jueves, 21 de octubre de 2021

Violencia invisibilizada: Dedo sin doliente (A manera de crónica)

 


Por Nelson Lombana Silva

Durante algún tiempo, Andrés Felipe Bonilla, fue bibliotecario en el corregimiento de San Juan de la China, municipio de Ibagué (Tolima). Durante una jornada de estudio comentó jocosamente que en este caserío ocurrió una trifulca en la cual un forastero perdió una falange de su mano. No conoció ni al agresor ni al agredido, pero en cambio sí el dedo.



El suceso al parecer no generó miedo en la región. Más bien generó hilaridad entre los miembros de esta comunidad e incluso, en las autoridades. En una región tan violenta que alguien pierda solamente un dedo, realmente no es noticia trágica. Por el contrario. Genera risa. Es la conclusión a la que se llega después de escuchar el relato.

El suceso ocurrió el 5 de junio. El año no lo tiene presente el joven bibliotecario, pero tuvo que ser bastante reciente. Era día de mercado. Dice: “Ese día me quedé en el pueblo tomándome unos tragos con un amigo, celebrando que habíamos ganado un festival de cine. Bebimos hasta las tres de la mañana, en el segundo piso de una pequeña discoteca de tabla. Tomamos en el balcón de ésta”.

Hacía mucho frío. La neblina lo cubría todo. Las gotitas mojaban el entorno. “Salimos de allí con frío y bastante bebidos. Hacía mucho frío, estaba nublado, goteaba pero no llovía”, señala. El viento helado soplaba suave recorriendo el pequeño poblado ubicado en una de las estribaciones de la cordillera central.

El negocio El Chuzo, en una esquina del polideportivo, parte céntrica del poblado, estaba aún abierto. Cerca de allí, había un grupo de campesinos jugando dado en el piso, soportando la gélida brisa. Al otro lado, una pequeña casetica donde un señor adormilado y una señora adentrada en años, vendían el exquisito embutido.

Andrés Felipe y su amigo, se acercaron a comprar el rico manjar, no solo para mitigar el hambre, sino para intentar restarle efectos al alcohol etílico consumido y así poder llegar a la finca en la moto.

“Cuando nos acercamos – relata – vimos que muy cerca al chuzo, había un grupo de gente reunida alrededor de una persona que estaba sentada en una silla. Creí que estaba jugando dado, igual que en la otra parte”.

Compraron un chuzo para cada uno. “Mi amigo se alejó con dirección a donde pensaba que también estaban jugando dado. Yo devoraba con avidez el embutido. No demoró. Regresó nervioso, pero, tratando de sonreír. Era una sonrisa nerviosa. Me dice casi en el oído: “Parce, ese man tiene un dedo en sus manos. Inicialmente no le entendí nada. Confundido, le pregunté: ¿Cómo así?”. Mi amigo insistió: “Sí, es el dedo de una persona. Es el dedo de una mano. Lo tiene en su mano, que se lo quitaron ahorita a alguien dizque peleando”.

“Sin entender bien lo que me decía, aturdido por los efectos del licor, me acerqué. Estaba sentado seguramente bajo los efectos del licor y los alucinógenos. Era joven de mirada vidriosa y entre dormida que permanecía como ido, distante de la realidad que estaba viviendo.  Lo interrogué: “¡Cómo así que usted tiene un dedo humano!” Tenía la mano cerrada y una sonrisa socarrona. Sin emocionarse, me dijo: “Sí, mire, tengo el dedo. Estoy esperando que el dueño venga por él”. “¿Qué pasó? Insistí: “A las doce, más o menos, se peleó con alguien, le sacó machete, le mandó el zunchazo, él metió la mano y le tumbó el dedo. Salió corriendo hacia la parte de abajo del pueblo y el sujeto lo persiguió. No se supo más de ellos. Entonces me quedé con su dedo, esperando que vuelva. Eso espero, que vuelva por su dedo”.

