Maestro Carlos Henry Acosta Franco . Foto Nelosi
Vida y obra de Carlos Henry Acosta Franco
Por Nelson Lombana Silva
ISus progenitores
Mis padres fueron campesinos: Él era boguero del río Magdalena. Además, tenía cultivo de plátano. Se veía obligado a navegar por el río porque no había un medio de transporte. Navegaba rio abajo hasta Girardot, donde vendía el producto.
Su padre, mi abuelo, tenía su buena finca. Él se iba y venía a lomo de caballo o en las barcazas y se regresaba a caballo. Como buen campesino solía tomar licor con frecuencia, hasta que se quedó en un caño que hay entre Espinal y Purificación. Había muchas quebradas y en una de ellas, cayó muriendo por ahogamiento.
Mi abuelo era de Purificación. Era un campesino querido por la comunidad. Se llamaba: Domingo. Tenía siete hermanos. Uno de ellos se fue del terruño haciéndose minero y comprador de café, situándose en Cunday. Era adinerado, se dio el lujo de mandar a sus hijos a estudiar a Estados Unidos.
Afortunada o desafortunadamente, siempre la gente se ha dejado llevar por la borrasca tormentosa y subliminal de la publicidad, viendo a los Estados Unidos como “la estrella polar” como solía decir el presidente antioqueño Marco Fidel Suárez.
Yo, por el contrario, pienso que Estados Unidos, a excepción de su pueblo, su gobierno es el mayor terrorista del mundo. Pero si usted no me cree, pregúntele a Noam Chomsky. Él escribe sobre el particular siendo judío – americano, colocando al desnudo la ideología imperialista del denominado “Coloso del Norte”.
Mi madre era natural de Santa Fe de Antioquia. La cruda violencia de la época la desplazó llegando al municipio de Murillo (Tolima); allí, la policía Chulavita, la desplazó nuevamente. Era la violencia clásica de los conservadores pobres contra los liberales pobres, mientras los jefes nacionales de ambos bandos disfrutaban tranquilamente las mieses del poder sin remordimiento alguno.
Quemaron el templo, en razón a que la iglesia siempre ha estado a favor de los conservadores y en contra de los liberales. La iglesia católica nunca ha sido neutral en política, siempre ha estado al lado de la clase dominante, en este caso, el Partido Conservador. Tal así que se solía decir desde los púlpitos: “Matar liberales no es pecado”. Eso lo decía a boca llena el Cura Calderón de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, en Ibagué, en 1950.
Toda la documentación de mi madre fue pasto de las llamas. Sin documentación alguna, salió desplazada para la ciudad de Ibagué, en precarias condiciones. Se llamaba: Dora Alicia Franco, no tenía segundo apellido.
Vivió en condiciones muy difíciles cerca del nevado de Murillo. Estudiaba medio día en la escuela teniendo que caminar por esas estepas con dificultad y estoicismo venciendo el frío glacial y la distancia. Creo que estudió hasta tercero de primaria en esas condiciones tan adversas. Sin embargo, nunca habló en profundidad de su infancia. Nosotros no conocemos realmente nada de esa infancia tan dura por la situación económica y la violencia bipartidista.
Llegó a Ibagué a trabajar en oficios domésticos, como le ha tocado, históricamente, a la mujer campesina de este país tan desigual e injusto por causa de la clase dominante. Trabajaba con un boticario famosísimo llamado David Calderón, que tenía su consultorio sobre la calle 15. Era juiciosa, honrada y muy trabajadora. Se ganaba fácilmente el aprecio de sus patronos.
Mi abuelo solo tenía primero o segundo de primaria. Tenía una finca de casi cien hectáreas, a la orilla del río Magdalena. Fue una fortuna que se esfumó al no saber manejar la contabilidad. Mal gastó su fortuna en licor, en los malos negocios y en los préstamos. No tuvo una asesoría por parte del Estado, mucho menos un apoyo ideal y oportuno. De esa finca no heredamos nada. “Lo que el viento se llevó”, como diría Margaret Mitchell.
Ni siquiera quedó el resquicio para reclamar esas tierras, tampoco las garantías mínimas. Todos sabemos que reclamar en Colombia implica colocarse en la espalda la lápida, pues estamos a merced de un Estado corrupto y mafioso protegido por el paramilitarismo, el militarismo, la delincuencia común de cuello blanco. El pueblo de esa época estaba entre la chusma (Liberal) y la chulavita (Conservador), eran grupos paramilitares, entrenados y financiados por el mismo Estado para hacer el trabajo sucio de matar, sembrar el terror y desplazar.
Hay que decir con suma franqueza y conocimiento de causa que quien ha estado desde la penumbra moviendo los hilos invisibles del poder y desarrollando esta política de terrorismo de Estado, son los Estados Unidos. Nada se mueve en Colombia hasta ahora sin el consentimiento de los gringos. Alguien dijo jocosamente: “La clase gobernante colombiana habla español pero piensa en inglés”. Alfredo Vásquez Carrizosa, presidente del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos y ex ministro de asuntos exteriores, dijo claramente que Estados Unidos y su presiente John F. Kennedy, se esforzó en transformar nuestro ejército nacional en brigadas contrainsurgentes, admitiendo plenamente los escuadrones de la muerte (Paramilitares), en el marco de la Seguridad Nacional y el enemigo interno. Es decir, la violencia paramilitar fue orientada directamente por Estados Unidos en cabeza del general gringo, William Yarborough. No lo digo yo solamente, lo dice Noam Chomsky.[i]
Actualmente, este sistema imperialista se ha convertido en el cáncer de los pueblos del mundo. Mire usted: El Libertador Simón Bolívar, con su oceánica visión universal pudo develar los intereses egoístas y económicos de este sistema, contra los pueblos americanos: “Pareciera que los Estados Unidos estuvieran predestinados por la Divina Providencia a plagar de miseria los pueblos en nombre de la libertad”, dijo en 1826. Este es, indudablemente, un pensamiento profético, terriblemente realista que hoy estamos viviendo todos y todas. Es más: Los judíos viven invadiendo las tierras de los palestinos. Ahora impusieron la capital en Jerusalén con el visto bueno de Estados Unidos. Este país tiene sus tentáculos clavados en distintas regiones del planeta.
Mi mamá vivió conmigo hasta cuando cumplí los 37 años de edad. Siempre viví en la casa acompañándola. La casa estaba ubicada en la calle 20 entre carreras sexta y séptima. Esta calle tenía una particularidad y era que llegaba gente desplazada por la violencia bipartidista prácticamente de toda la región. Recuerdo los godos de Colombia (Huila), Anzoátegui (Tolima), Rovira (Tolima), y los liberales del Fresno (Tolima), entre otros. Claro, también había desplazados de filiación liberal, porque como he venido diciendo esta violencia fue entre conservadores pobres contra liberales pobres.
Mi padre era gaitanista. Se consideraba enemigo del Estado. Tenía una barbería. Era un liberal demócrata. Aceptaba a la gente. Buscaba por todos los medios solidarizarse con esas personas campesinas y humildes caídas en desgracia por obra y gracia de la clase dominante. Les hacía descuentos y ayudaba de alguna manera en su formación intelectual para que el pueblo entendiera el origen de la violencia. Era un político empírico y crítico del Estado bipartidista. No era ambicioso. Por el contrario. Servía incondicionalmente y de la mejor manera a todo aquel que lo necesitaba sin contraprestación alguna. Le tocó abandonar el campo, en realidad era un desplazado más. Allí, le había tocado muy duro. Trabajó en los túneles de Las Golondrinas, cerca de Natagaima. Duró un buen tiempo ayudando a hacer estos socavones que eran pagos por los ingleses para pasar el ferrocarril. La norma de ellos era brindarles trabajo durante dos meses, cumplido el tiempo eran despedidos.
Durante ese tiempo de desempleo lo utilizó para aprender la barbería, desarrollando esta actividad con los campesinos del entorno. Cuando se le terminó definitivamente el trabajo, se vino para Ibagué con un capital de $180,oo pesos, comprando la casa en la calle 20, casa que hoy cuesta más de $400 millones de pesos. Era 10 metros de frente por 50 de fondo. Era un hombre muy interesante. Tenía la barbería. Al frente de esta, estaba la antigua Velotax. Así pues, la mayor clientela de mi padre Carlos Arturo era campesina; laboraba en esta actividad, sobre todo, los sábados y los domingos.
Gran lector. Ni corto ni perezoso se leía el suplemento literario de los periódicos de circulación nacional. Adicionalmente, escuchaba con mucha atención a partir de las cuatro de la tarde, las intervenciones por la radio de Jorge Eliécer Gaitán Ayala. Como tenía una memoria prodigiosa, se aprendía la conferencia radial casi en su totalidad.
Al llegar los campesinos el domingo, mi padre les explicaba lo que estaba sucediendo, los planteamientos del doctor Gaitán y el contenido de los suplementos literarios. Su compañero de trabajo era conservador, pero no hacía comentarios, prefería quedarse callado. Sin embargo, era enemigo político de mi padre, no había duda, pues el Estado nos había puesto a odiarnos simplemente por ser liberal o conservador.
El puesto de policía estaba ubicado entre las calles 14 y 15 con carrera tercera. De allí, salía la orden de que los conservadores tenían que cerrar los negocios a las cinco de la tarde, el que se quedaba y se dejara pillar era asesinado. El compañero Sánchez se iba sin decirle a mi papá. Entonces, mi papá seguía trabajando. Una vez llegaron a matarlo, pero como era ágil con la barbera opuso resistencia. Sin embargo, fue herido con la peinilla. Era la tenebrosa policía chulavita venida del departamento de Boyacá impuesta por Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez.
Sucedía lo mismo que hoy sucede con el paramilitarismo como lo decía Jesús María del Valle, cuando le decía al triste célebre ex presidente Álvaro Uribe Vélez siendo alcalde de Medellín: Que entraba gente uniformada y rara, pero el alcalde no se daba por enterado. Uribe cínicamente contestaba que Jesús María no quería a los militares y quince días después, este abogado fue asesinado por el paramilitarismo, en su propia oficina y delante de su hermana.
Por este concepto, este ex presidente considerado el narcotraficante número 82, según censo de la CIA, tiene una deuda por la suma de $7.500 millones de pesos impuesta por la justicia internacional. Uribe, padre del paramilitarismo, es ante todo agente de la CIA, por eso hace y deshace, se burla de la justicia colombiana y sigue campante cometiendo toda clase de fechorías con una supuesta popularidad mediática. ¿Podría usted imaginarse cuánto tiene que pagar este personaje del mal para mantenerse en los primeros puestos, en los medios de comunicación? Es una popularidad falsa, virtual que maneja muy bien estos medios y sus asesores de imagen.
Mi padre era de mediana estatura. Fornido. Buen nadador, se daba el lujo de atravesar a nado el río Magdalena. Buen pescador. Serio. Demócrata y liberal. Así era mi padre. Hablaba permanentemente de Gaitán. Siempre lo consideró una esperanza para el pueblo humilde, secularmente engañado por la oligarquía liberal – conservadora. Se unió con Francisco Galeano Sánchez a defender a los campesinos para que no cancelaran el leonino impuesto de la renta de la tierra (Predios y ejidos), impuesto con el cual el Estado sostiene la burocracia y alimenta los bolsillos de los corruptos de cuello blanco en este país.
Era animoso y charlatán. Tenía facilidad de expresión y de comunicación con la demás gente. Siempre llevaba a Gaitán a todas partes. Comentaba con entusiasmo sus planteamientos y sus propuestas que solía hacer el caudillo popular villanamente asesinado el 9 de abril de 1948 en Bogotá, en el marco del plan Pantomima orquestado por la CIA con el aval de la burguesía liberal – conservadora, como lo demostró el gobierno cubano.
Mire usted: Me ponía a leer el suplemento yo teniendo apenas siete años, cuando naturalmente no leía muy bien, me corregía públicamente ante los campesinos: “Eso no dice así, dice así”. Por cada lectura me estimulaba económicamente con un centavo. Su misión era tener a los campesinos informados de lo que estaba sucediendo no solo en la ciudad, sino en el país. Mantenía bien informado y transmitía esta información a los campesinos sacudidos por la dura violencia y la limitación socio económica. Mantenía pendiente de la actividad política. Estamos hablando de 1950. Era la época dura de Laureano Gómez, Mariano Ospina Pérez, Gabriel Turbay, Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo, Darío Echandía, entre otros. Los padres omnipotentes de la violencia en Colombia.
En el bogotazo, día del asesinato de Gaitán, la ciudad fue incendiada y el pueblo en vez de organizarse para tomarse el poder, se embriagó, dedicándose al saqueo y al pillaje. Eso lo aprovechó el gobierno, que ni corto ni perezoso instaló nidos de ametralladoras contra el pueblo enardecido. El único que intentó organizar las masas fue el joven estudiante cubano, Fidel Alejandro Castro Ruz y el Partido Comunista, pero los esfuerzos resultaron estériles, la anarquía cundió por todas partes. Quizás, esa fue una falla histórica de Gaitán. Al parecer no se preocupó por organizar las masas. Desarrolló un caudillismo y al caer este, todo entró en la más espantosa anarquía. Diferente a lo sucedido en Santiago de Cuba cuando la caída del dictador Fulgencio Batista. El pueblo estaba organizado y sabía lo que tenía que hacer. Ni un saqueo, ni un incendio anarquista, lo dice el comandante Fidel Castro Ruz.
Vi en esta ciudad descender centenares de campesinos blandiendo afilados machetes, vi casas ardiendo, vi mucho dolor en el rostro de campesinos liberales y conservadores. Mi padre, siendo muy liberal gaitanista, no dudó en meter a la casa a muchos campesinos conservadores para proteger sus vidas. En eso no vaciló un instante, consideraba que la vida era sagrada y debía defenderse con decisión y coraje por encima de los colores políticos. A la tesis del odio que ofreció el gobierno, mi padre antepuso la tesis del amor. Siempre consideró fundamental el diálogo, la equidad, la justicia y la paz. En eso no dudó un instante. Es el sueño que seguimos acariciando en este siglo XXI, en el marco de un proceso de paz entre la guerrilla fariana y el gobierno nacional. Sueño que debemos mantener intacto, a pesar de la cruda adversidad y la negativa obsecuente del régimen de cumplir lo pactado en la Habana y firmado en el teatro Colón de Bogotá.
Mi padre colocó la barbería inicialmente en la calle 15, entre carreras cuarta y quinta, al frente de Velotax, como ya dije; era una empresa de carros viejos. Había un chofer que se llamaba Pedro Pablo Contreras. Se hizo gerente de esta pequeña empresa, de la junta directiva, hasta que con miles de artilugios se hizo propietario de ésta. Ni corto ni perezoso se apoderó de las acciones de su cuñado, Mario Hernández, de filiación conservadora.
El servicio de peluquería tenía un costo módico. Mi padre nunca fue ambicioso. El servicio podía costar 15 o 25 centavos. No tenía entradas fijas, prácticamente los días de trabajo eran los sábados y los domingos, días de mercado, los campesinos salían masivamente a comprar la remesa, hacer compras y tomarse sus pocholas.
Ante esta contingencia, mi padre tenía una alcancía donde ahorraba para nosotros poder ir a estudiar y comprar las cosas para la subsistencia. Era muy ordenado. Nunca lo vi tomando licor. En cambio, sí leyendo y manifestando el buen humor, diría un humor fino, sin ofender. De resto era bastante serio.
