miércoles, 30 de marzo de 2016

Ecos de Libertad…

Por Nelson Lombana Silva

Mientras en la hermana república caribeña de Cuba, se desarrolla los diálogos con las Farc – Ep y se anuncia que el método de refrendación de lo acordado podría ser a través del tratado del Derecho Internacional Humanitario (DIH), exactamente el protocolo 3 de Ginebra, el presidente Santos anuncia la apertura pública de las conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).



Para el efecto, se emplearía la solidaridad de cinco países: Ecuador, la República Bolivariana de Venezuela, Brasil, Cuba y Colombia. Serían países garantes que prestarían en un momento determinado sus territorios para el desarrollo de las conversaciones y acuerdo  de la agenda, la cual consta de seis puntos fundamentales.  


Desde luego, la apertura de diálogos del gobierno con los principales movimientos insurgentes en Colombia no se pueden considerar en modo alguno una dádiva del régimen. Al contrario. Es fruto de la tenacidad de los movimientos insurgentes que no pudieron ser derrotados ni política, ni militarmente, no teniendo otra alternativa el déspota régimen capitalista de explorar la salida política al conflicto social y armado como lo ha venido proponiendo hace rato el Partido Comunista Colombiano.


Se impone la lucha política, la batalla de las ideas, escenario que debe contar necesariamente con la participación activa de la población civil. Un proceso de esta naturaleza sin la participación activa del pueblo colombiano, sería un proceso inane, por cuanto en este proceso no se está definiendo el destino de los movimientos guerrilleros, sino el destino del pueblo secularmente engañado y oprimido. Ningún sector popular puede considerarse excluido.


Hay más razones, igualmente, de peso. Los movimientos insurgentes son pueblo por antonomasia. Representan los intereses de la clase dominada en el sistema capitalista, mientras el presidente Santos levanta la bandera de la clase dominante, la burguesía. Así las cosas, estos procesos de diálogos están cruzados por la lucha de clases. Santos quiere la pax romana. Es decir, la paz sin reformas, la paz con serio tufillo de rendición. Por su parte, los movimientos insurgentes proponen una paz con justicia social, es decir, con cambios estructurales y de fondo, en favor de la clase secularmente oprimida.


Santos muestra el cobre desde el principio al señalar que se hará la paz pero sin modificar el régimen económico. Decir así es decir que quiere la paz de los sepulcros. Que todo cambie para que nada cambie. Quien puede desenredar este nudo gordiano correctamente es el pueblo. Por eso, no se puede mostrar indiferente o ausente de las conversaciones en estas dos mesas que hoy son una realidad, una en Cuba y la otra en Ecuador.


Los ecos de libertad se sienten con fuerza en Colombia. Son un poderoso llamado  a la lucha por la paz con justicia social contando siempre y en forma decidida con el pueblo colombiano. Es el principal protagonista, indudablemente. 



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