jueves, 14 de mayo de 2020

Vida y obra de Jaime Guaraca (VI)

Comandante Jaime Guaraca. Foto: Nelosi
Por Nelson Lombana Silva

En verdad la política paramilitar no es algo nuevo, ha sido una política de vieja data impuesta por Estados Unidos. El comandante Jaime Guaraca, se va mucho más atrás al calificar esta infeliz práctica de la clase dominante.


Se remonta a 1492, con el mal llamado “descubrimiento de América”. Señala: “A mi juicio eso es heredado de los españoles. Cuando los conquistadores toman la sabana de Bogotá, la sabana de Tunja (Boyacá) y otras regiones, los jefes conquistadores comenzaron a distribuirse las tierras y bienes de los indios. Cuando vieron que los indios querían oponerse a eso, trajeron de España bandoleros, delincuentes y formaron los grupos que se encargaban de poner el “orden”, según ellos. Eran españoles civiles, que les pusieron un jefe llamado: Mayoral. Era el que obligaba a los indios a trabajar, era el que ordenaba el castigo, el látigo y el cepo. El indio que lograba escapar para el monte, lo perseguían con perros asesinos siendo devorados por éstos. Ese grupo de esa época era paramilitar. Esa herencia quedó hasta este tiempo. Que ahora se perfeccionó es otra cosa. Ahora también como en aquella época, dependían de los jefes conquistadores, ahora dependen de la oligarquía que domina el país. Estos paramilitares fueron los que mataron a los caciques El Zipa y el Zaque, a la cacica Gaitana. Incluso, los mismos que atentaron contra Simón Bolívar, los mismos que mataron a Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán…”

La relación del movimiento campesino con la comunidad indígena, especialmente la Páez, tuvo diversos momentos. Hubo solidaridad, sobre todo, cuando eran víctimas del establecimiento con sus medidas y su aparato represivo. Más tarde, esta comunidad fue cooptada por el militarismo con las denominadas: “Jornadas cívico – militares”. No obstante, el movimiento tuvo que hacer un gran esfuerzo por restablecer las relaciones de respeto y ayuda mutua. “En 1949, las relaciones eran muy buenas, porque también eran perseguidos y muchos indígenas matados por la policía, el ejército y los pájaros (paramilitares)”, dice y agrega: “Ya en 1964, sobre todo con el grupo Páez de Gaitania, fue un poco dura, porque como le he dicho, el ejército los preparó muchísimo. Resultó gente que se oponía a la lucha y nos perseguía y hacía de todo. Eso fue mejorando hasta que se mejoró”.

La situación compleja por la represión en el sur del Tolima, hizo que los dirigentes de la gran resistencia se desplazaran hacia el Pato, Riochiquito y el Guayabero. Una travesía descomunal y casi inverosímil. Una odisea sin precedentes en la historia del pueblo colombiano, perseguido por la cruda, criminal e infame militarización orientada por asesores norteamericanos. La política de tierra arrasada no dejaba otra alternativa, si de sobrevivir se trataba. Eso lo entendió el grupo liderado por Manuel Marulanda y Jaime Guaraca, entre otros.

Quien mejor para narrar este periplo que el comandante Jaime Guaraca: “Cuando se desmovilizó el Davis, solamente quedó allá una compañía al mando del capitán Llanero, con 75 hombres, éstos los mató el ejército y los “limpios” en su totalidad. En el sur del Tolima, además, se despertó una epidemia de odio contra los comunistas, promovida por los liberales “limpios”, que andaban por todas partes buscando comunistas para matarlos. La guerrilla dirigida por los comunistas salió del sur del Tolima, se fue para Villarrica y oriente del Tolima. Nos quedamos un grupo de treinta con los camaradas Charro Negro y Marulanda: 26 varones y cuatro mujeres. En medio de esa situación, que nos perseguía el ejército, la policía, los conservadores armados, los pájaros, los liberales “limpios”, cuatro fuerzas persiguiéndonos, eso fue en 1953. Finalizando este año, decidimos irnos del Tolima y cogimos esas cuestas del Huila, entrando a este territorio por Santamaría, peleando con los pájaros, la policía y el ejército. Esos 26 varones y cuatro mujeres, ya faltando cuatro que habían sido matados, fuimos los que llegamos a Riochiquito, comenzando a hablar con los indígenas. Al comienzo no nos aceptaban, pero después nos fueron aceptando, fundándose el Comando de Riochiquito, el campamento de Riochiquito. De allí, nos desplazábamos a la Síngula, Mosoco, Victocoila, la Troja, arriba al páramo de Moras y por ahí íbamos a Jambaló, Pitayó. Este grupo pequeño hicimos todo eso. Hay muchos recuerdos de estas travesías, pero en este momento no es tan importante, lo único es que yo era un adolescente, pequeño para esas cosas, sufre mucho. El paso de un río crecido, el paso de un puente, de un cable. Pero, bueno: Eso se resolvió”.

