Con el peregrino cuento de construir un camino para llegar más rápido a Cartago y Popayán, Juan López de Galarza, ordenó a su hermano, fundar una población en el valle de las lanzas, para lo cual, en su propio escritorio le concedió el título de capitán y lo armó de la mejor manera, incluyendo caballería y perros asesinos. Andrés López de Galarza, era un ambicioso contador público que había llegado palanqueado por su hermano a disfrutar abusivamente de las riquezas naturales del pueblo aborigen, mal llamado indios.
Su vasto conocimiento de la contabilidad lo hacía ver como un hombre culto, pero en realidad era un avaro descomunal, sin corazón, guiado por la ambición y la burocracia. No dudó en aceptar la aventura, convencido que en este territorio el animalesco indio era portador de fortuna infinita. Rumores afirmaban que la cacique Ibanasca era portadora de oro en cantidades industriales en las estribaciones del nevado Yulima, en la corriente del río Cutumay. La odisea la inició con ese fin. Al cruzar el inmenso Yuma, pisó tierra de Yulima, encontrando la Tribu Pijao, una comunidad dedicada a los avatares del campo, orgullosa de su territorio y de sus propias divinidades sobrenaturales.
Salieron a su encuentro y le brindaron albergue, comida y dormida. Lo guiaron alborozados hasta la choza del gran cacique. Hacer amistad y facilitar un encuentro de dos culturas, fue la iniciativa honesta del aborigen, pero el falso capitán tenía un pensamiento totalmente diferente. Su ambición lo obnubilaba, la sed por el oro lo hacía perder los estribos en cada paso que daba. Tampoco el cura estaba dispuesto a aceptar las creencias de los habitantes semidesnudos que se movían con propiedad por el entorno. Eran considerados idólatras y a su vez, ellos poseedores de la verdad absoluta. No eran ambiciosos, tenían un hondo sentimiento solidario, humanitario. Los invasores tenían intenciones diametralmente opuestos. Por eso, no hubo empatía ni encuentro de dos culturas, como mentirosamente se ha venido diciendo desde la historia oficial, lo que hubo fue invasión violenta de tierra arrasada.
Dulima, río de las nieves
Ibanasca, también llamada Dulima o Yulima, literalmente significa: “Río de las nieves”, nació cerca del volcán Machín en los verdosos montes del río Cutumay, cerca del nevado Yulima. Lideresa, chamana, pero sobre todo aguerrida defensora de su ancestro Pijao, el territorio, las costumbres ancestrales, las tradiciones, la cultura y la cosmología de su pueblo.
Andrés López de Galarza y sus matones, arribaron a la región en 1550, convencidos que en las proximidades del volcán Machín existía un centro de oración al sol y la luna, donde suponían había cuantiosos tesoros custodiados por la cacique Ibanasca. Impulsado por la codicia atacó el templo e hizo prisionera a la valiente cacica y en una especie de “falso positivo al estilo Álvaro Uribe Vélez”, la condenó a la hoguera sin fórmula de juicio, sindicándola de bruja. La cacica no custodiaba tal tesoro que trasnochaba a Andrés López de Galarza, en realidad custodiaba con celo, arrojo y convicción, la libertad de su pueblo, el territorio y sus creencias. Fue incinerada viva, a la luz pública en el caserío para que su tribu cogiera escarmienta. El genocidio generó mal contados cuarenta mil aborígenes asesinados con la caballería, los arcabuces y los perros asesinos. Fue el precio que tuvo que pagar el Pijao por su heroica resistencia en defensa de sus emocionantes tradiciones y su terruño expropiado violentamente.
Ibanasca murió en la hoguera con dignidad. No le hizo una sola concesión al invasor, ni invocó clemencia. Indignada por el insuceso, maldijo los cantos, que era la manera en que la tribu Dulima contaba su historia. No quería Ibanasca que la posteridad conociera la tragedia sanguinolenta de su pueblo. En realidad, sentía vergüenza ajena.
Sin embargo, dice la leyenda que su tribu no miraba aquello como una tragedia, no veía que estuviera siendo quemada, consideraba que el dios fuego, la cubría para purificarla y su espíritu se convirtiera en la Diosa de las Nieves que habría de habitar las profundidades del nevado Yulima.
Así pues, la cacareada fundación de la Villa San Bonifacio de Ibagué en la meseta Ana-Ima, el 14 de octubre de 1550, se forjó violentamente, sobre miles y miles de aborígenes brutalmente asesinados.
La leyenda del Mohan
Su vasto conocimiento de la contabilidad lo hacía ver como un hombre culto, pero en realidad era un avaro descomunal, sin corazón, guiado por la ambición y la burocracia. No dudó en aceptar la aventura, convencido que en este territorio el animalesco indio era portador de fortuna infinita. Rumores afirmaban que la cacique Ibanasca era portadora de oro en cantidades industriales en las estribaciones del nevado Yulima, en la corriente del río Cutumay. La odisea la inició con ese fin. Al cruzar el inmenso Yuma, pisó tierra de Yulima, encontrando la Tribu Pijao, una comunidad dedicada a los avatares del campo, orgullosa de su territorio y de sus propias divinidades sobrenaturales.
Salieron a su encuentro y le brindaron albergue, comida y dormida. Lo guiaron alborozados hasta la choza del gran cacique. Hacer amistad y facilitar un encuentro de dos culturas, fue la iniciativa honesta del aborigen, pero el falso capitán tenía un pensamiento totalmente diferente. Su ambición lo obnubilaba, la sed por el oro lo hacía perder los estribos en cada paso que daba. Tampoco el cura estaba dispuesto a aceptar las creencias de los habitantes semidesnudos que se movían con propiedad por el entorno. Eran considerados idólatras y a su vez, ellos poseedores de la verdad absoluta. No eran ambiciosos, tenían un hondo sentimiento solidario, humanitario. Los invasores tenían intenciones diametralmente opuestos. Por eso, no hubo empatía ni encuentro de dos culturas, como mentirosamente se ha venido diciendo desde la historia oficial, lo que hubo fue invasión violenta de tierra arrasada.
