Cruzamos el estrecho callejón terroso caminando empinado en la punta de los pies, tratando de evadir el lodazal y evitar al máximo embadurnar los botines. No fue fácil la odisea. Sin embargo, la vena periodística era más fuerte que la misma adversidad. Dando saltos de canguro por momentos cruzamos el largo callejón desértico y enfrentamos un desvencijado portón carcomido por la polilla. Buscamos la aldaba metálica color ocre y con ella golpeamos el portón.
Alguien carraspeó al otro lado y con parsimonia avanzó como pidiéndole permiso a un pie para mover el otro. Fueron segundos eternos. Cuando apareció bajo el marco del portón con su traje indiscutible de obrero, esbozamos una sonrisa de triunfo. “Siga, compañero”, dijo.
Una pequeña salita con una mesita en el centro y asientos curtidos por la vejez en desorden reducían aún más la salita rectangular. Sobre la derecha la pequeña biblioteca agolpada de libros en desorden, el pequeño transistor y la mortecina luz de un bombillo de bajo voltaje. “Siéntese, camarada”, me dijo.
Miramos a nuestro alrededor con disimulo, mientras simulábamos ojear el titular de prensa que anunciaba a cuatro columnas el éxito de Oscar Iván Zuluaga sobre Juan Manuel Santos, tratando de hacerle creer al lector que eran individuos distintos en sus concepciones políticas e ideológicas. “Son zorros y zorrillos”, dijo el veterano camarada mirando por la estrecha ventanilla el firmamento opaco anunciando lluvia huracanada.
En esta oportunidad no teníamos un libreto elaborado y concebido. En realidad no era nuestro interés hacer una nota periodística, sino simplemente escuchar de viva voz su análisis sobre la contienda electoral del día anterior. La ciudad había despertado alborotada por los resultados y toda clase de especulaciones inundaban los mentideros políticos. Los que nunca deciden en el capitalismo levantaban toda clase de hipótesis, muchas de las cuales rayaban en lo absurdo. Quizás ese aturdimiento que genera la inmediatez de los medios de incomunicación nos llevaba a aquel singular y oportuno encuentro.
Dejando escapar un largo suspiro que causa la vejez inexorable, el camarada se acomodó en su pequeño asiento dejando de presente su barriga cervecera sin remordimiento. La exhibía con gracia, casi con reverencia religiosa. Sostenía la tesis de que la fuerza del hombre está en la barriga, por aquello de barriga llena corazón contento. Si bien no era lujurioso, tampoco petulante o engreído, sí tenía aún devaneos pequeños burgueses. Hizo un gesto de dolor al acomodarse como solía hacerlo, dando la espalda al cuadro del general Bolívar y de frente al Che Guevara, que ensimismado miraba la distancia mientras fumaba el famoso tabaco habanero.
Su esposa, dominada por los dolores reumáticos, se las ingenió para colocar a nuestro alcance dos tazas de café oscuro sin azúcar. A pesar de la edad y la dura enfermedad no perdía ni la calma, ni la mirada angelical, ni el optimismo. Echó un par de chistes flojos y se perdió de la vista en menos de lo que canta un gallo. “Es muy querida”, dijimos con cierto aire absorto. “La amo como en los tiempos del cólera”, contestó el camarada con absoluta seguridad.
“¿Trae cuestionario?”, preguntó. “No. Solamente queremos un diálogo informal sobre los resultados electorales presentados ayer en Colombia y por supuesto, las proyecciones de lo que será la segunda vuelta programada para el 15 de junio”. Sus pequeños ojos perdidos en las gruesas arrugas de su cansada piel, dejaban escapar un brillo especial, que se confundía con el ambiente tormentoso de un día aciago con inminente probabilidades de lluvia.
“Lo primero a analizar es sin lugar a dudas la abstención – dijo – apretando un texto de historia del siglo XIX. La verdad es que sigue gobernando la minoría, imponiendo su ideología, sus ambiciones, pero sobre todo sus intereses de clase, en el denominado país del sagrado corazón de Jesús”. “Con lo que se dio ayer – agregó – el país está condenado a otros cien años de soledad, por cuanto la única propuesta clara y real para el proletariado colombiano era el binomio Claro López – Aída Avella, sobre todo Aída Avella Esquivel”.
