El 2021 ha comenzado, es una realidad concreta e inevitable. “Año nuevo”, dice el pueblo aturdido aún por los sinsabores del año anterior, con todos los sucesos ocurridos en estos 366 días que se esfumaron en un país sacudido por la violencia, el terrorismo de estado, la pandemia, el desempleo y la carestía. Un país tomado por la mafia y la corrupción.
No es una exageración, es una terrible realidad. Las estadísticas son elocuentes: Cerca de un centenar de masacres de líderes populares, campesinos e indígenas en Colombia; casi trescientos desmovilizados de las Farc – Ep asesinados en completo estado de indefensión en todo el territorio nacional, despilfarro de la gran oligarquía, militarismo – paramilitarismo exacerbado, incomunicación mediática, bases de Estados Unidos en Colombia, agresión a la hermana República Bolivariana de Venezuela, etc.
Sin embargo, nuestra preocupación va dirigida hacia el presente – futuro, surgiendo al respecto un gran interrogante: ¿De quién tenemos que protegernos como pueblo en este año? A nuestro modo de ver, el pueblo colombiano tiene que abrirle el ojo visor a dos enemigos mortales: El Estado Capitalista y la Pandemia del Coronavirus.
El peor enemigo del pueblo colombiano son las mal llamadas instituciones democráticas, porque todas están infectadas de corrupción, terrorismo de estado y explotación suprema. Resulta indignante las medidas que vienen tomando el Centro Democrático, el Gobierno y las mayorías aplastantes del Parlamento colombiano. No hay que hacer grandes elucubraciones para entender y demostrar esta cruda realidad. Colombia está en manos de la mafia, a merced de los dictámenes de los Estados Unidos y en poder de la burguesía más atrasada y repugnante.
Ante el temor de perder sus privilegios, nuevamente han sacado de su cubilete las armas favoritas para imponerse en las urnas: El terrorismo de estado, la trampa y la corrupción. Así que, ese cúmulo de asesinatos de líderes y lideresas que viene sucediendo al estilo genocidio Partido Comunista y Unión
Patriótica, obedece a un plan siniestro debidamente estudiado e implementado.
Por eso, el deber de luchar por preservar la vida y luchar contra la adversidad. El enemigo de clase es poderoso, tiene todo el poder, pero no es invencible. La unidad del pueblo será factor determinante en este y en los años venideros. En eso, no se puede equivocar la izquierda. Es la única esperanza de ver un amanecer distinto en paz y en desarrollo comunitario en todo el país, sobre todo, para esos niños y niñas que con toda su inocencia sueñan con ser felices.
El otro gran enemigo es la pandemia del coronavirus. El gobierno nacional de Iván Duque Márquez, miente cuando dice que ha enfrentado como debiera ser esta pandemia. Es una mentira. Más bien la ha utilizado para inmovilizar al pueblo y enriquecer más a los ricos, sobre todo al sector bancario. ¿No ofreció regalar 370 millones de dólares a Avianca, mientras hizo una colecta pública para medio ayudar al pueblo de San Andrés en la tempestad que castigó al bello archipiélago?
Es más. No es indignante que les sube la mesada a los congresistas 5.21 por ciento, mientras el salario mínimo solo aumenta 600 pesos diarios en promedio? En el marco de la pandemia todo esto ha ocurrido y muchas cosas más. Lo cierto es que la pandemia sigue cobrando vidas humanas de la entraña popular y seguramente continuará casi indefinidamente. Eso nos debe despertar y asumir una postura responsable y consecuente.
Sin embargo, a pesar de ese oscuro horizonte, al final del túnel, hay una lucecita que nos dice que no podemos perder la esperanza y que hay que luchar por un cambio de sistema y de modelo económico. La última será la vencida y en esa dinámica estamos. Hay que contagiarnos de indignación y de organización para avanzar hacia la construcción de esa sociedad humana. Las condiciones están dadas y hay ejemplos en el continente que nos dicen que sí es posible. Quizás el más relevante es Bolivia, ese hermoso país indígena.