De esta barbería lo sacaron cierto día con cuentos los enemigos; sospechando pidió tiempo para encaletarse la barbera y colocarse la ruana; ahí en la calle 15, entre quinta y cuarta, lo agredieron a machete. Al parecer no usaron armas temiendo la reacción de la comunidad amiga de mi papá. Él se defendió con la barbera. Los liberales no podían salir a esa hora a la calle, eran asesinados por la policía chulavita. El grueso de los conservadores que sabía la información, se había ido antes del toque de queda. Fue agredido por la policía chulavita, la policía del gobierno conservador que ciertamente sembró el terror en distintas zonas del país, junto a los pájaros que habían llegado del Valle del Cauca.
Agredieron a mi padre simplemente porque era liberal gaitanista, sobre todo porque era un líder, un difusor de las ideas gaitanistas, un soñador de un país posible sin ricos muy ricos y pobres muy pobres. En realidad, mi padre tenía ideas socialistas. Por eso, intentaron matarlo como mataron a más de 300.000 colombianos y colombianas durante el período aciago conocido como la violencia en Colombia o más recientemente el genocidio contra la Unión Patriótica y el Partido Comunista, donde más de 5.000 mil de sus mejores cuadros y militantes fueron acribillados por el binomio militar-paramilitar, conociéndose que quien dio vía libre a este demencial genocidio fue el ex presidente Virgilio Barco Vargas.
Recordemos los hechos terribles de Centroamérica con los Jesuitas al reaccionar contra la intromisión de los Estados Unidos, estamos hablando de 1965, aproximadamente, cuando fueron asesinados seis miembros de esta comunidad religiosa. Eso lo tiene John Kennedy en su haber. Esa política de intromisión en los asuntos internos de los países, ha sido la constante de Estados Unidos. Siempre suele meterse a la fuerza.
Mi padre fue herido en 1951, 1952. Se salvó porque salió corriendo. Era imposible resistir ante una gavilla de malhechores armados de machetes y otras armas. Con su ruana y su barbera se defendió. No lo mataron a tiros porque la gente se daba cuenta. Fue a puro machete. Esos maleantes tenían el respaldo de la policía chulavita. Cometido el atentado corrieron con destino a la estación ubicada entre las calles 14 y 15 con carrera tercera.
La gente conocía de sobra a mi padre, pues él mantenía en contacto directo con ella informando los sucesos políticos que se venían sucediendo en el país, especialmente, los discursos y conferencias de Jorge Eliécer Gaitán.
Esta zona de la ciudad era comercial. La calle 15 era como el centro de la ciudad, muy concurrida. Por eso, no lo mataron. Era conocido del entorno. Era la plaza principal. Entre carrera tercera y primera, prácticamente, estaban todos los negocios de Ibagué.
Esa barbería duró bastante. Creo que hasta que mi papá cumplió 70 años. Viejo y cansado se fue para la casa de la calle 20, allí atendía a sus amigos más allegados sin cobrar un centavo. Por prescripción médica, mi padre demandaba ambiente de tranquilidad y sosiego. Así que los más amigos lo visitaban y él ofrecía sus servicios sin cobrar, más bien los aprovechaba para hablar de la problemática social y política del momento, intercambiar opiniones y compartir información.
Recuerdo a uno de ellos: Álvaro Rodríguez. Era terrateniente. Dejó sinnúmero de problemas. Era sastre, tenía su negocio también en la calle 15. Era joven y estaba desposado con una señora muy bonita. Era astuto, sagaz y conservador; resultó metido de lleno en la política, teniendo la oportunidad de hacer empresas comunales para venderlas especialmente a los profesores. Entonces, formó una cooperativa, luego, un almacén grande, consiguiendo bastante dinero. Tenía cualquier cien casas de su propiedad en esta ciudad. Además, era propietario del edificio más grande de esa época (aproximadamente siete pisos), ubicado frente del antiguo colegio San Lui Gonzaga.
Era un tipo bien presentado: Alto, aprendió muy bien las artimañas del capitalismo. Compraba y vendía tierras, y para no pagar los impuestos no entregaba papeles oportunamente, entonces el juzgado tenía que hacerle un proceso para entregarle sus pertenencias al comprador, porque él no pagaba impuestos, los evadía con triquiñuelas. A la larga, era mala persona, pues le jugaba sucio al erario público.
Era evasor de impuestos. Ahora tiene un problema gravísimo con una propiedad de la calle 19, donde quedaba El Pulpo. Toda esa zona era de su propiedad. Eran zonas verdes. Él tenía la potestad para arrendar y comprar impuestos. Sus abogados andan emproblemados con varias empresas. Pero, era considerado conservador de los buenos porque era adinerado.
Claro, que en conseguir plata le ganó Elías Acosta. Dejó como unas 150 casas de su propiedad en Ibagué. Era un señor del norte del Tolima, que llegó a la ciudad y montó una tienda de abarrote. Después adquirió tierras y fincas. Tiene una finca muy grande en el municipio de Alvarado. Sembraba hasta 500 hectáreas en arroz, producto que lo sacaba al mercado procesado. También tiene una licorera grande en la calle catorce con carrera segunda. Es un tipo bien adinerado. Fue amigo de los políticos y de la justicia. A todos ellos, les organizaba muy buenas fiestas en la finca de Alvarado.
Mi mamá era una mujer de estatura mediana, más o menos, de 1.60 metros, campesina, antioqueña, muy paisa, tenía unas cejas espesas y pronunciadas, era muy trabajadora. En la época en que nos criamos, décadas de los 50 y los 60, era época dura por la violencia, ella hacía crespetas y me ponía a venderlas en la escuela Boyacá, que me quedaba a cuadra y media de la casa. También vendía petróleo, tenía su negocio en el zaguán. O sea, ella era muy dinámica, muy trabajadora, fue una gran mujer.
Hay conmigo cinco hermanos: Uno es licenciado en educación física, profesor, trabajó bastante tiempo en Coldeportes, fue condecorado por un gobernador; la otra estudió para profesora también, la otra no estudió; el otro es un colega, estudio agronomía y trabaja actualmente en el Sena.
Mi mamá era la que más castigaba en casa. Combinaba el regaño con el fuete. Era un solo fuetazo. Mi papá era con el cinturón y con fuerza. Antes de castigarlo a uno le decía por qué lo hacía. Uno lloraba para tratar de conmoverlo, pero era inútil. Le decía: Lleva dos tarjetas amarillas, la tercera es roja. No sé dónde aprendió eso. Nos daba uno o dos fuetazos. Uno no sabía qué hacer, si brincar, llorar u orinarse.
A mí me castigaba muy poco, porque era muy noble y muy dedicado a la casa. ¿Qué lo molestaba? Que uno no estudiara con juicio o que mantuviera en la calle. Ese era la causa principal del castigo. Si uno estaba en casa incluso, sin hacer nada, él no lo tocaba a uno para nada.
Yo nací el 17 de julio de 1942 en la ciudad musical de Colombia, Ibagué. Nací en la clínica Tolima. De allí, fui trasladado a la casa de la calle 20. Soy el mayor de la casa. Siempre estuve con mis padres y mis hermanos, los acompañé hasta los 37 años que me casé y me fui con el segundo hogar, el que tengo actualmente. Como he sido algo de izquierda, nunca quise entrar a la iglesia. Así, soy casado por lo civil, hace 37 años. Eso fue un escándalo. Mi papá tenía similar postura. Lo invitaban al funeral de un amigo y lo acompañaba hasta la puerta del templo. No entraba. Solía decir: “No entro al templo porque el dueño de esta casa no me ha invitado”. Se quedaba en el atrio. No entraba.
Mi papá era muy exigente. Su orden debía cumplirse bien y en el acto. No es como ahora, que los hijos protestan y desobedecen la autoridad de los padres. Tenía una gran virtud: Lo sentaba a uno y le explicaba la problemática detalladamente. No tomaba decisiones arbitraria o individualmente.
Le explicaba a uno detalladamente por qué tenía que estudiar con juicio y dedicación. Decía: “Los pobres que no estudian no pueden tener amigos ricos, y los ricos pueden estudiar o no estudiar porque sus papás les deja harta plata, pero ellos no saben que la plata se acaba, en cambio el saber, no se acaba. Entonces, usted señor tiene que estudiar”.
A mí nunca me dejó practicar la barbería. Quería entrenarme cortándole el cabello a los indigentes y a los pobres del entorno. Quería aprender el arte. Me decía: “No señor, usted tiene que dedicarse es a estudiar y a leer”.
Mi infancia fue una infancia bonita. Lo único que tengo para señalar son dos cosas o anécdotas grandes. La iglesia del Carmen me quedaba a cuadra y media; llegaban los maristas a vacaciones y nosotros teníamos chance de salir a jugar con ellos. Ellos traían muchas revistas de los Penecas y otras. Las escondían cerca de los inodoros, y nosotros las hurtábamos en el menor descuido. En esta cuadra había 35 muchachos, que oscilaban entre los 8 y 15 años; conformábamos dos equipos de fútbol y jugábamos con mucha intensidad. Era divertido. Pero, también de niño tuve que ver cuadros horrorosos de la violencia, decenas de campesinos de Rovira asesinados a manos de los conservadores. Todas esas personas liberales eran víctimas de la policía chulavita, de las fuerzas del mismo Estado, como ha sido la costumbre en Colombia.
Todos esos cuerpos ensangrentados los velaban en la cuadra sobre mesas de madera. Era gente humilde y pobre, no tenían dinero sus familiares para comprarles los ataúdes, entonces los arropaban con sábanas. Se veía caer la sangre en gran cantidad. Una señora caritativa con un trapo la iba recogiendo y la echaba al balde. Yo veía esa escena dantesca. La sábana impedía ver los cuerpos de los muertos. Los curas, que estaban a dos cuadras, no visitaban estos cuerpos a darles una oración, a darles consuelo a sus familiares y colocarlos en gracia de Dios. Les era indiferente. Al parecer su argumento era que no eran hijos de Dios porque eran liberales, los únicos que merecían una oración eran los de sangre azul, los conservadores. El cielo, según estos curas, era exclusividad de los godos. Eso lo escuchaba en el templo del Carmen, siendo niño. Escuché muchas cosas que pienso nunca debieron de haber dicho. Los curas atizaron la violencia contra los liberales desde los púlpitos. Es cierto, lo escuché de niño.
El otro cuadro que me impresionó de niño, fue la cantidad de gente desplazada que llegaba a la cuadra. Entre ellos, William Ángel Aranguren, conocido como “Desquite”. Le asesinaron a su padre que era campesino de Rovira. Le dispararon por debajo del marco de la puerta con fusil para matarlo, calculando que dormía en el suelo, en medio de la cruel pobreza, como si fuera vulgar delincuente. Lo mismo que sucede hoy con los llamados: “Falsos Positivos” (Ejecuciones extrajudiciales).
Sus hijos, entre ellos, William, presenciaron la forma salvaje como su padre fue destrozado por los impactos de fusil. Eso incubó en ellos odio y sed de venganza. El gobierno – por su parte – les hizo un regalo: Los cogió y los mandó a pagar servicio militar. No se dio cuenta que la mamá había quedado viuda y pobre. Ellos eran los que trabajaban para su sustento. Allí, aprendieron la milicia y los peores resabios: A trotar, caminar, matar, meter marihuana, robar. Ser asesino. Eso es lo que se aprende en el Ejército Nacional. ¡Claro, hay excepciones!
Con esa escuela, una vez salieron, siguieron ese mundo turbulento. Asaltaron una bus de Velotax por los lados del municipio de Guamo. William Ángel fue detenido, junto con su hermano Heriberto. El entonces capitán José Joaquín Matallana, los puso presos y en escarnio público frente a la gobernación, violando las más elementales normas del derecho humanitario de los detenidos. Los amarró en un árbol hermosísimo que había ahí, permaneciendo tres días a la intemperie, al sol y al agua sin piedad alguna.
Yo era un niño de diez o doce años. Pasaba por allí y veía este crudo espectáculo que rebajaba toda condición humana a mano de la autoridad que estaba supuestamente para proteger la vida y honra de todos los ciudadanos, sin distinción de color político, religioso o situación económica. Tempranamente, comencé a entender dos cosas: La división de clases y los privilegios de una en detrimento de la otra.
Este cuadro me conmovió. Lloré. Intenté auxiliarlos aunque fuera con agua, pero el capitán Matallana investido de poderes absolutos para hacer el mal, lo impidió. Los curas que estaban de vecinos, tampoco acudieron a prestar solidaridad. Ni siquiera una gota de agua. Comprendí, entonces, que los curas predican pero no practican. Son indolentes. Están de pies y manos a favor de la clase dominante. He vivido cosas tristes, injusticias del sistema gobernante, violencia, cuando debiera imponerse la paz y la justicia social.
Por eso, no dudamos en rechazar la política belicista del ex presidente Álvaro Uribe Vélez y su partido Centro Democrático. Siempre se ha inspirado este siniestro personaje en la violencia, la ha convertido en estrategia para llegar al poder, sobre montañas de crímenes escalofriantes.
Sin embargo, no es Uribe solo. Mejor sería hablar del sistema capitalista. Este sistema económico que se inspira en la violencia, en la corrupción, en el narcotráfico y en la mentira. Colombia necesita una segunda oportunidad sobre la tierra, como la necesitó la estirpe de los Buendía en la novela Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Esa oportunidad no es utópica ni distante, depende de usted, en la medida en que asuma una posición digna y consecuente con su clase social.
Tendrá que suceder en Colombia lo que viene sucediendo en Centroamérica, la gente se ha visto precisada a movilizarse ante tanta miseria y despojo por parte de la clase dominante y la política imperialista de Estados Unidos. El “Pato Donald”, como le digo al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, viene amenazando con asesinar a los marchantes que se atrevan a pasar la frontera en busca de trabajo, alimento y vestuario. No hay en él una respuesta política, ni humana, su respuesta es la violencia contra el pueblo. Sin embargo, seguimos considerando este país como la “estrella polar”, el país de las oportunidades.
Vi el primer cadáver fruto de la violencia a los siete años. Tengo la imagen nítida en mi mente. Eso me marcó de por vida. No lo visitó el cura, la misma comunidad caritativa lo acompañó con sus oraciones. En esa época ser liberal era un peligro. Protestar contra las injusticias que comete a diario el Estado es un peligro latente. Siempre ha sido la constante en este país.
Ese primer cadáver que vi, era un campesino del municipio de Rovira, de un sitio llamado: Los Cauchos. Lo mataron simplemente porque era liberal. No quiso votar en esas elecciones. A la cédula le colocaban un stiker y al no tenerlo era señal inequívoca que era liberal, en consecuencia debía ser asesinado como lo ordenaron los grandes dirigentes conservadores: Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez.
La chulavita bajaba a la víctima de Velotax, la asesinaba y la arrojaba a la quebrada de Los Cauchos. Era vox populi, pero la gente no podía decir nada, el terrorismo de Estado, no es de ahora, ha sido de siempre en Colombia. El periódico de la época, El Cronista, estaba sometido a la censura. Lo mismo que sucede hoy con las grandes rotativas: Solo pasa por allí la versión oficial. O sea, la versión de la clase dominante.
Este cuerpo destrozado lo velaron tres casas por medio de la nuestra. La noticia de que fue asesinado se regó por la cuadra y uno de niño sale a mirar, a darse cuenta. Así fue mi encuentro con este campesino asesinado. Es un espectáculo muy duro ver regar la sangre humilde, ver cómo manos caritativas la recogen y la echan en baldes. Es algo impresionante. Eso me marcó para siempre, me dio motivos suficientes para odiar la violencia bipartidista orquestada por la clase dominante y, fuerzas suficientes para invocar la paz con justicia social. Quedó marcado en mi conciencia la necesidad de buscar la paz y la convivencia, la unidad y la fraternidad.
Comprendí que el elemento fundamental es el diálogo. Dirimir las diferencias usando la razón y el diálogo. Pero también me convencí de la brevedad de la vida. No sé qué piensan los ricos, son como si comieran tres desayunos, tres almuerzos y tres comidas y se cambiaran de ropa 24 veces al día. No sé qué hace la gente con tanta plata. No entiendo eso. Levantar fortunas inverosímiles sobre montañas de crímenes e infamias, fortunas que nunca van a tener tiempo para disfrutarlas en su totalidad. Son seres deshumanizados, avaros e insensibles.
II
La escuela
Yo entré a la escuela a los seis años y medio. La esposa del director de la escuela Boyacá, me daba clases de vez en cuando. Prácticamente, a los seis años ya estaba estudiando. A los seis y medio me recibieron directamente, contrariando la norma del Estado que decía que uno podía entrar a partir de los ocho años. Tuve el honor de salir muy joven de la escuela; pero
la escuela Boyacá era de primero a cuarto, el quinto había que hacerlo en el colegio de los curas del barrio El Carmen, el famoso San José. Ofrecía obras de arte, tipografía, literatura. Era muy interesante el estudio allí. Me recibieron gracias a la vecindad.
Teníamos un cura dogmático y sectario. Nos decía que había que echarle piedra y matar a los evangélicos de la calle trece. Esa era su perorata en las homilías dominicales. Y como era la palabra máxima de Dios, uno creía ciegamente. Yo me apunté en esa odisea. Fui a la trece con ese padre en manifestación silenciosa, asolapada, solo recogiendo piedras para lanzarle a ese templo ubicado en la calle trece con carrera cuarta. Eso me pareció mucha gracia y fui y le conté a mi papá. Me gané una fuetera de padre y señor mío. Ese cura era joven, creo que tenía unos 25 o 30 años, creo que era de apellido Calderón, era el prefecto de disciplina. Ya murió. Debe estar hablando con Dios sus proezas que hizo en la vida. Era pedófilo, el eterno problema de las iglesias, especialmente la católica.
El actual Papa Francisco durante un buen tiempo no lo quise, no me gustaba sus escritos. Lo quise a partir de que se hizo Papa. Comprendí en cierta manera su comportamiento, su bajo perfil y siempre al lado del clero. Si hubiera sido con las ideas que tiene hoy, nunca hubiera podido ser sacerdote y menos Papa.
El director de la escuela Boyacá se llamaba: Luis Rosendo Díaz. Conservador. Era un tipo importante. Muy culto. Su esposa se llamaba: Nina. Ella fue mi primera maestra que tuve. Díaz era alto 1.70 metros, blanco. Era muy respetuoso. Parecía antioqueño, pero era de Colombia (Huila). Nina era una señora muy querida. Creo que era caldense. Era bonita. Delgada. Tuvo dos hijos: Una hija que estudió en la Presentación y se casó después con un médico y el hijo, estudió en el colegio San Simón y se fue después para Bogotá. Se llama: Jesús Díaz, también un gran tipo. Durante el bachillerato se fue, pues tuvo la oportunidad toda vez que sus padres eran de dinero. Durante un buen tiempo vivió esta familia en el barrio Belén.
Mi primer día de clase fue con un profesor muy interesante. Su metodología era jugar. Nos enseñaba a sumar y a restar, botando un balón y pegándole a los conos de hilo, como si fuera juego de bolos. Era ingenioso, con buen don de gente. Destacaba los valores de cada estudiante. El que le gustaba el canto – por ejemplo – llevaba la batuta y el que sabía más ayudaba a corregir. Eran cursos de treinta y cuarenta estudiantes. Esa metodología me estimuló a mí para ser maestro. Después me hice maestro en la Normal Superior de Varones y apliqué con éxito esta metodología de enseñanza.
Yo salí de la escuela a los 17 años de edad. El país necesitaba maestros. Entonces, yo sin haberme graduado y siendo menor de edad, me dieron trabajo como docente. Fui profesor cinco años: Dos años en la escuela Boyacá. Un rector me sorprendió leyendo El Capital de Carlos Marx, sin saber yo qué era eso, como represalia me quitó la estabilidad laboral en la escuela Boyacá y me puso disponible en las distintas subsedes. Me mandó para la brigada, después para la Francia, la Central, que estaba en Belén. Me tocaba a pie, porque buses no había. Presionado así decidí renunciar al magisterio, e irme a validar el bachillerato en el instituto de Ibagué del Padre Hidrobo, quien fue también mi profesor de filosofía. Él me enseñó a no querer los judíos, él no los quería. Me enseñó a ser hombre, porque él siempre hablaba de mujeres y las cosas que hacía con ellas. Era muy avispado. Después fue profesor en San Simón y los muchachos de agradecimiento le subieron el carro a un segundo piso del colegio. La respuesta escueta del cura fue la siguiente: “Bueno señores, eso está mal hecho. Yo como sacerdote los perdono, pero como chofer son todos unos hijueputas”.
El docente supervisor que me sancionó porque me encontró leyendo la obra de Carlos Marx, era de apellido Guzmán. Era bajito de estatura, creo que 1.55 metros. Era godo. Me cogió entre ceja y ceja, me denunció ante el departamento donde estaban los superiores. Entonces, un docente inspector de apellido Rojas, me puso a caminar en Ibagué, a conocer las distintas costumbres y las subsedes. Imagínese: Profesor en la Francia, donde había 1800 estudiantes, 35 profesores, cuando en la escuela Boyacá eran 200 o 250 estudiantes. Después me mandaron para los extremos: Arriba de la brigada, me tocaba ir hasta Moctezuma, escuela pública, donde el señor Guzmán era el director.
Después para la Central, que era otra escuela muy grande. Estando ahí, decidí retirarme y validar el bachillerato e irme a estudiar a la universidad del Tolima Agronomía.
Ese docente me hizo la vida imposible porque escuchó un comentario empírico que hice con otro profesor sobre Carlos Marx. Hablé de Socialismo, la interpretación correcta de la historia y el descubrimiento de la lucha de clases, pero como le digo, sin tener claridad política al respecto. Fue un comentario suelto, diría casi ingenuo. Es decir, no tenía conciencia de lo que estaba diciendo. Pero, este docente sí lo tomó en serio y me hizo la vida imposible, seguramente sin saber qué era lo que proponía Carlos Marx. Yo era muy joven. No cumplía los 17 años. De todas maneras, animado por esta lectura fustigaba a los compañeros docentes, les hablaba de la problemática social y la manera de superarla, del compromiso que se tenía con los estudiantes. A muchos les llegó a incomodar estos comentarios. Me calificaron de disociador.
El libro que me estaba leyendo de Carlos Marx era El Capital, su obra cumbre, lo reconozco hoy. Es un libro científico, una formidable diatriba contra el capitalismo. Lo coloca al descubierto: Su origen, su desarrollo, su transformación en imperialismo y su decadencia, dando paso a un nuevo sistema, el sistema Socialista. Es una obra genial.
Un tema que me llamó poderosamente la atención de esta obra, fue la plusvalía, por cuanto enseña como el capitalismo crece a partir de robarle el trabajo a los obreros. Así comprendí que ningún rico se hace rico honradamente, para hacerse rico tiene que robarle las energías a los trabajadores, que es lo único que tiene el obrero para sobrevivir. Se vende al patrón por necesidad y éste lo explota hasta más no poder y mientras el obrero va envejeciendo y se va haciendo más pobre, el rico se va haciendo más y más rico.
De acuerdo a lo que estamos viviendo, considero que el pensamiento de Carlos Marx no pierde vigencia. ¿Por qué? Porque la explotación del hombre por el hombre, es decir, la explotación del oligarca al pueblo humilde continúa. Pero, de igual manera, la propuesta marxista para destruir este infame sistema y construir el Socialismo sigue vigente. Él habló de la lucha de clases y de la unidad de la clase obrera para tomarse el poder político y construir un sistema con verdadero rostro humano.
No tenía conciencia de lo que estaba leyendo en esa época, pero me defendí, no me quedé con los brazos cruzados. Sencillamente les dije que yo leía bastante y que este hombre hablaba como Dios. “Dios – les dije – habla de paz, justicia, de rebelarse contra la injusticia, de amarse unos con otros, eso mismo dice Carlos Marx con otros argumentos y palabras, pero en el fondo es lo mismo”.
Les recordé que Jesús fue un revolucionario por cuanto la ley que predominaba en su época era la ley del Talión: Ojo por ojo y diente por diente, es decir, predominaba la venganza y la dictadura del más fuerte. Jesús predicó el amor, el perdón y la justicia, la equidad. Por eso, lo mataron. Nada de esto valió. Me pusieron a voltear, me aburrieron y me hicieron renunciar.
Volviendo a la vida de estudiante, en la escuela Boyacá, como ya le conté, hice los primeros cuatro años. Figuré entre los niños destacados, sobre todo por el juicio y compromiso. Además, tenía la venta de crespetas. Era antioqueñado, pero en el fondo me sentía tolimense. Respetaba a los profesores.
A propósito, tuve un profesor muy brillante que se llamaba: Fernando Pérez. Me quería mucho porque era un alumno destacado en el área de las matemáticas. Siempre estaba pendiente de sus clases y hacia las tareas con esmero.
Siempre he sido flaco, de contextura delgada; era ágil para jugar fútbol. Con los 35 muchachos de la cuadra conformábamos los equipos y armábamos los campeonatos. Entre los jugadores contábamos con William Ángel Aranguren, era un jugador “tronco”, pues era campesino, pero de todas maneras, animaba los encuentros. Él tenía otro hermano que se llamaba Heriberto, a él lo mandaron a la Gorgona. Lo volví a ver cuando dicté cursos de ética en el panóptico en la década de 2010. Hecho profesional y, como siempre he sido humano, les he dedicado horas enteras a dictarles charlas a los pobres, a los habitantes de la calle, a la gente del panóptico; les dicto conferencia sobre floricultura. También a los viejitos del barrio El Salado les dictaba conferencias gratis, solo me pagaban el transporte. No he tenido inconvenientes en darle de comer a los habitantes de la calle, sobre todo los viernes, siguiendo un proyecto que viene desarrollando mi hijo que se llama Carlos Fabián Acosta Gil. Él es de profesión psicólogo con maestría en psicología médica, realizada en la ciudad de Santa Clara (Cuba). Es más: Cuando estaba en el barrio La Francia, yo recogía las palomas porque tenía un palomero grande; los muchachos indisciplinados los ponía a partir el maíz pergamino que los niños traían para donar en bolsas. Ellos traían maíz pergamino y sorgo. Tenía una piedra de pilón y los ponía a moler maíz para las palomas.
He de confesar que quiero los animales. Ahora, en mi edad adulta mayor, llevo más de dos años dándole comida a las palomas del barrio La Pola, que es donde yo vivo y en la plaza de Bolívar, frente al palacio municipal. Lo hago todos los días. No solamente les doy comida, también les doy buen trato y las cuido mucho. Cuando el enemigo natural de las palomas, el gavilán, merodea, las palomas no salen de la catedral. Se refugian allí. Claro, los curas tampoco quieren las palomas. Ellas se protegen allí. Ellas son avispadas. Esta práctica de darle de comer a las palomas o a los gatos, me ha generado problemas con la autoridad. Incluso, hay un fallo en mi contra que me impide suministrarle comida, una multa que se acerca al millón de pesos. ¿En qué ciudad del mundo no hay palomas? En Ibagué resulta un delito darles de comer a estos animalitos, al parecer están condenadas a morir de física hambre.
Las clases que me daban en la escuela eran relacionadas con aritmética, sociales, historia y geografía, algo de literatura, educación física y canto. Los profesores no hablaban de política, procuraban ser correctos, vestían de paño. Me destaqué en el área de las matemáticas, pero esto consistía simplemente en aprender a sumar, restar y multiplicar. Era muy sencillo. En la Universidad el rendimiento fue bastante bueno. Muchos compañeros se hacían detrás de mí para que los ayudara en las evaluaciones. Eran cinco problemas de topografía y yo hacía dos extras y se los pasaba para que los copiaran. Eso era un cuento. Un compañero más brillante que yo se hacía para un lado y todo mundo se corría para allá y el otro grupo detrás de mí. Era divertido. Eso se hacía antes que el profesor entrara. Generalmente sacaba entre 4.5 y 5.0. Una vez le ayudé a un compañero y el profesor pensó que yo estaba copiando y me puso 2.0. El compañero intervino y le dijo: “Él es el que sabe, profesor”. Pero el docente contestó seco: “No señor, tiene 2.0 porque le pasó la chiva o porque copió”. Me marcó 2.0.
La educación física era muy rudimentaria, era correr, trotar y jugar, especialmente fútbol. No había profesores licenciados en educación física, pues para hacer una licenciatura había que ir hasta Bogotá, a la Universidad Nacional. Todo era muy complicado. Igualmente, para estudiar medicina, ingenierías, eran carreras que había que estudiar de día. El único que podía estudiar de noche era el abogado. Por eso salía tanto abogado. Esa carrera era nocturna y las demás diurnas. Yo fui a estudiar a Bogotá, a validar el bachillerato en el Moreno y Escandón. Terminada esta etapa comencé mi carrera en la universidad del Tolima. Por eso me quedé en Ibagué. Además, porque no era solvente económicamente.
Era un estudiante normal. Había estudiantes muy estudiosos y destacados y uno intentaba hacer parte de ese grupo. Había niños muy pobres que no podían estudiar, entonces, uno tenía la oportunidad de explicarles. No tuve esa virtud de ser brillante en todo, porque uno era recochero, el chiste, tomar del pelo, ser dibujante, cualquier cosa. Yo a los siete años era dibujante de lápiz, por ejemplo.
Y, a los 42 años de edad, pasé a ser pintor de brocha gorda al óleo. El que me metió en este cuento fue el gran maestro Rosendo Gil Sanabria, que era escultor. Después estuve en manos de Manuel León Cuarta, Jorge Peñuela Pérez y Manuel Antonio Guzmán Bernal. Ellos han sido mis maestros, sin desconocer la influencia de otros. Desde 1963, me hice coleccionista de cuadros y artesanías antiguas. Esta costumbre la aprendí de un muchacho muy rico de Ibagué, que su papá era arquitecto. Era el veterinario zootecnista, Antonio José Montoya.
Muchos compañeros de estudio de la escuela Boyacá recuerdo con nostalgia. Es un recuerdo nítido que anima la vida. Entre ellos: Enrique Rivera Roa, ya murió, estudió idiomas en la Universidad Nacional; Jaime Garzón Chica, Ingeniero Civil, él tuvo problemas en la construcción del Panóptico de la calle 10 en Ibagué; Lozano, era una persona muy inteligente, pero no pudo estudiar, el papá tenía una zorra. El niño le tocó emplearse en la empacadora de gaseosa Postobón de la calle 16. Es de las personas más inteligentes que haya conocido, pero nunca pudo estudiar. También recuerdo a Rodríguez y a González. Muchos compañeros que no los he vuelto a ver, muchos se fueron de la ciudad y otros hacía la eternidad.
