Por Nelson Lombana Silva
“Pensé que el perrito estaba muerto, pero no, estaba era privado de sueño”, comentó mi compañero burlón observando con curiosidad dos caninos en el jardín de la biblioteca Cañón del Combeima, en Villa Restrepo, acomodados cómodamente sobre la hierba recién cortada, en el transcurso de la presente semana.
El cuadro era impresionante. Los dos caninos, a corta distancia, aprovechaban a las anchas la mañana soleada y calurosa en el corregimiento de Villa Restrepo para dormir plácidamente.
La primera idea fue despertarlos con brusquedad, pero la ternura como dormían me llevó rápidamente a cambiar de opinión. “Esto es noticia”, dije, mientras me apresuraba a imprimir fotos.
Respetando su derecho a descansar no profanamos su tranquilidad. Por el contrario. Evitamos el bullicio a su alrededor, convencidos que los caninos, como los humanos, tienen derechos que no se pueden vulnerar.
Aquel suceso, permitió abrir un conversatorio con los niños que puntuales llegaron más tarde a las instalaciones de la biblioteca Cañón del Combeima. Les conté la historia y se me ocurrió preguntar qué hubieran hecho ellos en este caso. Solo un par de niños opinaron que ellos, les hubieran echado agua, uno de ellos, fue mucho más allá, al afirmar que le hubiera echado agua hirviente.
La agresividad con que lo dijo no dejaba dudas de ninguna naturaleza. Buscamos textos de animales, especialmente perros, dejamos que el pequeño grupo lo observara y leyera algunos acápites, después, abrimos nuevamente una ronda de intervenciones.
La mayoría opinó la necesidad del respeto a los animales, porque según dijo una niña, ellos sienten tanto como nosotros. “Mi perro cuando no puede salir conmigo – dijo – se queda muy triste. Me mira a través de los barrotes del portón de hierro y ladra con sentimiento”. Hace una pausa y agrega, cambiando de voz: “Yo también me voy triste, porque mi perro es mi mejor amigo”.
De los dos niños que inicialmente se mostraron agresivos contra los peluditos, uno desiste y dice que era una broma a ver cómo reaccionaban los presentes, “tengo un especial afecto por los gatos y los perros, porque me parecen animalitos cariñosos y alegres en la casa. “Yo siempre comparto la carne del almuerzo con el gato”, indicó.
El otro niño ratificó su postura de animadversión hacia estos animales. “Un perro me mordió una pierna y un gato me arañó la cara, por eso los detesto”. Los argumentos expuestos por todos los presentes, dicho a través de cuentos, pequeñas historias familiares y textos, no fueron suficientes para convencerlo de la nobleza y sinceridad de los animales. En lo único que cedió fue en la idea de echarle agua hirviente. “No lo haría porque eso está mal – dijo – simplemente le hubiera echado agua para que se espantara y se fuera a dormir a otra parte, no en el jardín de la biblioteca Cañón del Combeima”.
El cuidado y respeto hacia los animales es responsabilidad de todos y todas, empezando por los padres de familia y las autoridades. Ellos están en el deber de acercar el buen trato y afecto a los animales.
“Pensé que el perrito estaba muerto, pero no, estaba era privado de sueño”, comentó mi compañero burlón observando con curiosidad dos caninos en el jardín de la biblioteca Cañón del Combeima, en Villa Restrepo, acomodados cómodamente sobre la hierba recién cortada, en el transcurso de la presente semana.
El cuadro era impresionante. Los dos caninos, a corta distancia, aprovechaban a las anchas la mañana soleada y calurosa en el corregimiento de Villa Restrepo para dormir plácidamente.
La primera idea fue despertarlos con brusquedad, pero la ternura como dormían me llevó rápidamente a cambiar de opinión. “Esto es noticia”, dije, mientras me apresuraba a imprimir fotos.
Respetando su derecho a descansar no profanamos su tranquilidad. Por el contrario. Evitamos el bullicio a su alrededor, convencidos que los caninos, como los humanos, tienen derechos que no se pueden vulnerar.
Aquel suceso, permitió abrir un conversatorio con los niños que puntuales llegaron más tarde a las instalaciones de la biblioteca Cañón del Combeima. Les conté la historia y se me ocurrió preguntar qué hubieran hecho ellos en este caso. Solo un par de niños opinaron que ellos, les hubieran echado agua, uno de ellos, fue mucho más allá, al afirmar que le hubiera echado agua hirviente.
La agresividad con que lo dijo no dejaba dudas de ninguna naturaleza. Buscamos textos de animales, especialmente perros, dejamos que el pequeño grupo lo observara y leyera algunos acápites, después, abrimos nuevamente una ronda de intervenciones.
La mayoría opinó la necesidad del respeto a los animales, porque según dijo una niña, ellos sienten tanto como nosotros. “Mi perro cuando no puede salir conmigo – dijo – se queda muy triste. Me mira a través de los barrotes del portón de hierro y ladra con sentimiento”. Hace una pausa y agrega, cambiando de voz: “Yo también me voy triste, porque mi perro es mi mejor amigo”.
De los dos niños que inicialmente se mostraron agresivos contra los peluditos, uno desiste y dice que era una broma a ver cómo reaccionaban los presentes, “tengo un especial afecto por los gatos y los perros, porque me parecen animalitos cariñosos y alegres en la casa. “Yo siempre comparto la carne del almuerzo con el gato”, indicó.
El otro niño ratificó su postura de animadversión hacia estos animales. “Un perro me mordió una pierna y un gato me arañó la cara, por eso los detesto”. Los argumentos expuestos por todos los presentes, dicho a través de cuentos, pequeñas historias familiares y textos, no fueron suficientes para convencerlo de la nobleza y sinceridad de los animales. En lo único que cedió fue en la idea de echarle agua hirviente. “No lo haría porque eso está mal – dijo – simplemente le hubiera echado agua para que se espantara y se fuera a dormir a otra parte, no en el jardín de la biblioteca Cañón del Combeima”.
El cuidado y respeto hacia los animales es responsabilidad de todos y todas, empezando por los padres de familia y las autoridades. Ellos están en el deber de acercar el buen trato y afecto a los animales.
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