jueves, 6 de junio de 2019

“El hombre crea a Dios, no Dios al hombre”

Por Nelson Lombana Silva

(Ensayo) Llegar a esta conclusión: “El hombre crea a Dios, no Dios al hombre”, indudablemente no fue tarea fácil, fue una lucha tenaz desde el punto de vista ideológico. Soy de un pueblo conservador a ultranza, concepción impuesta a sangre y fuego por obra y gracia de Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez, entre otros, quienes se propusieron “conservatizar” la república colombiana al precio que fuera y el municipio de Anzoátegui (Tolima), corrió esta cruda y amarga suerte.



Hay abuelo y los hemos tenido todos, que son refugios de la sabiduría y de cuya experiencia es obligatorio saber. Foto: Internet


Mis padres fueron creyentes, lógicamente. La gran ventaja es que no fueron fanáticos. Creyeron ciegamente en ese Dios bueno, justo y redentor, que la iglesia Católica enseñaba a su manera. Cada ocho días tocaba asistir a la misa, llevar la ofrenda y repetir maquinalmente las enseñanzas religiosas que dejaba la homilía.

En eso mi madre fue intransigente. Cada ocho días recorría distancias pendientes para cumplir con el oficio de la misa. El cura oficiaba de espalda a la feligresía y en latín. Un pueblo analfabeta escuchando la ceremonia en latín, ¿Qué podría entender? Mi padre, por el contrario, poco asistía a estos oficios religiosos. Lo hacía en algunas fiestas especiales, como la semana santa, la fiesta de la patrona, navidad o la fiesta de San Isidro, llevando cargas de café, agricultura y muchas veces dinero en efectivo, al considerado “patrón de los campesinos”.

Mis hermanos y hermanas siguen esa línea. Durante la mocedad era inevitable rezar el rosario en casa en la noche. Durante un buen tiempo lideró esta actividad mi hermano Gustavo. Era receloso y exigente con este dogma. A él le escuché decir que era más pecado dejar de ir a misa que matar a un ser humano. Así que de niño, lo fundamental y esencial era ir a misa los domingos y fiestas religiosas.

No fue poco el tiempo que duré pensando que el cura era un ser sobrenatural. Siempre lo miraba con sotana negra y cuando salía al campo, se colocaba un sombrero negro, una ruana blanca, guantes negros y gafas de montura negra. Era impresionante su figura. Se llamaba: Pablo Antonio Quitora Gómez.

Tenía un programa los domingos por los altos parlantes del templo. No entendía por qué atacaba tanto el comunismo. La retahíla era casi la misma: “Dice el Comunista: No hay Dios”; “Dice el Comunista: No hay Cielo”. Al referirse a la herramienta tradicional de Rusia, la Hoz y el Martillo, decía: “La hoz que todo lo arrasa y el martillo que todo lo destruye”. En realidad era una cantaleta enfermiza los domingos, en el horario de 6:00 a.m. a 7:00 a.m.

Casi me muero de pánico cuando mis padres me obligaron a hacer la primera comunión. Se trataba de decir los pecados en el confesionario. Del susto solo atiné a decirle: Acúsame padre de leer libros comunistas, acúsame padre de dudar de la existencia de Dios. Creo que me confesé unas tres veces más y siempre dije lo mismo. Una vez, me dijo: “No es malo leer libros comunistas, pero para evitar tentaciones, coja todos esos libros y haga una hoguera. Sobre la duda acerca de Dios, rece cinco Padrenuestros y pídale fortaleza espiritual para no dudar de su existencia”. Asustado, le dije: “Padre, esos libros no son míos. ¿Cómo los voy a quemar?” No obtuve respuesta.

El cura y mi hermano, insistían en decir que la biblia era la palabra de Dios y que allí estaba vivo. ¿Dios vivo en la biblia? Me preguntaba en silencio. Mi hermano había escrito una carta al obispo José Joaquín Flórez Hernández, solicitándole una biblia y el religioso le hizo llegar una pequeña con una carta en la que le decía que no le dijera a nadie, porque la Iglesia no estaba en condiciones de regalar el libro sagrado, que con él había hecho una gran excepción observando la profunda devoción que mostraba.

Mi hermano consiguió un lienzo dorado y la envolvió colocándola en el centro de su pequeña biblioteca que mantenía con llave. Un buen día, domingo para más señas, olvidó las llaves. “Quiero conocer a Dios – me dije – y sin pensarlo la saqué con cuidado y llevándola en mis manos temblorosas, como condenado a la horca, fui al potrero y bajo el Pino plantado por mí, sobre una llanta, me dispuse a conocer a Dios. Primero recé varios Padrenuestros y después de santiguarme con mucho recogimiento, comencé a abrir la biblia poco a poco, como para que Dios no se cayera. ¡Qué desilusión! Ante mis atónitos ojos solo apareció un libro, como cualquier otro. La letra era pequeñita, un tanto desteñida en papel fino. Y para completar la confusión leí un párrafo, no sé de quién, que decía que el padre había embarazado a su hija para que la estirpe no se acabara.

Descompuesto por la frustración, cerré el libraco y lo devolví rápidamente a la biblioteca. Lo primero que pensé, sin embargo, fue que Dios no había querido presentarse o revelarse porque yo dudaba de su existencia. Mucho después, mi hermano predicaba durante el rosario y decía que la biblia había que interpretarse con mucha fe. “Hay gente que lee la biblia y no logra hallar a Dios”, decía. Eso me mortificaba porque seguramente yo era uno de ellos.

Mi hermano quería ser cura y mi mamá se atrevió a hablar con el padre Luis Alfonso Gómez, quien la sacó de una: “Esta carrera es exclusivamente para ricos, no para pobres”. Mi madre hizo malabarismos para suavizar esa cáustica respuesta a mi hermano.

Ante esa cruda realidad no tuvo otro camino que abrazar la docencia. En el municipio El Fresno (Tolima), enseñaba en el colegio “San José” y los domingos predicaba desde el púlpito. Más tarde fue trasladado al municipio de Mariquita, la considerada “ciudad frutera de Colombia”. Allí, sufrió una metamorfosis asombrosa: Pasó del Idealismo al Materialismo.

Eso fue una tarde soleada

Mi papá iba a misa cuando mi hermano venía de vacaciones. No le llevaba la contraria. Iba a regañadientes. Mi madre sí era intransigente e infaltable a la eucaristía todos los domingos, estuviera o no estuviera. Con ella, marchábamos casi todos. En una de esas idas, encontré un billete de cincuenta pesos al lado de la estatua de San Martín y al comunicarle a mi mamá, me dijo que era obra del Santo por la fe con que le rezaba. Con ese dinero compré zapaticos de caucho, dejando de caminar a pie limpio.