La escuela de niñas estaba en la calle 16 con carrera sexta y la otra estaba ubicada en el barrio La Francia, o sea, en la calle 28. El que tenía dinero se matriculaba en la Presentación. Era una escuela de monjas.
El problema que teníamos los que estudiábamos en la escuela Boyacá y sus satélites era que al terminar quinto tocaba ir o donde los maristas o al colegio San Roque. Allí, no nos recibían para hacer el bachillerato porque no habíamos hecho desde primero en él. Existía la exclusión y los privilegios. Solamente se podía estudiar en el colegio San Luis Gonzaga los que habían comenzado desde primero. No había ni pre kínder ni kínder.
El colegio San Simón me quedaba muy lejos. Yo vivía en la calle 20 y el San Simón en la calle 36. No había bus hasta allá, pues el bus bajaba por la carrera quinta hasta la calle 25. En adelante, eran casas campestres, fincas y la carretera principal. Me quedaba muy lejos. Era muy pequeño y menudo. Me dio miedo y me decidí por la Normal. Mi papá estuvo de acuerdo. Él me decía que tenía que ser normalista profesor, porque era la profesión que el gobierno empleaba.
La recocha, la broma y la picardía, han existido siempre y en todos los niveles o estratos sociales. Las bromas de esa época de niño, era la mímica una de ellas, se trataba de imitar a los demás. Hacía el papel del payaso o el doble. Otro era contar los chistes que se escuchaban en la radio, sobre todo del dúo Emeterio y Felipe, los tolimenses. También estaba el chisme, que lo había visto con zutana, merenceja o perenceja. Se inventaba cuento en cuestión de segundos. Otros hablaban de fútbol. Nada de política, nada de las necesidades del pueblo, nada de criticar las decisiones de los gobernantes, nada de nada.
Con frecuencia nos íbamos a bañar al canal del estadio Manuel Murillo Toro. Era un canal que había donde hoy hay un Centro de Atención Inmediata (CAI) de la policía. Se bañaba desnudo. No había ni malicia ni maldad. De niño nadie hablaba de sexo o vicios de marihuana. Lo mismo ocurría con el baile. El horario era de 2:00 a 5:30 de la tarde. La juventud no se salía de ese horario. Vine a bailar de noche cuando ya estaba en la universidad. Durante mi infancia la vida era sana. No había malicia, ni morbo. Predominaba la inocencia entre los niños y las niñas. Los insanos eran los ricos, que habían viajado por otros países y sabían cosas malsanas. Los pobres teníamos una completa influencia campesina, sana e ingenua.
La cultura estaba siempre a flor de piel. La gente se detenía a saludar, cedía la acera al mayor, se respetaba al anciano y se compartía con sinceridad. Mucha honradez y una disciplina rígida. Se memorizaba las normas de urbanidad de Carreño, cien lecciones de historia sagrada, la autoridad del papá o del profesor era incontrovertible. Se predicaba el dicho que dice que la letra con sangre entra. El profesor castigaba, el niño llegaba a la casa y contaba y el papá lo castigaba nuevamente. Nunca se metía en conversación de mayores. Las niñas eran muy respetadas. Uno tenía una novia, pero era una novia, escasamente un beso. Para tener sexo tenía que casarse con la bendición de los padres. Pensar que hoy está el niño en crecimiento libre, hay que dejarle hacer lo que quiera, si el papá pretende castigarlo, puede ir a la cárcel, lo mismo le sucede al docente. El niño está a su libre albedrío con el cuento del desarrollo de su libre personalidad. La televisión envenena su mente, los políticos tradicionales los prostituyen con su ejemplo de corrupción y violencia, infamia y mentira. Esa es la cruda realidad hoy.
Sin embargo, en el barrio Las Ferias había lenocinios. Uno de muchacho pasaba por allí, las mujeres lo llamaban, pero uno escasamente le daba risa, sabía uno que tenía que pagar y no tenía ni para el bus, qué iba a pagar cinco y diez pesos que era mucha plata. Allá, mandaba “Peperolo”, era el tipo que manejaba esta zona, era como decir hoy, “El Capo”. Era de apellido Medina y vivió en la calle 25 con carrera sexta esquina.
Fue una vida buena. Se jugaba, se montaba en bicicleta, las que había que alquilar. Era muy escasa la persona que se daba el lujo de tener bicicleta. Eduardo Méndez, era el administrador del teatro de la calle 22 con carrera 5ª. Tenía un negocio de alquilar bicicletas. Cobraba cinco centavos por media hora. Eran las bicicletas marca filis de marco 18 y 20, ciclas americanas, todas eran negras, no habían de color. Era una vida austera, buen vivir, buen comer. Durábamos comiendo pescado dos meses ininterrumpidamente. Eso duraba la subienda por el río Magdalena. Como mi padre era de Purificación, a orillas de este río, entonces durábamos comiendo pescado dos meses, al desayuno, al almuerzo y a la comida.
Durante la primaria no fui un niño tímido ni un niño extrovertido, estaba dentro de lo que podría llamar normal. Cuando sabía levantaba la mano y participaba. Nunca el docente hacía preguntas capciosas, tampoco se ponía en duda su saber. No había esa libertad que hay hoy de controvertir, polemizar y colocar todo en duda. El profesor tenía la última palabra. Sus conceptos eran infalibles.
En la Universidad era “neutral”. Me gustaba visitar a los cultores, la facultad de bellas artes. Allí, entraba el estudiante que tenía un buen comportamiento. Estudiaban allí las niñas ricas de la ciudad. Iba a mirar y a aprender, sobre todo a ver trabajar al maestro Luis Rosendo Gil Sanabria, que era estudiante. A él le dieron el contrato del templo San Judas, hizo los murales en esa época de vidrio. Yo, lo acompañaba una o dos horas. Dejaba de jugar ajedrez o fútbol para ir a ver el arte. Nunca dije que sabía dibujar, porque las niñas me ponían a que les hiciera los trabajos. Además, era muy pobre, era imposible pretender una niña rica. Ellas llegaban en carro particular y yo en bus cuando no a pie o recoger los seis centavos con los compañeros para coger el bus de Mirolindo.
Sin lugar a dudas, comencé a destacarme como pintor estudiando en la escuela Boyacá. Pintaba en plumilla y a lápiz. Una vez los muchachos de la cuadra hicieron un concurso con otro que pintaba mejor que yo. Le hicieron trampa. Determinaron que el mejor cuadro era el que yo había hecho. Me aplaudieron. Creo que fue la primera trampa que hice en mi vida o mejor me presté, aprovechando que el rival era ajeno a la cuadra. O sea, yo estaba jugando de local. Era de apellido Sánchez y le decíamos “El Pirata”. Se hizo ingeniero agrónomo. Salió graduado dos años antes de mí. Fue un tipo brillante. Trabajó en la costa. Si vive debe estar por los 80 años. No volvió al Tolima. Era chistoso. Las reglas de juego de ese concurso eran simplemente un papel cuadriculado, un lápiz, un borrador y utilizar menos tiempo. El molde era cartón de cajetilla de cigarrillos. El concurso consistía en quién pintaba mejor un personaje. Yo era bueno para eso. Si ponen un determinado animal u otra cosa, de pronto hubiera ganado El Pirata. Él hizo el trabajo muy bien, diría honestamente: Mejor que el mío, pero el jurado me dio el primer lugar. Yo lo hice en menos tiempo, pero él mejor. Dibujamos en esa oportunidad un prócer, pero realmente no recuerdo. Ambos hicimos el mismo dibujo. Horacio Restrepo, fue el encargado de dar el veredicto: “Gana Henry Acosta. ¿Quién levanta la mano?”, dijo. Los demás levantaron la mano dándome el primer puesto. ¿Cuál era el premio? Una gaseosa. El Pirata no aceptó el veredicto. Dijo que era un robo. Se lamentó de la decisión por cuanto no estaba con la realidad de los hechos. Estaba seguro que su obra era la mejor. Le tocó que quedarse callado a la final, porque eran 35 contra él. Mayoría manda, es la regla de oro de la democracia.
Lo que sí recuerdo es un concurso que programó el estado cubano, siendo aún muy joven, creo que tendría unos 18 años. En esta oportunidad fue en plumilla. Era un concurso a distancia. Yo mandé mi trabajo. Lo mandé durante la dictadura de Fulgencio Batista, creo que durante la década de los 50s. Este dictador impuesto por Estados Unidos a Cuba, fue derrotado el primero de enero de 1959, cuando triunfa la primera Revolución Socialista en este hemisferio al mando del comandante Fidel Castro Ruz. Lo mandé en tinta china. Era un prócer. No tengo la certeza, pero creo que fue Lenin. No tuve contestación. Así es la oligarquía: Nunca le contesta oportunamente al pueblo. Contesta cuando media intereses particulares, de resto no, se hacen los pendejos.
Era conocido del grupo con el cual salíamos a jugar y a hacer travesuras como robar los alimentos de las casetas que colocaban al frente del templo del Carmen. Uno pedía adelante y el de atrás robaba. Éramos jodidos también, no éramos mansas palomas. Todo eso lo hacíamos por chiste y sin medir consecuencias. Lo mismo hacíamos en las panaderías. El primero se hacía el loco y pedía y el que venía detrás cogía, comía y no pasaba nada, ninguno contaba eso en casa, porque si contaba la fuetera era violenta, tocaba devolver las cosas robadas y en el caso de mi papá nos hacía ir a pedir excusas. No era fácil ser ladronzuelo. Era para nosotros un desafío, un reto por superar. Ahora, si usted aparecía en su casa con alguna cosa nueva y los papás lo descubrían investigaban hasta darse cuenta de quién era esa cosa, tocaba devolverla, recibir la paliza y hacer el compromiso de no volverlo a hacer.
En el caso de la iglesia El Carmen había una señora que vivía con un señor de apellido Jiménez, era prestamista, muy adinerado. Ella recibía los juguetes Cáritas procedentes de Estados Unidos. Nosotros hacíamos cola y como mi papá no entraba al templo porque decía que el Señor no lo quiso invitar nunca, entonces ella no nos daba regalo. La gente se daba cuenta que los únicos de la cuadra que no teníamos regalos del Niño Dios de los Estados Unidos, éramos nosotros: Álvaro y Henry.
Un aspecto negativo de mí en la escuela era que era muy pelión. Me indignaba que se burlaran de los compañeros. Yo sacaba la cara por ellos, los más débiles. Siempre tuve problemas. Fui buen peleador, bueno para el boxeo. Peleaba con mucha frecuencia. Peleé mucho con un tipo que ya murió y se llamaba Enrique Rivera Roas. La última pelea me la ganó, me puso un ojo morado. Peleaba – repito – porque no toleraba la injusticia de alguien que empujara o golpeara a una persona sana, a un niño que no se metía con ninguno. Peleaba con esos aprovechados.
No existía ropa importada. Uno vestía prendas nacionales. Era el blujean o el pantalón de dril. A mí me gustaba el pantalón bota campana, los tenis eran marca Croydon. No había más marcas. La camisa a cuadros o busos. Así era la indumentaria. El blujean me lo colocaba tres y cuatro días consecutivamente. Ahora la moda es cambiar todos los días.
Para jugar fútbol los guayos los vendía el señor Roa en la calle 18, pero eran muy caros, entonces jugábamos a pie limpio. Yo aprendí a jugar este deporte descalzo. Recibía muchos golpes. Cuando recibía muchos, mi papá me prohibía jugar, pero a la final iba. No me marginaba. Jugué buen fútbol hasta los 18 años. Tenía fama. Los equipos me disputaban. Hice parte del equipo llamado: Boca Junior. Era el equipo dirigido por un señor de apellido González que vivía en la calle 17. Por eso quiero a este equipo. Le hago mucha fuerza. Este equipo tuvo buenos jugadores.
Yo admiro mucho a Diego Armando Maradona, siendo un jugador tan famoso y tan dependiente de la droga, no se puede negar, pero es un tipo pensante y crítico del capitalismo. Ha hecho pronunciamientos y acciones importantes: Se reunió con Fidel Castro, se solidarizó con la revolución cubana, venezolana. Es un hombre pensante. Ha sufrido los rigores de la prensa que se ha dedicado a desprestigiarlo, seguramente por su postura consecuente con los más humildes. Con su liderazgo permitió que el jugador profesional tuviera participación en los ingresos de los grandes dueños y manejadores del fútbol. Luchó para que el futbolista recibiera una determinada cantidad de dinero por una transacción a otro club. Fue el único personaje que tuvo la osadía de no darle la mano al rey Guillermo de Inglaterra. No se arrodilla. ¿Por qué no se la dio? “No le di la mano porque él la tiene ensangrentada”, dijo a la prensa internacional.
Tuvo criterio al decirle al mundo que en el reciente mundial de fútbol realizado en Rusia, Colombia fue sacada a la fuerza, con mafia y presiones indebidas. No lo dijeron los arrodillados medios de comunicación de Colombia, ni nuestro presidente, lo denunció enérgicamente Diego Armando Maradona. Para mí, Maradona es un gran tipo.
Yo fui a la escuela descalzo. Sufrí el regaño de la profesora que me decía que tenía que ir calzado. Yo pasé por estas peripecias. El problema de andar descalzo era la proliferación de Niguas que se entraban en las uñas de los pies. Así fue que poco a poco la escuela fue prohibiendo la asistencia a clase sin calzado. El 50 por ciento de los estudiantes iban a la escuela sin calzado. Eran los años de 1952, 1953…éramos muy pobres.
Cuando estaba haciendo tercero, tocaba andar con zapatos, de lo contrario, no lo recibían a uno. Usarlo por primera vez fue todo un acontecimiento para mí. Para que duraran más, me los colocaba dos o tres días a la semana y el resto era descalzo. Es decir, los utilizaba solamente para ir a estudiar o para ir al centro. Mi mamá me solía decir: “Póngase los zapatos para que pueda salir conmigo al centro”.
Ibagué era una ciudad campesina, un pueblo grande. Lo más granado, lo más adinerado, estaba ubicado en el barrio La Pola. Las casas eran construidas con un diseño bonito. Lástima que el neoliberalismo y el ahistoricismo que alimenta el Estado, vienen borrando toda esa arquitectura y toda esa cultura. El país se pierde en la desmemoria y en el olvido.
Ibagué era, prácticamente, de la plaza de Bolívar hasta la calle primera que era el espacio del ferrocarril. De ahí, hacia allá, era campo. Hacia la parte norte, o sea, hacia las carreras quinta era hasta la sexta. Había algunas calles. De resto eran potreros y fincas.
En lo que hoy es la calle19 y su entorno, eran fincas, eran propiedad de los Salesianos. Por la parte oriental, era hasta la calle 25, en adelante eran fincas y casas. Entre esas casas grandes estaba el colegio San Simón que hoy está en la calle 36. Casi todo era potrero.
