El 13 de noviembre de 1985, una poderosa avalancha borró del mapa la próspera población de Armero (Tolima), llevándose 25 mil habitantes. En cuestión de minutos este poblado ubicado al norte del departamento desapareció y las tinieblas, la muerte y la destrucción se apoderaron de la región.
Treinta años después el dolor persiste en los sobrevivientes, lo mismo que la impunidad. El Estado persiste en hacerle creer al mundo que el único responsable es la naturaleza y que contra las leyes de la naturaleza nadie puede luchar.
Los medios de comunicación se han dedicado por estos días a repetir aquellas dantescas escenas con morbo y como siempre, descontextualizadas de la realidad. Más parece un “show mediático”.
Centenares de personas recorrieron el 13 de noviembre la zona desértica y abandonada, por cuanto solo maleza es lo que se encuentra sobre lo que otrora fuera la conocida “ciudad blanca de Colombia” por aquello de la producción de algodón en sus alrededores. Solo una cruz gigantesca que para nada sirve y un busto del Papa Juan Pablo II, el Papa que se alió con Estados Unidos para acabar con el Socialismo en la Unión Soviética y en su patria Polonia.
El viento gélido de la impunidad reina. El gobierno de Belisario Betancur sabía perfectamente de la catástrofe y de las consecuencias. Sin embargo, poco y nada hizo por salvar 25 mil vidas. Quizás se pueda tipificar esta omisión como crimen de Estado y de lesa humanidad.
Se repitió con sensacionalismo la imagen de Omaira Sánchez, la niña heroína que no pudo ser rescatada quizás porque no era hija de algún ex presidente de la república, pero que tuvo el valor suficiente para morir con dignidad en un Estado capitalista indolente, inhumano y salvaje.
La catástrofe era una especie de crónica anunciada. Estudios científicos lo indicaban y por supuesto, el gobierno nacional tenía pleno conocimiento, por cuanto era el encargado de liderar acciones para salvar a esta comunidad armerita. Además, no era la primera vez que sucedía. Al parecer ya había sucedido en dos oportunidades.
El drama de los sobrevivientes continúa según relato de ellos. Quedaron bien parados los avivatos, oportunistas, que aprovecharon el dolor ajeno para usufructo personal, especialmente el gobierno nacional y entes que canalizaron miles y miles de recursos, pero que estos no llegaron oportunamente a los que debían llegar, llegaron a manos inescrupulosas.
De eso ni una sola palabra por parte de los medios de comunicación adictos al régimen, solo banalidades y pauta publicitaria. Sigue la impunidad y los verdaderos responsables libres haciendo más fechorías contra el pueblo a lo largo y ancho del país. La naturaleza es tomada como chiva expiatoria.
Contrasta la postura del gobierno Betancur con la asumida por el gobierno socialista de Cuba en relación con los huracanes. Ni una sola persona pereció a pesar del brutal fenómeno de las Antillas. La razón es elemental: Belisario representa el capitalismo y Castro el Socialismo, sistemas económicos antagónicos. En el primero prima el dinero, en el segundo el ser humano.
Por las víctimas ni un minuto de silencio…
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