Mi hermano es artesano empírico. Inventa cosas en tiempo de descanso o de vacaciones. En esa oportunidad estaba haciendo el esqueleto de un radio. Golpeaba la puntilla con el martillo y al fallarle el pulso golpeó su dedo. “Hijueputa”, dijo mirando el dedo sangrar. Yo le estaba ayudando. Quedé pasmado. Turulato. Nunca le había escuchado una mala palabra y menos esa palabrota. Estábamos en el corredor, finca Buenos Aires, vereda Riofrío Pueblo Nuevo. Creo que eran las cuatro de la tarde, el sol espléndido y el firmamento despejado de nubes, cerúleo refulgía, en un pueblo que suele llover con mucha frecuencia durante el año.

Me miró algo apenado. Mostró el dedo sangrando aún y colocándose un esparadrapo siguió con su actividad. Gustavo no deja cosas a medias. Hace hasta lo imposible por terminar de la mejor manera cualquier empresa que emprende.

De ahí en adelante, mi hermano cambió del cielo a la tierra. Se fue lanza en ristre contra la religión, los curas y los ricos. Los trataba con los peores términos. Comenzó a decir que Dios no existía. No volvió a misa. Abandonó los textos “sagrados” y comenzó a frecuentar los textos científicos. Comenzó a hablar maravillas de Cuba, de Fidel Castro y el Che Guevara. Creo que triplicó la lectura durante los días de vacaciones. Llevó también dos periódicos que miraba de vez en cuando o por obligación o por curiosidad: El Granma y Voz Proletaria. Preocupado por ese cambio tan brusco, en alguna oportunidad le pregunté a mi mamá. Ella con su emocionante ternura y desconocimiento absoluto, me dijo dos cosas: “El estudio a veces los lleva a creerse más que Dios” y “Uno cría hijos, pero no condiciones”.

1974, apenas cursaba segundo grado de primaria. El profesor Jesús Antonio Lombana (no era familiar), afirmaba que la letra con sangre entra, nos dio una charla sobre Gabriel García Márquez. De principio a fin rechazaba su literatura. “No entiendo – dijo – por qué hablan los críticos tan bien de este escritor, cuando es un vulgar, imagínese los términos que usa en sus libros: Mierda, culo, etc. Es una vulgaridad”.

En esa semana santa, mi hermano llegó con la revista cubana “Bohemia”, que había publicado la sexta entrega de la obra de Gabo intitulada: “Relato de un Náufrago”. “Quiero que la lea”, me dijo.  Instintivamente me negué. “El profesor dijo que ese escritor era muy grosero. ¿Cómo cree usted que voy a leerlo en semana santa?” Mi hermano se armó de paciencia y medio convencido y medio obligado leí ese capítulo. Quedé maravillado. La descripción fotográfica que hace García Márquez de Luis Alejandro Velasco, el mar a las cinco de la tarde con un sol metálico, los tiburones, las gaviotas, las olas, la inmensidad del mar, las alucinaciones, los helicópteros sobrevolando, etc.

Meses después, encontré el libro completo en manos de un compañero de estudio: Carlos Eduardo García, más conocido como “Chiqui”, lo convencí para que me lo regalara y Gustavo le colocó unas tapas de cartulina. Esta obra la he leído varias veces. Su principal mérito para mí: Abrió la puerta para conocer y disfrutar la obra literaria del gran creador del Surrealismo Mágico, natural de Aracataca (Magdalena) y premio Nobel de Literatura 1982: Gabriel García Márquez.

Siguiendo el ejemplo de mi hermano, poco a poco fui adquiriendo el hábito de la lectura. Los libros que me sugería los leía. Desde luego, era una lectura exploratoria, pero algo entendía. Desde entonces siempre he procurado llevar conmigo un libro, porque lo considero el mejor amigo y la mejor seguridad. Sí, un libro me inspira seguridad.

Cuando viajé por primera vez al sur del Tolima, concretamente al municipio de Planadas, con el fin de hacer las pasantías en radio, para graduarme como comunicador social, me dio por empacar la biblia. En Santiago Pérez (municipio de Ataco), nos paró el binomio militar-paramilitar. Un chafarote mal encarado me preguntó: “¿Qué lleva en esa caja de cartón?” “Libros”, le contesté nervioso. “Muestre”, me dijo. El primer libro que saqué coincidencialmente fue la biblia. “¿Eres evangélico?” “Sí”, contesté. “Siga”, me dijo. Yo descansé y me subí rápidamente al bus. Al conversar sobre el incidente con mi mamá, no dudó al decir: “¡Obra de Dios!”.

Yo también prediqué en el templo, desde el púlpito. En alguna oportunidad el cura me pidió que explicara una de las siete palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me ha desamparado?”, otro pidió que le hiciera la introducción a este sermón. Incluso, participamos de un funeral porque el cura no estaba.

Cuando cursaba el bachillerato el cura que nos daba religión, Roberto Londoño Botero, me comisionó para que hablara en público con motivo de la visita al municipio de Anzoátegui del señor arzobispo, José Joaquín Flórez Hernández. Se trataba de representar a la juventud anzoateguiense, especialmente la católica.

Inicialmente, me negué. Propuse una convocatoria para que la juventud con plena autonomía seleccionara el vocero y los temas a tratar con el que consideraba Vicario de Cristo en el departamento de Tolima. El levita insistió y me convenció. Le presenté un borrador y me lo rechazó con el cuento que al Arzobispo no se podía tutear y había que utilizar términos de monarca, como Excelencia, etc. Así las cosas, tomé la decisión de no presentarle más borradores y cada que me abordaba le contestaba que ya estaba preparado.

La bienvenida se hizo en la entonces plaza Simón Bolívar. Allí, se armó toda la parafernalia. Los estudiantes de las escuelas y del colegio Carlos Blanco Nassar, fueron obligados a asistir con traje de gala. La inmensa plaza ubicada frente al templo estaba atiborrada de creyentes y seguramente de curiosos. Ahí, estaba mi hermana Mariela en primera fila, quien gozosa porque iba a hablar me había preparado una comida especial.

El primer tropiezo que tuve con el cura fue cuando me insinuó que tenía que besar el añillo de oro macizo al Señor Arzobispo. “Eso sí no lo hago, padre”, le dije en voz baja al subir al atril. Crucé por su lado con toda la timidez del mundo y escasamente lo miré de reojo. Sin embargo, considero que fue suficiente para darme perfectamente cuenta  que el alto religioso era un hombre, un ser humano. Leí el discurso. La muchedumbre aplaudió. El prelado me sonrió levemente y yo bajé del atril rápidamente.

Después de la ceremonia, marché para la finca, después de un almuerzo opíparo servido por mi hermana Mariela. “Lo hizo muy bien, varias personas me felicitaron”, me dijo. Era viernes. El domingo retorné al pueblo en horas de la tarde y mi hermana estaba que echaba chispas contra mí. Me saludó a medias. “¿Qué pasó?”, pregunté asombrado. “Eso es lo que hace usted – me dijo – hacerlo quedar a uno como un zapato”. Extrañado insistí en la pregunta. “El cura está muy bravo y dijo que no le volvería a hablar, por ese discurso que pronunció”. “Pero, ¿luego usted no lo escuchó y dijo que bien?”, interrogué. “Yo no sé nada de eso. Pero el cura está muy bravo”, insistió al pasarme de mala gana un vaso con agua.

Afortunadamente, había conservado el texto. Me bañé y me fui para la casa cural. Estaba revisando las llantas de su carro. Saludé. Me miró medio asombrado y me saludó a medias. “Me han comentado, Padre, que usted está bravo conmigo. Para evitar rumores y hasta chismes he decidido venir personalmente a la fuente, a hablar con usted. ¿Qué paso?”

El cura me miró de arriba abajo y dejando escapar una risita inventada, dijo: “Sí, Nelson, estoy muy bravo contigo y dije que no volvería a cruzar palabra contigo”. Yo quedé sorprendido. Parado en el marco de la casa cural lo miré extrañado. “No sé por qué”, atiné a decir. “Repito – dijo – dije que no volvería a hablar contigo, pero viendo su valor para enfrentar los problemas, vamos a hablar hoy. Siga”.

No conocía la casa cural por dentro. Todo era espléndido y lujoso. El piso impecable, las sillas bien ubicadas y el escritorio amplio y espacioso. Miré a través del amplio ventanal la casa contigua y era lo contrario. Una casita que parecía un cuchitril, que amenazaba con desplomarse sobre la loma de la empinada cordillera.

“Monseñor casi me pega y casi se va sin hacer lo que tenía que hacer. Me tocó hacer esfuerzos para convencerlo. Entre otras cosas, me dijo que esa no era la forma de recibirlo. Yo pensé que se iba a quitar la correa para darme fuete. Se metió las manos en la sotana y se paseaba de allá para acá, mientras me regañaba en la sacristía”, comentó.

Yo saqué el arrugado papel y le propuse que lo leyéramos. El 70 por ciento estuvo de acuerdo. Solo un párrafo que decía más o menos que la juventud no quería creer en la Iglesia porque una cosa decía y otra hacía, resultó ser el florero de Llorente. “Esa parte fue la que le dolió a Monseñor”, me dijo.

Yo reaccioné inmediatamente: ¿No es cierto? Mire usted, Padre, su casa cural y mire la casa del vecino. En todo pueblo la principal casa es la cural o en las ciudades las catedrales. ¿No es cierto? ¿Estoy calumniando? ¿Estoy mintiendo? El cura sonrió. “Es cierto”, dijo por entre los dientes pero no debería haberlo dicho. ¿Si no se lo decía ahí, entonces cuándo, en dónde?  

Un poco más calmado y conciliador dijo que el error se había cometido pero que había solución. “¿Cuál?”, pregunté. “Redacte un telegrama bien bonito y pídele perdón”.   “No lo haré Padre, porque lo que dije no fue un error, es una gran verdad. Además, la misma biblia dice: Lo escrito, escrito está. No hay vuelta de hoja”.

“¿Quién le hizo ese discurso?”, me dijo nuevamente ofuscado. “Yo lo hice y me hago responsable de lo que le haya gustado y no le haya gustado al Señor Arzobispo. A mí me han enseñado que uno debe ser responsable de sus actos”. Se puso en pie al momento de decir: “Ese discurso se lo hizo un Comunista. Dígame la verdad”.

Quedé atolondrado con esa afirmación, pues yo estaba convencido a esa edad que el Comunismo era todo lo malo. “Padre, pero si usted dice que el Comunismo es malo. Eso que dije no es malo, es la verdad. Entonces, ¿el comunismo es bueno?”, dije.

Me cambió de tema. No me contestó este interrogante. “Volveremos a ser amigos”, dijo y ordenó a la señora de oficios generales  preparar un café con leche y buñuelos. La relación con mi hermana también retornó así al cauce normal.

Mis primeras dudas

Esa montaña de ignorancia que yo consideraba fe, se comenzó a desmoronar de una manera espontánea y empírica. Claro, la influencia de mi hermano, la salida del cura con esos cuentos y la lectura permanente resultaron determinantes en este proceso que no fue muy fácil de resolver.

Algún filósofo dijo que la duda es el inicio de la verdad. Yo comencé a dudar del cura, porque una cosa decía en el púlpito y otra bien distinta hacía en la calle. El Padre Quitora – por ejemplo – acompañaba los cadáveres de familiares pudientes, los pobres escasamente los acompañaba hasta la alcaldía. Se indignaba porque los dolientes lloraban a sus difuntos. Tuvo que morir su madre para comprender el dolor que se siente al despedir un deudo.  Para los ricos, la misa era solemne con armonio y cánticos, para los pobres era rezada y rápidamente.

Me preguntaba por qué unos niños con todo de sobra y otros con nada. Yo pasaba saliva viendo a niños con dos y más paletas de helado que cruzaban por el atrio del templo. Sentía rabia e impotencia. Entraba a misa y el cura hablaba de resignación y humildad. Al decir que más fácil pasaba un camello por el ojo de una aguja que un rico salvarse, me generaba cierta tranquilidad porque avizoraba en la distancia justicia.

Mi madre contaba que un acólito había matado a otro acólito por envidia, mientras tocaba las campanas en el campanario que quedaba en lo alto. Un tiro de revolver fue suficiente. ¿Un crimen en la casa de Dios? ¡Qué horror!, me decía en voz baja. ¿Dónde estaba Dios que permitió semejante sacrilegio?

Yo tenía ocho años cuando mi hermano de siete murió en los brazos de mi mamá. Eso me impresionó. Sobre todo el llanto de mi madre que veía morir a su hijo comenzando a vivir. Tengo gravado el dantesco cuadro cuando salieron con mi hermano para el cementerio y mi mamá se fue para el potrero en un mar de lágrimas y lamentos. ¿Por qué Dios hacía sufrir a una mujer tan pura como era mi madre? El argumento del cura no satisfacía plenamente mis interrogantes que me formulaba con frecuencia y que a nadie comentaba por temor y timidez.

Cuando el cura decía que Dios estaba en el santísimo, yo miraba y miraba tratando de verlo. Me acercaba al máximo, pero no veía nada. Cuando supe que Dios era una simple hostia, ¡Qué desilusión! Califique esto como una payasada, una soberana tontería. Un amigo mío de escuela cuando hizo la primera comunión al recibir la hostia y sentirla tan desabrida la arrojó al piso. El curita montó un show de padre y señor mío. Regó agua bendita e incienso y dijo que eso era tan grave que solo el Arzobispo podía dar una solución. El niño fue castigado, injuriado e incluso, calificado de endemoniado. Estuvo de boca en boca durante toda la semana en esta comarca. “Si el niño hizo eso es porque Dios le dio licencia. Luego, ¿Dios no es el amo y Señor de todo?”, me preguntaba.