Por supuesto, no quisimos pasar desapercibido lo último dicho y sobre él recabamos. “Clarita es una mujer valiosa, importante y valiente con mucha capacidad intelectual y solvencia moral e ideológica – subrayó – pero la camarada Aída Avella Esquivel es Comunista y eso ya marca una diferencia abismal”. Lo dijo con autoridad y convicción que ciertamente no tuvimos alientos para contradecirlo. Solo una improvisada sonrisa apareció en nuestro semblante cenizo.
“Santos se ahogó en la mermelada y el títere Zuluaga se estiró un poco para cerrarle el espacio a la verdadera opción popular y democrática. Todo hace parte del espectáculo público, de la comedia repetitiva hace más de doscientos años. Aquí si cabe el dicho que dice: Con cara pierde el pueblo y con sello gana la burguesía”.
Lo miramos de frente y sin ambages preguntamos, comenzando con un corto comentario. “Ahora – dijimos – los débiles, alienados o románticos insisten en encontrar diferencias entre uno y otro, mediante largas y tediosas elucubraciones para llegar a la conclusión de que en la segunda vuelta presidencial se definirá entre la guerra y la paz. ¿Cuál es su opinión?”
El camarada soltó una carcajada que despertó a las cucarachas que inmóviles se ocultaban tras las patas de los asientos. “Carajo – enfatizó – no puedo decir hoy lo que ayer pulvericé con argumentos contundentes. Ayer dije que eran lo mismo, vivían en la misma casa, comían en el mismo plato y hacían parte de la misma clase social y hoy salir a intentar justificar lo injustificable. Somos víctimas de la peste del olvido, pero no para tanto, por favor. Hay que gastar el cerebro en la lucha de clases, en la lucha revolucionaria y no dándole cabida a nuestras debilidades ideológicas y políticas”, insistió moviendo sus cansados brazos.
“Bueno – dijimos un tanto inseguros – ¿luego la política no es dinámica, dialéctica, compleja y contradictoria?” “Por supuesto – contestó colocándose el índice en la sien derecha con cierta altivez. Precisamente, porque la política es eso desde la perspectiva marxista – leninista, es que da luces claras para interpretar el momento coyuntural sin apuros de ninguna naturaleza”.
Se incorporó con relativa facilidad y caminando por la estrecha salita acomodando algunos asientos, continuaba hablando sin parar: “Creo que estamos partiendo de un falso análisis. Entre estos dos representantes del régimen no hay discusión entre la guerra y la paz. Ambos son siniestros guerreristas, porque ambos representan el régimen capitalista y el régimen capitalista descansa en la guerra, en la violencia en sus distintas formas y manifestaciones. ¿No es cierto? Si Santos habla de paz no es porque esté dispuesto a renunciar a su clase social, lo hace por simple cálculo electoral, lo hace por payaso, por simple saca micas del imperialismo norteamericano. Recordemos, adicionalmente, que Juan Manuel Santos es más falso que una moneda de cuero, o ¿no?, recordemos que dio la orden para asesinar al parecer en estado de indefensión al comandante guerrillero Alfonso Cano, con quien adelantaba conversaciones secretas; recordemos que fue ministro de defensa que atacó territorio de la república de Ecuador, recordemos que fue ministro estrella del fascista Uribe; recordemos y recordemos”, insistió con cierto enfado.
Lo miramos pesimistas y un pensamiento amargo cruzó por nuestra mente. El camarada es estalinista y pertenece a la vieja guardia, piensa a la antigua. Como adivinando nuestro pensamiento se volvió y parsimoniosamente salió al paso de estas especulaciones. “La teoría marxista – leninista es una que todos los días se nutre de los nuevos conocimientos científicos en las distintas áreas del saber. Sin embargo, conserva intacta su raíz, su génesis, precisamente por su carácter científico. Lo que sucede es que hay “comunistoides” que yo llamaría de pacotilla que no tienen impedimento en desdibujar la esencia y naturaleza del marxismo – leninismo. Si bien respeto y admiro los teóricos de hoy reconociendo sus importantes aportes, no dejo de admirar los que ayer iluminaron a la humanidad con sus geniales tesis. Son tesis claras y fáciles de asimilar. Con esto le digo todo: Es más entendible leer el Manifiesto Comunista que leer sus distintas interpretaciones. Generalmente, estas son difusas, complejas, con vocabulario rebuscado y enredados giros literarios. En cambio, los camaradas Marx y Engels son directos, sencillos y axiomáticos en sus planteamientos esbozados en un documento tan increíblemente corto para decir tanto. Pareciera que la tendencia hoy es a decir más y hacer menos, cuando el marxismo nos enseña a hacer exactamente lo contrario”.
