jueves, 18 de julio de 2024

Sueño mágico de una mujer empoderada

Nayi Carolina Molina Cruz presente en la biblioteca Combayma de Juntas. Foto Nelosi

 -   Reportaje –


Por Nelson Lombana Silva

Presentación

Es meritoria la labor empecinada de Nayi Carolina Molina Cruz en el Cañón del Combeima, su aporte al desarrollo, a pesar de su corta edad. No se dejó absorber del consumismo del sistema económico en franca decadencia, ni del facilismo. Desde muy jovencita abrazó con donaire el deseo férvido de superación y de luchar por su entorno. Centró su accionar en el tema ambiental y en crear conciencia sobre la identidad regional y el sentido de pertenencia. Fue una lucha tenaz, que libró desde distintas alteridades como la filosofía, la historia, la cultura y el ambiente. Crear conciencia ambiental y sentido de pertenencia, iluminaron su lucha desde los cargos públicos que ocupó. El más importante para ella: Bibliotecaria.

Conocer su corta vida resulta emocionante y aleccionador. Enseña que nada es fácil, todo es fruto del esfuerzo, la constancia y la tenacidad para sobreponerse a la adversidad. Brilla en ella la disciplina y el deseo ferviente de estar metida en la academia aprendiendo nuevos y venturosos conocimientos. Reconoce con claridad meridiana que todos los días hay hechos nuevos y contundentes. Así que se niega a pensar que se la sabe todo, lo rechaza de plano dicho pensamiento porque el movimiento así lo determina y de qué manera.

Este reportaje, exclusivo, pocos días antes de marchar al viejo continente europeo, nos permite conocer con mayor amplitud la regia personalidad de la lideresa, sus luchas, sus desvelos, sus aciertos y desaciertos, su amplio espíritu de superación y de querer aprender más para ayudar más a la comunidad del oceánico Cañón del Combeima. Cuenta un fragmento de su agitada existencia con increíble sencillez y honradez. Su mente abierta al saber le permite hablar sin ambages de lo divino y de lo humano con el mismo gesto alegre de su rostro, un rostro caracterizado por la vida y la esperanza en un mundo mejor.  

Es un reportaje esperanzador sobre todo para quienes creemos ciegamente en la juventud empoderada, juventud atrevida, emprendedora y transformadora en continua búsqueda de los cambios estructurales y de fondo que necesita Colombia y que ha comenzado con el gobierno del cambio que encarnan Gustavo Petro y Francia Márquez en nombre del Pacto Histórico. Sí, la juventud es la esperanza.

Nayi, una campesina en la espesura de la montaña por veintinueve años, enseña la rebeldía con carácter; no es una rebeldía anarquista, es una rebeldía concatenada, direccionada; no es una rebeldía sin causa, es una rebeldía motivada por el saber, el conocimiento. Una mujer que convoca a la juventud a asumir una postura crítica ante el modelo sistémico, modelo depredador y contaminante. Dos cosas claras enseña: A pensar y a hacer. No es correcto para ella asumir una postura exclusivamente contemplativa, hay que decir y hacer, pensar y actuar. Este reportaje enseña efectivamente a pensar, a mirar un país mejor, al alcance de todos y todas sin privilegio de ninguna naturaleza, fruto del esfuerzo del pueblo con el liderazgo de la juventud y dentro de ésta la fémina.  

Tuve la fortuna de trabajar con Nayi varios años, fueron años de intenso aprendizaje, compartir experiencias, puntos de vista y amenas conversaciones. Una mujer de discurso y facilidad de expresión, argumentativa supremamente agradable. Una mujer de sueños, una mujer exitosa, que no duda en contar su vida sin ocultar nada, siempre guiada por la verdad y el compromiso social. Una mujer de mañana.

Por intermedio de ella, hacemos un reconocimiento a la juventud y a la mujer empoderada y dinámica que está dispuesta a luchar, a proponer alternativas para cambiar el país. El esfuerzo de mujeres heroínas como Ibanasca, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Manuela Sáenz, María Cano, Piedad Córdoba, entre otras, tiene en Nayi una realidad concreta que seguramente crecerá con más vigor en Europa para bien del Cañón y de la sociedad colombiana. El contenido de este reportaje es un estímulo a la inteligencia y a la superación colectiva. Sea usted bienvenido…       

Sueño mágico de una mujer empoderada  


Nayi Carolina Molina Cruz se mezclaba con los niños con amor y ternura. Foto Nelosi
El ubérrimo cañón hace parte de la cuenca del río Cutucumay, hilo de aguas cristalinas y sonoras que se precipitan sobre variedad de piedras lamosas y prehistóricas. Dicha cuenca se encuentra ubicada en la vertiente oriental de la imponente cordillera Central, en el municipio de Ibagué, Tolima.

La frondosa cuenca tiene un área aproximada de 270 kilómetros cuadrados, drenada por el río Cutucumay que nace en las estribaciones del nevado del Tolima y desemboca en el río Coello. El relieve es variado, presenta diferentes altitudes, fluctuando entre los 800 y 5.200 metros sobre el nivel del mar.

El inmenso Cañón, otrora propiedad del terrateniente Martín Restrepo, hoy está conformado por tres corregimientos: Corregimiento siete de Juntas, corregimiento ocho de Villa Restrepo y el corregimiento nueve de Cay. Cada corregimiento conformado por varias veredas, a excepción de Juntas que solamente cuenta con una sola.

Tiene variedad de climas: Páramo alto súper húmedo, ubicado por encima de los 3.420 metros sobre el nivel del mar, con temperatura inferior a siete grados centígrados; la zona se caracteriza por la existencia de glaciales, páramo y vegetación baja, rastrera. De gran importancia ecológica por la producción de agua. Es la zona del frailejón, el romero de páramo, los pajonales, los colchones de agua, los licopodios, los líquenes y los musgos.  

Páramo bajo húmedo,  ubicado entre los 2.695 a 3.420 metros sobre el nivel del mar, temperaturas entre los siete y los 12.5 grados centígrados. Se cultivan la papa, la habichuela y la arveja. Hay presencia ganadera. Cuenta con bosques secundarios. Zona productora de agua debido a la alta precipitación durante la ola invernal. Están la Palma de Cera, el Siete Cueros morado y rojo, el Laurel, el Encenillo, etc. 

Frío húmedo: ubicado entre 1.898 a 2.695 metros sobre el nivel del mar con temperatura entre 12.5 a 17.5  grados centígrados con la presencia de parches de bosques secundarios. Se encuentran cultivos de flores de cartucho, Astromelias y Agapantos. Monocultivos de fríjol, rojo, habichuela, pepino de mesa y cohombro, zanahoria, remolacha, maíz, cebolla, arveja, lechuga, tomate de árbol, mora, lulo, granadilla y café. Ganadería doble propósito. Gran variedad y cantidad de aves, anfibios e insectos.

Templado Semi húmedo: Ubicado entre los 956 a 1889 metros sobre el nivel del mar, con temperatura entre los 17.5 a 24 grados centígrados con cultivos de café, caña de azúcar, maíz, banano, plátano, guayaba, naranja, limón, papaya, guamo, aguacate, etc.

En cuanto a la hidrología hay numerosos nacimientos, afluentes que forman quebradas importantes y subcuencas: La quebrada Cay, el Corazón, La Plata, las Perlas y el Brillar. Entre las miecrocuencas se destacan: Quebrada la Honda, Santa Lucía, la Calera, la Platica, El Secreto, González y Bellavista, los Andes, las Nieves  y el Termal.

En lo que atañe a la fauna hay gran variedad y cantidad de especies animales, representadas en mamíferos, reptiles, aves, insectos y peces.  Variedad de serpientes, lo mismo que aves, algunas son: Águilas Cuaresmeras, garza del ganado, chulo, abuelita, halcones, garrapateros, perdiz, pericos, el loro Orejiamarillo, Búho, Cardenal, azulejos, colibríes de diferentes géneros, Mirla gris y negra, Mieleros, etc.

Algunos mamíferos: Mapache, Vampiro, Ñeque, Ardilla, Armadillo, Ratón, Borugo, Venado, Zorro y Oso Perezoso.

En este pequeño paraíso terrenal, habitado por la tribu Combayma, tierra por donde cruzó la expedición botánica de Alexander Von Humboldt y Amadeo Bonpland, habitaron dos mujeres valientes que han influido poderosamente en el desarrollo de la ecoturística región: Ibanasca o Dulima y Nayi Carolina Molina Cruz.

Siempre le he tributado una profunda admiración a la indígena Ibanasca por su papel que jugó en la defensa de su tribu, brutalmente exterminada por los avaros españoles en su delirante propósito de apoderarse de las riquezas, especialmente el oro y la tierra. Resulta admirable la resistencia y el liderazgo que jugó esta lideresa médica, cacica y guerrera.

De igual manera, el liderazgo de Nayi Carolina, en terrenos tan importantes como el ambiental y el cultural. Ha dejado su impronta y de qué manera. Volando muy alto ha viajado al viejo continente con el anhelo de profundizar sus estudios y así poder ayudar con más eficacia a su pueblo que ama sin límites.

El relato desbocado que hace de sus primeros 29 años resulta emocionante en una mujer rebelde con profundo espíritu aventurero y de superación. Las vicisitudes y los errores, le han permitido forjar su personalidad y el horizonte de superación. El mundo es de esas personas que con decisión y audacia se arriesgan, enfrentan las dificultades y las derrotan. No se dan por vencidas ni aun estando vencidas.


Nayi Carolina Molina Cruz, trabajó en equipo con la biblioteca Cañón del Combeima. Foto JMC

Nayi Carolina nos enseña a asumir retos y a derrotarlos, a salir adelante. Es un ejemplo de superación para la comunidad del Cañón del Combeima, pero también para los que tuvimos la oportunidad de compartir de cerca de ella como bibliotecaria. El relato escrito en primera persona es emocionante, lleno de sucesos y anécdotas, contadas con franqueza, propia de su personalidad.   

Los primeros años de mi vida

Nací el 12 de mayo de 1.995, en el corregimiento siete de Juntas, creo que a las ocho o nueve de la noche, en la casa donde he vivido toda mi vida, exactamente en el cuarto de mis padres. No hay duda, mi destino era nacer aquí, comenzando a sí mi lucha. El transporte era limitado, solo mixtos muy incómodos para uno desplazarse. Mi papá había contratado los servicios de un conductor de un campero, especie de automóvil, precisamente, para esta contingencia. Le dijo que estuviera pendiente para transportar a mí mamá en caso de parto.

Y, resulta que ese día, justamente, al señor se le presentó un inconveniente ineludible y se fue. Fue la noche en que nací. ¿Qué pasó? Tocó el nacimiento en Juntas, porque no había medio de transporte, no había nada en qué transportarse mi mamá. Asustado, mi padre corrió donde la señora Rosa, señora adulta y vecina, tradicional partera en la región. Ella auxilió a mi mamá. Era una partera famosa en la región que atendió numerosos casos en todo el Cañón del Combeima.

Cuando nací, tenía el cordón umbilical en el cuello, apretándome, me estaba ahogando. Mi papá dice que me vio morada, al nacer no lloré como tradicionalmente sucede. La partera me cogió patas arriba, como de un pie, volteada y me pegó una nalgada en la cola, yo grité, reviviendo. Una vez nací, la partera me envolvió en una cobija lanuda y me sacó a mostrarme a la comunidad de Juntas. A la hora regresó satisfecha de haber dado la noticia. “Usted no lloró, ella la cogió de un pie, le pegó, la envolvió en una cobija, la limpió y se fue y como a la hora llegó con usted. Ya la había mostrado a todo el pueblo”, dice mi mamá.

Ese fue mi proceso, mi nacimiento. Me siento bien conectada con el territorio. Hace poco les pregunté a mi papá y a mi mamá, que en donde habían dejado la placenta, y ellos me dijeron que la habían enterrado justamente detrás de la casa. Siento que de alguna manera, ella sigue ahí, en mi terruño, donde he pertenecido, donde me hicieron y donde nací.

Mi mamá se llama Ruth Mireya Cruz Mora y mi papá: José Erminso Molina Valencia. Mi papá es propio de la región, nació en Juntas, en tanto que mi mamá es cundinamarquesa. Ella vivió en varios municipios del Tolima, entre otros, Líbano y Murillo. Después llegaron mis abuelos a la región a administrar una finca, no sé qué paso, pero, mi mamá terminó llegando a esa finca. Al llegar a Juntas conoció a mi papá, que como he dicho, es nativo y endémico de Juntas, ocurriendo lo que tenía que ocurrir.

La infancia

Mi infancia fue muy bonita. Crecí en un medio sin tecnología, solamente había fluido eléctrico, pero no teníamos señal de celular, ni de televisión. Nada de lo que hay hoy. No había instrumentos para obstaculizar la inteligencia y la creatividad humana. Me la pasaba jugando en la calle del pequeño pueblito de una sola calle angosta. Me gustaba mucho jugar, sentirme perdida en el bosque encantado. Todo lo que vemos hoy: Restaurantes, tiendas y muros, era puro y espeso monte. Jugaba con mis amiguitas a hacer cuevas, nos metíamos allí y permanecíamos largas horas, sin darnos cuenta que el tiempo pasaba inexorable. Llevábamos muñecas al castillo y nos entreteníamos en la fresca y fértil tierra, distraídas con las ubérrimas plantas, imaginándonos que el bosque era nuestra casa, un bosque encantado. Ah!, también jugábamos a la lleva, al escondite. El pequeño y húmedo pueblito era nuestro paraíso que disfrutábamos sin límite y con entera libertad.

