Alfredo Capera. Foto Rubén Darío Correa |
Es rescatable el esfuerzo que hicieron las distintas expresiones de la izquierda en el Tolima para reunirse a explorar fórmulas de unidad de cara al momento histórico que estamos viviendo los colombianos con el proceso de paz e implementación de los acuerdos concebidos en la Habana (Cuba) y firmados en el teatro Colón de Bogotá en el 2016. Es válido el esfuerzo.
Quizás el tema de la unidad sea uno de los conceptos más en boga históricamente en el marco teórico pero rebatido en la praxis. Mucho se teoriza y poco se practica. Sin embargo, no hay que perder el horizonte por cuanto la unidad resulta ser táctica y estrategia como diría el comandante Ernesto Che Guevara.
El encuentro regional realizado en el hotel Ambalá de la ciudad musical de Colombia, Ibagué, el pasado 4 de agosto, debe ser analizado en profundidad con amplio espíritu crítico e incluso, autocrítico, con el fin de tomar lo mejor y descartar lo peor para seguir avanzando con paciencia, conciencia y dinámica.
El encuentro se dio por la base. Quizás sea lo más relevante, pero a su vez, la debilidad que habría que dimensionar con claridad y alta formación política. Alguien dijo con cierta ironía mordaz: “No estuvieron allí los que realmente deciden en grado sumo la unidad, se hicieron presentes los “obreros”, no los “patronos”.
No estuvieron presentes fuerzas importantes como el Polo Democrático Alternativo, el Moir y personalidades que siempre han militado en la izquierda. Por supuesto, sin desmeritar los compañeros y compañeras que asistieron con entusiasmo y decisión irrevocable de avanzar y allanar el camino de la unidad que tanto necesita el país, sobre todo el país nacional del cual hablara Gaitán.
Haciendo esta pequeña salvedad hay que mirar el espectro político del momento en el departamento para poder dimensionar el primer intento en serio de debatir cara a cara los sueños y las expectativas de cara al momento y los desafíos que nos ofrece el futuro político en esta sección del país.
Hay que decantar el debate colectivo y sacar las mejores conclusiones para socializarlas al interior de las fuerzas que enviaron sus delegados y al interior del pueblo tolimense, pueblo tan agobiado por el analfabetismo político, la incomunicación mediática y la corrupción galopante.
No hay que perder de vista que el departamento de Tolima viene siendo gobernado actualmente por la extrema derecha en cabeza del Centro Democrático. De los seis representantes a la cámara, cinco son de filiación conservadora y quizás ultraconservadora.
El departamento además, viene siendo hostigado en extremo por las multinacionales y transnacionales, los estragos que viene generando en todo el territorio resultan catastróficos imposibles de desconocer o pretender ignorar.
La descomposición ética alcanza índices preocupantes. La mentira y la mordida resultan ser el pan nuestro de cada día. Cada vez el rumor es fuerte sobre la presencia del paramilitarismo vivito y coleando, moviendo por distintas zonas del Tolima como pedro por su casa.
Además de eso, y quizás como consecuencia de algunos factores enumerados, el pueblo sigue ensimismado en la tenebrosa teoría de la seguridad. La paz al parecer no reviste importancia cardinal, lo fundamental es la seguridad, teoría del narcoparamilitar, Álvaro Uribe Vélez. En ese contexto se desarrollan las teorías de la mentira, el odio y el falso tradicionalismo. Se cree que el acuerdo de paz es una falsa, que la guerrilla sigue siendo la responsable de todos los males habidos y por haber y que la única solución está en la fuerza bruta que implica el narcoparamilitarismo con su fiel exponente Álvaro Uribe Vélez y un presidente que a veces sí y a veces no.
La lucha ideológica y política se plantea dura con unos medios de comunicación cumpliendo su vergonzoso papel alienante. Si en el siglo pasado la religión era considerada como el opio del pueblo, en este lo constituye el poder mediático adicto al régimen capitalista e imperialista.
En esas condiciones, no se puede minimizar el esfuerzo que se hizo con este encuentro. Por el contrario. Hay que valorarlo y desarrollar creativamente las conclusiones, para que estas lleguen donde deben llegar y así poder tomar definiciones consecuentes con el momento histórico.
Claro, hay que incluir en esas conclusiones el tema ético. De nada sirve un buen programa y unas reglas claras de juego, sino hay ética. No hacer uso de ella, es incumplir y prometer lo que nunca se cumple en la práctica. En campaña política hasta lo imposible resulta posible, pero una vez ganada la curul hasta lo posible resulta imposible. Esas prácticas deben ser erradicadas de las izquierdas, lo mismo que la corrupción, el ventajismo y el oportunismo.
También hay que entender que la historia no es lineal, ni que los procesos revolucionarios están supeditados exclusivamente al “etapismo”. De ser así, resultaría más fácil y menos doloroso el sentarnos cómodamente a ver pasar el cadáver del capitalismo.
No debemos perder el concepto de democracia de Abraham Lincoln, quien dijo: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Tampoco se puede subvalorar lo dicho por el maestro Carlos Gaviria Díaz: “Donde no hay sinceridad tampoco puede haber democracia”.
Hay que manejar de la mejor manera la forma de comunicarnos, teniendo claro que en las izquierdas no están nuestros enemigos de clase, son opciones que hay que valorar, respetar y convivir creativamente aceptándonos mutuamente.
Así las cosas hay que entender que la unidad no se puede aceptar maquinalmente, hay que concebirla dialécticamente. Si entendemos el proceso de esta forma, el proceso de unidad se podría cristalizar sin las sorpresas desagradables de última hora como lo anotó el compañero indígena Alfredo Capera.
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