En el colegio, el profesor de filosofía, Mariano Urueña Ramírez, sostenía que lo más sublime de la misa era la elevación, que por eso uno tenía que arrodillarse, rezar y bajar la mirada, en señal de absoluta sumisión. Y, ¿Qué era la elevación? Algo tan medieval que ciertamente raya en la estupidez. El cura que toma delicioso vino español y un pedazo de hostia. Eso es todo. ¿Qué tiene esto de divino?, me preguntaba.

El rector del colegio, Enrique Navarro Sotelo, amenazó con sancionarme porque el miércoles de ceniza no me dejé colocar la ceniza. “Eso es indisciplina”, me dijo. “¿Cómo puedo hacer algo que no creo y me parece tan ilógico?”, le contesté en voz baja en el templo. “Eso lo arreglaremos en rectoría”, me dijo.

Con los pocos chispazos de filosofía idealista, había veces colocaba al cura contra la pared. Una vez le dije: “Si Dios todo lo puede y está en todas partes, ¿por qué tolera la injusticia, la violencia y la incredulidad de los ateos? ¿Por qué tolera el mal? ¿Por qué permite que el diablo haga y deshaga?”

Sus respuestas a estos interrogantes no me dejaban satisfecho. Si el cura no responde correctamente, siendo el representante legal de Dios en el municipio y después de haber estudiado más de 18 años, entonces ¿quién?, me preguntaba. En esa oportunidad, terminó diciendo que todo se creía solo si había fe. De lo contrario, era imposible. Buscar una definición de fe no fue tarea fácil. Mamá decía que era creer en algo que no se veía pero que se tenía la certeza que existía. “Nadie ha visto a Dios, pero nadie niega o duda de su existencia”, decía. Mucho tiempo después, encontré la definición del famoso periodista y escritor mejicano Rius. “La fe es la negación a todo razonamiento científico”. Me impresionó esta definición y todavía la sigo admirando. Es como decir: Todo lo que la ciencia no demuestre en la praxis es fe. ¡Qué tontería!

La fe se constituye en la piedra angular de toda esa parafernalia que el burgués ha inventado para alienar al pueblo, tenerlo sumiso y dominado. Ese cuento que hay que sufrir en este mundo para gozar en el otro, es indudablemente, una canallada de marca mayor que ha sido impuesta a sangre y fuego. Valga recordar cómo llegó esta mitología a América el 12 de octubre de 1492. Ellos tenían la biblia y nosotros la tierra, dijeron que cerráramos los ojos y cuando los abrimos, ellos eran dueños de la tierra y nosotros de la biblia. ¡Qué cambiazo!

También me impresionó de niño los relatos que escuchaba acerca del cura Luis Alfonso Gómez. “Ese Padre se daba bala con cualquiera”, decía mi padre. Pedro Nel Morad Montoya, sostenía que este religioso afirmaba públicamente que matar liberales no era pecado. Es más: Prestaba la casa cural para que los Pájaros se reunieran y se ocultaran allí. Incluso, cedía las imágenes para transportar pólvora y munición para matar liberales. Eso me parecía insólito y desproporcionado, no cabía en mi frágil ser, semejantes narraciones.

El otro puntal: Los libros

La principal dificultad que encontraba para acoger el pensamiento de izquierda era el religioso, entendía que para ser comunista tenía que ser ateo. Y negar la existencia de Dios de la noche a la mañana realmente no resultaba fácil. Algo que había sido impuesto a raja tabla durante más de 21 siglos no era fácil de eliminar con un par de conferencias o lecturas.

Por eso, a veces escuchaba a mi hermano y a veces lo rechazaba, sobre todo cuando hablaba mal del Papa, los obispos y los curas. No asimilaba fácilmente su nueva forma de pensar. Su cambio había sido radical. Una vez me regaló una suscripción del semanario Voz Proletaria. Durante un año tuve el periódico cada ocho días. No lo leía todo, ni lo hacía con entusiasmo. Uno que otro artículo. Recibía con frecuencia cartas en las que me explicaba la esencia y naturaleza del comunismo de una forma metodológica y sencilla. Yo las leía con atención. Las que iban dirigidas contra los curas, no me parecían, me parecían las que hablaban de historia, economía, política, ciencia e incluso, deporte.

Más tarde, recibí una carta de Fray Alonso Espinosa, paisano y concejal comunista en Líbano (Tolima). La leí con mucha atención y entusiasmo. El tema central era el mismo de mi hermano. Me impresionó porque era una carta de un comunista elegido popularmente. No sé si le contesté. De todas maneras, esa carta ayudó mucho a mi formación ideológica y política.

Mi hermano siempre me recomendaba que comparara la lectura con la realidad, para que me fuera dando cuenta poco a poco de la veracidad de la versión de los comunistas. “Hay pobres y ricos en Colombia, decimos los comunistas. ¿Qué dice usted?” Eso es cierto, le contestaba. “Nosotros decimos que no hay Dios porque nunca lo hemos visto. ¿Es cierto o es mentira?” Cierto contestaba, nadie ha visto a Dios, pero se supone que existe y es muy poderoso. “Son especulaciones”, decía.

Así fue que comencé a considerarme comunista mientras no se hablara mal o se negara a Dios. Por supuesto no sabía qué era el Partido y menos su estructura orgánica. Pensaba que con solo decir: “Soy Comunista”, era suficiente.  La religiosidad y la creencia en Dios, eran los principales obstáculos para ingresar a esta organización, pensaba ingenuamente. ¿Qué hacer? Un día me propuse leer la biblia de principio a fin. Esperaba encontrar allí energías (Argumentos) para defender la existencia de Dios. Qué desilusión. Un libro mal escrito y con muchas contradicciones, lleno de violencia y odio hacia las mujeres. Cuando le hice el comentario al cura me salió con cuentos aún más rebuscados. El más elemental: La biblia no se lee como una obra de literatura. Qué argumento más tonto, pensé. No es una obra coherente y bien hilada como una obra de literatura. Es una colección de textos pegados arbitrariamente. Llegué a la conclusión que una forma concreta de desencantarse de la religiosidad y de la existencia de Dios es leyendo la biblia.

Más tarde, cuando leí el libro de Carlos Kautsky: “Origen y fundamento del cristianismo”, pude corroborar muchas contradicciones y encontrar verdades que desconocía por completo. El evangelista Mateo – por ejemplo – hace hablar a Jesús como rico en el sermón de la montaña. Le hace decir: “Bienaventurados los pobres de espíritu (Tontos) porque de ellos es el reino de los cielos”. Marco, por su parte, lo hace hablar como pobre: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”. Así, el cura cita al evangelista de acuerdo al estatus social del creyente.

También me enteré que el rey Constantino llamó a la secta de Jesús y le hizo esta propuesta: Si ustedes me ayudan a derrotar a mi enemigo, yo nombro su secta como religión oficial del país. Dicho y hecho. Les recomendó tener un libro y que se dijera que era la palabra de Dios. A la carrera esta secta consiguió varios textos los pegó y los oficializó como la palabra de Dios.

