martes, 22 de enero de 2019

Exacerbado el terrorismo de Estado en Colombia

Por Nelson Lombana Silva

El terrorismo de Estado en la república de Colombia casi que ha sido una constante. El pueblo colombiano no ha tenido momentos de paz y de sosiego, la constante ha sido la violencia. No conoce la paz y menos la paz con justicia social.


Cuando no es el horror del traqueteo de las bombas y las ametralladoras matando pueblo, destruyendo flora, fauna y contaminando el recurso hídrico, son las cascadas de impuestos disminuyendo el poder adquisitivo y generando muertes por inanición a lo largo y ancho del territorio nacional.

Ciertamente, no hay escenario más desconcertante que ver millones y millones de seres humanos acostándose en los andenes de las grandes urbes colombianas con hambre y en completo estado de abandono por el estado que se suele autodefinir como la democracia más antigua del continente.

Eso ha sucedido, sucede y sucederá mientras siga en el poder la gran oligarquía que se da el lujo de colocar cada cuatro años presidente, senadores de la república y representantes a la cámara para que unidos protejan sus intereses de clase. 

Colombia ha padecido guerras y guerras y millones de seres humanos anónimos han caído sin saber exactamente por qué. Algunos alienados han dado la vida por colores, por defender la clase dominante. Durante la denominada “Violencia en Colombia”, 1946 – 1957, aproximadamente, más de 300.000 colombianos humildes, perdieron sus vidas y sus bienes por obra y gracia de esta rancia oligarquía que sigue impávida en las alturas del poder.

Poder descompuesto que se han rotado los mismos con las mismas. Son apenas unas cuantas familias las que tienen el privilegio de repartirse la torta burocrática del poder en este país sudamericano: Los López, los Lleras, los Pastrana, los Uribe, los Santos, los Duque. Realmente es un grupito muy poderoso que se han instalado en el poder a sangre y fuego.

Este país vive una “democracia rara” de familias. Entre ellas se rota el poder. “Al pueblo nunca le toca”, dijo el escritor costumbrista, Álvaro Salom Becerra. En ese club exclusivista, se metió Álvaro Uribe Vélez pero con marrullería, fusionando el narcotráfico y el paramilitarismo.

Comenzó siendo funcionario de Pablo Escobar Gaviria, quien lo colocó en la aeronáutica civil para que le permitiera construir pistas de aterrizajes clandestinas y licencias para el capo movilizar los cargamentos de alucinógenos a distintos países del mundo. Quien no sabe eso.

Dentro de la clasificación que maneja la CIA de los Estados Unidos, Álvaro Uribe Vélez está marcado con el número 82. Es decir, es una mentira que Estados Unidos no sepa quien es este vulgar ex presidente y actualmente senador de la república. Sabe perfectamente quién es y quienes son los secuaces que lo rodean.

Este maniático personaje no actúa solo. Hace parte de un cartel. Eso también seguramente lo entiende el pueblo colombiano. Tiene todo el aval de Estados Unidos y la extrema derecha colombiana. ¿Hasta cuándo? Hasta cuando les sea útil a sus intereses de clase. 

Alguien preguntaba desprevenidamente por qué en otros países por cosas casi insignificantes caen ministros, embajadores, generales y magistrados, mientras en Colombia caen para arriba. La respuesta es elemental y la dio el ex candidato presidencial de la Colombia Humana, Gustavo Petro Urrego cuando dijo que Colombia había sido tomada por la mafia. No hay otra explicación sensata. El solio de Bolívar está siendo enlodado por una mafia criminal y avara.

Eso explica también por qué Uribe Vélez no sabe hablar de paz. No puede hablar de paz. Su lenguaje y sus acciones son ciento por ciento belicistas, porque obedece a la dinámica mafiosa que se ha empotrado en las alturas del poder.

Por eso, ha colocado un títere que maneja con el dedo meñique. Lo bambolea como quiere y lo pone a decir lo que él quiera que diga. O mejor, lo que el cartel quiera que diga. Dicho cartel, su jefe máximo es Estados Unidos.

En esa dinámica turbulenta la orden es no cumplir con el proceso de paz concebido en la Habana y firmado en el teatro Colón de Bogotá. Además, romper el diálogo con el ELN y de paso desconocer los protocolos concebidos para este proceso que también se desarrollaba en la Habana (Cuba).

Y, para suavizar todo y distraer la opinión pública, en cumplimiento de la orden perentoria de su amo, cede el territorio para que desde aquí se prepare la agresión contra la hermana república bolivariana de Venezuela. Esta oligarquía respira violencia por todos sus poros.

Además, sigue el plan exterminio contra los líderes populares, sindicales, campesinos e indígenas y el presidente Iván Duque Márquez no se da por notificado. Anoche, por ejemplo, se salvó milagrosamente la compañera Amanda Lasso, presidenta del equipo de trabajo de Derechos Humanos de Redepaz, en el departamento de Quindío. El plan de exterminio contra el pueblo continúa, el binomio militar – paramilitar se fortalece en todo el territorio nacional.

Ante esta cruda realidad no queda otra alternativa que la unidad, la organización y la movilización del pueblo colombiano. Las izquierdas deben dar ejemplo de grandeza y por encima de sus concepciones particulares, se debe imponer la organización y un gran frente anti fascista capaz de contrarrestar esta infame carnicería humana que se ha venido incrementando peligrosamente y que tiene nombre propio: Terrorismo de Estado.



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