Interrumpimos los planteamientos del viejo camarada. Sabíamos que era denso. Disimuladamente lo metimos de nuevo en el tema que había generado nuestra presencia allí. No fue tarea fácil. Sonrió brevemente y solicitando otra taza de café se volvió a acomodar en su desvencijado asiento. “Según su parecer – dijimos – ¿la presencia o participación de la izquierda en la segunda vuelta presidencial será nula, mejor, de absoluta inmovilidad?”
“Nunca. Todo lo contrario. ¿Dónde queda lo dicho por el camarada Fidel Castro sobre la batalla de las ideas? La lucha revolucionaria no es de momentos de inspiración, la lucha revolucionaria es permanente. No se puede hacer pausa. ¿No oye lo que dice la camarada Aída Avella Esquivel de que la tarea a seguir es persistir en la unidad de la izquierda?”, nos dijo mirando algunos recortes de la prensa revolucionaria.
Se estiró para coger la taza de café y colocando sus cansados labios en el borde del recipiente apuró un sorbo espeso y sin remordimiento. “A nuestro modo de ver – dijo – hay dos temas centrales para abordar y batallar en lo inmediato: El tema de la paz, que son los diálogos de la Habana (Cuba) y la unidad de la izquierda. La paz que concebimos los revolucionarios. Es decir, la paz con justicia social, o sea, con reformas estructurales. No es la paz de Santos, ni la paz con la cual añoran el imperialismo norteamericano y la gran burguesía, ellos consideran la paz como sinónimo de rendición, sumisión y renuncia total a los derechos que tienen los pueblos. La unidad de la izquierda alrededor de un frente amplio, incluyente y democrático, capaz de avanzar todos en la misma dirección con vocación de poder, por supuesto que no es tarea fácil y resulta pertinente prodigarnos a fondo, sin mezquindades y falsos cálculos”.
Estornudó. Sacó el pañuelo y mientras se aseaba agregó: “El proceso de paz no se apoya repitiendo el libreto de la zorra oligarquía de que uno es belicista y el otro pacifista. No podemos dejarnos llevar por la tormentosa corriente mediática. El proceso de paz se blinda única y exclusivamente con la acción de masas, con la movilización y la decisión del pueblo de imponer la paz con justicia social. Este proceso que se viene desarrollando en la isla de la libertad no es una dádiva del régimen, es una resultante de la heroica lucha del pueblo descamisado. Santos no llama a la insurgencia a dialogar porque se da cuenta que está derrotada como solía decir el imbécil de Uribe. Todo lo contrario. Incluso, se da el lujo este movimiento de decretar ceses unilaterales de fuego, colocando en calzas prietas al régimen quien siente que es incapaz de hacer lo mismo. ¿Eso no le dice a usted nada? Es más: ¿Dialogaría de tú a tú con tu enemigo teniéndolo literalmente derrotado, al borde del abismo?”.
“Mira – subrayó tomando pequeñas notas en su vetusta agenda – la decisión histórica de la paz con justicia social no está ni en la Habana, ni en el Palacio de la Casa de Nariño, está en las calles y veredas de Colombia esencialmente, en la lucha de clases, por cuanto no será una dádiva del régimen sino una conquista del pueblo debidamente organizado y politizado. En eso, debemos concentrarnos en los días venideros, sobre todo los Comunistas. Nada de embelecos, nada de falsas interpretaciones y superfluos análisis descontextualizados de la realidad concreta. Esas tareítas ambiguas, tenues y románticas serán propias de vacilantes y débiles ideológica y políticamente”.
Se incorporó de nuevo y mirando su reloj insinuó el fin del encuentro, dibujando una leve sonrisa. “¿Alguna otra pregunta?” – Dijo cruzado de brazos – mirando trabajar las tarántulas en la parte más reducida del aposento. Nos incorporamos y estrechando su mano abandonamos el recinto. “Suficiente ilustración, camarada”. “Desde luego – dijo – esta es nuestra opinión personal, habrá que esperar con atención la decisión colectiva del colectivo, quien por supuesto tendrá la última palabra. Soy orgánico y de allí no me separo un ápice, así algunos medio despistados digan lo contrario. La fuerza del Partido está en los principios leninistas de organización, principios democráticos que deben ser de obligatorio cumplimiento para todos y todas”.
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