La única diversión era el teatro Tolima los domingos. Era punto de encuentro de la juventud. Yo veía a Alberto Santofimio Botero, cuando tenía 18 o 19 años. Era una persona culta. Leía bastante y era político. Desafortunadamente, terminó con muy malas cuentas. Él no entraba al famoso café Grano de Oro, era el centro de encuentro de la gente; la gente concurría a jugar billar, a ver jugar o a discutir diversos temas de actualidad.
El domingo era prioritario ir a ver la salida del tren. Era todo un espectáculo para chicos y grandes. La bulla del tren. La gente montaba venta de todo alrededor de la potente máquina, habilitando toldillos de plástico. Era un deleite consumir estos productos.
Armando Quintero, que fue rector de la universidad del Tolima y alcalde de la ciudad, santofimista a morir, se encargó de acabar con esta estación, verdadera obra de arte. Claro, Santofimio también contribuyó a esta destrucción. Hoy estamos borrando la historia del barrio La Pola, su arte y arquitectura.
La primera vez que vi el tren me impresionó mucho. Era un monstruo metálico. Uno pequeño para ver semejante monstruo aullar moviéndose por entre los rieles. Esas ruedas y ese humo que le salía por la chimenea. El ruido del pito. Era un espectáculo. Uno esperaba el domingo con ansiedad, exclusivamente para ver salir el tren de la estación. Uno corría al lado hasta que la máquina se alejaba y se perdía en la distancia. Era tanto como ir a bañarse o a ver una película. La emoción era la misma. Era lo máximo que uno podía hacer en la vida.
La estación estaba entre las calles 19 y 20 con carrera primera. Había unas escaleras de cemento y un puente para cruzar, entonces a veces uno veía pasar esa máquina por debajo del puente. Era un espectáculo muy hermoso. Todo eso destruyó Armando Quintero. También actuó así el maestro Polanco, un tipo alto, que también fue rector de la universidad del Tolima. Fue un enemigo declarado de la cultura y la arquitectura de la época. Esos han sido nuestros dirigentes regionales de la clase dominante que han dirigido la ciudad y el departamento.
La gente que acudía a ver salir el tren era numerosa. Yo me iba con las familias de la calle 20, nos quedaba a cuatro cuadras. Había venta de empanadas, chorizos, rellenas, el tamal, etc. Además, era un parque para mercar. El campesino sacaba sus productos allí y uno aprovechaba para comprar. Era un sitio de obligatoria asistencia cada ocho días, por una u otra razón. Era como ir a pasear a la plaza de Bolívar o el parque Manuel Murillo Toro. A nosotros nos quedaba lejos estos sitios, entonces nos íbamos para la estación.
El tren era de cuatro, seis y hasta diez vagones, todos del mismo color y todo muy organizado. Había que tener cuidado, los niños tenían que estar siempre de la mano de sus padres o mayores. Era peligrosa una imprudencia de los pequeños. Solamente se mató un tipo de origen antioqueño, buen sastre en la calle 27. Se le tiró al tren. Se suicidó. Fue un escándalo nacional. Al parecer tenía problemas mentales. Es el único caso que se tenga conocimiento de la época.
El tren era de color café, los asientos de madera. He viajado en tren Bogotá – Zipaquirá y me parece que es un espectáculo muy bonito. No era permitido que los niños subieran solos al tren, pero cuando uno iba con el papá se podía subir al momento de la gente viajar, uno entraba y daba una vuelta rapidito y se bajaba. Era suficiente para satisfacer la curiosidad. Viajé en tren a los doce años cuando iba a pasar vacaciones a Doima, municipio de Piedras. Iba con Enrique Rivera. Ellos tenían una finca allí y me invitaban. Nos quedábamos en un punto, delante de Alvarado que se llamaba La Estación. De ahí, dos horas a pie hasta llegar a Doima, cruzando potreros y alambradas. Era las vacaciones que yo anhelaba: Montar en tren y cazar.
José María Rivera, el hermano mayor, tenía un carro Willy modelo 50. No sabíamos sino meterle el cambio de primera y ponerlo a rodar. Enrique hacía el papel de safari, pensaba que estaba en el África, entonces se hacía en la parte de arriba del Willy con la escopeta en la noche y yo rodando el carro por toda esa llanura. Era para mí algo espectacular. Yo me declaraba como un gran chofer y él como un gran cazador. La cacería era de conejos. Tenía una escopeta americana completa. Las cápsulas eran recargables. Esa tarea la hacíamos nosotros. Le echábamos pólvora y balines para matar conejos. Esas eran las vacaciones más esperadas por mí.
La familia Rivera Roas fue una familia que se crió en la calle 20, entre las carreras quinta y sexta. El papá Justino Rivera, era minero y destacado técnico en motores diesel. José María Rivera Roa era un gran tipo, fue topógrafo empírico y experto en siembra de arroz. Además, hizo canales y le dio vida al caserío de Doima. Era un personaje de la región. Era rosacrucista y socialista, más rosacrucista que socialista. Era una persona muy correcta y bastante leída.
Los demás hermanos también eran importantes: Uno trabajaba con telecom, fue un gran ciclista. En una borrachera murió. Enrique, que era mi amigo personal, estudió en San Simón, fue a la universidad y después fue un gran vendedor de agro químicos. Fue un gran pensador. Fue mi compañero de estudio en primaria en la Boyacá. En el bachillerato él se fue para San Simón porque su papá tenía más plata que mi papá. Yo me fui para la Normal Superior. Esta la trasladaron de sitio en varias oportunidades. Después la pasaron para enfrente del panóptico y después al barrio Belén. Actualmente, se encuentra en la quinta con calle 31, la Normal mixta. Yo terminé en la calle 10, entre carreras sexta y séptima. Paradójicamente, una vez graduado, mi primer trabajo fue en la escuela Boyacá, porque vivía en la misma cuadra.
Creo que pagaba 50 centavos para viajar cómodamente en tren de Ibagué a la estación de Alvarado en mi condición de estudiante. No era caro. Sin embargo, nos tocaba ahorrar el dinero para ese paseo vacacional. Tocaba ahorrar para ir y regresar. Era solamente para el pasaje. Lo demás: Comida y dormía corría por cuenta de mi amigo Enrique. Allí, vivía el hermano: José María Riviera, que era agrónomo, constructor de canales, viaductos y bombas estacionales para sacar agua.
En vacaciones, cuando estaba estudiando mi carrera profesional, también iba y le chequeaba los cultivos, le calculaba las represas que estaba haciendo. La universidad me prestaba el molinete para conocer el caudal de litros por segundo y así ganaba plata. Siempre me indujo a ser buen técnico. Después me ponía con Enrique a banderear el cultivo de arroz para facilitar la fumigación aérea. Terminé mirándole 500 hectáreas. Él fue el padrino de mí matrimonio. Yo me casé en el municipio de Saldaña, en el juzgado promiscuo municipal por lo civil. El juez que atendió la diligencia se llamaba: Álvaro Barrero.
El punto de encuentro de los jóvenes para divertirse era el café Grano de Oro en la carrera tercera, entre calles 12 y 13 y, en la calle 15, El Lusitania. Al frente de éste, un teatro de segunda clase llamado Colombia. También estaba el teatro Nelly en la calle 16 carrera tercera y el teatro Tolima en la carrera tercera con entre calles once y doce. No había más. El teatro Metropol, en la carrera segunda entre calles once y doce, fue mucho después. La iglesia del Carmen tenía teatro propio y proyectaba ciertas películas. Nosotros teníamos la oportunidad de ver cine allí, gracias a los Salesianos. Era una vida sana. Poco trago, poca fiesta, la gente dedicada a su casa. Había unidad familiar. Se compartía con más frecuencia, a la hora de las comidas o en las tardes o noches de tertulia.
Yo era coleccionista de revistas Penecas, revistas americanas. Venía la pequeña Lulú, entre otras. Me hacía en la puerta del Teatro Tolima y cambalachaba. Tenía que conseguirme 45 centavos para entrar al teatro Tolima en la parte de abajo y si pagaba menos, 35 entraba al último piso que era llamado “El gallinero”. Eran películas de humor como Chaplin, las películas mejicanas. Una que otra película americana.
En el teatro Colombia era más delicada la situación, porque era para personas adultas, las películas que incluían sexo no nos dejaban entrar. Era tabú. Contrario a lo de hoy: El niño desde los cuatro años ya ve sexo en internet, en su celular de alta gama. El Estado permite todo eso con su doble moral.
El único asesinato grave de mi época infantil fue un campesino del municipio de Rovira de apellido Triana, que mató a una prostituta en la calle 21, metiéndole como 30 0 40 cuchilladas. En esa época ya los agentes del gobierno mataban a los ciudadanos, especialmente a los campesinos e indígenas. Esa fue una práctica desde 1928. También mataron a guerrilleros, campesinos que fueron empujados a armarse para defender sus vidas del terrorismo de Estado, pero también los obreros. A manera de ejemplo recordamos con indignación la masacre de las bananeras a manos del mismo Ejército Nacional.
Después el Estado creó el paramilitarismo, para hacer el juego sucio contra el pueblo. En eso fue fiel exponente el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien legalizó esta práctica criminal en toda Colombia, mediante la figura de las denominadas: Convivir en Antioquia y que después se regó por toda Colombia. También la alta jerarquía eclesiástica fue activa participante de la violencia contra el pueblo inerme. Desde los púlpitos se estimuló, sobre todo contra los liberales y los comunistas. Era frecuente oír decir en estos religiosos que matar liberales o comunistas no era pecado. Siempre se han hecho los pendejos.
La Normal Superior, donde yo estudiaba el bachillerato estaba ubicada en el marco del parque Manuel Murillo Toro, era donde hoy está el banco de la república. Yo conocí estas antiguas instalaciones, lo mismo que el antiguo parque Manuel Murillo Toro. Fotos tomadas por el maestro Camacho, que tenía su casa en la carrera cuarta con calle 14.
Había gente importante en la época en distintas áreas del conocimiento como la medicina, en la odontología. Estaba la clínica Tolima que siempre ha estado en la calle doce con carrera primera. La plaza de mercado estaba en la calle 14, entre las carreras cuarta y tercera. Estaba en ese mismo sitio el club de la policía. También había un club para los trabajadores pero era pequeño, era el club de los dueños de los negocios y estaba el club Campestre, que era el club de los ricos de la ciudad.
Ibagué era una ciudad muy agradable, era más frío. La gente vestía de paño y con sombrero. El campesino usaba las alpargatas, después el zapato y después los tenis. Subía y bajaba recua de bestias, especialmente cabalgar, mular y bueyes. Estos animales los paraban en la plaza de Bolívar. Había jinetes destacados, recuerdo a Medina, era famosísimo para montar animales. Era también extraordinario futbolista. Así era Ibagué. Es la visión que tengo de niño.
Era un pueblo pequeño. Los carros eran modelos 48 al 55. Eran carros grandes de servicio público color negro. Entre ellos había un tipo famoso apodado “El Negro”, era el despachador de carros. Después viene Velotax. Era una empresa pequeña.
La gente era comerciante. Se vivía del café, del arroz. Después vino la invasión de los italianos del barrio El Salado hacia abajo: Gonelas, Altares. José Altares fue un gran hombre. Era optómetra. Era gente de principios y emprendedora. El molino que había en la calle 18 era de los Gonelas, un italiano. Fue el primero que comenzó a cultivar las verduras y las comercializaba. Esta era una sociedad campesina; cómo no recordar a Yovanni Albarello Bamón, el que construyó las piscinas para el cultivo de arroz en el Tolima
La calle que estaba empedrada era 14 hasta la plaza de Bolívar y el barrio La Pola, que era la carrera tercera. La carrera cuarta también. En la calle 12 estaba la sede del periódico La Tribuna. Era una parte pavimentada. La carrera quinta, solo hasta la calle 15, de ahí hacia abajo no estaba empedrada. La comunidad sufría la polvareda en verano y el lodazal en invierno. La otra parte empedrada era la vía hacia el barrio El Salado. Era por la antigua avenida 25. Recuerdo que no había muchas calles empedradas.
Mi mamá era creyente. Iba a la iglesia con mucha frecuencia. Me llevaba obligado. Sin embargo, a mí nunca me gustó ir a misa. Mi papá, por el contrario, nunca entró a un templo. No se quiso casar por lo católico por no entrar a un templo.
Cuando terminé La Normal en 1959, se necesitaba la partida de bautismo y de matrimonio, entonces, mi papá tuvo que casarse. Se casó por necesidad, porque necesitaba estos documentos para yo gradúame. Siempre fue reacio a los temas religiosos. A pesar de la diferencia de pensar entre mi mamá y mi papá, había buena armonía. Mi padre dedicaba su tiempo a hablar de política, de la problemática del país y de la esperanza que había generado Jorge Eliécer Gaitán. No había tiempo para discutir el tema religioso.
III
Juventud
Salí bastante joven del colegio e igualmente, comencé a trabajar bastante joven. Gracias al profesor Díaz, tuve la oportunidad de entrar a la Normal. La Normal era una escuela que se llamaba: Escuela Normal Superior. Era para estudiantes muy pobres, principalmente. Recibía estudiantes de todo el departamento. La mayor afluencia en la época era del municipio de Icononzo. Recuerdo a los Rojas, los Bermúdez, entre otros. Todos humildes de origen campesino.
Era una juventud taciturna. El estudiante era dedicado al estudio, la disciplina era rígida. Los docentes tenían toda la potestad para ejercerla. Era completa la dedicación al proceso de aprendizaje, también a la educación física. El docente de educación física se llamaba: Rafael. Era docente que se daba a los estudiantes, tenía las mejores relaciones humanas y profesionales. Era apreciado por los educandos, porque sabía tratarnos.
La institución estaba ubicada en el parque Manuel Murillo Toro, exactamente donde funciona el banco de la república. Era una casa vieja, aparentaba tener más de doscientos años. Su piso era de tabla. Había un buen patio para jugar en horas de recreo. De allí, nos trasladaron para la calle diez, entre carreras séptima y octava, frente al Panóptico, cerca de las instalaciones del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Recibíamos las malas energías proveniente de esta institución del Estado, era centro de violencia, tortura y muerte de campesinos y líderes populares de la región que caían en sus garras. Conocí mucha gente del DAS que eran verdaderos asesinos a sueldo. En la escuela se sentía esa energía negativa con mucha fuerza.
También había patio espacioso para jugar. En este sitio hicimos hasta cuarto, porque somos nuevamente trasladados para más arriba, en el barrio Belén. Era un colegio que había construido Ignacio Pérez, excelente profesor de matemáticas. Su hermano era docente de educación física. Ellos tienen un hijo que se llama Jesús Pérez, quien fue profesor de la universidad Nacional, en el área de matemáticas y muy amigo de Antanas Mockus. Hace tres años murió en el municipio de Garzón (Huila), con el hijo que es médico. Eran muy dedicados al estudio. Gente muy respetuosa y prestigiosa.
Recuerdo también al docente, el padre Hidrobo. Era un personaje muy destacado. También estaba el docente Adiante Cañarete, era costeño. Era profesor de historia, una historia oficial, una versión histórica de la clase dominante, diría una historia capitalista. Nunca hizo una historia crítica y analítica desde la versión del pueblo, siempre fue la historia memorística oficial.