Nosotros tuvimos televisión cuando estaba en la secundaria, en séptimo grado. Era con antena. Recuerdo tanto que mi papá compró un televisor pequeñito donde solo se cogía señal Colombia y el canal uno. La antena estaba ubicada al otro lado, cruzando el río, en la espesa montaña, cerca del Mirador. Era muy chistoso. Todos en el poblado compraron esos televisores pequeños, cada rato se iba la señal, la gente tenía que ir hasta allí, la señal de comunicación era el pañuelo: El rojo significaba que no había señal y el blanco que sí, que ya estaba buena la señal.

Nos pasábamos viendo muñequitos que salían en señal Colombia y en el canal uno. Mi infancia fue muy conectada con la naturaleza, muy relacionada con el entorno natural y ambiental, aunque es de reconocer que durante mi adolescencia pasé momentos complejos y contradictorios que no entendía en su momento y pienso que todavía no tengo mucha claridad sobre el particular.

Juntas fue sorprendida por la presencia de la guerrilla y del ejército nacional. Se distinguía un ejército del otro por el calzado, la guerrilla usaba generalmente botas de caucho, mientras el ejército nacional botas de cuero. No entendía la lucha de la guerrilla, menos su proceder: Quemaban camiones, intimidaban a la gente, pedían dinero. En muchas ocasiones los niños tuvimos que presenciar el asesinato de personas. Era escalofriante, pero nosotros en nuestra inocencia, mirábamos aquello como un espectáculo horroroso que generaba pánico. El miedo recorría el pueblito, metiéndose en todas partes con fuerza y sin control.

Vi hechos de sangre. No me atrevía a preguntarles a mis padres por qué estos sucesos. No obstante, la lluvia de preguntas que me hacía era ilimitada. Uno de niño tiene miles interrogantes, muchos de ellos, no se atreve a preguntar por miedo o quizás por pena. Me hacía preguntas como estas: ¿Por qué la gente se muere? ¿Por qué la gente es agresiva? ¿Por qué mi papá es mi papá y mi mamá es mi mamá? ¿Cómo nacemos? ¿Por qué nacemos? La mayoría de estos interrogantes se quedaron sin respuesta, tuve que crecer y estudiar, pero sobre todo, compartir con más amiguitas y amiguitos, para ir encontrando respuestas a estos y otros interrogantes. He de reconocer también, que con el tiempo, muchos interrogantes les restaba importancia. Empero, era curioso, porque, precisamente, activaba mi curiosidad e imaginación. Había un muerto y ¡Pum! Nos íbamos corriendo con mi hermana a mirar e indagar lo sucedido, por qué y cómo, era una costumbre, un espectáculo que saciaba nuestra curiosidad, en cierto sentido, un espectáculo que “disfrutaba” tanto de niña como de adolescente.

Recuerdo – por ejemplo – la muerte de un vecino llamado Eliseo. Por cuestión amorosa decidió quitarse la vida. Dejó una carta escrita explicando por qué había tomado la decisión de suicidarse. Lo hizo donde terminaba el pueblito. Se ahorcó al colgarse de un árbol. Lo recuerdo muy bien como casi todas las muertes violentas ocurridas en Juntas. Era un día triste, lúgubre, oscuro, repleto de neblina densa y mucho frío. Desperté y el ambiente era de zozobra. El pueblo estaba asustado con la noticia que se regaba por todas partes: Eliseo se suicidó. En Pijama y despelucada, con saquito y envuelta en una pequeña cobijita, me fui con mis hermanas y algunos vecinos a constatar la noticia. Me quedé viéndolo sin parpadear, sentí un bloqueo mental, como que uno al ver un cadáver, se bloquea, preguntándose en el fondo por qué, qué pasó. Esa vez me impacto mucho porque el occiso quedó con la lengua por fuera y tenía sobre ella un camino de hormigas. Al parecer, ya las hormigas lo estaban devorando. En una extraña revelación, en ese momento comencé a entender y a comprender que los muertos, también se van convirtiendo en naturaleza, se conectan con la tierra.

La verdad sea dicha: Fueron muchos los cadáveres que vi, producto de una violencia que yo ignoraba su origen y que en su momento pensé que era normal, natural que se presentara. Sí, fueron muchos los muertos que vi, era sorprendente. Tenía para entonces siete u ocho añitos.

En esas condiciones, desde muy niña le perdí el miedo a los muertos y a la sangre. Se volvió algo tan cotidiano que no me daba miedo de los muertos, ni de la sangre. Fueron tantos en esa época siendo corregidor Diubiseldo, una estadística inmensa y dolorosa, perdida en el pueblo que no ha roto sus cadenas.

Además de la violencia que vivió la región, la accidentalidad también fue factor determinante. Había mucho accidente. La carretera no tenía puente, no estaba bien construida, era carretera destapada. Recuerdo la muerte de unos chicos que se mataron en el puente de Iguaima. Iban tres en una moto, creo que iban borrachos, el puente no tenía barandilla. Ahí se accidentaron. Al amanecer fuimos a verlos. Los vi en un reguero de sangre, como momificados; fue una escena fuerte. Sin embargo, me quedé largo rato mirándolos, sentía una sensación extraña y compleja, no fácil de narrar.    

Otro fenómeno recurrente que aprecié de niña con mucha frecuencia fue el suicidio. La gente se venía a suicidar en este territorio, de pronto por ser montañoso y ser el último pueblito por este paraje de la ciudad, yendo hacia el nevado del Tolima. Sí, la gente venía a suicidarse muy seguidamente.

Las festividades de diciembre eran un acontecimiento histórico para nosotros los niños, mucha música, alegría, diversión y comida. Sin embargo, las peleas entre los campesinos era muy frecuente, yo presencié muchas de ellas con resultados horrorosos. El campesino peleaba a machete, volaban sillas por todos lados, insultos, gritos que lo voy a matar, sangre. Otros se agarraban a puño limpio y otros con armas de fuego.

Durante la adolescencia, siendo estudiante de bachillerato de octavo grado en la ciudad, yo era violenta, agresiva, no soportaba el saboteo que me hacían por ser campesina, me decían despectivamente “copito de nieve”, “campesina”. Nunca me dejé intimidar, no fue algo que me deprimiera, en lo absoluto, pero era violenta, violenta… Cuando cursaba los grados diez y once, los docentes me preguntaban con insistencia por qué mi agresividad. Yo les contestaba: No sé.

Tiempo después comencé a analizar mi comportamiento y empecé a comprender ciertas cosas, llegando a la conclusión que mi comportamiento tenía relación con el ambiente hosco y agresivo en el cual me había levantado. Viendo en las fiestas peleas a machete, a puños, a bala, va uno creciendo en esa subcultura campesina de la intolerancia y de la imposición del más fuerte.  No era el argumento de la razón, sino la fuerza bruta. La gente con tragos pelea, pero curioso, al siguiente día, está haciendo las pases, algo así como aquí no ha pasado nada. Así fue mi niñez y gran parte de mi adolescencia en este corregimiento.

Recuerdo de mi primera profesora

Sin darse cuenta, una fase importante de su vida se escabullía tan rápido como había aparecido. La frontera del entorno familiar se hacía añicos y una comunidad mucho más dilatada surgía en ese enorme cañón húmedo y taciturno. Nayi era una bebé intrépida, quería conocer la otra cara de la moneda y se esforzaba cuando no era preguntando, era imaginando. Observaba el paraje y el movimiento continuo e inexorable de la comunidad en su diario discurrir. Tenía una mirada holística.

Veintinueve años después, sentada en una silla de la biblioteca Combayma, evoca esos recuerdos cuando era feliz e indocumentada como diría el laureado escritor colombiano, Gabriel García Márquez. Los recuerdos son verdaderos remolinos que quiere expresar de un solo golpe, a provechando su facilidad de expresión y la emoción juvenil que la embarga.

Recuerdo mucho a mi primera profesora. Todavía vive. No había el grado preescolar, se estudiaba de primero a quinto. Me gustaba participar de todas las actividades que programaba la escuela. Declamaba y cantaba en el día de la madre, declamaba El Renacuajo Paseador del escritor colombiano, Rafael Pombo, el considerado poeta de los niños. Participaba con entusiasmo en todos los eventos, algo tenía que hacer. Me gustaba ser reconocida, destacada. Mis padres tomaban la fotico de la participación, lo que para mí era un trofeo maravilloso que mostraba con orgullo y alegría. Me sentía importante. La escuela fue muy importante para mí. Recuerdo con cariño a la profe Aydeé Celemín. Me quería mucho. Me llevaba a su casa. Me brindaba todas las áreas del conocimiento, yo sentía mucho afecto hacia ella y ella hacía mí, quería bastante a los niños. Durante las vacaciones me llevaba a su casa y para mí, era algo extraordinario, porque ella vivía en la ciudad. Me sacaba de la mano con qué cariño y afecto a los centros comerciales, era algo emocionante, un mundo distinto, como la canción: “Un mundo raro”. Yo disfrutaba a plenitud, sentía que flotaba en el mundo fantástico y tan novedoso para mí.

Tuve dos amiguitas muy queridas durante la primaria, sobre todo, mis amigas de tercero, cuarto y quinto: Luisa Bejarano y Jenny Ortiz. Cuando estábamos en cuarto y en quinto, estudiábamos en el salón del segundo piso, donde actualmente está la maravillosa biblioteca escolar que yo ayudé de alguna manera a organizar. Ese salón tiene tres ventanas, nos ubicábamos cada una en una de ellas y nos sentíamos las más importantes de la escuela, quizás las más empoderadas. Esta escuela se llama: Ángel Antonio Arciniégas y está ubicada a la entrada de Juntas, en toda una esquina, yendo hacia la ruta de la roca escalada. Allí, hice toda la primaria.

La secundaria la comencé en el colegio Ambiental Combeima, colegio ubicado en el corregimiento ocho de Villa Restrepo.  Estudié hasta séptimo. Comencé en 2006, pero en este año hubo una avalancha con el crecimiento del río y las quebradas adyacentes a Villa Restrepo, el lodazal entró a la institución educativa, decidiendo el ministerio de educación cerrarlo y llevarlo para otro lugar del Cañón. La quebrada cerca de la casa de don Mariano Melendro, inundó el colegio; la quebrada González también se salió de cauce. Fue una situación aterradora, desoladora. Hizo carrera en la región desde entonces que el río y las quebradas se crecían violentamente durante el mes de junio.

El colegio fue cerrado definitivamente en 2007. La diáspora de estudiantes fue enorme, nos tocó buscar lugares diferentes. A mí me tocó estudiar en la vereda Pastales, detrás de un parqueadero grande que pertenecía a un restaurante. Se acondicionó el lugar dividido en dos con lonas verdes. Era un verdadero gallinero. Apretujados estudiamos allí, mientras se resolvía la problemática planteada. La decisión fue trasladar el colegio a la vereda Chapetón. Mis hermanas estaban próximas a terminar el bachillerato, la del medio, creo que estaba en once. Mis padres dijeron: A Nayi Carolina, cambiémosla. Dije que quería estudiar en el Conservatorio de Música, encontré cupo, pero tenía que comenzar nuevamente de sexto. Rechacé la oferta, no estaba dispuesta a comenzar nuevamente.

Mi decisión no tuvo vuelta de hoja. Entonces mis padres se pusieron a buscar colegio, encontrando un cupo en el Simón Bolívar, un colegio público, pequeño, ubicado en el barrio La Pola. Entré a hacer octavo. La experiencia fue increíble. Estoy segura que la escuela y el colegio son lo máximo en la vida, sin descartar que todas las etapas sean espectaculares. Recuerdo tanto que conocí allí una niña que iba a estudiar conmigo, se llamaba: Alejandra Cabiedes, todavía la considero como una de mis mejores amigas, al lado de Lina Corrales, son mis dos mejores amigas de la infancia y de los primeros años de estudio.

Las conocí durante un paseo al Rancho y después al comenzar a estudiar. Me gustó mucho y en cierta medida segura porque yo comenzaba a estudiar teniendo una compañerita, no llegaba sola al colegio. Alejandra me presentó a Lina y rápidamente nos convertimos en tres. Considero que fuimos buenas amigas, permanecíamos todo el tiempo juntas, eran juiciosas, me ayudaban muchísimo porque he de confesar que yo era bien vaga, en el sentido que me gustaba lo mundano.

Fue una época espectacular. Mi amiga Aleja, actualmente Comunicadora Social, trabaja en la universidad del Tolima, tenía un hermano mayor que ella y le gustaba el Regué. A ella también le gustaba y nos comenzó a “contagiar” de este género musical. Pero, en noveno era el “Rastaparis”. Yo me hice “Rasta” empedernida, empecé a ponerme pircis, a estudiar la cultura Regué, me metí de cuerpo entero en esta cultura, me gustaba todo lo que tuviera relación con este género musical.