Las cruzadas religiosas inundaron a Europa medieval dejando verdaderas estelas de muertos y sobre esa montaña horripilante se impuso la religión Católica, Apostólica y Romana y se fue difundiendo por todo el mundo. No por las buenas como nos han venido diciendo, sino por las malas, a la fuerza y con mentiras. ¿Qué vemos hoy en día? Las distintas religiones convertidas en negocios económicos. Suculento negocio que explotan muy bien la burguesía y el imperialismo norteamericano. Su misión es apaciguar el pueblo para que no se revele y permanezca sumiso, porque siempre las religiones han estado al servicio de la clase dominante.

Carlos Kausky demuestra argumentadamente que no es Dios el creador de la religión, sino el ser humano con una finalidad clara y bien definida: Justificar la explotación del hombre por el hombre y darle estatus a la sumisión. Si alguien le pega una palmada en la mejilla, coloca la otra, dice la biblia. ¡Vaya qué consejo!

El libro: Los bienes terrenales del hombre, del escritor Leo Huberman, señala que durante el feudalismo la institución más terrateniente era la Iglesia. Prácticamente, era dueña de toda Europa. Se podía comprar la salvación. Y los curas compartían los mejores puestos con los señores feudales y más tarde con los grandes capitalistas. El Papa no excomulgó a Adolfo Hitler, ni a Benito Mussolini, por ejemplo. La alta clerecía colombiana venera al narcoparamilitar Álvaro Uribe Vélez, sindicado de miles y miles crímenes de lesa humanidad. ¿Por qué Dios permite todo este relajo? Solo hay una explicación contundente: Porque no existe. Dios también es creación humana. No hay duda.

El libro: El Cristo de Carne y Hueso de Rius, revela que en la era de Jesús habían periodistas, hay registros de la época y de Jesús no hay uno solo, a pesar de hacer hipotéticamente tantos milagros como multiplicar los peces, resucitar a Lázaro, darle la vista a los ciegos, caminar sobre el agua, sacar a rejo a los mercaderes del templo, etc. Cada una de estas acciones sería para titulares de primera página, indudablemente.

Algún periodista de la época hablaba de un Justiciero que luchaba por el pueblo y que fue cruelmente crucificado en medio de dos malhechores. Un luchador por este mundo material y no por el mundo inmaterial, que se ha inventado el ser humano.

El libro: Breve relación de la destrucción de las indias, escrito por un cura español llamado Fray Bartolomé de las Casas, narra con crudeza los crímenes que cometieron los españoles con los aborígenes americanos mal llamados indios. La forma salvaje como impusieron su religión. En una mano portaban la espada y en la otra el crucifijo. La consigna era única: ¡Cree o se muere! No había otra alternativa. De 40 millones de aborígenes que había a la llegada del peninsular, en menos de 40 años, fueron reducidos a tres, quienes no tuvieron más alternativa que creer en ese crucifijo y renunciar a sus emocionantes creencias. Fueron tratados de idólatras y antropófagos. Así se impuso la idea de Dios en este continente y en el mundo entero, a punta de mentiras, hechos violentos y denigrantes.

En pleno siglo XXI, se sigue robando en nombre de Dios, explotando a los trabajadores, invadiendo países, arrasando culturas milenarias, enfrentando a pueblo contra pueblo, justificando la oligarquía y los crímenes más horrendos. Los curas se agitan en los púlpitos afirmando que dejemos todas esas injusticias en manos de Dios, él proveerá y hará justicia en la eternidad. Hay que perdonar 70 veces 7, es decir, siempre y aceptar los rigores de la miseria con humildad y resignación. Nos convoca a orar por los verdugos y a interceder ante Dios y todos sus súbditos por esa clase criminal para que Dios los perdone y puedan hacer moñona: Gozar en la tierra y en el cielo.

Platón, célebre filósofo de la antigüedad, se inventó la categoría: “Dios Creador”. La llamó: Demiurgo. Así, esta palabra de origen griego, según Platón, existió desde siempre, haciendo uso de una materia informe y eterna. Esta dio origen al universo, que se considera o define como todo lo que existe. La materia estaba en desorden y el Demiurgo la ordenó. Esa fue su labor. Así explica este filósofo el origen de todo lo que hay a nuestro alrededor: Creación de Dios. En este sencillo ejemplo, observamos claramente que no es Dios el creador del universo, sino el hombre el creador de un Ser Superior llamado por unos: Dios, por otro Alá, etc.

Aristóteles, también otro filósofo de la antigüedad, montó su hipótesis sobre el origen del universo. Habló del “motor inmóvil”. Todos sabemos que un motor es aquello que mueve otras cosas. De eso se pegó este filósofo para decir “que el origen del universo es una cosa que produce el movimiento, pero que no se mueve a sí misma”.[i]  

Sostuvo que el universo es eterno y que existe una fuerza ordenadora (Dios). El motor viene a ser la causa final. ¿Y qué es la causa final, según Aristóteles? “Consiste en la tendencia que posee todo ser por llegar hasta su estado final de madurez, a su forma definitiva”.[ii] 

Heráclito de Éfeso, filósofo griego, nacido alrededor del año 540 antes de nuestra era, sostuvo: “Este cosmos, el mismo de todos, no lo hizo ningún Dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se extingue según medida”.[iii] Su hipótesis parte del fuego.

Para el catolicismo y otras religiones monoteístas, el origen del universo estriba en la creación de Dios durante siete días. Así lo señala el génesis. Una versión absurda que como tal no admite el más elemental análisis. Esta versión ha venido siendo retocada en la medida en que la ciencia avanza y se desarrolla. Ya los curas les dan pena decir que en siete días Dios creó el universo. Una persona medianamente estudiada no cree en semejante embuste. Haciendo malabarismos y utilizando categorías científicas, algunos hablan que un día era una era. Algo como más creíble. Otros hablan de “cristología” para tratar de indicar que la creencia en un ser superior tiene alguna connotación científica. Eso hace parte del reencauchamiento ante su incapacidad de resistir el avance de la ciencia en el siglo XXI.

El único animal capaz de crear dioses es el hombre. Su imaginación es ilimitada, usando para ello el cerebro en un bajísimo porcentaje. Ni la vaca, ni el perro, ni el gato, son tan torpes para crear en su mente seres superiores de cualidades ilimitadas. Esas personas son llamadas: Teístas. A este concepto vacío el hombre ha inventado uno más: Divino. Divino es un adjetivo, propiamente que en términos religiosos y filosóficos equivale a “sagrado”. Es decir, no es humano y supuestamente está por encima de éste. Todo: Creación Humana.

