martes, 28 de enero de 2020

Manuelita Sáenz, la gran heroína

Por Nelson Lombana Silva

Entre muchas de sus grandes obras que adelantó Rafael Correa, como presidente de la república de Ecuador, fue reivindicar la gesta heroica de Manuelita Sáenz al concederle el grado de Generala. El machismo consuetudinario de los historiadores burgueses le había quitado todo brillo de patriotismo reduciéndola miserablemente a ser la simple amante del Libertador Simón Bolívar.


Fue tal la bajeza de éstos, que colocaron en entredicho la dulzura del amor sincero, limpio de toda hipocresía y traición. Se presenta este romance histórico como algo pecaminoso e indigno. Es el machismo en toda su dimensión en el sistema de los antivalores, el sistema capitalista. Un afán desmedido por borrar la gesta antiimperialista del Libertador y la grandeza de una mujer para estar en primera línea combatiendo por amor, no solo al Padre de la Patria y sino a la Libertad y a la Independencia de América.  

El encuentro se realizó el 16 de junio de 1822, en la ciudad de Quito, cuando Bolívar hace su entrada triunfal después de ganar la batalla de Pichincha, sellando así la independencia ecuatoriana. Manuelita estuvo presente en el recibimiento, ubicada en el balcón de la familia Larrea. Tenía 24 años de edad y Bolívar 39 para ese momento crucial e histórico. Era hija de don Simón Sáenz y Vergara y de doña María de Aisuru, ambos españoles de gran linaje, ricos y soberbios.

Fue amor a primera vista. A Bolívar le impresionó gratamente la belleza desde el desfile cuando Manuelita le arrojó una corona de laurel. Esa misma tarde el Libertador pudo contactarla iniciando un romance puro y oceánico. Era la esposa del médico inglés Jaime Thorne, hombre adinerado y mucho mayor de edad que ella, que se había unido a él solo para liberarse del convento donde la había llevado la familia y, de donde ya se había escapado en otra oportunidad con el oficial Fausto D’Elhuyar. Manuelita había intentado acercarse al Libertador de Argentina y Chile: San Martín sin poco éxito. 

Fue una mujer diferente a todas las mujeres que tuvo Bolívar. Jamás lo aburría. Mujer inteligente sabía ser diferente cada día. Sin embargo, lo que más lo ató al libertador fue la pasión por la libertad. Se jugó la vida a diario al lado del gigante de América. Llevaba información fundamental, discutía de tú a tú con el Libertador los planes militares, sus sueños de estadista como lo habían hecho Sucre y Santander en su momento.

Con abnegación y tenacidad se gana un espacio vital en el ejército Libertador. Asciende y ejerce gran poder. Se hace imprescindible para el proyecto estratégico de Simón Bolívar. Recibe cartas, maneja el archivo y agenda personal, hace el papel de amanuense. Se hace su secretaria y prácticamente la mano derecha del Libertador.

Comandaba soldados y disolvía con coraje trifulcas portando en su cinto armas montando a caballo. Así lo hizo en Quito con un levantamiento popular contra el ejército colombiano que desarrollaba tropelía propia de estos acontecimientos libertarios. Era una mujer valiente, de armas a tomar.

No solo hace largos y extenuantes recorridos con el ejército Libertador, sino que observa de cerca las batallas y no duda en participar de ellas como en la batalla de Junín. Lo hace como cualquier soldado, sin privilegios de ninguna naturaleza. También está como ejemplo la batalla de Ayacucho. Participa con arrojo y bravura. Se gana la admiración de los combatientes hombres, quienes la aclaman con vehemencia. De allí, se lleva un trofeo militar: “Los bigotes de un soldado realista que la Sáenz derribó con su lanza”.[i]

Frentera y corajuda. Luego de la batalla de Ayacucho, estando en Lima, encuentra un arete en la cama de Bolívar; indignada, celosa dicen algunos historiadores,  araña el rostro del Libertador, viéndose obligado a esconderse algunos días por las secuelas del suceso. Tenía carácter para marcar territorio.

Influyó bastante sobre Bolívar. Fue considerada la Libertadora del Libertador. Lo defendió a capa y espada. Basta recordar la noche septembrina cuando la traición de Santander que intentó asesinarlo. Mientras él escapaba por la pequeña ventana, ella enfrentaba a los conspiradores quienes la golpearon salvajemente.

En Bogotá, a partir de 1827, Manuelita Sáenz vive en una casa diagonal al Palacio de San Carlos. Los enemigos de Bolívar, liderados por Santander desatan toda clase de comentarios malsanos contra la heroína. La alta sociedad santafereña de la cual hacía parte Santander lidera esa campaña de injuria y calumnia en su contra. En fiesta que organiza, hace un muñeco Manuelita al que hace llamar Santander y comandando un grupo de soldados organiza el fusilamiento de éste, lo que generó airados comentarios en la alta sociedad santafereña.

Como toda revolucionaria consecuente, murió pobre y olvidada en Paita, ciudad del extremo noroeste de la república de Perú. Sepultada en fosa común y quemados todos sus recuerdos con extrema sevicia, intentando por todos los medios borrar su gloria. Fueron pasto del fuego: Las fotos, las cartas, la ropa y sus condecoraciones. Todo fue reducido a cenizas, menos la gloria que hoy la sociedad revolucionaria reivindica en la lucha por la segunda y definitiva independencia.

[i] ELEJALDE ARBELÁEZ, Ramón. Amores, crímenes y política. Ediciones Unaula. Primera edición Medellín, 2012, segunda edición Medellín, 2013. Editorial Artes y Letras S.A.S. Página consultada 18.

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