Por esa época, comenzó a hablarse del Consejo Municipal de Juventudes (CMJ), espacio muy importante porque le dio vida y presencia a los procesos académicos estudiantiles, a tener protagonismo los jóvenes. Fue un movimiento revolucionario. Los jóvenes de los colegios nos comenzaron a convocar para que nos integráramos, nos metiéramos en la onda. Algunos interesados, comenzaron a organizar un grupo, lo creamos con el nombre: APJ, que significa: Abriendo Puertas a la Juventud.

Éramos nosotras metidas de pies y manos en ese rollo. Comenzaron a darnos talleres de comunicación, de periodismo. Las tres amigas nos metimos de tiempo completo  en todo ese cuento con el fin de aprender y a hacer cosas distintas, novedosas. Terminamos haciendo programas radiales en la emisora Cultural del Tolima, 104.3 F.M, a mí me correspondió el eje ambiental, las demás en otros ejes de los cuales no recuerdo muy bien. Desde jovencita abracé con donaire el tema ambiental.

Creo que comenzó la vida chévere para nosotras. Los muchachos nos conseguían escarapelas para asistir a los conciertos de Ibagué Rock, era una maravilla. Eso lo vivimos con mayor intensidad cursando el grado décimo, en el grado once, éramos las grandes del colegio, los mayores, nos fuimos apropiando más y, desde luego, definiendo con más criterio nuestra personalidad. Éramos más auténticos y originales.

Siempre he sido así, tirando a Jipi, más a Rastaparis, poco gomela. Cuando entré a hacer octavo, al peinarme me sacaba un copete y a veces me lo parchaba. Yo era más como la otra, como la alternativa de mis amigas, las que todavía quiero un montón, porque me acompañaron en esa etapa y crecimos desde muy niñas juntas. Vivimos y compartimos juntas con amplitud desbordante en un período histórico y surrealista.

Docentes de ese colegio

Cómo no recordar los docentes de ese colegio. Algunos viven. Hemos pensado en ir a visitarlos, pero, ese día no ha llegado, todo ha quedado en la buena intención. La profesora de filosofía era Alzanivia, era espectacular, siempre la quisimos muchísimo; el profesor de álgebra, Desiderio; el profesor de química, Aristóbulo. Esos nombres de viejitos eran tremendos. El profesor de cálculo, Alberto, el profesor de artística, Mariano. Recuerdo con inmensa gratitud a los docentes del bachillerato.

Termino el bachillerato en el 2011, en ese año nos graduamos. La ceremonia fue muy bonita, se hizo en la universidad Cooperativa. Los profesores organizaron un evento especial para nosotros en la noche. Fue muy chévere. La tortica, todas con sus taconcitos, el vestido impecable de estrene, la nostalgia de partir y tomar rumbos distintos. Fue un típico encuentro y despedida de adolescentes, de culminar una etapa muy importante, muy espectacular. Lágrimas y promesas que el viento se lleva muy rápidamente, juramentos vanos y sueños imposibles de realizar. Terminé el bachillerato siendo una bebecita, tenía dieciséis años.

No hice pausa. Inmediatamente, pasé a la universidad del Tolima. Nunca perdí año, por eso, salí tan joven del colegio e ingresé a la universidad a estudiar Artes Plásticas y Visuales. En mayo cumplí diecisiete, o sea, que hice primero y segundo semestre con diecisiete años. La universidad fue otro mundo maravilloso.

Entré a la U. corta de edad. Me da risa al pensar que era como una “esponja”, absorbía todo con qué facilidad y entusiasmo. Era un poquito “loca” en comparación con mis dos amigas, era la más lanzada. De todas maneras, fui asumiendo una especie de rol de autodefensa.  Entendía que la defensa era no ser gomela, voluptuosa, mostrona, sino la jipi que se protegía de una violación o algo parecido. Comencé a entender que me correspondía defenderme a mí misma, no esperar que otro lo hiciera.

Vivía muy lejos de la universidad. Allá oculta en la entraña de Juntas, mi traslado era súper complejo y distante. Siempre lo consideré un sacrificio grande, un reto que había que superar. No me gustaba quedarme en la ciudad, rara vez me quedaba donde alguna amiga. Pensaba que no había cosa más agradable que estar en casa.

Recuerdo que el énfasis del colegio era educación física y nos tocaba estar en las piscinas olímpicas a las seis de la mañana, llueva, truene o relampagueé. Mi papá me llevaba en la moto, muchas veces bajo la lluvia hirsuta. A las cuatro de la mañana me levantaba para poder estar a las seis en punto. Luego, en la tarde estudiar la academia normal. Lo mismo ocurrió en la universidad. Tenía clases de inglés a las seis de la mañana. O sea, a las cuatro debía estar en pie en esas mañanas heladas y lluviosas del Cañón.  

Fue una rutina dura y compleja que tuve que asimilar y que seguramente ayudó a forjar mi personalidad estoica. La distancia enorme y un transporte pésimo, el vehículo se demoraba una eternidad para hacer el recorrido, rodaba a paso de tortuga por una carretera angosta, retorcida, en verano polvorienta y en invierno un lodazal oceánico. Era cuestión de una hora y en algunos casos, hasta dos horas.

En esa dinámica fuerte, poco a poco fui asimilando que la universidad era mi segundo hogar. Tenía clase a las seis de la mañana y volvía a tener a las once y después a las tres, por ejemplo. En esas condiciones, yo duraba, prácticamente, todo el día en el alma mater. Fueron cinco años en ese proceso rutinario.

Durante este período, he de confesar que tuve como ciertas personalidades. La primera, fue querer resaltar entre mis compañeros y compañeras, fui como “jiponcia”, era esa jipi con rasca que resaltaba al mostrarme en muchos aspectos. Llamaba la atención. Soñaba con ser el centro de atracción, me preocupé por eso. Luego, el interés por relacionarme con las directivas de la U. Era una necesidad, pensaba, porque contaba con muy poco dinero, mis padres hacían el esfuerzo de sostenerme, me daban diariamente siete mil pesos. El pasaje, ida y vuelta, costaba $4.500 pesos, a veces hasta $5000 pesos. Desayunaba en la universidad, costaba $350 pesos, el almuerzo creo que costaba $650 pesos y la cena $400 lucas.

Más tarde, comencé a comprender que la vida no era fácil, había que asumir cierta personalidad para salir adelante. La vida me iba mostrando que el camino no era color de rosa, más bien era espinoso; comprendí que tenía que irme amparando en una figura que me hiciera respetar. Muchas veces me quedé sin comida por hacer fila y respetarla, era incondicional con las normas de la U. No me colaba como hacían los demás. Después entendí que tenía que colarme si quería sobrevivir, si quería comer. No podía darme el lujo de ir a la vuelta a comer, la casa estaba distante, prácticamente, a dos horas por una región boscosa.

Tenía que asumir otra postura. Así, empecé a meterme en otro rol y con otras compañías que eran los que se colaban y nadie les decía nada. Ahí estuve yo de pies y manos. En lo sucesivo me colé todo el tiempo. También comencé a llegar a las oficinas, a la rectoría. Siempre he sido entralona, siempre he estado dispuesta a hablar y buscar beneficios, sea lo que sea.

Recuerdo que una vez tenía mucha hambre y me había quedado sin almuerzo. Me dio mucho mal genio. Me fui para rectoría brava, como una adolescente enfurecida. Llegué y nada que me atendían, eso me enfureció mucho más. Levantando la voz para que todos oyeran, prácticamente grité diciendo: “Me tienen que atender, de lo contrario, los demando, porque yo no he comido, tengo mucha hambre, ¿Dónde está mi bienestar?”

El rector captó el escándalo y salió azarado, preguntando  qué había pasado. Tengo que hablar con usted, le dije. Le conté todo. Recuerdo que le dije: Mire Señor Rector, a mí me da pena con usted, pero hay un desorden en el restaurante. Yo soy del campo, vivo en Juntas, si quiere le traigo una carta, lo que sea, yo no tengo con qué comer, no puedo salir y darme el lujo de decir que vivo aquí en la esquina y mi mamá me tiene almuerzo. Yo vivo a dos horas de la universidad. Necesito que usted me ayude, me dé un papel para que tenga prioridad.

El rector me dio el papel. En adelante no tuve inconvenientes, siempre tuve el alimento en el restaurante universitario. La universidad es como una pequeña comunidad con sus contradicciones, de tal manera que para sostenerse tiene que luchar, de lo contrario, perece. Comprendí que la lucha era luchando. La U, no era ese mundo romántico que un día imaginé.

Yo terminé mi carrera, me gradué en el 2017- 2018, no recuerdo muy bien. No perdí semestre. Para graduarse, la universidad exigía como requisito único, trabajo de tesis, trabajo de investigación. Hice un trabajo de investigación súper interesante. He de confesar que con este trabajo mi vida cambió en grado sumo. Fui estabilizando mi vida, reconociendo la realidad tal cual y no como me la imaginaba: Llena de rosas.

Mi enfoque de vida cambió paulatinamente. Tuve seguridad, porque antes pensaba por momentos si estaba en el camino correcto, si realmente, las artes eran lo mío. Después de cinco o diez años tuve la certeza que estaba en el camino correcto y que las artes eran lo mío. Valoré haber estudiado artes plásticas y visuales. La carrera me enseñaba a pensar y a florecer en mí la sensibilidad innata de mí ser, de mi espíritu. Aprendí de algún modo a reconocerme en mi territorio y a reconocer quién era. Lo más importante: A sentirme orgullosa de mi entorno y de mis ancestros. Mi metamorfosis fue todo un proceso, naturalmente, con altibajos, aciertos y desaciertos.

Antes de comenzar el proyecto de investigación, he de confesar que era una niña “loca” que estaba en la universidad como una “esponja” absorbiendo todo lo que el alma mater me ofrecía. Era una cultura que iba asimilando a borbotones, las costumbres y los hechos propios de la universidad.   Vivir entre la diversidad de pensamientos y criterios era en cierta medida fascinante. Tenía dieciocho o diecinueve años, buscaba con ímpetu mi identidad, por eso mantenía con mis cinco sentidos atenta a lo que ocurría a mí alrededor sobre todo en la universidad.

Cuando empecé a hacer la tesis, tenía entre diecinueve y veinte años, todo fluía por encanto. Un día sentí que por fin me había encontrado con mí misma teniendo claro que lo mío era el performance. Era hacer intervención en espacio público. Me gustaba la crítica, era rebelde, me gustaba ir en contravía de lo establecido pero sin caer en la anarquía. Me gustaba impactar, retar al otro de manera intencional. Me di cuenta que eso lo lograba por medio del performance y atacando la moral religiosa. Pero, ¿Cómo la atacaba? Con los desnudos. Siempre que hacía un performance completamente desnuda, sentía que la gente me veía como satanás, como el diablo, como algo inmoral, como una porquería. Eso me empezó a interesar aún más, porque lo que yo quería era incomodar a la sociedad mojigata y sentía que lo lograba con el performance. Tuve el respaldo de la amiga Alexandra Mora, ella me ayudó un montón; ella es artista escénica y me ayudó un montón en este propósito. Hicimos performance juntas. Recuerdo que salimos completamente desnudas por algunas calles de Ibagué, recorrimos muchas cuadras. La escena era fuerte. Era fuerte porque yo iba completamente desnuda y mi compañera vestida de negro, tapada completamente. En una ocasión yo era la que me desnudaba y ella la tapada, en otra oportunidad era ella la desnuda y yo la tapada. Nos turnábamos.

Era muy chistoso. Buscábamos registrar el impacto en la comunidad mojigata y analfabeta. Con ayuda ubicábamos cámaras ocultas a lo largo del recorrido para captar la reacción del transeúnte desprevenido. Notábamos a leguas la doble moral sobre todo en los hombres, ellos nos miraban con morbo extremo, mientras las mamás, les tapaban la cara a los niños y a las niñas para que no nos vieran. Algunos no se atrevían a mirarnos.

Esta reacción me llevó a hacer planteamientos: ¿Qué está pasando? ¿Qué sucede con el cuerpo? ¿Por qué la desconexión del ser humano con su cuerpo? 

Empecé a trabajar con dedicación el tema del cuerpo; me metí con todo lo relacionado con el cuerpo, analizando con detenimiento las reacciones de las personas, analizándome a mí misma. En realidad, no es fácil estar uno expuesto completamente desnudo en una sociedad tan analfabeta e hipócrita esclava de los preceptos religiosos.

Ahí empezó todo mi proyecto de investigación. Continué haciendo performance, pero no sabía con exactitud qué hacer de tesis, todavía estaba muy confundida. Empecé a buscar tutora, encontrándome con la primera, tutora que hoy en día la considero mi mejor amiga. Se llama: Adriana Marulanda. Era profesora de la universidad del Tolima, profesora de fotografía, de comunicación y de edición. Ella comenzó a decir que entendía mis locuras, por primera vez, me dijo que escribiera un texto, pero ya. Me dijo que escribiera lo que se me viniera a la cabeza, a la deriva. Fue enfática al decirme: Comienza delante de mí. Empecé a escribir. Escribí un poco de vainas, un revoltijo como era yo en ese momento. Escribía, escribía y escribía… Ella cogió el texto, lo leyó y empezó a sacar palabras claves. Después me dijo: Necesito que ahora pienses en lo siguiente: El tema del cuerpo espectacular; el tema de tu territorio, todo el tiempo mencionado, el tema de la espiritualidad, el tema de quién eres…

Esas preguntas fueron las que a mí me orientaron, me mostraron el camino a seguir, el derrotero. Mi vida cambió. Aterricé. Veo a Adri y siento la necesidad de decirle gracias, porque me mostró el camino tal cual, real y concreto. Hacia ella, mi admiración perenne. Eres parte de mi vida, de mi proceso de organización mental, psicológico y humano. A ella, un montón de gracias.

Comencé a estudiar el tema de la historia, haciendo parte del grupo que había investigado sobre el Cañón del Combeima. Me encontré con el maestro Edmundo Faccini, el autor del libro: “Leyenda de Ibanasca y Eloím la magia del nevado”. Un libro interesante que relata la historia de Ibanasca o Dulima, la aborigen valiente que habitó la zona, siendo cacica, guerrera, médica y defensora de su comunidad aborigen. Fue quemada viva por el avaro español con la complicidad de la iglesia católica.

Comencé a hacer mi tesis, mi proyecto de investigación. Mantenía en contacto con personalidades de la cultura y el arte, principalmente. Siempre estaba abierta al diálogo, a aprender nuevos conocimientos. Recuerdo con especial afecto al maestro César Augusto Zambrano, el maestro e historiador Llanos. Ellos me llevaban a otras fuentes del conocimiento. Después, comencé a frecuentar las bibliotecas. Mi vida comenzó  a organizarse. Me dije con decisión: Me voy a graduar, voy a hacer mi tesis.

El sueño se hizo realidad. Mi tesis se llama: “Proceso de auto reconocimiento mediante la interacción sensible con el entorno”. “Que es olvidar, que es una obra de performance en donde intervengo ciertos espacios de este territorio y lo que hago en esos espacios, es escribir todo lo que en ese momento suscite para mí interés. Por ejemplo, primero comencé con la historia del territorio ancestral, quienes fuimos, donde vivimos; ahora, quiénes estamos, cómo llegamos hasta el territorio”.

Después de esto, me encontré con otra excelente maestra tutora de tesis: Consuelo Pabón, maestra y filósofa increíble. Sobre el performance ella me orientó, diciéndome: Nayi Carolina, tu trabajo debe estar orientado a lo que es Cuerpo – Tierra. Dicho y hecho. Comencé a hacer performance relacionado con el territorio, por medio del desnudo, fue lo que finalmente se condensó en mi obra. Todo comenzó llevando con rigurosidad una agenda donde constantemente estaba anotando mis percepciones y sensaciones. Ella me decía: ¿Qué es lo que más te gusta de ti? ¿Qué te hace sentir placer? Me hizo una serie de preguntas que yo se las iba contestando. Le decía – por ejemplo – tengo esta manía, como que me gusta el dolor, me gusta mucho las cosas en detalle, analizar las cosas con microscopio. No sé si sea parte de mí infancia que me pasó hace mucho tiempo un amigo y unos familiares de mi papá, me regalaron un microscopio, fue uno de mis juguetes preferidos. Lo tuve con verdadera pasión. Examinaba la pata de la cucaracha, la hoja del árbol. Creo que esa experiencia me ayudó a querer investigar, indagar, ir más allá de lo normal y tradicional. Me ayudó a ser inquieta y no contentarme con lo hecho, era necesario conocer nuevas cosas a través de la investigación. De alguna manera, aquel microscopio me enseñó que nada está dado de una vez y para siempre, porque todo está cambiando y de qué manera.

A mí me gusta ver las cosas desde la perspectiva aptica, así en detalle, seguir la huella, mirar todo con el asombro del niño. Me empezó a dar una cuestión rara con los pelos. No hubo quien me dijo que ese comportamiento era una manía, una patología. A mí me gustaba arrancarme los vellos de todo lado, de las cejas, de las axilas, del bikini, de las partes íntimas y me gustaba analizar esos vellos y lo que el vello tiene que es el folículo del vello, que es el que protege la piel. Ella, se identificaba en cierta manera conmigo, no me criticaba. Por el contrario, me animaba. Me decía: Listo, vamos a hacer eso desde la investigación. Investiga sobre el vello, el folículo, sobre el dolor que implica la actividad repetitiva de halar, de sentir. Ese es el deporte.

Así comenzó todo mi proceso. Empecé con el deporte. Me compré una bicicleta. El proceso  inicialmente comenzó en examinar mi cuerpo y después en analizar el cuerpo de otras personas. Así duré dos años, metida en esta investigación. Se volvió para mí una verdadera locura, me volví súper organizada, me centré en el análisis de mi cuerpo, intensifiqué el estudio y por supuesto, la lectura. Creo que comenzó mi vida propiamente dicha. Devoré una montaña de textos, un verdadero montón. Mi vida tuvo un giro casi de 360 grados. Siento que cambié por completo.

Con la bicicleta, ¿Qué hacía? Me trasladaba de Juntas a la universidad en bicicleta y regresaba nuevamente montada en el caballito de acero con ropa normal, con el bolso, el computar y los cuadernos en la espalda. Recorría la distancia en tres horas. La profesora cada rato me llamaba: “Carolina, ¿Cómo vas?” Yo le contestaba: “Voy subiendo”. “Para y escribe lo que está sintiendo”. Yo paraba, sacaba la agenda y escribía: “Me siento mamada, mi corazón palpita, estoy sudando, siento que voy a vomitar, siento que me duele las piernas. Más tarde, me volvía a llamar: “Carolina, ahora piensa en otra cosa, empiece a analizar la mente y la relación con el cuerpo”. Yo me decía: “Pero, de qué me habla esta señora”. Yo montaba en la universidad y dirigiéndome a Juntas, trataba de pensar en otras cosas más agradables, como qué bonita montaña, tratando de pensar en otra cosa, poco a poco, me iba relajando. Después, me pregunta que si ya había llegado. Le contestaba: “Ya llegué, profe”. Me decía: “Empieza a escribir”. Conservo todos los escritos de esos estados, de esas sensaciones, del análisis del cuerpo y de la mente.

Ese ejercicio me fue llevando al montañismo. Sí, empecé a hacer montaña. Me iba tres días en bicicleta y descansaba dos yéndome en buseta. Empecé a ser fuerte, me volví deportista, fue una rutina por dos años. Los músculos crecieron. Después, no me demoraba tres horas, sino hora y media en hacer el mismo recorrido. Me comenzó a gustar sentir dolor, cuando se me reventaba la fibra, hacia la pausa para escribir el diario de campo. Todo eso me comenzó a generar placer, era la sensación de hacerlo duro y sentir dolor. Comencé a caminar la frondosa montaña paramuna.

De alguna manera me fui enamorando del dolor, del estoicismo. Me gustaba tanto el dolor que sentía la necesidad de esforzarme más y más, el propósito era hacerlo más rápido, mejor dicho: Correr. Comencé a practicar trerrulin, a correr en la montaña, conectándome con el páramo. Mientras estaba haciendo mi investigación, me enfoqué en todo a la vez: Investigar, Leer, Biblioteca, Autores, Territorio, Historia, Montaña, Deporte, Cuerpo, Tierra…

Estaba, igualmente, haciendo mi proyecto de intercambio con la universidad del Brasil, UNICÁN, considerada la segunda mejor universidad Latinoamericana. Fui aceptada en ese intercambio. Pero, la universidad entró en crisis financiera y el proceso como tal no se pudo concretar. En el convenio, la universidad me tenía que dar tiquete de ida y vuelta, seguro médico internacional y un millón de pesos. Yo tenía que cubrir hospedaje y alimentación. Al entrar en crisis no me pudieron dar nada. No pude ir. Fue un golpe durísimo para mí. Me decía furiosa: “Maldita universidad, cómo me va a hacer esto, después de la dura lucha que di por ir al Brasil, siendo joven, a hacer un intercambio de saberes, con la mentalidad de aprender más, pero, no pude ir”.

Alguien me aconsejó que colocara tutela, pero no quise, dejé las cosas así. ¿Sabe qué me pasó ese mismo año? Llegó mi primera oportunidad de laborar como funcionaria pública. Comencé a trabajar con parques nacionales naturales de Colombia, como funcionaria del parque Los nevados. Unas por otras…

Trabajando allí, iba a la montaña con más frecuencia, me internaba mucho más en la espesa, verdosa y húmeda montaña. El aspecto ancestral e histórico, fue superado por el ecosistema y el ambiente. Se convirtieron para mí en prioridad. Comencé a aprender sobre las especies endémicas de flora, fauna, los pisos térmicos, las zonas de conservación, las vías de ingreso, las fuentes hídricas, el aire. Mejor dicho: El territorio en su conjunto. Fue todo un rollo, mientras continuaba con el proyecto de investigación.

Siendo funcionaria de parques, terminé la tesis de artes plásticas y visuales, me gradué. Luego, decidí renunciar a este empleo, porque me desencanté de él. Conocí una excelente mujer, se convirtió en una de mis mejores amigas. Ella se ganó la posibilidad de hacer un doctorado en la república Checa, hablo de Diana Patricia. Siempre me animaba a la superación, a no caer en la mediocridad. Realmente, me animaba a estudiar. Siempre me decía: “Caro hay que estudiar, estudiar y estudiar”. Ya tenía una maestría. Fue un ejemplo de superación para mí. Ella se fue a hacer el doctorado, yo me quedé, prácticamente, sola en parques nacionales.

Comencé a molestarme con la institución porque tenía muchas ideas, iniciativas, pero no eran tenías en cuenta. Asumí que la empresa quería que no fuéramos nadie, que no sobresaliéramos, era como si temieran sus directivos que les fuera a quitar sus puestos, sus cargos de director, jefe, coordinador. Comencé a chocar con esa forma de actuar los directivos. Renuncié irrevocablemente.

En el pavimento, desempleada, otro proceso siguió en mi vida. No era mujer de quedarme quieta, comencé a trabajar con las escuelas y los parques. Había hecho una alianza con el colegio Ambiental Combeima cuando trabajaba en parques. Comencé a transmitir mi investigación del territorio ancestral y ecosistémico ambiental con los estudiantes de once grado. En parques había comenzado un semillero que se llamaba: “Ecoparche”, exclusivamente con los grados diez y once. Les di clases a los muchachos, los llevé a conocer el borde del nevado de Santa Isabel. El tema ambiental con los niños fue bastante movido, fue una experiencia interesante. Sin embargo, también decidí renunciar, al tener problemas con el jefe.

No me quedé quieta. A los pocos días, entré a trabajar con una fundación llamada: Colectivo.  Hice un parche con mis amigos del Cañón, entre otros: Juan Felipe Balbuena, Nicolás Ruiz Hurtado, Fabián Sánchez, Obando. Iniciamos un proyecto llamado: “Ecoconectando el Tolima”, era una iniciativa grande, bastante ambiciosa, relacionada con la organización turística, territorial y bioturística de la región. El proyecto estaba diseñado por fases, la fase mía era ambiental, Juan Felipe tenía comunicaciones para la conservación y el desarrollo, Fabián tenía el tema reservas de la sociedad civil, otro tenía todo el tema de la tecnología, el otro la sostenibilidad. El proyecto lo escribimos siendo gobernador Óscar Barreto.

Era una propuesta espectacular, maravillosa. Le metimos duro un año, encontrándonos todos los días, luchando por lo que hace mucho tiempo sabemos que son las verdaderas estrategias para un buen territorio ambiental. Un proyecto a escala mayor que beneficiaba a todas las personas del Cañón del Combeima y de la ciudad. Llegamos hasta la base de los proyectos, lo presentamos, nos reunimos en muchas ocasiones con el gobernador, la iniciativa salió en los medios de comunicación hablados y escritos. Se destacaba la relación de los jóvenes emprendedores con el gobernador, mejor dicho: Comenzábamos a meternos con el tema público.

Llegamos a lo último, a lo último, al lugar propiamente de los proyectos a punto de subir y salir avante. Empezaron a joder: Que falta una coma, que una fechita, que una puntica, que la redacción aquí o allá, que el presupuesto, que tales y pascuales. No tuvimos que hacer grandes elucubraciones para saber lo que estaba pasando, y un mismo funcionario de la gobernación corroboró lo que pensábamos. Fue claro al decir: “El proyecto de ustedes está espectacular, pero no pierdan más tiempo. Ese proyecto no será aprobado. ¿Por qué? Porque el gobernador sabe quiénes son ustedes, no permitirán la gran tajada en el marco de corrupción”.

Lo más posible es que los corruptos de este gobernador no se atrevieron a sugerirnos, pensando que nosotros no íbamos a estar de acuerdo y seguramente lo íbamos a denunciar ante los organismos de control. Dieron vueltas y vueltas hasta que nos “mamaron” tomando la decisión de desistir del megaproyecto.

Me hago bibliotecaria

Golpeada por este revés, decidí continuar estudiando. Me propuse hacer una maestría. Empecé a mentalizarme de escribir un proyecto para la propuesta de maestría, relacionándome con más fuerza con los colegios, con el territorio, trabajando en la finca La Rivera con Juan Felipe Balbuena, haciendo charlas ambientales. Estando en esta actividad, me salió trabajo con la alcaldía, haciendo parte de la Red Municipal de Bibliotecas Públicas de Ibagué, reemplazando a Catalina Campos, en el cargo de bibliotecaria de la biblioteca Combayma. Ella había renunciado por cuestiones personales y tuvo el detalle de recomendarme. Ella tiene actualmente un espectacular proyecto con su hermana, una escuela o colegio.