Jenófanes de Colofón escribía durante el siglo VI antes de nuestra era: “Los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestidos, voz y figura humanas como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros y los tracios que tiene ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos o los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar con ellas y de hacer figuras como los hombres, los caballos dibujarían las imágenes de los dioses semejantes a las de los caballos y los bueyes semejantes a las de los bueyes y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo”.[iv]   

Esto de la existencia de Dios es como el que dice una mentira y trata por todos los medios de sustentarla, hacerla creíble. Al principio inventó el hombre muchos dioses. En eso fueron expertos los griegos y los romanos. Zeus era el dios superior, pero también crearon el dios del amor, el dios de la lluvia, el dios de la guerra, el dios de la abundancia, etc, etc. Siglos después, crearon uno solo: Dios.

A este invento humano le adjudican una serie de características. Algunas: Dios es trascendente. Es decir, estaría más allá de la existencia y de la no existencia. Los teístas afirman que Dios es distinto del universo. No se puede pensar con las mismas propiedades con la que pensamos los demás seres que hacen parte del universo. ¡Vaya qué creación humana tan fantástica!

Otra característica que le adjudica el hombre a Dios es la siguiente: Dios es inmanente. Contrario a la anterior característica. Este grupo de teístas considera que Dios es el universo. O sea, todo lo que existe es divino. Esta postura se llama: Panteísmo. Es decir, todo existe en Dios. Uno de los grandes defensores de esta forma de pensar es Baruch Spinoza. Así para el panteísta le resulta fácil  demostrar la existencia de Dios utilizando silogismos. Por ejemplo: El Universo es Dios, el Universo existe, por lo tanto, Dios existe. Juego lingüístico para engañar incautos e iletrados o letrados con incapacidad de pensar y razonar.

Otro texto que arrojó luces para superar la prehistoria fue: “Fundamentos de Filosofía” de V.I. Afanasiev. Este libro es una joya para los primíparos en filosofía. Cayó en mis manos gracias a mi hermano Gustavo que me lo regaló en un festival nacional del semanario Voz Proletaria en Bogotá. “Este libro – me dijo – no se lee como una novela de Literatura y de un solo estirón, se lee poco a poco, diría frase por frase y se va meditando, pensando en lo que se va leyendo”.

Realmente no pude cumplir con esta advertencia. Una vez me metí en el texto no paré hasta terminar su lectura, como diría Gabo: De cabo a rabo.

Me impresionó el significado etimológico de la palabra filosofía. De origen griego, significa: Filo = Amor y Sophia = Sabiduría. Es decir, la filosofía se encarga del estudio del conocimiento, del saber. Por lo tanto, usted y yo somos filósofos potenciales, porque amamos y queremos el conocimiento, el saber.  

Aprendí en las primeras de cambio una categoría filosófica: El Ser. ¿Qué es? Sin rodeos: Es una categoría filosófica. Para el filósofo idealista el Ser es Dios y para el materialista el Ser es el hombre en función social.

En esta filosofía de Afanasiev parte del considerado: “Problema fundamental de la filosofía”. Dice que todo sistema filosófico debe resolver este problema para poderse ubicar en un campo o en el otro. Y para resolver este problema filosófico hay que considerar dos aspectos básicos: Lo primario y la capacidad de conocer el mundo.

El universo es material e inmaterial. Material como qué: Una roca, un árbol, el hombre, etc. Inmaterial, como la rabia, la alegría, el movimiento, el pensamiento, etc. El ser humano está formado de: Materia y Conciencia. Materia es la parte física, corporal y la Conciencia es la parte inmaterial, lo que no vemos pero percibimos, como la alegría, la tristeza, el amor, el odio, la ira, etc.

La gran pregunta es: Qué es primero: La Materia o la Conciencia. Como resolvamos este interrogante nos ubicaremos o en el campo materialista o en el campo idealista. Responder, entonces este interrogante no es tarea sencilla. Los que sostienen que primero fue la materia, la cual viene evolucionando permanentemente durante siglos y siglos, no es creada, sino evolucionada, se ubican en el campo del materialismo. Por su parte, los que sostienen que primero fue la idea (Dios) y después la materia, fruto de la creación, son idealistas.

Todo sistema filosófico debe resolver este interrogante. El otro aspecto tiene que ver con el Conocimiento (Cognoscibilidad del mundo), algunos idealistas sostienen que el ser humano no es capaz de conocer realmente el mundo con sus conocimientos. Son llamados: Agnósticos (Del Griego: A = Sin y Gnosis = Conocimiento) y otros idealistas sostienen que sí.

En estas corrientes filosóficas la disputa es violenta y hay que estar preparados para dar el debate. El materialismo se apoya en la ciencia; el idealismo en la fe y la fe, dice Rius, es la negación a todo razonamiento científico. El materialismo enseña que todo ha sido fruto de la evolución durante millones y millones de años.

Una teoría: El Big Bang, señala que el universo es fruto de una “gran explosión”, esta se generó en una partícula infinitamente pesada sometida a una gran temperatura. Fue tan alta la energía interna que explotó. Se llegó a esta conclusión gracias a los estudios científicos del gran físico Albert Einstein, quien dedujo que el tiempo y el espacio son dimensiones curvas. Dice Adela Cortina: “De acuerdo con esta teoría, el universo comenzó siendo infinitamente pequeño e infinitamente denso, con una temperatura próxima a los 10 elevado a la 30 potencia de grados Kelvin. Pasados unos minutos, la temperatura descendió a mil millones de grados y permitió la formación de los primeros núcleos de hidrógeno y de helio. Con el paso del tiempo, al descenso de la temperatura y la concentración de la materia permitieron la formación de las galaxias primitivas. En ellas se formarían nubes más pequeñas de hidrógeno y helio que se concentrarían y girarían debido a su propia gravedad, dando lugar a las estrellas. Nuestro sol, una estrella de segunda o tercera generación, debió de formarse así, hace unos cinco mil millones de años, a partir de una nube de gas que contenía los restos de supernovas anteriores. La tierra y los demás planetas debieron de formarse hace unos cuatro mil millones de años a partir de la acumulación de elementos pesados de esa nube”.[v]

Paso a paso se corrobora que Dios es creación humana. Ni una sola teoría científica sostiene que el universo es fruto de la creación. Ese concepto queda a la simple especulación del idealista que con extrema ignorancia u oportunismo insiste en estos cuentos de hadas. Ignorancia porque hay desconocimiento científico y oportunismo porque la clase social dominante en el capitalismo utiliza todas estas creencias para alienar al pueblo y así explotarlo fácilmente. Ese cuento bíblico que dice que es mejor perder este mundo que la eternidad, tiene bloqueado a mucha humanidad de luchar por sus reivindicaciones justas y humanas, pues ha preferido soportar la explotación sumisamente con la esperanza ingenua de un mundo sobrenatural, el cual como es lógico, no existe, por cuanto todo cuanto existe es natural, nada hay sobrenatural.

