicaron en la escuelita. Al otro día, muy temprano los campesinos hermanos de apellido Jiménez: Rafael y Justo y Baltazar Collazos, dos de sus hijas y un hijito pequeño, arribaron al lugar sin saber qué estaba pasando. No lo dejaron arrimar a la escuela: Mataron a los tres campesinos y a las niñas las violaron, haciéndoles cosas horribles. Después las asesinaron.

Relata el comandante Jaime Guaraca: “Al otro día, mi papá me mandó a mí y a Chucho, el que me sigue a mí, que tenía apenas ocho añitos y medio de edad, a buscar una vaca que se había ido, y a nosotros por desgracia nos tocó que ver los primeros tres muertos, ver cómo comenzó esa violencia en el Tolima, que golpeó tan duro y sobre todo en el sur”.

Agrega: “Llegamos a un sitio donde encontramos el primer muerto, estaba a un lado del camino que va para la escuela, en un punto que se llama: El Congo. El Congo porque había un árbol grande que le decían así, cerca de la escuela. No lo conocimos, porque le habían quitado el cuero de la cara. Lo mataron a puro machete. Sin embargo, seguimos, pasamos el portón y ahí estaba el otro al lado del camino. A ese no le habían pelado el cuero de la cara, sino que le habían rayado la piel en forma vertical. Tampoco se podía conocer. Seguimos dizque en busca de la vaca y de ahí ya se veía la escuela. En ese momento no se veía porque estaba en invierno y la neblina estaba sobre el piso. No se veía nada. Oímos la alborada de esa gente. Seguimos y el otro muerto. Eran tres. Ya con tres muertos, dijimos: “Esto no está bueno. Vamos a decirle a mi papá. Nos devolvimos a toda velocidad. Le dijimos. El salió con el yerno a un filo a mirar, pero todo estaba consumado”.

Así comenzó la violencia en esta vasta zona y así comenzó el niño Jaime Guaraca a padecer los rigores de la violencia que llegaba a la región por obra y gracia de la clase dominante. Nótese que no fue el pueblo campesino el que arengó la violencia, fue la gran oligarquía utilizando sus aparatos represivos militares y paramilitares.

(Continuará segunda parte…)

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