Comencé a trabajar como contratista en la biblioteca Combayma en 2018. En 2019, me parece, el alcalde de turno, Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez, tenía que hacer unos nombramientos, gracias a la gestión de la señora Luz Marina Roa Sierra, la coordinadora de la red de bibliotecas públicas de Ibagué, pidieron las hojas de vida. Pensé que el alcalde iba a tener en cuenta el perfil de la profesión. Había en la Red enfermeros. Soy maestra en artes plásticas y visuales, pensé que la profesión me favorecía. Pasé la hoja de vida con la fe del carbonero. Creo que fui la primera que llamaron. Le comuniqué a la señora Luz Marina. Ella se puso muy contenta. El nombramiento de los demás compañeros y compañeras se demoró un tanto. Yo invocaba los espíritus para que fueran nombrados. Los nombramientos se fueron dando.

Remodelación de la biblioteca

Cuando comencé de contrato, inicié mi maestría en Educación Ambiental en la universidad del Tolima. Comenzó otra vida. Tenía por adelantado el conocimiento sobre el territorio, lo experimentado mientras había laborado, la lectura del tema ambiental. Cada día me interesaba más y más por éste y el conocimiento del entorno. Con la maestría, se ampliaron los conocimientos, conocimientos que apliqué a mí dinámica de bibliotecaria. Comencé a meter con fuerza el enfoque ambiental en mi comunidad. Poco a poco me fui dando cuenta que desde la biblioteca podía organizar, transformar, construir, resignificar muchas cosas que desde mi condición humana y como habitante del sector, quería hacer desde hacía mucho tiempo.  

Comenzó el trabajo por medio de una estrategia sobre educación ambiental de base comunitaria con el objetivo de resignificar la identidad campesina, con el fin de generar apropiación, sentido de pertenencia, empoderamiento. Inicio todo ese trabajo con los niños, con todos. Al principio fue muy difícil, porque en realidad a mí no me gustaba el espacio, me parecía feo. Yo le ponía mi toque, pero sentía que era un espacio como que no generaba el impacto que yo quería producir. A mí se me metió con Andrea Saavedra, quien fue la que inició este proyecto  en el 2014, la necesidad de presentar un nuevo rostro de la biblioteca Combayma. Dicho de paso, este año (2024), la biblioteca cumple los primeros diez años. Ella me decía con insistencia: “Luchemos porque se remodele y quede bonita”. Yo le contestaba: “Obvio, eso es lo que más quiero, quiero sentirme laborando en un espacio agradable, acogedor, bonito, impactante”.

Este propósito se me convirtió en una obsesión. A la biblioteca llegaban el concejal, el político, el amigo, el empresario, etc. A todo el que llegaba, le echaba el cuento. Explicaba las actividades que se desarrollaban en la biblioteca y la necesidad de su mejoramiento. No tiene luz eléctrica, no tiene ventanas, no tiene baños, no tiene pisos, no tiene, no tiene…Necesitamos, necesitamos, necesitamos…y hágale con el mismo sonsonete. Unos escuchaban, otros prometían, no cumplían, otros decían que iban a ayudar.

Hasta que en una de todas esas, llegó la secretaria de cultura Greis Cifuentes, ya estábamos camellando fuerte en temas del territorio, todo lo que tiene que ver con la cultura, la identidad y demás; creo que en ese año estábamos en pandemia del coronavirus. Hicimos un proyecto comunitario para restaurar un mural, queríamos que existiera un mural que le diera identidad al pueblito, que le diera una mirada diferente al pueblo de Juntas.

Ni siquiera teníamos la carretera pavimentada en esa época. Junto con Claudia Guerra, gran colaboradora en el territorio, pudimos comunicarnos con Carlos Trillera, artista empírico de gran calidad, creo que es de Natagaima o Coyaima, no tengo certeza, vive en Bogotá. Este artista le dio identidad al barrio La Candelaria en Bogotá con sus murales indígenas y sus abuelos. Él llegó a Juntas. Hicimos una recolecta espectacular con la participación de todo el pueblo, fue un trabajo comunitario admirable. Gestionamos hospedaje, alimentación, pintura y aparte de eso, logramos hacerle un reconocimiento económico al maestro Trillera. Tuvimos recursos para su inauguración. Esta actividad se hizo viral en las redes sociales. La gente venía, se tomaba la foto. La noticia salió en los periódicos y la gente se comprometió a cuidar su mural.

La secretaria de cultura se interesó también con el mural, un día decidió venir a conocerlo. Estaba recién nombrada en este cargo. Sin saber que era la secretaria de cultura, es decir, mi jefa, nos reunimos, y sin pensarlo dos veces comencé a echarle el cuento, el mismo discurso que ya me lo sabía de memoria. Lo hice como miembra de la comunidad. No paraba de hablar, le decía y le decía. Luego, ella se presentó: “Soy la secretaria de cultura”. Yo le contesté: “O sea, que eres mi jefe”. Comenzamos como a tener una amistad diferente, porque nos conocimos de una forma diferente, muy distinto cuando hay presentación oficial.

Yo le dije: Todo es fruto del interés de la comunidad, del territorio y de la identidad regional. Yo quiero que el espacio se modifique. Me contestó con seguridad: “Vamos a hacer real la modificación de la biblioteca, no te preocupes”. Era una nueva promesa que quedaba flotando en el ambiente. Al poco tiempo volvió con un muchacho que sentía era amigo de ella de mucho tiempo. Él era de la constructora “Construimos y Edificamos”. Ellos donaron todo lo que tiene que ver con la remodelación de esta biblioteca. Remodelación total: La ampliaron, le pusieron pisos, hicieron baños, pusieron excelente iluminación, arreglaron afuera, el frente. Mejor dicho: La biblioteca se volvió el centro llamativo del pueblo. La gente se toma fotos con el principito. La biblioteca quedó como quería la comunidad y yo que quedara. Cumplí con el primer objetivo: Transformar el espacio, en un espacio atractivo, en un espacio que se valorara, un espacio que fuera eje y centro de la cultura, la educación, la identidad. Eso es lo que es el espacio ahora.

Luego, entra en todo su furor la pandemia, 2019, 2020. ¿Cómo justificar el salario? La moral sale a flote. Comencé a trabajar desde la casa. El segundo piso cuenta con un balcón de madera que da a la calle, adornado con flores naturales, un sitio bastante acogedor. Yo colocaba cobijas mías, almohadas y compraba refrigerios con dineros de mi salario y convocaba a los niños. Ahí, improvisé el club de lectura. Todos los días hacía actividades con los niños ahí. Les daba arroz con leche, gelatina, yogur, chocolate, jugo con torta. Leíamos cuentos utilizando el micrófono.

El ministerio de cultura hizo la convocatoria Daniel Samper Ortega. Varios compañeros de la red participaron, algunos pudieron enviar sus propuestas otros no. Nosotros participamos con el proyecto de comunicación popular llamado: “Huellas que transforman el mundo”. La iniciativa fue concretada con el apoyo activo de los niños.

Mi mejor amigo de la época, Nicolás Hurtado, nos ayudó a escribir el proyecto, contando siempre con la participación de los niños. La expectativa por sacar adelante la iniciativa era grande. Creo que ya estaba terminando la pandemia. El día de la premiación, yo tenía un evento, me era imposible estar pendiente de la ceremonia. Me sentía bien con haber participado, sea lo que sea, me decía.

Era la celebración del día de los niños en el polideportivo de Juntas. Estaba reocupada. Además, no tenía internet. Con el evento me tocaba estar en todas partes, no pude ver la premiación. El celular comenzó a repicar sucesivamente. En un espacio que tuve lo miré y era la señora Luz Marina Roa Sierra, quién me había llamado insistentemente. Eran como diez llamadas. Le devolví la llamada, preguntándole: “¿Qué pasó señora Luz Marina? Discúlpame por no contestarle oportunamente, estoy súper ocupada. “¡Nayi, se ganó el premio!” “¿Que qué?” “Usted, ¿Por qué no entró?” “Es que estoy súper ocupada en un evento de celebración con los niños. Por eso, no pude entrar a la ceremonia de premiación”. Me dijo: “Pues usted fue la ganadora”. Realmente, no creía lo que estaba oyendo. Fue un día muy feliz para mí, fue un día espectacular.

Terminé el evento con los niños y me seguía preguntando si era cierto o una gran broma. Hernán Ruiz, bibliotecario de la Soledad Rengifo, me confirmó la noticia. No había duda: Habíamos ganado el premio. Apresurada reuní a los niños y les di la noticia. Algunos lloraban, otros cantaban, otros gritaban. La felicidad los embargaba, pues ellos habían sido artífices del proyecto, ellos mismos les habían colocado el nombre a la iniciativa. El premio también se hizo viral en las redes sociales y en los medios de comunicación.

Todo me enseñó que cuando se quiere se puede, la idea consiste en intentarlo. Quería darle identidad al corregimiento siete de Juntas, presentarlo como territorio ambiental, mágico y promisorio por intermedio de la biblioteca, por medio de las redes sociales, por medio de la cultura. Quería mostrar las actividades que a diario desarrollaba en la biblioteca, mostrar su importancia en pequeños y adultos, hombres y mujeres.

Siento que cumplí con esos objetivos. Los habitantes del sector, los turistas y personas de otros lugares, reconocieron el papel fundamental de la biblioteca, se convirtió en una especie de motorcito que dinamiza los procesos y por ende la comunidad. Se dieron los procesos como los concebí. Este pequeño pueblito con personas campesinas de generación en generación, sea un pueblo de valores, de reconocimiento ambiental, de conservación, sea un pueblo mágico e integrado a la dinámica de la sociedad nacional y por qué no internacional.

Mi experiencia como bibliotecaria

La verdad sea dicha: Mi experiencia como bibliotecaria ha sido la mejor hasta ahora. No hay duda. De tantas experiencias vividas, esta fue una experiencia espectacular, porque me dio un rumbo distinto, generando cosas muy positivas en mí. Una experiencia única, inigualable e irrepetible. Primero, porque cambió mi proyección, cambió mi perspectiva de vida, me permitió acercarme desde el amor, desde la comprensión, desde la tolerancia, desde ser un ejemplo humanitario, con mí comunidad. Traté de servir de la mejor manera, tratando de asumir un comportamiento ejemplar. Busqué evitar conflictos y malos entendidos, siempre acudiendo al diálogo directo con mi postura frentera que ha caracterizado mi personalidad. Cada acción la hice con amor, con respeto, con diálogo y comprensión. Hicimos un buen ejercicio de convivencia en el territorio.

Adicionalmente, fue una experiencia espectacular con los niños, fue algo espléndido. Llevo en mi corazón a todos los niños. Me siento feliz y orgullosa de haber compartido con ellos parte de mi vida y procesos académicos de exploración con ellos. Muchos pasaron por la biblioteca y muchos habrán de pasar, pues en el momento son bebés. Esta experiencia me marcó. Tengo la certeza que los niños cuando sean mayores, reconocerán la biblioteca en su proceso de formación. Recordarán, seguramente, los picnic literarios, los recorridos, los paseos, los filmes, la lectura, el teatro, las conversaciones. Tantas cosas de manera holística y kinestésica que se hicieron en esta biblioteca. Fueron actividades que los niños participaron voluntariamente, con entera libertad. Los niños llegaron a este espacio con alegría y libertad, encontrando una respuesta a sus expectativas. Por mi parte, considero que todas estas actividades han contribuido a su formación, al crecimiento espiritual de los niños, a la convivencia, a la paz y a la integridad comunitaria. Es nuestro modesto aporte.

El encuentro con el libro

Leía hartísimo. Me encerraba en mi cuarto y leía, leía y leía. Comenzó a fastidiarme los humanos, la humanidad, la gente. No quería salir de mi cuarto. Tuve aires de grandeza, de superioridad, pensaba que lo que decían los demás eran bobadas. Después fui corrigiendo este comportamiento, concluí que no se trataba de eso el arte. Por el contrario. Era mirar y admirar la diversidad de criterios y opiniones. No era única.

Cuando estaba en la universidad leía libros científicos. Me daba sueñito y hasta pereza, pero tenía que leer, no había escapatoria. Comencé a frecuentar la biblioteca de la U. Allí, leía novelas, cuentos, bastantes libros infantiles. Comencé a entender el sentido del libro, la grata compañía del libro, la necesidad de leer historia. La práctica me animó, fomentó en mí saberes, conocimientos a montones. Estar en la biblioteca, durante cinco, seis y siete años, de siete a cinco, de siete a seis de la tarde, fomentó en grado sumo la vocación por la lectura. Sobre todo a entender y reconocer que la lectura es fundamental en la vida del ser humano de cualquier edad. Es una grandiosa compañera, sobre todo cuando uno se siente enfermo, solitario, melancólico, desorientado y acorralado. Leer es espectacular. La lectura se convirtió para mí en fuente de reflexión profunda, medio de mirar la vida desde distintos ángulos.

