Caricatura, el presagio de Gonzalo Barnachea |
Mientras el catafalco descendía al fondo de la cripta, los asistentes escapaban sus últimas lágrimas y suspiros, expresando con ello no solamente el dolor sino la indignación por la pérdida inexorable del cuadro largamente amenazado. La tarde gris de negro nubarrones anunciaba tempestad huracana, por eso los más distantes amigos y conocidos se apresuraron a regresar a sus casas. Solo un puñado se negaba a hacerlo.
“Yo pensé que era mentira eso de sus amenazas”, dijo uno de ellos refugiándose bajo el almendro. “Yo sabía y se lo dije en muchas veces que se cuidara, pero no hizo caso”, dijo su interlocutor apesadumbrado. “Le faltó pericia para capotear el enemigo de clase”, agregó la esposa de este.
Poco a poco la tertulia improvisada en predios del necrópolis se amplió. Cada quien dijo lo suyo con indignación y frustración. Le agregó su impronta, su opinión personal. “Yo sí no doy “papaya””, dijo alguien apretando sus mantos entre su chaquetón desleído. “Tenía que cambiar las rutas de desplazamiento, cambiar los horarios de salir y entrar a la casa, a la oficina. No mantener solo. No ser tan frentero en sus denuncias”, dijo el más veterano de la tertulia.
“Era gran líder, pero pendejo, ¿Cómo se le ocurre desafiar abiertamente a la oligarquía? Mire: yo soy prudente y tengo amigos y amigas de la misma oligarquía. Incluso, me quieren más los derecha que los de izquierda, por eso, porque soy astuta y no frentera como el compañero. Pendejo, sí pendejo”, insistió la fornida compañera, levantando sus gruesas manos como dos aspas.
“Le dije que se fuera para mi casa y no se le dio la gana, eso buscaba”, agregó el más alto de todos los presentes.
No hubo quien planteara que habría que investigar el origen de su muerte por cuanto a la final podría tener un origen distinto al político. “Todo hay que mirar con objetividad”, dijo. “De todas maneras – dijo otro – de algo tiene que morir el ser humano y el revolucionario de verdad debe tener en cuenta que difícilmente morirá en una cama plácidamente”.
La tertulia se terminó cuando se produjo el primer trueno y el relámpago los iluminó a todos. “Se vino la lluvia”, dijeron casi en coro, tomando cada quien sus destinos golpeados por el dolor y la indignación de perder un cuadro más.
La gran conclusión de la improvisada tertulia era real y certera, clara y concluyente: “El único responsable del crimen era el cadáver que acababa de descender al fondo de la cripta. Sus “errores” los había pagado caro y eso era “normal” en la lucha de los pueblos.
La tormentosa tempestad borró casi que de un solo golpe el incidente. Solo sus familiares lo recordaron algún tiempo más; de vez en cuando les llevaban flores, especialmente geranios rojos y rosas blancas, las cuales se marchitaban rápidamente. Un domingo asistieron pero se perdieron de ruta, el camino se había borrado para siempre.
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