miércoles, 10 de enero de 2024

Bruja roba media calcetín en Anzoátegui


 Por Nelson Lombana Silva

Mi madre decía que no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay. Y relataba que cuando vivía a la orilla del río de la vereda Riofrío, casi todas las noches la visitaban y hacían ruido estridente en el caballete de la casa no dejándola dormir. Le daba mucho miedo, pero contra su voluntad, se veía precisada a vivir en esas condiciones, porque mi padre viajaba con frecuencia con sus amigos a jugar los gallos finos de pelea. Era su entretenimiento favorito al igual que la cacería.

Quizás, en el siglo pasado era muy frecuente el tema, el cual se debatía en cafetines, contándose historias horrorizantés. El tema se confundía con las adivinas que tenían el don de la clarividencia, la capacidad de prever el futuro. Se hablaba entonces de las adivinas y las pitonisas. Lo curioso es que estas creencias no eran exclusividad del pueblo supersticioso, analfabeta y crédulo. Germán Castro Caycedo, el famosísimo escritor colombiano, escribió un libro llamado: “La bruja”, en el cual relata que había presidentes de la república que tenían sus adivinas de cabecera y acudían a ellas con bastante frecuencia.

Pero, hablar de brujas en el siglo XXI resulta demasiado anacrónico, un siglo iluminado por la ciencia y los asombrosos descubrimientos en distintas áreas del conocimiento como que riñe con el tema de la brujería. Sin embargo, todavía hay personas que hablan del tema con la firme convicción de que han existido, existen y existirán. Ni la ciencia, ni los descubrimientos mágicos, los han hecho cambiar de parecer. Al parecer, el tema se incrusta en la cultura, sobre todo popular del pueblo colombiano. Los medios de incomunicación alimentan con frenesí el tema. Los pueriles programas, sobre todo radiales, producen hilaridad y a su vez, impotencia. “Yo le hago regresar a su ser amado en 48 horas, lo ligo para que le ruegue de rodillas, lo hago millonario, le doy los números ganadores del chance y la lotería, le adivino su problema con solo mirar la planta de su mano, le digo con certeza cómo va a terminar el gobierno del cambio del presidente Gustavo Petro, etc. etc.”.

“Bruja roba $20 mil pesos en Anzoátegui”

La revista bimestral con licencia del ministerio de comunicaciones, número 373 de abril 29 de 1994, marzo – abril de 1997, publicó un artículo en el cual relataba que una bruja le habría robado a un parroquiano la suma de $20 mil pesos y que la victima había colocado el caso en manos de la inspección de policía para que se investigara, se detuviera la bruja y el dinero fuera devuelto a su dueño.

La noticia causó revuelo en el país y muchos medios, hasta de la oligarquía, retomaron la información y la difundieron con cierto aire sensacionalista. Según el denunciante, don Eugenio Bautista Vergel, 87 años de edad, sindicaba a la bruja Esther, quien hacía una década le venía haciendo la vida imposible, primero a su mujer y ahora a él.

Desconcertado el inspector de policía de ese entonces, acogió la denuncia, una vez le leyó los artículos 285 y 27 del Código de Procedimiento Penal y 166 y 167 del Código Penal, que lo obligan a decir la verdad bajo la gravedad del juramento.

El afectado le relató detalladamente a la autoridad la forma como perdió su dinero. El inspector le preguntó que, si la había visto, a lo cual contestó: “No porque eso lo privan a uno para poderlo robar. Yo creo que esa señora es una bruja. Es de baja estatura, es evidente a una guala”.

Desaparece una media calcetín

Durante las festividades de año nuevo, al parecer nuevamente aparece en escena el tema de la bruja, en esta oportunidad robándose una media calcetín color azul. Por supuesto que en este caso el tema no fue ventilado en la inspección de policía, pero sí comentado en familia con gran hilaridad. Me acosté a las dos de la mañana del primero de enero de 2024, después de tomar varias aromáticas, una copa de vino y saborear cualquier cantidad de exquisitos buñuelos y tamales, al lado de una parte importante del núcleo familiar. Nunca había pasado estas festividades tan sobrio como en esta oportunidad, pues, todo el núcleo familiar se había solidarizado con la salud de mi hermano.

Dormí apaciblemente en un cuarto rectangular, en un camarote. Desperté al filo de las seis de la mañana. Al vestirme, noté que faltaba una media calcetín, comenzando la búsqueda exhaustiva. Tenía la plena certeza que nadie había entrado al cuarto. Duré casi una hora buscándola en un radio de un metro cuadrado. Derrotado no quise hacer comentarios en la familia, tenía como remota esperanza que seguramente la había refundido en la maleta oliva. “En la finca la buscaré”, pensé.

Cuán fue mi sorpresa que al buscarla con meticulosidad en la finca no la hallé. Llamé a mi cuñada y le hice el comentario. “Debe estar por ahí refundía”, me contestó. Al otro día, de paso para la vereda El Fierro, entré a preguntar por la salud de mi hermano y de paso comenté sobre la pérdida del calcetín. Mi cuñada me acompañó al cuarto y después de escuchar mi versión, buscó animadamente. “Pareciera que una bruja se la hubiera llevado”, comenté con sorna. Mi cuñada sonrió al decir: “Es frecuente que se pierdan cosas misteriosamente de este cuarto. Antes se perdían con mucha frecuencia ropa interior y brasieres de las muchachas. Incluso, una hija perdió una chaqueta”. Volvió a sonreír. “No es raro que su media haya corrido la misma suerte”.

Resignado a la pérdida, pensé en botar el otro calcetín, pensaba que no tenía sentido conservarla. Pero, me abstuve. “Para algo servirá”, me dije. Al regresar a la ciudad musical de Colombia, cuán no fue mi sorpresa cuando lo primero que saco de la maleta son los dos calcetines. Estaban intactos. Lo primero que hice fue llamar a mi cuñada para comunicarle la buena nueva… No hay que creer en brujas, pero … 

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