Entendí que las letras alimentan la imaginación, la creatividad y el humanismo. En esa dirección, la biblioteca es determinante en la formación de la especie humana. No podría entenderme sin mi presencia en la biblioteca. La vocación por la lectura hoy es inmensa, me resulta difícil vivir sin la compañía amena del libro. Sé que leer en este sistema económico es complicado, porque éste coloca todo tipo de trabas para que no se lea. Las redes sociales todo lo pretenden acaparar, lo mismo sucede con el celular. Son distractores que nos apartan de los libros, muchas veces sin darnos cuenta. El libro nos lleva a pensar críticamente, a no tragar entero y a entender que todo cambia y evoluciona.

Historia del Cañón del Combeima

¿Le cuento la historia del cañón? Para mí es una historia que significa mucho, sobre todo porque cuando la leí, en un momento bastante sensible, lloré pensando que no era cierto, todo había sido una mentira. Incluso, llegué a pensar que era un mito, una fantasía. Pero la indagación, me enseñó que era cierta y más tenebrosa de lo que había pensado inicialmente.  

La verdad te hace libre. Camina el territorio uno con una mirada crítica, analítica y propositiva. Se siente uno caminando un territorio sufrido, pero, a su vez, sagrado, un territorio poderoso, un territorio en el que existieron todo tipo de pensamientos. Si hablamos del pensamiento original, la historia resulta muy chévere, porque lo que alcancé a indagar (sé que falta mucho por indagar), es que el Cañón del Combeima fue habitado por una tribu muy especial, una de las tribus más grandes del Tolima: La tribu Combayma. Este nombre en alusión a su cacique. Hoy sabemos que esta palabra tiene un significado etimológico: Comba=Puma y Ayma=Territorio, camino, sendero.

Así, pues, el Cañón era como el territorio del Puma. El cacique Combayma se vinculaba con los territorios de Coyaima, Natagaima, territorios todavía habitados por tribus indígenas. Los Combayma estaban asentados en la orilla del río Cutucumay (Combeima), que significa río de oro, en la margen izquierda, al otro lado, cerca del corregimiento nueve de Cay, cerca de la ciudad. Se describe como una de las tribus más organizadas, tenía espacios determinados. Tenía espacio para los niños a manera de guardería, tenía sus mesones para consumir los alimentos, a veces comía con palos, con cubiertos. Una tribu que protegía el entorno, el ambiente, la naturaleza.

Muchos textos, que están en cuestionamiento, describen a la tribu como Pijao, afirmando que tenía distintos nombres antes. Señalan que eran rebeldes, fuertes, carnívoros, verdaderos animales salvajes. Es la versión del invasor, quien no pudo desconocer que era una tribu bastante organizada y defensora a ultranza de su territorio. Era una tribu con actividades precisas, como la caza, la siembra, el cultivo de huertos. Además, le gustaba tallar la piedra y los árboles. Esto último hace poco lo leí. Fue una tribu que caminó y se conectaba perfectamente con la naturaleza. En esa época todavía no había llegado a la región, el opio del pueblo: La religión. Por lo tanto, la tribu creía en el agua, en el sol, en la luna, en la tierra, en el fuego, en lo que le permitía sostenerse, conservarse, vivir, en lo que le daba equilibrio para existir.

Luego, aparece en escena Ibanasca. Era una niña que vivía más arriba de donde la tribu estaba asentada, cerca de las laderas frondosas de Toche. Vivía con su familia, familia que decidió vivir con la tribu Combayma. La niña creció en la tribu, asimilando las costumbres y las actividades de ésta. Sin embargo, era diferente a las demás. Tenía gran sensibilidad, liderazgo y le gustaba explorar. La costumbre de la tribu era que la mujer se quedaba en casa, hacer lo que hacían sus madres, trabajar la huerta y los oficios propios del hogar. Las niñas no salían a explorar, era actividad propia de los hombres desde muy niños.

Ibanasca fue la excepción. Marcó la diferencia. Le gustaba explorar desde muy niña, conocer el territorio al derecho y al revés. Había temor que la devorara el Puma, el Tigrillo. Era frecuente. El Cañón era montaña espesa con muchas animales salvajes. En ese ambiente creció. No paraba de explorar, era su pasatiempo favorito. Salía de su comunidad y duraba días sin regresar.

En una de esas salidas, logra subir a la montaña más alta del territorio, el nevado del Tolima. Va a ofrendar en agradecimiento por la abundancia. Hace su pagamento de gratitud por el alimento, la lluvia, el sol y la abundancia.  Ella, lleva el mensaje a su comunidad, la experiencia de su recorrido. Comienza a salir con más mujeres. Asume un liderazgo destacado. También la acompañan hombres, que comienzan a ver en ella, una autoridad, un liderazgo indiscutible. Recorre el territorio de extremo a extremo. Su capacidad de conducir y conocer el entorno, la llevan a asumir otras funciones de liderazgo. El cacique Combayma, decide compartir su liderazgo con ella y la nombra Cacica. Se convierte en la Cacica Ibanasca quedando a su cargo esta tribu, porque el Cacique Combayma marcha al sur del departamento, exactamente a los territorios de Natagaima y Coyaima. Denomina Ibanasca a esta comunidad: Dulima.

Dura bastante tiempo liderando esta comunidad, ejerciendo autoridad en este territorio. Adelanta procesos, me imagino de tierras y de exploración. Los cronistas europeos muy poco escriben sobre la proeza femenina, se impone el patriarcado, el machismo. Sin embargo, algún Fraile se interesa por Ibanasca y escribe algo sobre ella. Es el fraile Fray Pedro Simón. Si bien es cierto hay más cronistas que escriben del entorno, fue el único que habló de ella. Seguramente, le llamó la atención su liderazgo, escribiendo muy poquito, pero interesante. Yo pensaba inicialmente que aquel corto relato era mito o fantasía.

No era así. Ibanasca se vuelve lideresa de su comunidad, de su territorio. Le toca enfrentar la brutal invasión española. Se hace guerrera y médica. Conduce la resistencia aprovechando el conocimiento del territorio. Defiende a capa y espada su comunidad. Al verlos al otro lado del río, el indígena los ven con asombro, eran hombres con vestimenta, armas sofisticadas, perros asesinos. En ese momento el invasor no cruza el río, no logran pasar, al parecer estaba bastante crecido. No logran pasar. Pasa el tiempo y regresa el avaro y desalmado invasor con toda su artillería arrasadora. No sé si por el río o por la espesa montaña por los lados de Santa Teresa. Un vendaval arrasador: Esclaviza, viola a las mujeres, siembra la muerte y la desolación, en nombre del Rey y de la Iglesia Católica.

Ibanasca, consecuente con su tribu, logra escapar, adentrándose en la montaña, moviéndose por el territorio como pez en el agua. Construye un asentamiento en las laderas del nevado, permaneciendo un buen tiempo allí, haciendo resistencia. Pendiente de su tribu se mantiene oculta. El invasor decide atraparla, la sed de oro lo enloquece, pisoteando la cultura ancestral, la dignidad humana, el ambiente, solo le interesa el oro. Considera que Ibanasca es un tesoro que hay que tener entre sus manos. Va por ella con ansia frenética. En un gesto de extremo heroísmo, enfrenta al invasor, pide respeto por su tribu. Es detenida violentamente y llevada a la ciudad donde es aislada y sometida a vejámenes para que diga dónde está la riqueza. Ahí, se pierde el relato de Fray Pedro Simón, quizás se niega a contar las bellaquerías que hace con la lideresa. Relata que cuando la encarcelan, le ponen doble vigilancia, porque, es considerada hechicera que puede escapar en cualquier momento, una forma de degradar la imagen de la cacica y de paso justificar el atroz crimen. Al parecer logra escapar y huye a Natagaima y Coyaima, en busca del cacique Combayma, dándole a conocer lo que está sucediendo en el territorio del cañón del Combeima. Ha sido invadido por una especie voraz, sin corazón, ni sentimientos. Allí, se oculta un buen tiempo, regresa al territorio y es nuevamente capturada, torturada e incinerada viva y públicamente como escarmiento. En nombre de la religión y del Rey, se comete semejante crimen contra una autoridad ancestral. Ese es el final de Ibanasca. La mataron físicamente, pero su ejemplo inmaculado sigue en el cañón, quizás en una comunidad que sueña con la libertad definitiva.

No supe si Ibanasca tuvo hijos, no lo leí en ninguna parte. Todo esto que estoy contando, lo recopilé de los fragmentos de Fray Pedro Simón, pero también consultando personas versadas de la ciudad de Ibagué, que también investigaron sobre la vida y obra de la cacica Ibanasca.

Es la apasionante historia de la cacica Ibanasca. El escritor Edmundo Faccini escribe en su libro que las cenizas de Ibanasca se transformaron en nieve del nevado del Tolima. Por eso es que este volcán nevado lo llaman Dulima, que significa princesa de la nieve, es la misma Ibanasca. Esto podría ser un relato místico, imaginario del escritor. Lo cierto es que a pesar del invasor intentar ocultar la historia de esta heroína, no le fue posible. Se escribe y se seguirá escribiendo de la vida y obra de la cacica Ibanasca.

Martín Restrepo, el otro invasor

El dominio avasallador del invasor ibérico, es remplazado por el antioqueño Martín Restrepo. Terrateniente que llega a Ibagué y conocedor de la existencia del Cañón decide comprarlo en su totalidad. Le da rienda suelta al espíritu colonizador. El sector era llamado La Gran Hacienda. La compra. Se hace amo y señor de lo que sería llamado después el Cañón del Combeima.

¿Qué hace? Empieza a traer familias boyacenses y antioqueñas para que trabajen la tierra, destruyan la frondosa montaña y abran cultivos de pancoger. Va delimitando el terreno, entregándolo a cada familia, con la consigna: Vamos a cultivar, vamos a tumbar los árboles, vamos a construir la vivienda. Aplicaba las normas propias del régimen feudalista. Le daba a la familia una partecita pequeña del producido y la ilusionaba con el cuento que después le entregaría la finca, el territorio. Fue un régimen de explotación bárbaro.

Martín no quería cumplir con la promesa de entregar el terreno descuajado de montaña. No cumple el acuerdo. Los labriegos se unen para exigir su cumplimiento. Restrepo se ve en aprietos. Incluso, al parecer intentan matarlo. Presionado, no tiene más remedio que cumplir el pacto y entrega el terreno. La tierra pasa a ser propiedad de sus legítimos dueños. Vivió en la vereda Pastales. Ahí formó su hacienda que limitaba con Villa Restrepo. Toda Pastales era de su propiedad. Murió siendo terrateniente. Villa Restrepo se llama así en honor de este colonizador, de este terrateniente.

Así se marca la historia de este Cañón. Muchos abuelos llegaron con Martín Restrepo. Todo ha sucedido de generación en generación. Lo que hay hoy no salió de la nada, es fruto de un proceso histórico, dramático e incluso, emocionante. Una historia que continúa, porque nada es estático, todo está en movimiento, cambiando.

El cañón fue sacudido por la cruel violencia entre liberales pobres contra conservadores pobres, como dice el escritor William Ospina. Los godos y los cachiporros, es decir, conservadores y liberales, se trenzaron en un enfrentamiento cruel y doloroso, mientras los jefes de bando y bando departían tranquilamente en Europa. En este territorio se ocultaron criminales de renombre como Jacinto Cruz Usma (Sangrenegra). Se dice que se ocultó durante un buen tiempo en una cueva ubicada en la vereda Pastales, lo que se conoce en la actualidad como “Las cuevas del oro”. Muchos labriegos de bando y bando perecieron, en enfrentamientos estériles y distantes de toda lógica. Era matar por el simple sabor de un color. Vi muchos cadáveres cruzar por mi casa. Hoy, estamos los sobrevivientes de esta absurda orgía de sangre, responsabilidad de la clase dominante en Colombia.

Mis primeros amoríos

Es muy curioso, cuando estaba en la primaria, me alcancé a preguntar si a mí me gustarían los hombres o las mujeres. Creo que es una pregunta que uno se hace en esa edad en que comienza a conocerse. Durante conversaciones con mis amigos, les llegué a preguntar eso. ¿Cuándo eran pequeños, se llegaron a preguntar si les gustaría en el futuro, cuando grandes, los hombres o las mujeres?

Temprano entendí que me gustaban los hombres. Lo vine a comprobar a los quince o dieciséis años, consideraba que ya era “mayor”. La experiencia fue chistosa, fue un enamoramiento especial, algo bonito. Me enamoré de un muchacho que también era como rasta. Sentía amor por él, me gustaba muchísimo. Siento que fue mi primer enamoramiento fuerte y diáfano, no hubo duda. Fue mi primer beso, tenía como quince o dieciséis años, ya grande. Con él perdí mi virginidad. Fue mi primer amor. Era una relación fuerte, pero se acabó. Sí, un día se marchó el encantamiento y nunca más volvió. Quizás se lo llevó el viento, como diría Margaret Mitchell, el tiempo o las dinámicas distintas que asumimos. Él siguió su camino y yo el mío.

Repito: Era muy curioso, me gustaba un remontón. Sentía con él sensaciones muy bonitas, muy hermosas. Me gustaba mucho. Teníamos amigos en común. Él era mayor. Yo tenía dieciséis y él diecinueve. Era como el marihuanero del pueblo, el marihuanero del Cañón del Combeima. Nunca me ofreció marihuana, nunca me olió a marihuana. Nunca es nunca.

Nosotros hablábamos y hablábamos, pasábamos horas conversando de cosas serias, pero también de puerilidades, temas de enamorados. Siempre nos decíamos lo mismo: Es que usted me gusta. Así, nos volvimos novios, una relación a escondidas de mis padres. Soy honesta al decir: Nunca lo podré olvidar, porque fue muy especial conmigo, fue mi primer amor y el primero nunca se olvida. El noviazgo fue de un año. Tenía diecisiete años, cuando yo misma decidí ponerle punto final a la relación amorosa.

Él no era virgen. Me había dicho que había tenido relaciones sexuales con una chica. Yo en cambio, sí era virgen. Que había tenido relaciones como dos o tres veces, que prácticamente, también era virgen. Me propuso que tuviéramos relaciones íntimas. Me lo dijo muchas veces y mi respuesta siempre era negativa: No, No y No. Me sostuve en el vendaval, pero no por siempre. Un día lo decidí. Sentí pánico y vergüenza, mejor dicho de todo. Pensar que tenía que mostrar el cuerpo desnudo me horrorizaba. Lo pensaba y lo repensaba. En muchas ocasiones me trasnoché pensándolo. Pero, la decisión estaba tomada, no había reversa. Del miedo al gusto. Fue bonita la experiencia. Recuerdo con nitidez el escenario que montó en lo espeso de la montaña.

De todas maneras, la primera vez es traumática para la mujer, no sé si para el hombre ocurra lo mismo. Es un tema fuerte. No sé los hombres qué sensación sentirán al perder la virginidad; en el caso de la mujer la sensación es horrenda, porque es dolorosa, es súper feo, es asqueroso. En mi caso, lo había decidido y amaba al novio, me pregunto ahora, cómo será de doloroso y cruel cuando no se hace por consentimiento propio y lo que ocurre es una violación.

Sucedió. Yo seguí con él un buen tiempo, hasta cuando decidió irse para Bogotá. Se fue. ¿Quién podía impedirlo? Me armé de valor diciéndome: Normal, la vida sigue. Ese fue mi primer amor que siento en la bruma de los recuerdos. Él vivía en el Cañón con toda su familia, exactamente en Valle Escondido. Sin embargo, no había nacido en la región, había nacido en Bogotá.  Vino y vivió un largo período de tiempo en el Cañón, desde pequeñito hasta cuando lo conocí. Nos conocimos por amigos en común. Yo estudiaba en Ibagué, cogía la buseta la Ibaguereña en la carrera primera con calle trece. Uno se sentaba y casi siempre la buseta se demoraba media hora en salir. Duré muchos años montando en buseta todos los días. Prácticamente, toda la secundaria y toda la universitaria.

Debido a esta rutina, conocí perfectamente todas las personas del Cañón, relacionándome con todas ellas. Yo hablaba a diario con las personas. Era bacano sentir el calor de la gran comunidad que ya era el Cañón del Combeima. Así fue que me di cuenta de la llegada del chico a Ibagué, comencé a verlo en la buseta. De primerazo me gustó. Él entró a estudiar en el colegio Ambiental Combeima, en Villa Restrepo, lo mismo mis vecinos, mis amigos los del “parche” de Juntas, todos más o menos de la misma edad, entraron a estudiar con él.

Comencé a mandarle saludos. Le decía al que vivía al lado de mi casa y que le decían “Coconice”: Dígale a Sebastián que saludos. Todos los días le enviaba saludos. Los mensajeros comenzaron a decirle: Es que Carolina está enamorada de usted, cáigale. Y dizque él dijo: Listo, dígale que nos veamos en Juntas. Era familiar de la señora que administraba el hotel Iguaima. Por lo tanto, él mantenía allí la mayor parte del tiempo con mi gran amigo. Entonces, un buen día nos vimos en Juntas. Ambos apenados. Tímidamente me dijo: Hola, como estás. No más. Así, lo conocí personalmente. Fue un encuentro tenso. No sabíamos qué decirnos, nos mirábamos con mucha timidez, creo que con horror.

De todas maneras, nos hicimos amigos. Qué bonito era antes, pienso al comparar con la realidad actual. Los cambios son muy bruscos y hasta desconcertantes por momentos. Sé que las niñas hoy, muy pequeñas, dan besos, se dan picos. Yo no. El grueso de mi generación tampoco. Decía: No voy a besar a cualquiera. Casi no me gustaban los niños, me gustaban mayorcitos.

Efectivamente, primero fuimos amigos. Comenzamos a conversar con menos timidez, pero siempre con el respectivo respeto. Dejamos en claro qué nos gustaba y qué no nos gustaba. Le dije que me gustaba el reggae, él dijo que también le gustaba. Me regaló varios CD, comenzando a nutrirme más de este género musical. Comentábamos lo que nos ocurría en el día o en la semana, en el estudio, las relaciones con los profesores, con los demás compañeros y compañeras. Mejor dicho, teníamos temas para tratar durante el encuentro. Eso sí, nunca hablábamos de ser novios.

Los encuentros los empleábamos en conocer nuestros gustos y ser amigos. Ya cuando éramos amigos, amigos de verdad, nos dimos un pico (beso). Me acuerdo perfectamente. Eso fue muy chistoso, porque íbamos a caminar. Yo estudiaba por la tarde, él estudiaba por la mañana. Ese día no tenía clase. Nos vimos y nos fuimos a caminar. Como buenos amigos hablábamos y hablábamos, no dejábamos de conversar un minuto. Yo me decía para mis adentros: A la final, si algún día podemos ser novios, seremos. Pero, yo nunca le voy a decir que seamos novios. La pena me dominaba, mejor: Nos dominaba. A la final, me sentía como resignada y pensaba: Si no se da, me contentaré con ser su amiga, creo que es suficiente.

A mí me caía muy bien desde un principio, desde el momento que lo vi por primera vez. Yo comentaba la situación con mis amigas, les contaba a todas, muy especialmente a Lina y a Alejandra. Todo les contaba. La verdad, me sentía la mujer más afortunada de la región, sabía que muchas chicas estaban detrás de él. Así que su amistad, aunque fuera, era para mí muy importante.

Caminando ese día mientras hablábamos y nos reíamos en medio de la exuberante región, cruzando el puente, viendo correr el agua cristalina del río Combeima sobre piedras lamosas, me dio el beso en la boca. Yo me sonrojé. Quedé como ida de este mundo, petrificada. Nos quedamos mirándonos como asombrados, sin dar crédito a lo sucedido. Susurrante le di a entender algo así como por qué me besaste. Entonces, me contestó diciendo: Es que tú también me gustas mucho. Suspiré. Nos habíamos hecho novios, ¡Qué felicidad! Sin embargo, no lo creíamos. Entonces, volvió a decirme: Volvámonos novios y yo le contesté solamente: Bueno.

Nos volvimos novios. Pasamos de amigos a novios. Era muy chévere, emocionante. Hubo más confianza. Le confesé: Soy virgen de labios, no sé besar, nunca he besado. Era tan especial y comprensivo que me fue enseñando a besar. Me abrazaba con delicadeza y ternura y me decía: Abre la boca y acercábamos los labios. Sentía que me desmayaba, qué sensación tan espectacular, tan hermosa.

El pasado es pasado. Así, es la historia de mi primer novio. Fue todo un proceso que viví con intensidad, pero como le digo: Pasado es pasado, o como diría la escritora Margaret Mitchell: “Lo que el viento se llevó”.

“Cuando era feliz e indocumentada”

Muchas experiencias tuve de joven. Cuando entré a la universidad, como dije atrás, era una esponja que todo lo absorbía. Yo fumé marihuana, pero no fui la gran marihuanera. Era una pipita pequeñita que utilizaba. Algunas amigas me la regalaban. Casi todos en artes fumaban. Tímidamente un día le dije a una de ellas que me regalara un poquito. Fui y compré la pipita en la esquina de la universidad. Recuerdo con mucha claridad que la primera vez que fumé marihuana, fue en la universidad. Me hice frente de la facultad del bloque de Artes, cerca de la enfermería. Cogí la marihuana y comencé a hablarle, le decía: Yo sé que usted es una planta. Tenía como ideología el rascapari. Sin embargo, por más que escuchaba la música reggae que incitaba a fumarla, jamás lo había hecho, vine a fumarla en la universidad.

La cogí en la mano, la rasqué y le dije: Yo sé que usted es una planta, esta es mi primera vez. La metí en la pipa y fumé. Ja…Esa vez fue una locura. Me sentía como enferma, me dio diarrea, me dolió la cabeza, pensé que me iba a morir. No veía bien. Sentía que todo el mundo me señalaba, creí que me estaba enloqueciendo. Me dije: En mi vida, nunca vuelvo a hacer esto.

Pasó mucho tiempo. Después estaba en un grupo conversando animadamente. Eran amigos de estudio, de universidad. Muchos me ofrecieron y yo rechazaba el ofrecimiento. Les decía: No fumo. Me preguntaban por qué no fumaba, si era la costumbre casi general de todos y todas. Yo les dije: La vez pasada fumé y me dio reduro, me dolió la cabeza, me enfermé. Por eso, no, no, no, fumo. Me limitaba a ver pasar los porros de marihuana de mano en mano, era la constante.

Un día estaba en el restaurante con los amigos y nuevamente me dijeron que fumara. Pienso que todo estudiante de universidad pública fuma o fumó alguna vez marihuana. Nuevamente viendo pasar el porro de mano en mano. Yo les insistía que no probaba porque la experiencia me había resultado amarga. El mismo argumento de los consumidores. Un muchacho me dice: Esta la traigo de mi casa, huélala, huele a puro mango. El mango biche es mi fruta preferida, le dije. Fumé. No tuve ninguna reacción dañina como la primera vez. Solo sentí tranquilidad, me puse meditabunda, reflexiva, con deseos de cuestionar…

Después, le dije al muchacho que me regalara un poquito, la metí en la pipita y fumé. Me sentí distinta, nuevamente solemne, meditabunda. Pienso que la marihuana tiene que ser medicinal, el problema es consumirla en exceso. Comencé a fumar de vez en cuando. La noticia cayó en casa como la bomba atómica. Mi mamá y mis hermanas entraron en pánico con el cuento de que yo era marihuanera. El rumor cundió y los comentarios negativos comenzaron a circular en la comarca. Era todo el mundo hablando mal de mí. Por todo me criticaban: Por la forma de vestir. Yo era jipe con pañoleta, pantalones anchos. Todo el mundo se abrogaba el derecho de criticarme. Mis hermanas esculcaron mi bolso y me encontraron esa marihuanita y la pipa. En realidad era una historia inocente, no era la marihuanera Imperia, no era así. Para mí, fue lo peor del mundo el hallazgo, fue súper fuerte. Mi mamá lo asumió de una manera muy dura. 

Yo considero que todo es perfecto. Cuando la familia se dio cuenta, honestamente había fumado unas cinco veces. La primera vez, la segunda que me dieron con el cuento que tenía sabor a mango biche y como unas tres veces que me eché unos plones con la que me había regalado. No más. Mi papá me llamó. Él estaba trabajando en una finca. Me dijo: Mija, no haga eso. Lo dijo con nobleza como a punto de llorar. Él me hizo reaccionar, reflexionar. Me dije: ¿Qué estoy haciendo? Cómo me voy a meter en este camino. Por qué le voy a hacer eso a mis papás.

Mi mamá, en cambio, me pegó, me olía la boca al llegar de la universidad. Mi hermana Ángela me llevó a una iglesia, mi hermana Xiomara también se preocupó bastante. En síntesis, todos se preocuparon y de qué manera.

Entendí el valor y el poder de la familia. Comprendí que tenía que pararme duro, me sentía controlada y sin independencia. El control era total, que no se lleve ese dinero para eso, que mucho cuidado. La cantaleta era intensa. Comprendí que era una exageración, honradamente no era para tanto, porque a conciencia tenía claro que la marihuana no era el camino correcto. No estaba metida de lleno en eso, pensaba que era mi decisión dejarlo o no dejarlo. No era la consumidora de tiempo completo, no era marihuanera. Me tocó pararme duro. Los reuní y les dije: Déjenme en paz. Ustedes están confundiendo. Es cierto que vieron eso en mi bolso, pero no soy marihuanera. Si no me creen en la sinceridad de mis palabras, no entienden, no es mi problema. Ya soy mayor de edad, ya sé lo que hago. Solo un compromiso: Dejo de fumar, pero también dejo de ir a las iglesias. Es mi decisión, es mi vida.

Yo era rebelde, gritona. No vuelvo por allá. Estoy dispuesta a someterme a un examen de sangre, pero exijo que pare todo tipo de prevenciones contra mí. Me dejaron de molestar con ese cuento. No volví a fumar. Tomé conciencia gracias a mi papá. Me dije: No tengo necesidad de eso, jamás volveré a fumar. Poco a poco fui superando esa situación dramática sobre todo con la familia. Fue un momento duro, pero, a la final aleccionador.