Indudablemente, una cosa es vivir el momento y otro muy diferente tratar de narrarlo. Sin embargo, se pueden tener elementos claros y contundentes para dimensionar la gesta revolucionaria de estos héroes y heroínas que tuvieron el valor de desafiar el poder omnipotente de la rancia y criminal oligarquía. Una experiencia que nos convoca a redoblar esfuerzos en la lucha contra este modelo explotador que nos viene matando con sus políticas pro imperialistas. No araron en el desierto. Todo ese acumulado es fundamental en la lucha revolucionaria hoy. Si ellos pudieron en qué condiciones, ¿Por qué nosotros no podemos hoy con toda esa experiencia de arrojo y heroísmo?

Jaime Guaraca, se jugaba la vida a cada paso que daba. Sus convicciones ideológicas y políticas y su formación humanista, se convertían como en la energía para no decaer, ni entrar en pánico o desmoralización. Al preguntársele, cuántas veces vio la muerte cerca, contestó: “En eso sí fueron muchas veces, porque cada uno que se enfrentaba al enemigo, se enfrenta a la muerte. El que viene, viene dispuesto a matar, era lo que el camarada Marulanda decía en su instrucción: “No dispare un tiro, mientras no tenga bien enfocado el blanco, porque cuando usted dispare tiene que darle al blanco, para que el enemigo salga de combate, sino el que viene sí le tira a usted y te mata”. Entonces, tocaba que tener mucho cuidado en eso. Claro, muchas veces vi la muerte, pero eso va pasando y se va olvidando”.

La preparación de un combate tenía un protocolo especial, como se dice hoy. Había que tener una serie cosas bien claras y precisas. Dice el comandante Jaime Guaraca: “Eso corresponde a la parte militar. Depende del combate. Si es una emboscada hay que analizar muy bien el sitio, que los guerrilleros queden viendo todo el terreno, lo que no ve uno, lo ve el otro, para cuando el enemigo se repliegue o trate de hacerlo, los guerrilleros tienen que ver donde se mete cada un enemigo. Pero, si es por ejemplo, un asalto, ya es diferente, porque hay que analizar, por donde se puede salir el enemigo, de donde le pueden disparar. Eso se mira desde el campo de los conocimientos”.

¿Era el camarada Jaime Guaraca más militar que político o político que militar? Según su concepto, intentó combinar de la mejor manera los dos aspectos, destacando la importancia tanto de uno como del otro. Dice: “Hasta donde se pudo, hubo una combinación, porque eso sí lo repetían los jefes mucho. Todos debían tener cierto conocimiento político para poder estudiar la situación. En el aspecto militar, lo mismo. Entonces es una combinación que tiene que ir pareja, no para ese tiempo, para ahora también. La guerrilla de ahora debiera de actuar así. Es decir, en forma militar y política”.

Participó activamente de reuniones y conferencias que se desarrollaban con bastante frecuencia con el propósito de balancear las acciones, el momento político y proyectar colectivamente la ruta a seguir. La característica principal de este movimiento campesino alzado en armas, ante la arremetida desalmada del régimen capitalista y su binomio militar-paramilitar, era la decisión colectiva. Se discutía, se analizaba e incluso, se polemizaba, pero finalmente, se tomaba la decisión o por unanimidad o por consenso. El colectivo se apeaba en grado sumo de los principios leninistas de organización.

“En la década del 50 – dice el comandante Jaime Guaraca – asistí a varias conferencias. La última fue en 1958. Pero, como ahí terminó la lucha armada por esa época, en el 58 con el Frente Nacional, entonces, ya en 1964, se abre como se dice, una nueva etapa. Se dio la primera conferencia del Bloque Sur, pero yo no asistí. No asistimos porque la mayoría de los marquetalíanos, habíamos salido en guerrilla móvil hacia los lados de Gaitania. Fue cuando mataron a Isaías Pardo y me hirieron a mí en el brazo izquierdo. En la segunda conferencia, sí estuve, también en la tercera, en la cuarta, participando como miembro del Estado Mayor. En la quinta no pude asistir, porque estaba preso. Caí preso en desarrollo de una tarea de civil en Cali (Valle). En la sexta, seguía preso. En la séptima tampoco porque me habían asignado apoyar el segundo frente del Caquetá, estaba en el Paujil. No participé de más conferencias guerrilleras. Durante la séptima conferencia, en mi ausencia, me nombraron miembro del secretariado. En esa oportunidad nombraron a cinco: Jacobo Arenas, Manuel Marulanda Vélez, Alfonso Cano, Raúl Reyes y a mí. Me dijeron que tenía que trasladarme al sitio y yo me trasladé. Duré poco con esta responsabilidad. Eso fue en 1982 hasta 1986. En 1986, me sentí bastante enfermo. Me asignaron una salida del país y al poco tiempo nombraron mi reemplazo”.

Durante su larga lucha revolucionaria como guerrillero, el comandante Jaime Guaraca, fue herido una sola vez, en el brazo izquierdo. “Eso fue en una pelea que se realizó muy complicada, porque el enemigo estaba muy cerca de nosotros. En esa pelea muere Isaías Pardo. Lozano, que era el secretario de finanzas, también es herido en una pierna y a mí en el brazo. No estábamos sino los tres en ese momento, la otra gente iba andando. Eso fue el ocho de septiembre de 1964, en la cordillera de Canoas, frente casi a Gaitania”.

En relación con la detención, el camarada Jaime Guaraca, relata: “Yo iba de civil en un bus por las calles de Cali, el cual fue interceptado por el B2, había sido sapiado y el operativo había sido montado. Preciso, me detuvieron. Bueno, la misión que me había encomendado el camarada Marulanda todavía no se puede decir. Eso es muy triste. Solamente entendí que estaba preso cuando me pusieron las esposas. Era comandante de la tercera brigada militar de Cali, Fernando Landazábal Reyes, quien comprobó mi detención con la herida, hacia las 11:30 de la noche, más los sapos que estaban por ahí. Con aire de triunfo, dijo: “Este es el preciso que buscábamos”. Además, me dice: “¿Usted no sabía que a todo marrano gordo le llega su San Juan? Aquí paró su carrera”. Le dije: “Pues, vamos a ver si es cierto, mi general”. Le ordenó a un coronel: “Póngale las argollas”, y las argollas eran las esposas. Cuando sentí el frío del hierro en mis brazos, me dije: “Ahora, sí estoy preso”. Me llevaron a la pieza de “amansa locos” del batallón Pichincha. Me tuvieron tres meses, siete días, recibiendo todo tipo de torturas. Me dañaron la columna vertebral, me hicieron muchas cosas. Luego de ahí, a la cárcel, una peregrinación por varias cárceles. Estuve en la cárcel de Palmira, la Gorgona, Popayán, Chaparral, Cali. En esas cárceles me tuvieron. Duré detenido cinco años y pico”.

“Mi excarcelación fue posible en primer lugar por la detención en Cali, el delito fue calificado de rebelión. Cuando caigo preso, el país estaba en estado de sitio. El juez de primera instancia, era el jefe de la tercera brigada, el general que me acusaba de todo. Me hicieron un consejo verbal de guerra condenándome a 15 años más uno por peligrosidad. Pero, cuando el gobierno de Alfonso López Miquelsen levanta el estado de sitio, automáticamente todas esas penas pierden vigencia; entonces, pasa mi caso al Tribunal Superior de Bogotá y este Tribunal y este Tribunal lo envía al Tribunal de Cali, y el Tribunal de Cali, dice: “Esto no es asociación para delinquir y otra cosa, sino rebelión. Con el tiempo que hace que está preso, ya pagó la rebelión”. Entonces, paso al juzgado tercero superior y el juzgado tercero superior, dice: “Póngase en libertad condicional”. Pero, esa libertad condicional no me la dio, aunque se pagó la fianza, me llevaron para la Gorgona, porque tenía una condena como reo ausente de veinte años de presidio. Allá estuve 28 meses.  Mucha fue la fuerza que hicieron mis abogados. Yo mismo desde allá, siendo ministro de justicia, Alberto Santofimio Botero, le entregué un memorial escrito por mí, pidiéndole el traslado al Tolima, para aclarar mi situación. Con todo lo que se hizo, me trasladaron otra vez al país: De Cali a Popayán y de Popayán a Chaparral. Cuando me llevan a Chaparral, la primera cita con el juez, me pregunta el nombre y apellido. Yo le doy el nombre y apellido concreto mío. Dice: “Pero, aquí figura la condena a Jaime Guaraca. ¿Usted conoce a Jaime Guaraca? Le dije: “No”. “¿Usted es Jaime Guaraca?” “No” “Mi nombre es este: Tarsicio Guaraca Durán” Me dice: “Entonces, ¿Qué hace aquí?” “Esa es la pregunta mía”, le dije. Con todo eso llamo al abogado, al doctor Humberto Oviedo, le cuento eso y le dije: “Hay una posibilidad. Pida un duplicado de la cédula a la Registraduría y con la cédula usted presente un documento de libertad. Eso lo hizo y salí en libertad, porque la condena no estaba a mi nombre, sino a otro nombre que no era el mío. Salí en libertad por eso. No recuerdo la fecha. Me acompañó el mismo doctor Humberto Oviedo. Él tenía una camioneta cerca de la plaza de Chaparral. Había dos compañeros civiles: El chofer y otro. Él me recibió a la salida de la cárcel, salimos de allí que era un hueco, nos perdimos los dos, no salimos a la plaza. Sin embargo, llegamos a la camioneta y arrancamos. Él le dijo al chofer: “Tiene que meterle duro porque antes de la seis de la tarde, tenemos que pasar Espinal. La orden que tiene el batallón Caicedo es que a las seis de la tarde, taponan todas las salidas y entradas para recapturarlo. Hay que salir rápido. Salimos primero a Ibagué. Allí, me quedé y al otro día me fue para Bogotá. A los cinco días estaba nuevamente en el campamento de Jacobo Arenas y como a los quince días me encontré con el camarada Marulanda. El reencuentro fue muy bueno. Él llegó a una reunión del secretariado al campamento de Jacobo Arenas, tuvieron reunidos todo el día. Al otro día me dijo: “Vámonos para donde yo estoy, para mi campamento”. Yo me fui con él. Ese día, llegamos muy tarde. Al otro día ordenó preparar un almuerzo como con siete gallinas. Un almuerzo muy bien hecho, unas botellas de whisky, en una mesa bien arreglada. Él mismo dijo estas palabras: “Aquí, no se trata de discursos, se trata de un homenaje a Jaime por el buen comportamiento que ha tenido en la cárcel y porque sigue siendo un revolucionario. Por eso, es este almuerzo”. Fue todo lo que él dijo. Muy bueno todo. Yo fui guerrillero activo hasta 1985. En 1982, realizamos el último combate en San Vicente del Caguán, en la vereda Ochontal, le creamos como 25 muertes al ejército. De ahí, tomé una subametralladora marca “MP5”, muy fina, que fue la que porté hasta cuando me asignaron salir del país. Se la entregué al camarada Marulanda. Sentí nostalgia. Uno se encariña del arma. En realidad sentí nostalgia no seguirla teniendo en nuestras manos. Yo no llego a Cuba desde un comienzo. Yo salí con una tarea a desarrollar en Nicaragua. Allí, duré un año intentando hacer la tarea. En un paso por Cuba, los cubanos me hacen ver del médico y me ofrecen el tratamiento. Yo comunico esto a la dirección y la dirección determina que acepte el tratamiento. Mi relevo fue Ricardo Téllez”. (Continuará).

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