“Yo lo miraba absorto. Parecía normal quitar dedos violentamente en este país. Tenía una camisa blanca percudida, un poncho puesto, pantalón dril y cachucha. Tenía los ojos rojos, quizás de trasnocho o del alucinógeno, una sonrisa perdida y una mirada de cierta manera graciosa”.

La madrugada nublada avanzaba. “El joven me miró diciéndome tranquilamente: “Ya que usted es el bibliotecario, ¿Será que puedo dejar el dedo en la biblioteca, por sí el dueño regresa? Yo de todas maneras, me quedaré un rato más esperando. Nervioso le contesté que no. Entonces me respondió sin perder la calma: “Yo esperaré un rato más. Pero si no viene no sé qué hacer con él, si dejarlo o llevármelo”.

“Volví a la casetica a comer el chorizo. Al mirarlo creía tener el dedo. Pensaba que no estaba comiendo el embutido sino el dedo. Eso me producía repugnancia, náuseas, pero tenía mucha hambre y necesitaba reducir el grado de alicoramiento. Tuve deseos de vomitar. Era una sensación extraña”.

“Subí a la moto. Mi amigo decidió manejarla. “Estoy menos borracho que tú”, dijo. Nos fuimos. Después de cruzar el cementerio, un poco más abajo, ya internándonos en la vereda La Violeta, vimos a alguien que iba montado en un caballo. Era una persona sin camisa. A esa hora y sin camisa, nos pareció curioso”.

“Mientras nos acercábamos lo alumbrábamos más y más. Tenía ensangrentada la espalda. Al pasar cerca de él, lo hicimos despacio, no queríamos asustarlo o que creyera que lo estábamos siguiendo o asustar el caballo. Tenía la cara también ensangrentada, lo mismo la cabeza. No vimos heridas en la espalda, solo sangre. Era como si esa sangre de la espalda no fuera de él. Untarse la espalda hubiera sido complicado”.

“Lo curioso de este sujeto fue que apenas nos vio, sonrió, nos saludó. Nos dijo: “Hasta luego”, de una manera normal, alzando la mano, siguió su recorrido como si nada estuviera ocurriendo”.

“Empezó a lloviznar. El frío mañanero era intenso. El entorno seguía nublado. Eran las tres de la mañana y el hombre sin camisa y bañado en sangre, montado en su caballo se alejaba del pueblo como nosotros. Para nosotros, lo más sorprendente fue su tranquilidad, la forma sosegada como nos saludó, era como si todo fuera lo más normal del mundo, como si la violencia entre pueblo contra pueblo fuera lo más normal del mundo”.

“Mientras nos alejábamos por la empinada y estrecha carretera, mi amigo y yo cavilábamos, pensando que podría ser la persona que había perdido el dedo, o la persona agresora, pero quizás podría ser un tercero. Esta historia queda con una gran incógnita, porque será muy difícil establecer cuál de los tres perdió el dedo. La única certeza es que la víctima era un andariego, también conocido en la zona como “cosechero”.

“Nunca se supo de quién era el dedo. El andariego seguramente esa misma noche marchó o en el transcurso de esa semana. Nadie reclamó el dedo, ni la noticia trascendió en los medios de comunicación y en la misma comunidad del sector. No era un muerto completo, era solo un miembro que la misma comunidad relataba con hilaridad, no con miedo y espanto”.

“No sé qué pasó con el dedo. Solo recuerdo las palabras de quien lo tenía: “Voy a esperar otro rato, a ver si aparece, sino me marcho. Nunca dijo con precisión qué iba a hacer con él. No creo que este hubiera sido el agresor. Quizás fue el que se tomó la molestia de recogerlo una vez volvió allí la calma. Él solo lo recogió”.

“De todas maneras, era un muchacho delgado, desconocido para mí. Nunca había tenido la oportunidad de conversar con él. Lo único cierto era que los tres labriegos metidos en este drama vivían en la misma vereda. Todos eran pueblo. Al parecer el joven no era amigo ni del agresor, ni del agredido, tal vez hizo las veces del buen samaritano. ¿Por qué fue la pelea? Al parecer por un chico de billar. Ahí, termina la historia. Lo demás es imaginación, especulación”.

1 comentario: