domingo, 23 de febrero de 2020

No soy soldado de la patria como dice mi teniente

Por Nelson Lombana Silva

Un cabo segundo del ejército nacional nacido en Anzoátegui (Tolima), ayer fue sepultado en esta municipalidad con todos “los honores militares” habidos y por haber. Una ceremonia que la comunidad no admite y recibe con indignación reprimida. Cuánto más la reacción de sus padres, familiares y allegados. Se lo llevaron rebosante de salud, deseoso de hacer producir la tierra y lo devuelven en un tétrico catafalco, con el cuento peregrino que murió defendiendo la patria y el honor militar. ¿Cuál patria? ¿Cuál honor militar?


Este joven militar, nacido en la entraña de la ubérrima tierra anzoateguiense, cae asesinado por la acción cobarde y miserable de un gobierno apátrida, cuya función es defender a la gran oligarquía, sus intereses de clase, colocando como carne de cañón al pueblo humilde y uniformado. El soldado es pueblo, que se enfrenta a la guerrilla que también es pueblo. Pueblo uniformado concebido para defender el gran capital de los ricos, porque el oligarca es cobarde, no tiene valor para ir al campo de batalla a defender sus intereses, a través del gobierno ordena que sean los pobres los que estén dispuestos a dar su vida por defender dichos intereses de clase.

No hay mentira más grande que decir que el ejército nacional defiende la patria y al pueblo. Si eso fuera cierto, no hubiera permitido la instalación en el territorio nacional de nueve bases militares de Estados Unidos. Tampoco hubiera permitido que se mancillara la Soberanía Nacional de la manera más burda y miserable, donde son los gringos los que mandan y orden sin consideración alguna. En ese sentido, el gobierno colombiano habla español, pero piensa en inglés.

En segundo lugar, ¿Cuál honor militar? No hay institución más desprestigiada en Colombia que las fuerzas militares. La eterna y férrea alianza con el paramilitarismo, la cascada de “falsos positivos”, la cruda represión contra el pueblo, la corrupción galopante, la doctrina del enemigo interno, son el pan nuestro de cada día. No hay institución que más pánico genere en el pueblo que las fuerzas militares. Éstas no están para defender los intereses del pueblo, están para defender los intereses de la clase dominante, los ladrones de cuello blanco que posan de honestos y respetuosos de la Constitución Nacional.

¿Por qué no van los hijos de Santos, Uribe, Duque, etc a empuñar las armas del Estado? ¿Acaso, la guerra es exclusividad del pueblo humilde, trabajador y emprendedor? Tiene razón la senadora de la república, Aída Avella Esquivel cuando dijo que la violencia se acabaría en Colombia cuando le tocara a los ricos ir al campo de batalla. Mientras esto no suceda, la violencia continuará bañando de sangre plebeya los campos y las ciudades de Colombia, y se seguirá presentando cuadros dolorosos como el vivido ayer en Anzoátegui con el funeral de un cabo segundo, en un conflicto que el gobierno nacional niega y desconoce de tajo.   

Los campesinos y los obreros del país no tienen por qué seguir siendo carne de cañón, no tienen por qué seguir defendiendo una clase social que los odia y los detesta, pero que acude a sus servicios con mentiras y falsos nacionalismos e inmensos engaños como ese del supuesto “patriotismo”.

¿Qué se puede esperar de unas fuerzas militares adiestradas por Estados Unidos en la denominada: “Escuela de las américas”? Una enseñanza basada en el odio de su propia clase social y admiración hacia una clase social allá en la distancia, imposible de alcanzar. El grito de las madres debe ser escuchado: No más hijos para la guerra, se requieren hijos para la paz con justicia social. Por eso, lamentamos la muerte de este militar anzoateguiense y señalamos como su directo responsable al gobierno nacional y su política de terrorismo que ha venido implementando en todo el territorio colombiano. No soy soldado de la patria como dice mi teniente. Soy soldado de la gran y corrupta oligarquía nacional, es la cruda realidad.

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