
Así acompañó la comunidad de Anzoátegui el desfile fúnebre. Foto Nelosi
Por Nelson Lombana Silva
Las palabras sabias del eterno comandante revolucionario, Fidel Castro Ruz, que retumban en toda América con ímpetu descomunal al afirmar con claridad meridiana que si la humanidad fuera más justa erigiría más monumentos a los héroes del trabajo que a los héroes de la guerra.
Esta histórica afirmación cae como anillo al dedo en el caso del primo Tirso Lombana Pineda, hombre consagrado al trabajo con reciedumbre, conservando siempre la sencillez y la decencia, en el municipio de Anzoátegui (Tolima), toda su noble existencia compartiendo con estoicismo los vendavales de las vicisitudes y los exiguos momentos felicidad que la situación socioeconómica le reportó. Un ejemplo taciturno que nos enseña con claridad que la humanidad está predestinada a vivir en paz y en armonía.
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| Tirso Lombana Pineda, hombre de trabajo, paz y humildad por siempre. Foto álbum familiar |
Murió el viernes 14 de noviembre de 2025, a la 1:29 de la mañana, en el hospital regional Federico Lleras Acosta de Ibagué, después de luchar valientemente con múltiples enfermedades y vicisitudes, entre ellas, el cáncer de colon y la ceguera por más de 23 años, según contó su hijo que lleva el mismo nombre y que se mantuvo firme hasta el final a su lado, cumpliendo cabalmente su misión de hijo.
El vendedor de dulces ubicado en el parque de las mulas de este hermoso pueblo que tiene como virtud fundamental permanecer gran parte del año envuelto en la espesa neblina, relató con alegría la relación estrecha y sólida entre padre e hijo: “Era admirable la manera como mantenía pendiente del papá, daba alegría. Lo paseaba siempre de la mano, proporcionándole los caprichos, el tinto, el buñuelo, todo lo que solicitaba. El diálogo entre ellos era permanente y fraternal. Un hijo íntegro y fuera de serie”.
Nació en el año de 1939, en este municipio siendo sus progenitores; Floro Lombana y María Concepción, siempre conocida como Concha, Conchita. Prácticamente, se puede considerar que hizo parte de una familia cofundadora de este municipio ubicado en una agreste estribación de la cordillera Central, a 72 kilómetros de la ciudad musical de Colombia, Ibagué.
Heredó con donaire el trabajo del papá, quien era poseedor de una recua de burros, los cuales eran utilizados los viernes para llevar la carne del matadero hasta las famas o expendios del producto. Este día era especial para Tirso, se levantaba bien de madruga, preparaba la recua de asnos y después de un humeante tinto a laborar con entusiasmo y dedicación consciente que de ese trabajo dependía el sustento para sus cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres.
Había en él humildad, honradez y buen humor. Contaba a su hijo Tirso, ya en su ocaso, con orgullo que nunca había conocido una inspección o puesto de policía, porque nunca tuvo problemas con nadie. Él como nunca sabía manejar las contradicciones y las etapas crudas de la violencia bipartidista. Se mantuvo al margen, consciente que vivir era lo más importante.
Manejaba con sutileza el licor. Se hizo famosa la frase de su padre, cuando libaban juntos, al dirigirse al cantinero: “Sirva para todos, para Tirso y yo”. Y como el apodo es tan antiguo como la misma especie humana, sus amigos de época y farra lo bautizaron: “Popo”. Así fue conocido en el paraíso escondido entre las nubes, como dice el escritor Leonel Osorio Cardona.
Esta familia numerosa, por cierto, llegó por estos andurriales procedente de Cundinamarca. Mi padre Joaquín Lombana Méndez, era natural de un pueblito llamado Bituima, jóvenes, radiantes de energía y deseos infinito de vivir, remontaron la agreste cordillera con fino heroísmo, dispuestos a descuajar montaña para cultivar. Mi madre, Blanca Lilia Silva, me contaba que cuando arribaron por estos lares, las casitas eran techadas con hojas de murrapo u otras plantas. La calle era un camino de herradura ocupadas por recuas de mulas que llevaban el café que se comenzaba a producir a Venadillo e incluso, hasta Ambalema. Era espectacular la recua de mulas descendiendo por el estrecho y difícil camino.
Tirso hizo parte de esta generación bucólica que enseñó más con el ejemplo que con la palabra. El trabajo para esta generación era sagrado. Así, pues, el primo Tirso Lombana Pineda, se mantuvo en la primera línea hasta que los quebrantos de salud dieron al traste con esta dinámica de lucha y de trabajo. De esta generación que era numerosa, solo queda una sobreviviente Fidelia, llamada cariñosamente “Bola”.
El último adiós bajo la lluvia taciturna

Sitio de velación del primo Tirso Lombana Pineda, en Anzoátegui, Tolima. Foto Nelosi
El funeral del primo se llevó a cabo el domingo 16 de noviembre a partir de la una de la tarde, en el templo “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”. Una ceremonia sencilla, pero emocionante, con el acompañamiento de un grupo importante de personas que soportó la inclemente lluvia con estoicismo. Durante el desfile fúnebre el pertinaz diluvio fue la constante. Sin embargo, muchos y muchas se arriesgaron bajo sus paraguas y lo acompañaron hasta su última morada.
Los repiques de las campanas del gigantesco templo en estos momentos lúgubres, trajo a mi memoria la célebre obra literaria de Ernest Hemingway: “Por quién doblas las campanas”. Tuve el presagio que no doblaban por mi primo metido cómodamente en el cajón, doblaban por mí. Sin poder evitar el estremecimiento glacial que me produjo la reflexión, contemplé desde el atrio del templo el desfile fúnebre que se fue alejando poco a poco ensopado de lluvia. Pensé entonces en la brevedad de la vida, la necesidad de luchar por la vida y la construcción de una nueva sociedad fundamentada en valores.
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| Cariñoso y respetuoso con los niños era Tirso Lombana Pineda. Foto Álbum familiar |
Gracias primo por existir, seguir siendo un ejemplo de nobleza y de lucha. Gracias a sus hijos que estuvieron pendientes de su padre, especialmente Tirso, porque también es ejemplo para las presentes y futuras generaciones. Seguiremos en la lucha buscando la paz y la justicia social, para todos y todas. Primo Tirso Lombana Pineda: ¡Hasta la victoria, siempre! Paz en su última morada


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