De los estudiantes brillantes de la época, mi generación recuerdo a los Pérez, Benjamín Jiménez, Manosalva, actualmente abogado; Lozano, etc. Todos estos estudiantes, una vez terminaron se fueron para Bogotá en busca de ser profesores del Distrito de Bogotá y en horas de la noche estudiaban abogacía, era lo único que se podía estudiar de noche en esa época. Yo hice ese curso. Valía el pasaje Ibagué – Bogotá, $6 pesos. El inconveniente era que el estudiante de provincia no tenía dónde llegar. Entonces, llegábamos a las casas de los compañeros que se habían ido de Ibagué. Era como una hermandad. Era la única manera de trabajar y estudiar.
Yo me presenté en el Distrito y pasé, pero como coloqué la dirección de la persona que me había dado posada, esta dirección no sirvió, se pasaron diez días sin saber, quedándome sin el puesto de profesor. Me tocó entonces, regresarme y seguir siendo profesor en Ibagué.
Ya como docente, me correspondía la disciplina de 1800 estudiantes el domingo. Los demás compañeros docentes eran mujeres. Era el único hombre en esta institución educativa. Mi pedagogía no era el fuete, el garrote y el reglazo. El que se manejaba mal, tenía que pagar como sanción media hora de lectura del suplemento literario de los periódicos de circulación nacional. Yo tenía – por ejemplo – cincuenta suplementos literarios y a cada uno le daba un suplemento y le decía: “Saque aparte las V y las B o las Z. Léase de tal parte a tal parte”. El sancionado tenía que decir qué había leído. Ellos pensaban que hasta ahí llegaba el castigo. No era sí. Les decía: Saquen un lápiz y aquí están los papeles y les hacía sacar ciertas letras del texto leído. Las hacía subrayar. Los niños sancionados hacían el ejercicio. Luego los hacía pasar al frente y les preguntaba el significado de ciertas palabras. El educando tenía que hacer una descripción corta del significado de esa palabra. Al terminar esto, les decía: “Cierren los cuadernos, saquen una hoja y escriban las letras seleccionadas, escribiendo palabras”. Por ejemplo, el que había sacado la Z, podía escribir Zapato. Había casos en los que el estudiante escribía zapato con S. Entonces, le corregía y le ordenaba hacer una plana con la palabra corregida.
Había veces que nos echábamos en esto hasta una hora. Terminada la jornada, les explicaba que el ejercicio apuntaba a adquirir conocimientos y mejorar la disciplina y el comportamiento.
Mi pedagogía se popularizó, básicamente entre los estudiantes. “Así es la cosa con ese profesor chiquito, el profesor Acosta”, era el comentario en los corrillos. Yo era una persona menudita, pues medía 1.60 metros y me tocaba tratar con estudiantes de elevada estatura. Algunos hacían comentarios obscenos: “Ese hijueputa nos pone a leer, a hacer composiciones, redacción, que buscar palabras, que su significado. Eso es un martirio”, decían en voz baja en los pasillos de la escuela.
Esta pedagogía también se popularizó. Algunos docentes la implementaron. Los resultados eran satisfactorios. En esa escuela había 18 salones. Eran más de dos cuadras que se ocupaban el domingo para llevar a los estudiantes a misa.
Cuando me tocaba la disciplina, los obligaba a formar en diez minutos. Sino formaban en ese tiempo, los dispersaba y los ponía a hablar. Entonces, volvía a pitar. Parecían soldados. Esta práctica se hizo tan frecuente y fue tan efectiva que los estudiantes no hablaban ni en el templo, ni en la fila. Para uno de docente era clave que no hablaran en el templo porque el cura los regañaba y uno como docente quedaba mal. Tuve fama de ser drástico y de innovador en la forma de corregir. No era fácil manejar 1800 estudiantes.
Como le dije, comencé a trabajar en la escuela Boyacá, pero al iniciar una persecución contra mí, al haberme sorprendido un docente leyendo una obra del filósofo Carlos Marx, el director me envió para la escuela de la brigada, después para la Francia, después para la central que se encontraba en el barrio Belén, era la más importante por el número de estudiantes. No tenía idea quién era en realidad este filósofo de Tréveris. No entendía por qué tanta persecución y hostigamiento contra mí. Fruto de esa presión asfixiante decidí renunciar e ir a validar el bachillerato en la institución Moreno y Escandón (Bogotá). Después, el padre Hidrobo tuvo la genial idea de validar el bachillerato en Ibagué. Nosotros hicimos el quinto y sexto (10 y 11). Era un cura entusiasta y emprendedor. Él mismo conseguía los docentes. Con esta formación entro a la universidad del Tolima.
Pero, volvamos a la época de docente. Yo utilizaba otros métodos pedagógicos. Era un método muy sencillo. Imperaba la pedagogía que decía que la letra con sangre entra. El docente podía castigar físicamente al educando, tenía el respaldo de la institución e incluso, de los mismos padres de familia. Generalmente, se golpea en la mano o en la nalga. Como era un docente bajito y los muchachos altos, me daba miedo castigarlos así. Había estudiantes complicados. Estábamos en la calle 28 con carrera cuarta, zona peligrosa. Es más, la escuela estaba cerca de la zona de prostíbulos. Entonces, utilicé otra alternativa para corregir las fallas de los muchachos. Habilité un palomar. Los estudiantes traían las palomas, aprendieron a cortarles las alas y, desde luego, a alimentarlas.
Cuando me tocaba la disciplina, me paraba en la puerta y pedía una o dos cucharadas de arroz, sorgo, maíz, fríjol o avena, lo que fuera. Lo hacía públicamente para que los estudiantes no pensaran que esos productos eran para yo llevármelos para la casa. ¿En qué consistía el castigo? Dejaba al estudiante sancionado quince minutos (Salíamos a las once de la mañana), para que en una piedra a manera de pilón triturara el producto y así alimentar las palomas. No era fácil. Si botaba la semilla, tenía que recogerla nuevamente. Pienso que fue una metodología buena, habida cuenta que perseguíamos dos propósitos fundamentales: Corregir a los alumnos indisciplinados y generar amor y respeto hacia los animales. Muchos estudiantes se comprometieron a llevar estos alimentos. Muchos lo hicieron con amor e incluso, algunos alumnos se llevaron algunas palomas para su casa, lo cual era permitido. Fue una forma de corregir sin utilizar la violencia del látigo y demás castigos físicos.
Los colegas docentes, algunos eran estudiosos, otros calificados, otros empíricos. Recuerdo al profesor William Ospina (No el escritor tolimense). No expresaban nada públicamente sobre mi metodología, pero en el fondo ellos reconocían la importancia de ésta. Era novedosa, yo diría, revolucionaria para la época. La mayoría, a decir verdad, no se atrevieron a romper los viejos esquemas pedagógicos y cada que un niño infringía la norma de convivencia era enviado al prefecto de disciplina. ¿Quién era? Carlos Henry Acosta Franco.
Mantenía fluida comunicación con los padres de familia, siempre haciéndoles caer en cuenta que la máxima autoridad era ellos. Era muy prudente con los estudiantes. Siempre las decisiones eran tomadas con decisión, pero con suma prudencia sin atropellar los derechos de los demás. Los padres ejercían absoluta autoridad sobre los hijos y la autoridad del docente era respetada por todos y todas. Eso lo entendía y lo manejaba de la mejor manera para corregir a los estudiantes que a veces querían salirse de cauce por la influencia del medio callejero.
Los estudiantes terminaban por acoger el castigo de buena manera, pues no había violencia física, ni presión psicológica. A la final, el castigo era un pretexto para aprender valores como mejorar la lectura, la capacidad de análisis y el buen comportamiento ético, sin menoscabo de la personalidad del estudiante y, desde luego, su libertad. Ellos sabían que era inflexible en la aplicación de la sanción. Se cuidaban bastante, sobre todo los domingos, pues tenían pendientes encuentros deportivos, especialmente fútbol.
En una ocasión me tocó sortear un inconveniente con un alumno que era excelente jugador de fútbol. Lo sorprendí molestando en la misa. Me dijo: “Tengo un partido crucial hoy y soy la figura. ¿Qué hago?” Analicé la situación y le dije: “Está bien: Vaya a su partido, pero la sanción la ejecutaremos el próximo domingo”. El estudiante quedó supremamente agradecido y cumplió la sanción de la mejor manera.
Como docente nos tocaba ser “torero”. Teníamos que estar dispuestos a dictar todas las asignaturas. Con la única que tenía serias dificultades era con la música. ¿Qué hacía? Buscaba entre los estudiantes el más adelantado y me apoyaba en él. Era mi asesor, mi bastonero. Él me daba ideas que yo desarrollaba con los estudiantes, como aprender el Bunde Tolimense, el himno nacional o cualquier canción del pentagrama nacional. Él llevaba la batuta en los ensayos y presentaciones. Yo me hacía a su lado.
Lo que sí digo con franqueza: El área de religión no me gustaba. Nunca me ha gustado. Nunca fue capaz de abordar el catecismo del padre Astete. ¿Qué hacía? Dejaba al estudiante a su libre albedrío. Ellos tenían plena libertad para seleccionar lo que les llamara la atención. Unos cogían la historia de Jonás, otros el misterio de la Trinidad, otros la vida de José, María y el Niño Dios, etc. De alguna manera se daban cuenta que yo no era creyente. sin embargo, me tocaba manejar buenas relaciones con el cura. Él aparte de la religión, nos daba clases de comportamiento y psicología. A veces me preguntaba del padre Hidrobo que no me había enseñado religión. Yo le respondía que el padre Hidrobo enseñaba filosofía. Él me enseñó a no querer los judíos. El curita del colegio de la escuela de la Francia, era de apellido Torres. Era un tipo alto, dinámico, respetuoso de los niños, muy apreciado en el colegio. Era un señor en todo el sentido de la palabra. Murió muy joven en Ibagué. Tuvo un templo en el barrio Jordán. Levantó el templo en la octava etapa.
Duré como maestro de escuela cuatro años. Fue un trabajo que me marcó para toda la vida de alguna manera. Yo me reunía con el habitante de la calle, con la considerada también gente de la calle, en la calle 21 con tercera y les dictaba clases de ética. También iba al geriátrico del barrio El Salado a enseñar el manejo de los árboles ornamentales, a producir compost. No cobraba dinero por esta actividad. Siempre he considerado que todo profesional tiene el deber de compartir con el pueblo parte de sus conocimientos científicos adquiridos en la universidad. Hay que socializar estos conocimientos científicos adquiridos en la universidad. Hay que socializar estos conocimientos con el pueblo, pueblo que el Estado capitalista no les da la oportunidad de estudiar. Hay que compartir lo que se sabe. Hay que tener sentido de servicio con la comunidad. Esa ha sido siempre mi filosofía.
Como maestro entre ganando 450 centavos. O sea, una moneda de 500 pesos, era lo que me ganaba mensualmente. Después que terminé los estudios universitarios como técnico del INCORA, me ganaba $2500 pesos. Era un dineral en la época. El pasaje a Bogotá en bus costa $7 pesos.
La juventud de la época era bien marcada por la religiosidad católica. Los maristas eran los hijos de los padres pudientes. Eran excluyentes, miraban con desdén a los estudiantes que venían de los pueblos y los que estudiaban en el colegio San Simón. Los juegos intercolegiales se realizaban en el barrio Belén, porque era la única cancha que había en la ciudad, era como decir hoy el coliseo. Era lo máximo. Veía jugadores como Atilio Max, Noé, la Foca. La Foca tiene un cuento muy especial. Le decían así porque era alto, más o menos 1.85 metros. Uno lo llamaba y le decía a la mamá: “¿Está la Foca?” Contestaba: “No sea grosero, él no se llama la Foca, se llama Julio Cesar”. Ella dejaba descolgado el auricular y llamaba con fuerza a su hijo: “Foca, lo necesitan”.
Era una juventud muy aficionada al fútbol. Gente que jugaba muy bien este deporte. Recuerdo a un jugador que estudió agronomía y vivía en la calle 20. Se llamaba: Mario Calderón. Estaba Chirri Triana, Arturo Melendro (El Tío), era un artista para jugar. Yo jugaba en el equipo Boca Junior. Muchas veces Melendro llegaba borracho al partido. Jugaba contra la Normal el Boca Junior. Jugaba en el segundo tiempo. Si íbamos ganando nosotros, él volteaba la pizarra; si íbamos 2 – 0, él colocaba 2 – 3. No había quien lo parara. Quizás, el único que lo paraba era “Peperolo”, de apellido Medina, que vivía en la calle 25. Era muy fuerte para jugar. Estaba Rivera Roa, era un muchacho que jugaba mucho. Este personaje hizo trampa para entrar a la universidad del Tolima, pues ingresó sin haber terminado el bachillerato. Los padres de la calle 17, lo persiguieron hasta que lo hicieron meter a la cárcel. Eso fue un problema grande entre la curia, la universidad y los profesores. Estuvo detenido. No pudo seguir estudiando.
En realidad, fue una persecución de los curas, lo cual no es nada raro, si se tiene en cuenta que los curas han sido perseguidores del pueblo. La curia, sobre todo la alta jerarquía, siempre ha estado a favor de la clase dominante. El catolicismo era una secta perseguida. El emperador Constantino la convirtió en religión oficial, pues ésta ayudó a derrotar a los enemigos de dicho emperador. Pasaron de perseguidos a perseguidores. Fue una secta violenta. Recordemos – por ejemplo – la “santa inquisición”. Una verdadera vergüenza de la humanidad. Esta se apoderó de casi toda la tierra en Europa, en América y en otras partes del mundo. Participó de las violentas cruzadas religiosas. Su imperio lo ha levantado sobre montaña de crímenes horripilantes. Se viene hablando de la gran máquina de guerra mundial, de la cual hace parte la iglesia católica. Son verdades que poco a poco ha ido saliendo a flote. Hay documentos reveladores que demuestran la crueldad histórica de la iglesia católica. Por ejemplo, el libro: “Brevísima relación de la destrucción de las indias”, del padre Fray Bartolomé de las Casas, o el texto: “Las venas abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano.
Estos libros nos enseñan a conocer la verdadera historia de la iglesia católica. Ésta no ha sido correcta como dice serlo. El Papa Francisco trata de enderezar lo que resulta casi imposible enderezar. Es progresista. Ha hecho importantes pronunciamientos sobre temas mundiales, como el calentamiento global, le ha trancado duro a los curas pedófilos y ha criticado la perversa dinámica del capitalismo. Eso es importante y rescatable.
En Ibagué, había una marcada diferencia entre los maristas y los estudiantes del colegio San Simón. Los simonianos eran más pensantes, más críticos, más abiertos al conocimiento científico. Mientras los maristas, eran más religiosos, tradicionalistas y excluyentes. De San Simón han salido personajes brillantes. Allí, estudiaron, por ejemplo, Alberto Santofimio Botero, político de derecha y Carlos Arturo Lozano Guillén, brillante dirigente Comunista y director del semanario VOZ La verdad del pueblo, durante varios años.
La juventud ibaguereña se congregaba en el famoso café: “Grano de Oro”, en la carrera tercera entre calles once y doce. Como la escuela Normal Superior quedaba cerca de allí, uno se deba cuenta del movimiento que se presentaba a diario en este café. Era asistido por los estudiantes de San Simón, que llegaban a jugar billar, tomar un tino, una cerveza y tertuliar. Eran los jóvenes más pensantes de la ciudad, que hablaban de revolución, de socialismo, del triunfo de la revolución cubana, la gesta del guerrillero heroico Ernesto Che Guevara, la dictadura del proletariado, etc.