Dulima, río de las nieves
Ibanasca, también llamada Dulima o Yulima, literalmente significa: “Río de las nieves”, nació cerca del volcán Machín en los verdosos montes del río Cutumay, cerca del nevado Yulima. Lideresa, chamana, pero sobre todo aguerrida defensora de su ancestro Pijao, el territorio, las costumbres ancestrales, las tradiciones, la cultura y la cosmología de su pueblo.
Andrés López de Galarza y sus matones, arribaron a la región en 1550, convencidos que en las proximidades del volcán Machín existía un centro de oración al sol y la luna, donde suponían había cuantiosos tesoros custodiados por la cacique Ibanasca. Impulsado por la codicia atacó el templo e hizo prisionera a la valiente cacica y en una especie de “falso positivo al estilo Álvaro Uribe Vélez”, la condenó a la hoguera sin fórmula de juicio, sindicándola de bruja. La cacica no custodiaba tal tesoro que trasnochaba a Andrés López de Galarza, en realidad custodiaba con celo, arrojo y convicción, la libertad de su pueblo, el territorio y sus creencias. Fue incinerada viva, a la luz pública en el caserío para que su tribu cogiera escarmienta. El genocidio generó mal contados cuarenta mil aborígenes asesinados con la caballería, los arcabuces y los perros asesinos. Fue el precio que tuvo que pagar el Pijao por su heroica resistencia en defensa de sus emocionantes tradiciones y su terruño expropiado violentamente.
Ibanasca murió en la hoguera con dignidad. No le hizo una sola concesión al invasor, ni invocó clemencia. Indignada por el insuceso, maldijo los cantos, que era la manera en que la tribu Dulima contaba su historia. No quería Ibanasca que la posteridad conociera la tragedia sanguinolenta de su pueblo. En realidad, sentía vergüenza ajena.
Sin embargo, dice la leyenda que su tribu no miraba aquello como una tragedia, no veía que estuviera siendo quemada, consideraba que el dios fuego, la cubría para purificarla y su espíritu se convirtiera en la Diosa de las Nieves que habría de habitar las profundidades del nevado Yulima.
Así pues, la cacareada fundación de la Villa San Bonifacio de Ibagué en la meseta Ana-Ima, el 14 de octubre de 1550, se forjó violentamente, sobre miles y miles de aborígenes brutalmente asesinados.
La leyenda del Mohan
El Mohan era un simpático personaje mitológico de Yulima que enamoraba y raptaba las doncellas. Ibanasca lo atrapó colocando de señuelo unas hermosas doncellas indígenas que lo hipnotizaron usando el alucinógeno proveniente del árbol llamado: Borrachero. En ese estado lo llevaron al cerro Machín, siendo encerrado en una cueva, tapando la única entrada con piedra. Al despertar, sintió tanta furia por la trampa tendida que lanzó un grito descomunal haciendo rugir el cerro, brotando aguas frías y calientes. Por eso, Edmond Faccini Montero, describe con sutileza a Ibanasca, diciendo: “Ibanasca aparece sobre una montaña blanca de inmensa belleza y misterio y un antiguo, mágico y sagrado lugar Pijao del paisaje tolimense llamado: Territorio Dulima”.
Buscando raíces de nuestra historia
Lo cierto es que los historiadores oficiales, hacen ingentes esfuerzos porque la verdadera historia no salga a flote y más bien se siga especulando con seres mitológicos, dioses y relatos sobrenaturales. Es nuestro deber develar la verdadera historia. Eso nos permite decir que la cacica Ibanasca, Dulima o Yulima, fue una lideresa consecuente con su identidad que luchó hasta dar su vida por la defensa de su territorio, sus costumbres y sus creencias.
De igual manera, el falso capitán Andrés López de Galarza no deja de ser un vulgar invasor, aventurero y ambicioso, que arrasó con nuestros antepasados sin contemplación alguna con el único propósito de robarse las riquezas y colocarnos de hinojos ante los dioses europeos. Los jóvenes de hoy han hecho justicia al bajarlo de ese pedestal y hacerle un juicio público. La consigna que se abre paso, dice: “Honrar la memoria de las víctimas y no de los victimarios como desafortunadamente viene sucediendo”.
Buscando raíces de nuestra historia
Lo cierto es que los historiadores oficiales, hacen ingentes esfuerzos porque la verdadera historia no salga a flote y más bien se siga especulando con seres mitológicos, dioses y relatos sobrenaturales. Es nuestro deber develar la verdadera historia. Eso nos permite decir que la cacica Ibanasca, Dulima o Yulima, fue una lideresa consecuente con su identidad que luchó hasta dar su vida por la defensa de su territorio, sus costumbres y sus creencias.
De igual manera, el falso capitán Andrés López de Galarza no deja de ser un vulgar invasor, aventurero y ambicioso, que arrasó con nuestros antepasados sin contemplación alguna con el único propósito de robarse las riquezas y colocarnos de hinojos ante los dioses europeos. Los jóvenes de hoy han hecho justicia al bajarlo de ese pedestal y hacerle un juicio público. La consigna que se abre paso, dice: “Honrar la memoria de las víctimas y no de los victimarios como desafortunadamente viene sucediendo”.
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