El fundamento de Dios es la ignorancia y el miedo. Surge en el momento en que el hombre no se podía explicar por qué se sucedían los fenómenos. Al no saberlo supuso que había una fuerza sobrenatural. Ese pensamiento especulativo ha ido cediendo en la medida en que la ciencia se desarrolla. 

El otro aspecto, tiene relación con el miedo. Toda una parafernalia alrededor del miedo ha montado las distintas religiones y sectas religiosas para tener esclavizada a su feligresía o rebaño. El diablo y la eternidad, el cielo y el infierno, el pecado y el purgatorio, la salvación, etc. Son inventos del hombre para subyugar y explotar a sus congéneres.

Carlos Marx es contundente al respecto. En la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (otro filósofo), Marx fija su criterio argumentado sobre el tema, rechazando la argumentación de este filósofo que era lo máximo de la época. “El hombre que ha encontrado sólo el reflejo de sí mismo en la fantástica realidad del cielo, donde buscaba un superhombre, no se sentirá más dispuesto a encontrar sólo la apariencia de sí mismo, sólo la negación del hombre, donde indaga y debe buscar su verdadera realidad”.[vi]  

Así las cosas, concluye enfáticamente considerando el fundamento de la crítica religiosa: “El hombre hace la religión, y no ya, la religión hace al hombre”. Era un batatazo impresionante que el filósofo Carlos Marx le propinaba no solo a Hegel, sino a todos los filósofos preocupados por sustentar la idea de Dios. Demostraba claramente que es el hombre, el ser humano, quien tiene la capacidad de crear a Dios y no al revés como se ha venido imponiendo sobre montañas de mentiras, amenazas y crímenes de lesa humanidad.

Agregaba el gran filósofo alemán, nacido en un pequeño pueblito llamado Tréveris: “Verdaderamente la religión es la conciencia y el sentimiento que de sí posee el hombre, el cual aún no alcanzó el dominio de sí mismo o lo ha perdido ahora”.[vii]  Ya había hablado de que el hombre es materia y conciencia. Así que no hay aquí nada sobrenatural, simplemente la religión es un invento humano.

El hombre es un ser concreto, no es abstracto, señala Carlos Marx. Existe en sociedad, en Estado. Pues bien: Esta Sociedad, este Estado crea la religión. Recuerde que Constantino le propuso a la secta cristiana nombrarla religión oficial, si le ayudaba a vencer el enemigo y ésta aceptó complacida.

La primera ingenua explicación del universo se dio a partir de la religión. Por eso dice Carlos Marx con cierta ironía: “La religión es la interpretación general de este mundo, su resumen enciclopédico, su lógica en forma popular, su exaltación, su sanción moral, su solemne complemento, su consuelo y justificación universal”.[viii] Mientras el hombre no podía explicarse algún fenómeno recurría a la religión, a ese Dios creado por él.

La religiosidad entonces, es la ausencia de conocimiento científico, es la miseria intelectual, la oscuridad, que genera sumisión y plena abyección a la clase dominante. Es creación humana. Dice Marx: “La religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin razón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo”.[ix]

Afirma: “La eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad real. El estímulo para disipar las ilusiones de la propia condición, es el impulso que ha de eliminar un estado que tiene necesidad de las ilusiones. La crítica de la religión, por lo tanto, significa en germen, la crítica  del valle de lágrimas del cual la religión es el reflejo sagrado”.[x] La realidad dramática y dolorosa que vive a diario el pueblo con su pobreza y humillación de la gran burguesía, se suaviza con la religión al presentarle un presunto mundo eterno pletórico de felicidad. Pero, todo en realidad es ilusión, falsedad de toda falsedad. La religión no genera felicidad real, genera superstición, ilusionismo vacuo, alienación y enajenación. Es tal la enajenación que el mendigo vive preocupado por el alma de los explotadores, la gran burguesía. Cree el cuento bíblico de que más fácil pasa el camello por el ojo de una aguja que un rico salvarse. Sufre por la clase opresora, sus verdugos.

Criticar la religión es batallar por la libertad del ser humano. No es empresa fácil por su poderío, su capacidad de mentir y el analfabetismo de la humanidad. Dice Marx: “La crítica de la religión desengaña al hombre, el cual piensa, obra, compone su ser real como hombre despojado de ilusiones, que ha abierto los ojos de la mente; que se mueve en torno de sí mismo y así en torno de su sol real. La religión es meramente el sol ilusorio que gira alrededor del hombre hasta que éste no gire en torno de sí mismo. La tarea de la historia, por lo tanto, es establecer la verdad del acá, después que haya sido disipada la verdad del allá”.[xi] La filosofía tiene esa misión histórica de generar tal metamorfosis en la especie humana, señala Carlos Marx.

El cambio es doloroso y emocionante 

No hay hecho más complicado y doloroso que el cambio. Éste no se da ni de buenas a primeras, ni fácilmente. Es todo un proceso dramático con avances y retrocesos. La ruptura trae consigo dolor, lágrimas e incertidumbre. Tampoco se da de una vez. Implica lucha, sacrificio y heroísmo. Erradicar el analfabetismo – por ejemplo – no es actividad fácil, que se resuelva de la noche a la mañana. Es una actividad dispendiosa. Incluso, no se puede decir que por el simple hecho de pasar por los estrados universitarios, el ser humano se libera de tanta superchería fácilmente. Hay quienes demuestran que no pasaron por allí, sucedió al revés: Los estrados universitarios pasaron sobre estos individuos. Su forma de pensar los delata. Un cirujano me dijo al intervenir a mi hermano: “Todo depende del que está arriba y señaló el firmamento”. Yo le contesté: “Doctor, creo en usted como profesional y en la ciencia, en nadie más”.

Liquidar una mentira, una falsa creencia, que ha sido impuesta a sangre y fuego durante más de 21 siglos, no se da de la noche a la mañana, máxime cuando ésta está arraigada en mentes que no han tenido la posibilidad de ir a un claustro educativo y, además, tiene esta mentira como una esperanza y un consuelo en medio de tanta tragedia y desolación que ofrece el sistema capitalista. No resulta fácil entender que la religión es una especie de columna que sostiene la clase dominante y explotadora. Ninguna religión defiende a sus prosélitos; los adormece para que no reclame sus derechos sociales, económicos, políticos, culturales y ambientales. Defiende – por el contrario – la clase dominante, sus intereses de clase. Las religiones tuvieron primero a favor de los esclavistas, después de los feudalistas, después de los capitalistas… “Su misión es atontar”, dice el escritor Rius.

Se dice que los ateos son “materialistas”, es decir, inhumanos, sin corazón y llenos de crueldad. Es la calumnia de las religiones para defender sus oscuros intereses. Sea dicho: Mientras las religiones sean un gran negocio económico y sean para amaestrar y enajenar al pueblo, existirán y en gran cantidad. Una vez se supere estos dos aspectos, desaparecerá de la conciencia humana, porque el pensamiento racionalista, humano, se impondrá.