Café: “Grano de Oro”. Foto Nuevo día |
Los maristas no se metían en estas discusiones. Eran ricos. No les interesaba la problemática del pueblo. Vivían de papi y mami. Santofimio no entraba al Grano de Oro. Era orgulloso. Ya se proyectaba como líder liberal de la línea de Rafael Caicedo Espinosa. Durante este tiempo yo hablé varias veces con él. Era dirigente estudiantil y ya tenía una brillante oratoria. Vivía en el barrio La Pola. Era pinchado (orgulloso). Tuvo mucho poder en el Tolima, pero a su servicio. Ambicioso, terminó aliado con la mafia y acusado de solicitarle a Pablo Escobar que asesinara a su archirrival político, Luis Carlos Galán Sarmiento.
Los normalistas éramos de extracción campesina. Teníamos un centro literario muy bueno. Recuerdo a Silvio Sánchez, Manosalva. Silvio fue profesor de la universidad del Tolima. Era ingeniero forestal. Manosalva, fue abogado, estudió en Bogotá. Las clases sociales estaban bien marcadas en Ibagué. Por eso, los espacios eran distintos.
Había una disputa o rivalidad entre estas dos instituciones educativas, rivalidad que estaba mediada por el aspecto económico y social. Se medía con fuerza en las bandas musicales durante las fechas patrias, como el 20 de julio o 7 de agosto, por ejemplo. Todas las instituciones tenían que hacer el desfile para conmemorar la efeméride. La mejor banda musical era la de San Simón.
Los curas invertían dinero para que la banda de su colegio fuera la mejor. También participaba la banda de los maristas y del colegio tolimense, pero siempre los curas querían ser los primeros a como diera lugar. El clero jerárquico siempre ha estado casado con el poder.
Sin embargo, ha habido curas que se han salido de ese sucio molde y han puesto su apostolado al servicio del pueblo, como el padre Camilo Torres Restrepo, el padre Laín, monseñor Arnulfo Romero (El Salvador), Ernesto Cardenal (Nicaragua), etc.
Era una juventud que dialogaba, controvertía, debatía. Todo eso es pasado. Pareciera que estuviéramos viviendo la era de la mudez. Nadie habla con nadie, todo el mundo está pendiente de su celular y computador. El dominio mediático nos ha incomunicado. Qué paradoja. Es el reinado de la incomunicación. Estamos robotizados. Aquella era una juventud soñadora, sana, humana. Era como más libre. Hoy la juventud está muy asediada. Incluso, es un peligro ser joven en Colombia. Pesa sobre ella el individualismo del modelo neoliberal. Vive inmersa en el vicio, en todas sus formas y manifestaciones, vicios que subliminalmente estimula el mismo estado capitalista, para que la juventud no piense y asuma su rol histórico. La humanidad está cosificada, convertida en una simple mercancía.
IV
Con amor filial para mi querido Mateo
Como tocas bien ese instrumento llamado Saxo (Saxofón), empecemos por ahí. Luego, liguemos el instrumento al tipo de música, a su historia, a sus aspiraciones y después, ya veraz qué haces con estas líneas. De todas formas, estás llamado a que el Saxo sea tu amigo inseparable y depositario de tus aspiraciones e ilusiones, como cuando empezó a robarse el show en Norteamérica, una garganta negra le sacaba las mejores notas nostálgicas, románticas, tristes y burlonas de frente al odio y envidia de los blancos, racistas y violentos.
El instrumento
El Saxo es un instrumento de viento-madera, generalmente fabricado en latón que consta de cinco partes: Cuerpo, Culata, Pabellón, Boquilla y Pico. Tiene una única lengüeta mecánica acopiada a un tubo cónico con una boca ligeramente acampanada. La efectiva longitud del tubo resonante, varía en el número de agujeros que pueden ser abiertos o cerrados con válvulas cubiertas que se accionan mediante teclas. El resultado es que la acumulación de la vibración de la lengüeta es muy rápida, lo que otorga la forma de ataque tan característica del Saxofón y su sonido tan particular. La acción del Saxofón es similar a la del clarinete.
La extensión total de los siete instrumentos que componen la familia del Saxofón abarca cinco octavas y media. Este instrumento posee una gran flexibilidad de matices y su timbre es penetrante, algo velado, dulce y sensual.
El registro grave es sonoro e intenso. A partir del registro medio, el sonido es más cálido e íntimo. A medida que asciende en el registro agudo, el sonido va empobreciéndose, perdiendo su timbre característico. (Esto lo puede explicar en público cuando se le pregunte por qué le gusta el Saxo).
El Saxo convencional se fabrica de muchos tamaños. Incluye el soprano, el alto, el tenor, el barítono y el bajo. El soprano consta de un tubo recto con una boca un tanto acampanada. Los otros emplean un tubo de boca curvada y una campana respingada.
La música para la mayor parte de saxofones está compuesta, por lo general, utilizando la clave, sol. Cada tipo de instrumento cubre. Cada tipo de instrumento cubre un rango fundamental de aproximadamente dos y una octava y media.
Aunque es un instrumento eminentemente lírico, su facilidad técnica es enorme, sobre todo ligado, a que puede ejecutar cualquier tipo de escalas y arpegios a la misma velocidad de los más ágiles instrumentos de madera.
Fue inventado por Adolphe Sax, a mitad de 1840. El Saxofón se asocia comúnmente con la música popular, la música de Big Band (Grandes Bandas) y el Jazz. A los intérpretes de los instrumentos, se les llama: Saxofonistas o Saxos.
Es desconocido el origen de la inspiración que le llevó a crear el instrumento, pero la teoría más extendida es que percibiendo las imperfecciones del clarinete, se dedicó a remediarlas y empezó a concebir la idea de construir un instrumento que tuviera la fuerza de uno de metal y las cualidades de uno de madera. Después de un intenso trabajo de pruebas y experimento sobre modificaciones para lograr una mayor calidad de sonido y resolver algunos de los problemas acústicos del clarinete, Sax consiguió crear lo que después se llamaría el Saxofón.
Saxo, Jazz y rebeldía étnica
Es la expresión por excelencia de las negritudes estadounidenses, que reaccionan con dignidad y fuerza contra el racismo y la discriminación. Un grito de rebeldía que convoca y anima la lucha por la vida, la esperanza y la libertad. Una música con historia.
A más de un siglo de nacido en Estados Unidos el Jazz, es hoy una música universal, con historia propia, caracterizada por grandes momentos y sus oceánicas epopeyas. El Jazz, ciertamente, es una música ecuménica, cuya historia asume por momentos dimensiones míticas. El Jazz y el Tango son, probablemente, dos géneros de música popular, quizás más sofisticados de occidente. Ambos tienen origen urbano, ligado al baile y una historia que ya supera la centuria, con períodos perfectamente delimitados, así como con sus compositores, arreglistas e intérpretes, sus estilos, sus orquestas y solistas. Ambas expresiones se fueron volviendo progresivamente más abstractas hasta convertirse en música para escuchar. Pero, hasta ahí llegan las coincidencias, porque el Jazz, a diferencia del Tango, que es una música fundamentalmente “escrita”, tiene como núcleo central la improvisación. A ello se suma un apetito “omnívoro” que a lo largo de su historia, lo llevó a devorarlo todo a su paso.
La música de naturaleza folclórica, fundamentalmente el Blues, pero también otras formas tradicionales, como puede apreciarse en los discos de los guitarristas estadounidenses Pat Metheny o Bill Frisell o del saxofonista británico John Suman, o del pianista sueco Jan Johansson, la música occidental de tradición escrita, tanto lo que en su momento se llamó: “Third Stream”, movimiento animado por Gunther Schuller y George Russell, como otros intentos de fusionar lo clásico con la improvisación.
La música brasileña, fundamentalmente, el bossa-nova con Stan Getz y Charlie Byrd, principales exponentes, pero también otras variedades como la Samba, el Choro, el Baiao y la música de los aborígenes amazónicos, caso de los saxofonistas y clarinetista Paulo Moura, el percusionista Airto Moreira, los guitarristas Helio Delmiro y Toninho Horta o los multinstrumentistas Egberto Gismonti, Hermeto Pascoal o Sivuca; la música árabe de los oudistas RabinAbout-Khalil y Anoaur Brahem; la música de la India, que tanto influyó sobre el grupo Oregón y el guitarrista británico John Mac Laughlin; la del extremo oriente, el clarinetista Tony Scott, es un buen ejemplo; la música Pop de cada país occidental, la canción francesa e italiana, principalmente y también el Tango, con el saxofonista Gato Barbieri y, más recientemente, con el pianista Adrián Laies.
Dado este tránsito, aunque nació en Estados Unidos, el Jazz es hoy una música universal que ha atravesado las peripecias de nuestra historia y, por lo tanto, de la que todo el mundo participa. Una recomendación: Lo que no conozca, ver el diccionario, pero despacio. Sé Mateo que eres privilegiado, porque puede botarse al agua como hombre, tal como lo dice Simón: “Yo soy un hombre”. Ser un hombre inteligente lo dice con sus actuaciones en la vida, su experiencia con el ordenamiento de sus padres.
Más de un siglo de buen arte
Un repaso pormenorizado, inteligente y claro por los distintos momentos de la historia del Jazz, apoyado en los nombres de algunos de sus principales movimientos y protagonistas, nos permiten dimensionar la estética y exquisitez de este género musical que retrata fielmente la vida del pueblo estadounidense. Este es sin lugar a dudas, una de las más importantes expresiones artísticas del siglo que pasó.
Una dama le preguntó a Thomás “Fats” Waller, personaje popular durante los años 30s: “Señor Waller, ¿Qué es el Jazz?” Fats, contestó: “Señora, si aún no lo ha entendido, es mejor que lo deje”. Waller era un pianista de Jazz cuando lo dejaban y un entertainer la mayoría de veces.
Esta doble adscripción no era rara, sobre todo, si se quería sobrevivir. El caso de Louis Armstrong es el más notorio. Enloquecía al público con sus muecas y guiños creativos y originales, pero siempre se le escapaba retazos del gran artista que se expresaba con sonidos. Él fue quien hizo que el Jazz se transformara de una variedad folclórica a una forma sofisticada de arte. No pocos ponen fecha a este momento: 28 de junio de 1928, la grabación de “West End Blues” (Aires del oeste), aunque es injusto negar ese nacimiento a una pulsión colectiva y quizás hacerlo con los precedentes, los llamados pioneros, los que cimentaron el asunto, acaso sin saber que estaban dando lugar a una estirpe.
Ese día Armstrong, se salió de los cauces de la literalidad e improvisó con total libertad y hondura, es decir, creó otro mundo. Pero, también propagó la idea de que eso podía hacerse. Claro, no estaba solo, su background fue el pianista Earl Hines, que ya había inaugurado otra forma de volcarse sobre las teclas.
Durante toda su vida, Hines, que murió en 1983, le quitó importancia a su participación, hasta que fue redescubierto por Louis, a finales de los años 40s. Se consideraba solo un animador, un director de orquesta de entretenimiento. Había algún tipo de cinismo en esa modestia pública.
Los años 20s fueron cardinales para el Jazz. Además, del surgimiento de grandes solistas, había pensadores que volcaban en arte sus reflexiones en forma de arreglos orquestales y combinaciones de instrumentos. Duke Ellington ya cimentaba su prestigio con su primera orquesta. Don Redman y Benny Carter, inventaban el formato big band, una multiplicación pautada del estilo polifónico del Jazz original de Nueva Orleans y Chicago. Benny Moré nació en la isla caribeña de Cuba, vivió en el paradisiaco pueblo de Cienfuegos, en la avenida “El Prado”. No quiso salir de su patria por tener dignidad con su gente negra y campesina y pudiera de esta manera escuchar su música; el capital – contrato no lo pudo comprar, fue clara su convicción que el dinero no lo es todo en la vida, como se considera en el capitalismo. Allí, existe una estatua en bronce.
Fletcher Henderson y Count Basie, daban los primeros pasos hacia lo que se habría de convertir, en los años 30s, en la era del swing. Pero también fueron los años en que los músicos blancos perdieron la timidez frente a la potencia originaria de los negros. También ellos podían y lo hicieron de modo magistral, como Bix Beiderbecke, Bud Freeman, Jack Teagarden y Pee Wee Russell. En público, no podían mostrarse conjugados con los[L1] músicos negros; en privado lo hacían todo el tiempo. Solo a finales de los 30s, Benny Goodman y Artie Shaw, se animaron a incorporar músicos negros en sus orquestas, no con poco escándalo: Teddy Wilson y Lionel.
Hampton con Goodman, Billie Holiday y Roy Fidridne con Artie Shaw. Los historiadores le preguntarán al país más grande en tecnología, ¿Por qué dejaron construir una gran ciudad negra americana por debajo del nivel del agua? Para que se inundara totalmente en el siglo XXI y se perdiera su historia cultural de todos los lugares históricos, sería la respuesta más aproximada y cruel.
Pero, ¿Qué era el Jazz? Para la gente, blancos y negros, aunque de diferentes maneras, era un modo de divertirse: El baile. Eso se propagó por todo el mundo. Para los músicos, un modo de ganarse la vida y de expresarse con artistas. Fue un proceso dispendioso, lento, porque desde la cultura se era mirado con desdén.
Duke Ellington, probablemente el “jazzman” más completo y profundo de la historia de esta música, dirigía una orquesta con la que la gente movía los pies. Componía y creaba sistemas sonoros a partir de solistas y de paso, estimulaba la innovación.
Después de Armstrong era difícil completar el ciclo solista, pero el entorno empujó al surgimiento de nuevas grandes individualidades. El primero en brillar fue el saxofonista tenor, Coleman Hawkins, cuyas ideas propagaron la fuerza de la creación individual. Su reinado duró más de una década, de los 30s a los 40s. No estaba solo. Pues pianistas y trompetistas se sumaron a esta maravillosa aventura, al igual que otro saxofonista y tenor: Lester Young. Él inventó una nueva forma de tocar el mismo instrumento. Era la antonimia de los estilos de Hawkins y Young. Se basaba en la evolución posterior de la expresión individual del Jazz. En realidad, no deriva uno del otro, sino de caminos paralelos que se miran entre sí.
A mediados de los años 30s, durante el New Deal de Roosevelt y Hawkins, emigró a Europa y allí, fue una fuente de conocimiento y experiencia para los músicos locales, sobre todo en Francia, Inglaterra y Holanda. Sin embargo, había uno que porfiaba en no aprender nada de nadie, era el guitarrista Manouche Django Reinhardt, genio surgido de los carromatos, aficionado al juego, la pesca y el billar. Era el más formidable guitarrista de Jazz hasta los años 50s. Hawkins se quedó boquiabierto; Ellington lo quiso consigo y el ocupante alemán le perdonó la vida y lo dejó trabajar siendo gitano. Se especula que Ernest Jünger tuvo que ver algo en el asunto.
La expatriación hizo que Hawkins perdiera el tren de lo que se cocinaba en las ciudades de su país, incluyendo los vibrantes sonidos de Lester Young. En esos años emergieron con fuerza las “Big Band” (Grandes Bandas); la era de Swing dio lugar al primer fenómeno de masas en el terreno musical. Fácilmente el pueblo enloquecía con Goodman, considerado símbolo y centro del milagro.