El mensaje, por lo tanto, es de lucha y esperanza. Tengamos presente que los tiranos son efímeros y los pueblos eternos. Feliz año 2021, para todos y todas.
No es una exageración, es una terrible realidad. Las estadísticas son elocuentes: Cerca de un centenar de masacres de líderes populares, campesinos e indígenas en Colombia; casi trescientos desmovilizados de las Farc – Ep asesinados en completo estado de indefensión en todo el territorio nacional, despilfarro de la gran oligarquía, militarismo – paramilitarismo exacerbado, incomunicación mediática, bases de Estados Unidos en Colombia, agresión a la hermana República Bolivariana de Venezuela, etc.
Sin embargo, nuestra preocupación va dirigida hacia el presente – futuro, surgiendo al respecto un gran interrogante: ¿De quién tenemos que protegernos como pueblo en este año? A nuestro modo de ver, el pueblo colombiano tiene que abrirle el ojo visor a dos enemigos mortales: El Estado Capitalista y la Pandemia del Coronavirus.
El peor enemigo del pueblo colombiano son las mal llamadas instituciones democráticas, porque todas están infectadas de corrupción, terrorismo de estado y explotación suprema. Resulta indignante las medidas que vienen tomando el Centro Democrático, el Gobierno y las mayorías aplastantes del Parlamento colombiano. No hay que hacer grandes elucubraciones para entender y demostrar esta cruda realidad. Colombia está en manos de la mafia, a merced de los dictámenes de los Estados Unidos y en poder de la burguesía más atrasada y repugnante.
Ante el temor de perder sus privilegios, nuevamente han sacado de su cubilete las armas favoritas para imponerse en las urnas: El terrorismo de estado, la trampa y la corrupción. Así que, ese cúmulo de asesinatos de líderes y lideresas que viene sucediendo al estilo genocidio Partido Comunista y Unión
Patriótica, obedece a un plan siniestro debidamente estudiado e implementado.
Por eso, el deber de luchar por preservar la vida y luchar contra la adversidad. El enemigo de clase es poderoso, tiene todo el poder, pero no es invencible. La unidad del pueblo será factor determinante en este y en los años venideros. En eso, no se puede equivocar la izquierda. Es la única esperanza de ver un amanecer distinto en paz y en desarrollo comunitario en todo el país, sobre todo, para esos niños y niñas que con toda su inocencia sueñan con ser felices.
El otro gran enemigo es la pandemia del coronavirus. El gobierno nacional de Iván Duque Márquez, miente cuando dice que ha enfrentado como debiera ser esta pandemia. Es una mentira. Más bien la ha utilizado para inmovilizar al pueblo y enriquecer más a los ricos, sobre todo al sector bancario. ¿No ofreció regalar 370 millones de dólares a Avianca, mientras hizo una colecta pública para medio ayudar al pueblo de San Andrés en la tempestad que castigó al bello archipiélago?
Es más. No es indignante que les sube la mesada a los congresistas 5.21 por ciento, mientras el salario mínimo solo aumenta 600 pesos diarios en promedio? En el marco de la pandemia todo esto ha ocurrido y muchas cosas más. Lo cierto es que la pandemia sigue cobrando vidas humanas de la entraña popular y seguramente continuará casi indefinidamente. Eso nos debe despertar y asumir una postura responsable y consecuente.
Sin embargo, a pesar de ese oscuro horizonte, al final del túnel, hay una lucecita que nos dice que no podemos perder la esperanza y que hay que luchar por un cambio de sistema y de modelo económico. La última será la vencida y en esa dinámica estamos. Hay que contagiarnos de indignación y de organización para avanzar hacia la construcción de esa sociedad humana. Las condiciones están dadas y hay ejemplos en el continente que nos dicen que sí es posible. Quizás el más relevante es Bolivia, ese hermoso país indígena.
El mensaje, por lo tanto, es de lucha y esperanza. Tengamos presente que los tiranos son efímeros y los pueblos eternos. Feliz año 2021, para todos y todas.
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