Por Nelson Lombana Silva
El famosísimo escritor uruguayo Eduardo Galeano, no hablaba de medios de comunicación, sino de medios de incomunicación. Tiene toda la razón. Los grandes medios colombianos están a favor de la clase dominante, la clase oligarca.
Se dedican a imponer la ideología dominante de una forma violenta, agresiva e inhumana. Una noticia sin mancha de sangre no es noticia, para que sea debe estar salpicada además de dolor colectivo, violencia e incertidumbre.
La sala de redacción ha sido reemplazada por la sala de censura, el periodista de la calle ha dejado de ser reportero, ahora es publicista. La noticia convertida en mercancía es maquillada para ser vendida. La mayoría de noticieros colombianos destilan sangre en cantidades industriales.
Si usted quiere tensionar los nervios y amargarse, vea, oiga o lea esa prensa amarillista. El Tolima está embadurnada de esta, observando honrosas excepciones.
Hay noticieros que ya no son noticieros, porque el 50 por ciento es rezando y el otro 50 por ciento mintiendo, engañando, sembrando cizaña, estimulando la desinformación y por supuesto la violencia. Inflando “cadáveres” politiqueros de vieja data para ser reencauchados.
Son los aparatos ideológicos de la clase social descompuesta que cumplen con su misión de alienar y desinformar a una audiencia inerme y desconectada de la realidad.
En las últimas semanas, el alcalde de Ibagué, médico Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez, se ha dedicado a culminar obras importantes como 60 parques infantiles y biosaludables, la obra de El Sillón, la apertura de la vía que pasó de ser fantasma a fantástica, como el mismo lo dijo. Obras en los corregimientos, la avenida hacia el aeropuerto, conjurar la violencia en la ciudad en grado sumo, el mínimo vital líquido para los estratos 1 y 2, etc.
Nada de eso habla, muestra o escribe un sector de esta prensa, su plato favorito son los mínimos errores para sobredimensionarlos y así hacer campaña a favor de lo más atrasado que hay en política hoy en Colombia: El Centro Democrático.
Precisamente, el alcalde Jaramillo, ha desenmascarado esta prensa hincada al gran capital. Ha denunciado por qué la animadversión de esos “periodistas” hacia él. Una vez más lo ha hecho con energía y sin ambages.
Dijo: “Nosotros no compramos conciencias, nosotros no compramos los radioperiódicos, nosotros no compramos a los periódicos, no compramos a los canales de televisión, nosotros no nos gastamos, como se gastó Luis H. 5 mil millones de pesos, en tres periodistas de esta ciudad para que se estuvieran callados, mientras se robaban esta ciudad”.
Agregó: “Que todos los días hablen mal de nosotros, que todos los días nos calumnian. No señores, nosotros invertimos esos 5 mil millones de pesos aquí, en donde la gente pobre necesita que se le transforme y se les cambie sus calles, se les arregle sus problemas de salud. Esa es la diferencia”.
Por su puesto que hablarles así a las “vacas sagradas del periodismo local”, son palabras mayores, que solo lo puede hacer una persona honesta, trabajadora y cumplidora de su misión; una persona que no tiene rabo de paja, una persona que admite que se puede equivocar y puede rectificar, pero jamás meter las manos golosas en el erario público.
Se hace necesario abrir el debate sobre lo que es y debe ser el periodismo en el siglo XXI, debate que debe ser abierto, con la participación directa de la audiencia, pero también de la academia, de los gobernantes, de los políticos de izquierda y de derecha.
Un debate sin apasionamiento, con argumentos y tranquilamente. No hay que perder de vista la responsabilidad social de los medios. En esos términos no los podemos utilizar de trampolín para saciar intereses personalistas, pues el interés colectivo debe primar.
En esa dinámica, una pauta publicitaria, no debe ser condición para hablar bien o mal de una administración. Los cánones del periodismo son demasiados claros como para no entenderlos. En eso la ética debe predominar de principio a fin con amplitud y, sobre todo, con conciencia social y de clase.
El periodismo no puede estar al servicio exclusivamente de la clase dominante, ni tampoco inclinado exclusivamente a la muerte y la violencia; la vida, la cultura y la paz también deben ser noticia de primer plano.
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