sábado, 17 de julio de 2021

Anzoátegui Tolima: 126 años de lucha y frustraciones acumuladas

 


Por Nelson Lombana Silva

El municipio de Anzoátegui (Tolima), ubicado al norte del departamento y a escasos 72 kilómetros de Ibagué, cumplió 126 años el día inmediatamente anterior. Un pueblo de cordillera, de gente laboriosa y taciturna que no pierde los deseos infinitos de vivir y salir adelante, a pesar de la cruda adversidad fruto de un sistema económico inhumano y brutal que solo busca el bienestar de una limitada clase en detrimento de los intereses colectivos de campesinos y campesinas.

La historia de este municipio ubicado en una estribación de la empinada y frondosa cordillera, es muy rica en heroísmo y abnegación de sus habitantes. El formidable esfuerzo de los antioqueños para ascender hasta allí y fundar una tienda el 16 de julio de 1895, merece todo el reconocimiento y admiración. A partir de allí, llegaron obreros y trabajadores, hombres y mujeres, de distintas regiones de Colombia, en busca de una oportunidad de derribar espesa montaña y plantar cultivos de pan coger. De igual manera, llegaron familias completas de otros países, quizás huyéndole al fascismo de Mussolini y de Hitler.

Anzoátegui, como Colombia entera, siempre ha sido sacudido por una cruda violencia, un demencial terrorismo de estado, una violencia organizada en la alta clase dirigente nacional, enfrentando ayer a liberales pobres contra conservadores pobres, enfrentamiento que le costó al pueblo colombiano la muerte violenta de más de 300 mil compatriotas, mientras sus dirigentes liberales y conservadores, departían plácidamente en el extranjero.

La violencia no ha pasado. Sigue latente en el pueblo sacudido por las limitaciones económicas, la falta de oportunidades, la falta de educación, la falta de salud, la falta de agua potable, etc. El causante de ello es el neoliberalismo, que todo lo ha privatizado y convertido en mercancía. ¿Qué hay para regiones tan hermosas y distantes del perímetro urbano como la Cascada, Hoyo Frío, San Francisco, Quebrada Negra, China Alta, Verdún, El Brillante, Santa Bárbara? Solo promesas o cuando más migajas que caen de la mesa del rico Epulón.

Causa estupor mirar cómo la carretera Cruce de Palobayo – Anzoátegui, va desapareciendo en el olvido y la indiferencia oficial. Ya prácticamente, es un camino de herradura en rastrojado. De igual manera, la situación del hospital local San Juan de Dios, su tendencia es a convertirse en un puesto de salud. La criminal megaminería acecha a este próspero municipio. Al parecer está concesionado en algo más del 70 por ciento en títulos mineros, unos concedidos y otros por conceder.

La adversidad es dura y compleja. Sin embargo, la esperanza en un municipio próspero no se pierde en la cenagosa problemática sociopolítica, porque hay una juventud rebosante de sueños y deseosa de oportunidades, que poco a poco va organizándose con mentalidad crítica, analítica y propositiva. Una juventud que ya no come entero, una juventud soñadora y libre de esos tradicionalismos falaces. Una juventud que comienza a pensarse el poder para todos y todas, sin privilegios de ninguna naturaleza, una juventud que se plantea un modelo humano, justo y colectivo.

Anzoátegui (Tolima) es mi patria chica. Patria chica que llevo en mi corazón, fluye por mis venas y es la razón de ser. En cada sitio de este pintoresco municipio hay un recuerdo, un cúmulo de nostalgia que brota por mis poros a torrentes. Cómo olvidar la escuela Jesús Antonio Lombana, el colegio Carlos Blanco Nassar, los recorridos por Palomar, Lisboa, Santa Rita, Verdún, Santa Bárbara. Los partidos de fútbol en la vereda Los Naranjos, a la vera de Riofrío. Los diálogos amenos con Humberto Zuluaga, Mardoqueo Hernández, Alfonso Morad Montoya, doña Ligia Morad de Herrera, Pablo Núñez, el profesor Belisario Aguirre que me enseñó a leer y a escribir con tanto entusiasmo, Alfonso Urrea García, Jesús Antonio Lombana, Sigifredo Buriticá, Silvia Lucía Jaramillo, Néstor Orlando Calderón, Abel Giabiany Tamayo, Pearis, Norma Morad, Leticia Díaz Saldarriaga, Alcides Ortiz, Emiliano Becerra, Antonio García, el médico Ovalle, Amanda Soto, Abel Aristizábal, etc.

Evoco por supuesto, los nombres de mis padres: Joaquín Lombana Méndez y Blanca Lilia Silva, mis hermanos, mis hermanas, mis sobrinos, mis sobrinas, mis primos, mis primas. Qué duro se me hace caminar por estas calles, la nostalgia me inmoviliza, me hace perder la razón. Sesenta años después, esos momentos sacudidos por la adversidad, el recuerdo de cuando era feliz e indocumentado como diría Gabriel García Márquez, se revuelve con ímpetu descomunal en mis entrañas, en mi modesto ser. En estos campos y en estas calles, comencé a entender el comunismo, solo por el significado general del término: Comunión, comunidad, hermandad. Con el paso del tiempo y gracias a mis hermanos, los libros, fui entendiendo la palabra desde la perspectiva filosófica, política y científica. Hoy tengo una idea mucho más estructurada sobre el particular.

Anzoátegui es mi pueblo. Con el corazón arrugado no puedo más que decir: ¡Feliz cumpleaños número 126, hasta la victoria, siempre…!

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