No hay más humano que el materialista, el científico, el comunista. Son optimistas, humanistas, solidarios y están dispuestos a dar la vida por los demás. El Che Guevara dio su vida por los demás; el padre Camilo Torres Restrepo, monseñor Arnulfo Romero, Manuel Marulanda Vélez, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, Wilson Saavedra, Jerónimo Galeano, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Manuelita Sáenz, etc, etc.

Es mentira calumniosa decir que el teísta es buena persona y el ateísta malo. Al contrario. El teísta se fundamenta en la mentira y el ateísta en la verdad, en la justicia y en la paz con justicia social. “El mundo patas arriba”, diría el escritor uruguayo, Eduardo Galeano.

¿Cómo manejar esta creencia con el pueblo?

De todas maneras, creer o no creer es un tema personal. El mismo Carlos Marx, lo dijo: “No se trata de interpretar el mundo únicamente, de lo que se trata es de transformarlo”. En esta cruzada, se necesita el apoyo de creyentes y no creyentes. O sea, teístas y ateístas. La humanidad vivió el tránsito del feudalismo al capitalismo, ahora se encuentra en el tránsito del capitalismo al socialismo. En este hermoso y duro proceso, se necesita de los teístas que no han podido superar este estado de ignorancia, por cuanto dice Marx que todo proceso teórico se resuelve en la práctica. La verdad lo hará libre más temprano que tarde. Por eso es necesario decir y hacer y esto solo lo hace el científico, el idealista solo dice. Así, yo he creado a Dios y no Dios a mí.

Sin embargo, una cosa es la teoría y la otra la práctica. Todo indica que entre esta y aquella hay una distancia, no fácil de manejar y asimilar. En ese contexto, bueno resulta preguntarnos: “¿Cómo manejar este problema de la existencia o no Dios con el pueblo analfabeto y crédulo en el capitalismo e incluso, en el socialismo? ¿Cómo actuar para no generar una ruptura estéril, un abismo infranqueable entre ateístas y pueblo? ¿Cómo usar este concepto de Dios en la construcción de la sociedad socialista?

Si partimos de la idea de que el mundo anda como es y no como quisiéramos que anduviera, podríamos encontrar algunos elementos para ir resolviendo de la mejor manera la gran contradicción entre la ciencia y la creencia (fe). Contradicción, dicho sea de paso, imposible de conciliar. Afanasiev dice que donde hay materia no puede haber espacio para Dios. Lo que se propone aquí es cómo manejar esta realidad concreta con el pueblo para avanzar en el proceso de liberación de creyentes y no creyentes.

El cura Frey Betto, propone no dividir la sociedad entre creyentes y no creyentes, lo considera una división absurda y poco productiva. Propone: Dividir la humanidad entre partidarios de la vida y partidarios de la muerte. Quien lucha por la justicia social, por la revolución (cambio), lucha por la vida. Quien lucha por el dinero, la burda explotación del hombre por el hombre en todas sus formas y manifestaciones como decía Fidel Castro Ruz, es partidario de la muerte. Así, quien lucha por el Socialismo, lucha por la vida y quien lucha por el capitalismo, lo hace por la muerte.

Desde esta perspectiva, el mensaje de Jesús ha sido tergiversado por la alta clerecía y por el capitalismo. Todas las religiones se han convertido en un negocio y en método de alienar, enajenar, para que el pueblo, la masa, no piense, sino que repita maquinalmente lo que sus jerarcas quieren que el pueblo repita. ¿Y, qué quieren esos jerarcas que el pueblo sumiso, el rebaño repita? Sumisión, sumisión y sumisión. “La sumisión es agradable a Dios”, suelen decir con sumo aspaviento y desparpajo.

Quien ha logrado burlar o superar esa dictadura teológica, se encuentra con un Jesús humano, que llora, se indigna, sufre y siente abandono total por parte de su padre. Un ser humano que luchó por cambiar la realidad de entonces y por eso fue asesinado, crucificado y torturado como era costumbre en su época.

Fue, entonces, el primer revolucionario que piso tierra, luchó por la justicia social y la igualdad entre los hombres, al extremo de dar su vida y morir colgado del madero salvajemente. La clase dominante de la época, hábilmente convierte esta gesta heroica en algo sobrenatural para quitarle así todo rastro de contenido social, político y realidad al servicio de las muchedumbres descamisadas y explotadas. Rius sostiene que hay registros periodísticos de la época que hablan del Justiciero que luchó por su pueblo y murió también colgado de la cruz. En cambio de Jesús, no se dice nada.

Es más: En este período histórico se imponía la ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente. La ley del más fuerte. A una agresión la respuesta era otra agresión más violenta. Este Justiciero (¿Jesús?), impuso una ley totalmente contraria: La ley del amor y del perdón. Es decir, el uso de la razón para resolver las contradicciones, utilizando para ello, el Diálogo y la Paz. Semejante norma para eliminarla e inutilizarla, la clase dominante la elevó a divinidad.

Resumiendo: El ser humano debe reconocer la materialidad del planeta, la naturaleza y la sociedad humana, su proceso evolutivo ininterrumpido, con avances y retrocesos; igualmente, debe comprender que el proceso de conocimiento científico no se da de una vez, sino que también es un proceso con avances y retrocesos, que el ser humano va asimilando. De esa sociedad humana, el comunista debe tener claro y superado conscientemente la idea de Dios. La debe utilizar para unir y no para desunir. Generar un cambio social y la construcción del Socialismo. Recordemos: Creer o no creer es decisión individual de cada persona y eso no nos debe dividir, sino aceptar en la diversidad y pluralidad ideológica y religiosa. Una simple idea no nos puede dividir y menos enfrentar. El único enemigo de la sociedad es el sistema capitalista y contra él hay que estar unidos: Creyentes y No Creyentes. Superado este galimatías, gracias a la ciencia y el pensamiento marxista y leninista, no estoy interesado en que usted a la fuerza abandone sus creencias fantasmagóricas, sino que asuma una postura crítica y sobre todo, unitaria, porque en verdad la idea no es enfrascarnos en una discusión bizantina si hay o no hay Dios, la discusión debe girar en cómo nos unimos para cambiar este régimen tal salvaje e inhumano. FIN.  

[i] Filosofía I. Santillana. Federico Guillermo Serrano López y otros. Página consultada 105.

[ii] Ibíd. Página consultada 105.

[iii] Ibíd. Página consultada 180.

[iv] Ibíd. Página consultada 126.

[v] Ibíd. Página consultada 107.

[vi] MARX. Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel. Ilustraciones de: Yuldor Lizarazo. Teoría & Praxis. Primera edición: Abril de 2019. Página consultada 3.

[vii] Ibíd. Página consultada 3.

[viii] Ibíd. Página consultada 3.

[ix] Ibíd. Página consultada 4.

[x] Ibíd. Página consultada 4.

[xi] Ibíd. Página consultada 4.


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