Las grandes orquestas viajaban en autobuses por todo el país. No era raro que la banda de Chick Webb, se cruzara con la de Jimmy Lunceford, o la de Basie con la Ellington. Y el Bebop estaba agazapado, Charles Parker seguía vigilando y a su vera, Charles Mingus, que murió en 1979 en Cuernavaca (Méjico), un negro casi blanco que podría haber imaginado Malcom Lowry. Pero, salvo el caso de Keith Jarrett, cuyo recorrido fue sabio, profundo y tuvo gran aceptación, el resto no dejaba de moverse en los márgenes, poco a poco dando lugar a algo que habría de ser definido como free bop, el nombre lo dice todo: La forma se había diluido, pero Charles Parker custodiaba toda metamorfosis y restablecimiento. Y toda quiere decir toda, como una deidad clásica situada a la vera del renacimiento.
¿Qué es lo que debía renacer? No es una pregunta con respuesta, aunque en los años ochenta los jóvenes hermanos Wynton y Brandford Marsalis de Nueva Orleans, insinuaron que eran dueños de la fórmula. En sus primeros pasos fueron apoyados por Herbie Hancock, que había sido pianista en el quinteto de Miles Davis. El método partió de aquellos sonidos. Los Marsalis eran brillantes instrumentalistas, pero escuchando a la vez al saxofonista David Murray, a quien se le tildará de imperfecto, se tenía la impresión de que el Jazz se abría desde la nada para no conciliar en parte alguna.
Europa había absorbido el mensaje y empezaba a dejar de lado el andador, tanto el neobop de los Marsalis como el free bop o el free más descarnado, gravitaron sobre sus bosques tenebrosos (La idea es de un Mingus despechado con un pianista holandés que lo abandonó para volver a su casa). Tanto allí como en las fuentes comenzó a privilegiarse la excelencia en la ejecución.
Wynton Marsalis institucionalizó su música, se acomodó en la herencia de Ellington y Armstrong y dejó que sus coetáneos tomaran caminos de evolución, dándoles la espalda. Nueva Orleans volvía a parir artistas de Jazz, sobre todo, trompetistas, como en la época de Armstrong.
Nueva Orleans, Chicago, Los Ángeles y Nueva York, en los años 90s, comenzaron a surgir figuras. Podríamos llamar faros guías de diferentes intensidades, algunas ocultas, como ciertos profesores de la Berkelee School of music, otras en línea de fuego: Jarrett, que entonces se abocó a quitarles el polvo a los stándards del Jazz, vale decir, los temas que provenientes del Tin Pan Alley, como del repertorio jazzístico, todos tocan, con un trío extraordinario, que incluye a Jack DeJohnette y a Gary Peacock, DaveHolland, al frente de sus quintetos y big band. Más recientemente el pianista de Brad Melhdau, también el trompetista y compositor Dave Douglas y saxofonista John Zorn. Son solo unos ejemplos porque los faros proliferan como en las costas tormentosas.
¿Estilos de hoy?
En el 2011, todo está en movimiento y parece negar el aserto de que, con la disolución, el Jazz se terminó. Las opiniones se desencuentran en este campo expandido. Hay quien dice que después de que Mark Rothko pintó su cuadro marrón y se suicidó, no cabía nada más en la pintura, pero surgieron con bríos los hiperrealistas. La comparación no es azarosa: John Coltrane había roto con lo armonioso y melodioso; Joe Lovano y George Garzone, recomponen los trozos con alguna maestría y, no son hiperrealistas.
Hay largas sombras que se proyectan sobre el Jazz, aparte de la de Charles Parker: La de Ellington, la de Tristano, cuyo mensaje revive; la de Monk, un faro intermitente de gran potencia. Ken Vandermark nos remite a las audacias de Archie Shepp, un discípulo de Coltrane y de Ben Webster. Es decir, desde una voz contemporánea recorre la esencia y la modernidad.
El ejemplo de Vandermark no es aventurado. Otros jazzman en sus distintas especialidades y “estilos” (La palabra es inadecuada), siguen caminos de síntesis interna en la elaboración de sus talantes creadores: Greg Osby, Jason Moran, David Binney, Marty Ehrich, Jim Pepper, Tim Berne, son solo nombres representativos, elegidos al azar y sin privilegios.
Es algo que ya había pasado. Y aunque ha muerto, el Jazz está vivo y ofrece alternativas, es decir, se renueva. Y, si esas no son del agrado del demiurgo pasivo (El público hecho pueblo), el oyente de discos, el que sueña con que es él quien toca, que es su voz la que sale de los parlantes, puede hacer un recorrido de Louis Armstrong a Herb Robertson, un trompetista de formas libres que afirma que su música es la misma que hacía Louis.
El Jazz es el disco (Como se llamaba en la prehistoria), es decir, reproducción fonográfica. Refugio de insatisfechos, llena los espacios de la memoria musical, da forma a los sueños fundiéndolos con lo que otros han experimentado, como el de Dizzy Gillespie en Hot House, el de Billie Holiday en Fine and Wellow, o el de Miles Davis en So What o el de Ornette Coleman en Lonely Woman, sueños de amor, aventura e infortunio, recreación inquebrantable de una cultura.
Origen de la palabra Jazz
Puede resultar irrelevante saber el origen exacto de la palabra Jazz, pero no lo es. Tomar nota acerca de la diversidad de versiones que existen al respecto y de significados que se le atribuyeron al término. Porque estas divergencias hablan de algo que sí es importante y es la multiplicidad de culturas que confluyeron en esa música.
Para algunos Jazz proviene de “íase”, la versión creole del francés “Jase” (Charlar, Parlotear). Para otros, el origen está en el mandinga “Jasi” (Exagerar, o en el argot del blues, calentar, excitar o incluso, hacer el amor). En las reuniones de negros, nació a partir de las charlas, historias y cantos religiosos y espirituales.
Entre las fuentes del Jazz, más que músicas africanas, hay diversas músicas afroamericanas ya consolidadas y provenientes, en todo caso, nos muestran las capas geológicas que revelan distintos grados de distancia con las tradiciones anteriores a la llegada a los Estados Unidos de la población negra. A diferencia de lo que sucedió en las poblaciones afrocaribeñas (Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, el caribe colombiano y panameño), en los enclaves de origen africano de Perú y Brasil o incluso, en los de Río de la Plata, a fines del siglo XIX en Estados Unidos, no se conservaban músicas, ni rituales africanos que no se hubieran mestizado con especies de otros orígenes culturales. En el Blues, en los Gospels (Canto o alabanza religiosa) en las canciones de trabajo y, obviamente, en el Jazz, ni siquiera aparecen huellas demasiado visibles de los idiomas de las poblaciones africanas originarias que en otras partes de América impregnaron la cultura, aunque más no fuera en la designación de cantos, danzas o prácticas religiosas. Para decirlo de otro manera, si “candombe” o incluso “tango”, son palabras de origen africano (Aunque en este último caso designara como “cosa de negros”, a músicas diferentes que las que luego recibieron ese nombre), Jazz, con su combinación de antiguos significados y su connotación onomatopéyica, pero, sobre todo, con ese sonido nítido, veloz, que parece ser su significado más que tenerlo, es un palabra indudablemente, norteamericana.
Entre las especies folclóricas irlandesas e inglesas sobrevive, por ejemplo, la práctica de “las división son a ground renacentistas y barrocas”, donde una secuencia de acordes fijas, se repite mientras los instrumentos solistas van tocando variaciones en las que las subdivisiones rítmicas son cada vez más pequeñas y exigen mayor velocidad de digitación por parte de los intérpretes, con un efecto bastante similar al que en el Jazz tienen los solos sobre los sucesivos coros de un tema.
En el Jazz, influyen los cantos religiosos afroamericanos, donde ya hay un grado importante de mestizaje con tradiciones europeas, y también otras músicas influidas por ellos. Aparece el Blues pero de igual manera músicas de entretenimiento influidas por el Blues y otras afroamericanas, como la de los ministres, una especie de vodevil o proto-comedia musical representada en su origen por blancos disfrazados de negros que se exageraban y hasta los ridiculizaban, y luego imitada por los negros y convertida por ellos en género propio. Y el Jazz se nutre, desde ya, del ragtime, en donde aparecen mezcladas una buena cantidad de ritmos y tradiciones surgidas en las poblaciones de esclavos y luego de libertos del sur norteamericano. Esta música de salón revela por otra parte, un mercado burgués afroamericano ya absolutamente constituido a fines del siglo XIX.
Aunque no se ha podido determinar con exactitud, se estima que entre 1600 y 1860, alrededor de quince millones de africanos fueron llevados violentamente a América por las potencias europeas que habían colonizado el continente, para ser vendidos como esclavos. En los Estados Unidos de Norteamérica, la esclavitud solo se prohibió en 1865, tras una cruenta guerra civil que partió al país en dos, enfrentando a los estados del sur con los del norte. Millones de esclavos e hijos de esclavos quedaron entonces como personas libres, pero desprovistas de los más esenciales Derechos que la Constitución Liberal de Estados Unidos, supuestamente, garantizaba a todos los ciudadanos blancos de este país.
En los estados sureños, que habían ido a la guerra para defender y perpetuar la esclavitud, y en los que hasta 1910, vivía casi el 90 por ciento de la población negra en un cruel y despiadado sistema segregacionista, nació el Jazz, más precisamente en Nueva Orleans y sus alrededores, a principios del siglo XX.
No es extraño entonces que la historia del Jazz, su evolución y sus constantes cambios estilísticos a lo largo del siglo XX, pueda ser vista también como un espejo de las luchas sociales que los negros debieron enfrentar en los Estados Unidos, luego de la llamada: “Emancipación” (Lucha de clases, dijo Carlos Marx).
Rápidamente, el Jazz se convirtió en el único espacio en el cual las primeras generaciones de negros norteamericanos libres pudieron comenzar a expresar e intentar transformar su experiencia de vida, su historia, su legado y sus vínculos con su pasado y su origen, en especial con África. Recuerde: La música es la expresión de la identidad de un pueblo y nadie se la puede quitar.
Dentro de esta tensión permanente, cada revolución estilística, desde los primeros solos de Louis Armstrong en la década de 1920, reafirmando con ellos la individualidad del músico de Jazz y las posibilidades de la improvisación individual en un contexto colectivo, hasta las funciones más arriesgadas de los años 70s en adelante, puede ser analizada como un conflicto, con su consecuente intento de resolución, con el concepto y los alcances de aquella libertad obtenida tan recientemente. Cada avance, cada nuevo estilo, en algunos casos de manera más implícita que otros (El Bebop de Parker, Gillespie, Monk y otros, por ejemplo), puede ser interpretado como una nueva conquista, como la adquisición de una mayor libertad en busca de la absoluta o al menos, igualitaria. Y también como un desafío por parte de los músicos negros, a la clase dominante blanca, que también dominaba su negocio.
Este paralelismo y en especial su estrecha vinculación con la lucha más amplia en el campo social y político, alcanzará su clímax en los años 60s, cuando el Free-Jazz (El estilo libre), propio de los jazzistas de concierto y el movimiento por los Derechos Civiles queden indisolublemente unidos, como dos caras de un mismo fenómeno.
Siempre atravesado por las tensiones raciales, el Jazz también fue salpicado por la creciente militancia de la comunidad negra en busca de igualdad real. No todo el Jazz se volvió militante y político, desde luego, pero indiscutiblemente pasó a formar una parte vital de esos movimientos. Fueron muchos los músicos, principalmente negros acompañados por blancos, que catalizaron y abrazaron ese deseo ferviente, ya incontenible, de igualdad, adelantándose incluso, al surgimiento de las formas más radicales y violentas de lucha social que recién aparecieron unos años después, como el partido de los Back Panthers (Panteras Negras), o incluso, el movimiento más genérico denominado: Black Power (Poder Negro), cuyo exponente máximo y pacifista fue Martin Luther King, aparejado con su colega y pastor, Malcom X, éste último de tendencia más radical y menos dialogante, pero no menos original y auténticamente exponente de los Derechos Civiles, ambos asesinados por el régimen Yanqui, a través de bandas paramilitares que en Norteamérica se llamaron la triple K, el Kukusklan, logia de blancos que se reclamaban como únicos dueños de Estados Unidos. Este ejemplo criminal se impuso en Colombia con el matarife o narcotraficante número 82, según la misma CIA, Álvaro Uribe Vélez.
Mompox, ciudad del Jazz en Colombia
Mompox, es la ciudad del Jazz en Colombia. Ciudad turística que conserva la riqueza arquitectónica, religiosa y cultural. Tiene 65 kilómetros de dique para ser navegable por el río Magdalena, de Cartagena de Indias a Mompox. Cuenta con 40 mil habitantes y fue fundada en 1537 con decenas de casas construidas en los siglos del XVI al XVIII y que se conservan intactas. Llegaron allí expertos artesanos traídos por representantes de la iglesia Católica, entre ellos: Dominicanos, agustinianos, franciscanos y jesuitas, cuya misión fundamental era hacer alambre fino y delgado en oro, en figuras precolombinas conocido como el arte de tejer joyas. La filigrana, es asimilada de generación en generación, por parte de los abuelos. Hay un taller que vale la pena visitar ubicado en la Calle Real del Medio.
Mompox fue la población más floreciente del Nuevo Reino de Granada. Fue escenario de la primera edición del festival de Jazz, durante los días 5 y 6 de octubre de 2012. En esta oportunidad se presentaron las siguientes bandas musicales: La Big Band; Julián Sarmiento y su Grupo Madera; Carlos Reyes y la Banda Kilerbang y el grupo de Jazz de Juan Carlos Coronel. A nivel internacional, la embajada gringa trajo una banda de Nueva Orleans. El magno evento musical se desarrolló en el templo Santa Bárbara y la Basílica de San Agustín.
Cuenta esta ardiente y polvorienta población costanera con el famosísimo restaurante “El Fuente” del austriaco Walter Gurth, cuyo plato favorito es la pizza, cuyos elementos son cultivados por él, mientras que los ingredientes son importados, la carne es ahumada, el ron es artesanal y la tocineta es austriaca. También vende gran diversidad de artesanías.
Cuando era joven no pude ir, trabajaba con el Incora en Montería en 1974, cerca del Carmen de Bolívar. Cuando sea mayor, Mateo, no deje de asistir, vale la pena sentir el Jazz allí.
Mateo, sobrino político: Cuando sea mayor de edad debe conocer la “Bodega del Medio”, en la Habana (Cuba). De igual manera, está el museo del Jazz, en los sitios conocidos como la “Zorra y el Cuervo”, o el “Jazz Café” o el Malecón, uno de los sitios más concurridos en este país por nacionales y extranjeros. Se oye el golpeo de las olas, son dos mil metros al aire libre, donde se compone y se conoce como “El sofá de la Habana”. Asiste gente de todas las condiciones sociales, económicas y étnicas.
Mis últimas palabras que dejo en este texto, son palabras de admiración y aprecio, aspirando que cada día profundice sus conocimientos sobre este universo de la música y el maravilloso arte interpretativo del Saxofón. La música ennoblece, enaltece la paz y la esperanza en un mundo posible al alcance de todos y todas. Hasta la victoria ¡Siempre!
[i] CHOMSKY, Noam. ¿Quién domina el mundo? Impreso por Disonex S.A. Bogotá, D.C. Segunda impresión diciembre 2016. Página 25.
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