A la final, soy una mujer sana. En este momento tengo 28 años, en mayo cumplo 29 y sabe qué, a mí no me gusta tomar licor, no tomo, no fumo ni cigarrillo. A esta corta edad, me considero una mujer sana, sana de verdad. No consumo comida chatarra. Me cuido en la alimentación. De vez en cuando un dulcecito. A mí lo que me gusta mucho es algo que no hemos hablado, es el tema ideológico espiritual. Me gusta mucho el chamanismo de los tinacales, la medicina del Yagé, la medicina alternativa. Para mí, tiene un gran valor. Les doy tanto poder que me mueven el espíritu, me gusta el campo, el rapé, todas estas medicinas. Diría que es mi manía, mi vicio. Ir a temas tinacales, de pronto ponerme yagé en la nariz, de pronto mambear con tabaco, de pronto asistir a las tomas de yagé, de pronto asistir a la medicina del mambo. Estar en la danza de la luna. Este tipo de cosas son las que me mueven en la actualidad. Siento que me gusta porque me permite ser lo que yo quiero ser, porque me hace sentir cómoda, estable, equilibrada. Siento que es mi conexión con los elementos como la tierra con el espíritu.  

El hombre en vía de extinción

El mundo se mueve al compás de dos grandes teorías: Materialista e Idealista. ¿En cuál se mueve Nayi Carolina? La primera se relaciona con la ciencia y la segunda con la fe. ¿Es acaso dualista? Siento que, tristemente, esta sociedad nos equilibra entre una y otra, comienza diciendo. En relación con mis intereses, la idealización que tengo es una idealización enfocada a la esperanza, en relación con la conservación, la conciencia ambiental y su despertar.

Desde esta perspectiva veo la idealización a nivel personal. Eso es lo que yo idealizo como ser humano de acuerdo a mis intenciones y a mis procesos educativos que de alguna forma he caminado en este mundo. Una esperanza de conciencia ambiental con respecto a nuestras acciones en relación con la conciencia de esta sociedad tan destruida por la visión capitalista, positivista y de alguna manera por las visiones eurocéntricas, antropocéntricas, donde nosotros nos consideramos el centro del mundo, sentimos que no somos ni parte, ni una especie más, sino que somos el centro. Nos consideramos únicos, exclusivos, de tal manera que todo gira a nuestro alrededor. Pienso que eso no es así. En realidad considero que nosotros somos una especie que pronto va a estar en un estado de extinción. Somos seres humanos idealizados en un mundo pletórico de intereses.

Sobre el concepto materialista, si bien no lo tengo muy claro desde la perspectiva filosófica y política, me parece un concepto fuerte, porque lo asocio con la destrucción de la especie humana, caminando inexorable a su propia autodestrucción y a ser esclavo del sistema imperante que agota sin piedad y sin nada a cambio, la energía de la sociedad dominada. ¿Qué hacemos? Trabajamos para satisfacer nuestras materialidades, como el alimento, el vestuario, la vivienda, las comodidades, un montón de cosas. Vivimos esclavos de la sociedad de consumo, no pensamos por sí mismos, no actuamos por sí mismos. La vida se hace burbuja llena de contradicciones desconcertantes, dolorosas y dramáticas.

Si alguien me pregunta, ¿Eres producto de la evolución o de la creación? Sería otro oscuro laberinto que todavía no he podido clarificar y que aspiro hacerlo en el futuro próximo. Siento, lo digo empíricamente, que soy producto de las dos cosas. Obviamente, creo en la evolución, soy consciente que soy producto de la evolución y de todo lo que se dio en las distintas etapas del Bing Bang y de todos los acontecimientos históricos desde mucho antes de la era cristiana, durante el período neolítico y el desarrollo de regiones como la Mesopotamia con su arte y toda su cultura.

Pero, también digo que soy parte de la otra teoría, porque de alguna manera Nelson, es muy complejo hacer parte de la sociedad con su cultura, sus creencias y sus acciones. De alguna manera, estamos vinculados al mundo mágico de la idealización con referentes existentes, donde pretender separarse de esa realidad concreta, resulta casi que imposible. Haría esta pregunta o reflexión: Si separamos lo que es nuestro propio Ser, de lo que hemos aprendido desde nuestra existencia, ¿Qué es nuestra realidad? Es ahí donde pienso que entra a ser protagonista el mundo de la idealización. De todas maneras, estoy confundida con esta pregunta, algún día tendré una respuesta clara y contundente.

Si me preguntan, que si el Bing Bang y la evolución en términos generales, son producto de la creación de Dios, lo negaría rotundamente, porque lo que pienso es que, es una concepción científica ese postulado y de algo que bien se podría denominar: “El gran misterio”. Lo considero por ahora el gran “misterio universal” que poco a poco se ha venido estudiando. Nosotros venimos evolucionando, hemos sido acuáticos, terrestres, hemos sido todas las especies hasta llegar a este proceso evolutivo de ser lo que somos, partiendo del homosapiens, el hombre que piensa. Hemos pasado por todo estos ciclos durante millones y millones de años. No somos de ayer.

¿Cómo considero que somos actualmente? En realidad, somos una de las peores especies, somos una especie depredadora por excelencia, presumimos que somos razonables, pero, en realidad no lo somos. Las demás especies nos dan ejemplo a diario de vivencia y convivencia. Somos una especie insensible que inventa sistemas económicos inhumanos, inspirados en la explotación, en la tortura y en la muerte. El sistema nos hizo perder la capacidad de asombro. Vuelvo y digo: antropocéntrico. Nos sentimos el centro del universo, el todopoderoso en la tierra, cuando en realidad, no somos más que una pequeña especie en vía de extinción.  

Hay que ser honesta. No tengo muy claro el contenido de las dos teorías principales del momento y que han trascendido de siglo en siglo. Cuando niña – por ejemplo – imaginaba a Dios como un todo, invisible. Hoy considero de alguna manera que Dios es energía, la capacidad de aprender a ser humano, a ser consciente del entorno en que nos desenvolvemos. Dios para mí es cuestión energética. Pienso a la final que el hombre ha creado una faceta de Dios, es una construcción propia del pensamiento humano. 

Y, ahora, ¿Qué?

A punto de cumplir los 29 años de edad, Nayi Carolina Molina Cruz, rompe con la rutina, abrazando con donaire nuevos desafíos, siente la necesidad de continuar estudiando y descubrir el planeta. Conoce como la palma de su mano su territorio, ahora mira distante: Europa.

Ella misma se formula el interrogante: “Y, ahora, ¿Qué sigue?”. Se responde en voz alta: “No sé compañerito…” Duda un poco al seguir con el monólogo, sentada en la silla de la biblioteca Combayma, en su último día de labores: “Pues, seguir fluyendo por el camino escabroso de la vida, seguir fluyendo así como todo ha venido fluyendo. Cómo entender que no hay nada aquí, que hay dudas, hay cosas, pero, a la final uno entiende que todo es perfecto, que todo es un círculo que fluye de la manera más perfecta, se encaja y va como armándose de una manera perfecta.

Ahora, lo que sigue es darles continuidad a otras personas que ya están listas a seguir este proceso, colocando otras esencias. Ya el lugar está, la gente está preparada, las personas se sienten orgullosas de pertenecer a Juntas, se sienten complacidas de pertenecer a esta región. Hemos dado un paso. Otras personas continuarán con el proceso y pienso que la biblioteca será factor determinante.

Creo que lo sigue es dejar que otras esencias y otros espíritus continúen fortaleciendo el proyecto desde otras miradas. Eso es importante. En lo que atañe a mí, corresponde buscar otros caminos, seguramente más complejos. ¿Conquistar Europa? La vida se hace de utopías. Ir a Europa es un proyecto en marcha con propósitos claros: Revalorizar nuestra propia filosofía latinoamericana partiendo de nuestro país Colombia. Quiero salir de este pequeño capullo que amo con todo mi corazón, territorio que me cuesta dejarlo, porque sabe qué Nelson: Usted sabe más que nadie, que es mi gran amigo, mi gran compañero, sabe cuánto me cuesta dejar este terruño. Todo este proceso de transformar, de transmutar y entregar, es un proceso integral que siempre me mueve las fibras de mi corazón. Quiero avanzar, tener una visión global, mostrar nuestra filosofía, nuestras costumbres colombianas, todo lo bueno que tenemos, pues sabemos que somos multidiversos y megadiversos, en todos los niveles, sobre todo ambiental, cultural y filosófico. Quiero comenzar mi doctorado en filosofía, buscar resignificar la filosofía colombiana, nuestra cultura, nuestra ancestralidad, nuestras tradiciones, colocarlo en un documento, en un proyecto de doctorado con la perspectiva de su significado. La verdad, no sé nada más.

¿Por qué dejar la biblioteca Combayma?

Porque creo que es importante continuar con un proceso personal, continuar el ciclo educativo, es mi pasión. La verdad sea dicha: Desde niña me gustó estudiar. ¿Qué quiero, entonces? Quiero globalizarme, expandir mi mente, expandir mis capacidades, conocer aún más la historia, nuevos territorios en otro continente, otras sociedades. Quiero comenzar de nuevo.

Sé que para alcanzar esos sueños debo hacer uso correcto del lenguaje, sobre todo un lenguaje comunicante que me permita llegar a otros lugares y establecer relaciones de humanismo, de convivencia y de superación. Sí, de superación es el sueño que acaricio y que me llevó a dejar el cargo de bibliotecaria.

Fue posible, porque se ha materializado el lenguaje, la comunicación y el interés de descubrir nuevos territorios, nuevos mundos, derrotando el miedo y asumiendo con decisión los retos de salir adelante. Insisto: Siempre me ha gustado el saber, el querer aprender nuevos conocimientos que me hagan más humana, más cerca de la humanidad.

Cuando estaba terminando el pregrado, me dije: Voy a continuar con un postgrado, cuando estaba haciendo el postgrado, dije: Voy a hacer un doctorado y, probablemente, cuando termine éste, seguiré estudiando. No es una manía, es una vocación de superación. Eso es innato en mí, el deseo férvido de superación, un respeto por la academia, por la lectura, el estudio y el análisis crítico del mundo en su conjunto. Quisiera que todo ser humano tuviera ese ideal, pero no es así, desafortunadamente.

La esperanza de ir a Europa, fue producto del esfuerzo y de la decisión de buscar, investigar, indagar. Encontré en esta dura lucha que hay muchas posibilidades, porque hay muchos ofrecimientos de becas sobre todo en el viejo continente. Mucho joven no sabe, quizás porque no investiga, no consulta. Creo que el porcentaje de personas que están interesadas en buscar becas para el estudio, son muy pocas, desconociendo que en la actualidad existe muchas posibilidades de adquirir una beca para estudiar.

Me inscribí en una fundación que se llama: Fundación Carolina, desde allí me inscribí a la universidad de la república Checa. También con la misma fundación en la universidad única de Brasil y en la universidad del país Vasco. Me planteé varias opciones.

Aparte de esto, revisé las páginas de muchas universidades, dándome me cuenta que también tenían programas para estudiantes becados. Siento que mi proceso fue muy rápido, creo que fue importante que mi tesis de maestría fuera laureada. Eso me abrió puertas. Claro, ningún documento dice que fue por eso. Yo me postulé en noviembre y a los cuatro meses, ya tenía respuesta de todas las universidades en las que me postulé. Creo que fue porque tuve una tesis laureada.

Voy a Europa. Me imagino un territorio grande, amplio, con una cultura quizás organizada, de pronto opaca, gris. Siento que es el contraste de nuestro continente Latinoamericano, que es multidiverso en todos los aspectos, empezando por los colores. Me imagino un territorio gris, más organizado, mucho más grande, buena estructura.

Ir en busca de una oportunidad de hacer el doctorado, implica dejar por un buen tiempo mi terruño. Significa la decisión más grande tomada en mi vida hasta ahora. Es una de las decisiones más difíciles que he tomado de verdad. Significa también la oportunidad de volver a nacer, porque de alguna u otra forma en el espacio de Juntas y de la Biblioteca, adelantamos procesos interesantes con el territorio, con la identidad campesina, con la resignificación de las costumbres. Siento que me estaba quedando bloqueada. Esas ideas, esos objetivos, esos propósitos, siento que los materialicé en la práctica.

Siento ganas de más y ese más es global, es llegar a lo desconocido, estar nuevamente en el vacío. Seguramente es como cuando uno inicia la existencia en el vientre oscuro volviendo a comenzar en un mundo totalmente desconocido. Significa para mí un renacimiento, la oportunidad de poder florecer con muchas más habilidades. Sé que tengo muchas habilidades que se han ido durmiendo y es necesario despertarlas nuevamente. Habilidades como artista, mujer, empresaria, académica.

Pienso que el trabajo como bibliotecaria fue espectacular, ha sido hasta ahora, mi mejor experiencia, aunque tiene sus limitaciones como cumplir un horario y tener un estándar, eso en cierta medida limita  y resulta esclavizante. La entrega total implica perder la posibilidad de ver más allá, ser libre e independiente. Eso, precisamente, es lo que quiero en estos momentos.  

En todos esos ideales, naturalmente está presente el espíritu aventurero. Eso me interesa, hace parte de mi personalidad. Lo que quiero es conocer el mundo. No me voy a morir tranquila hasta que no conozca el mundo, por lo menos, el noventa por ciento. Ese proyecto me llama.

En realidad, a mí no me preocupa la economía, el dinero, en absoluto. Ni siquiera pienso en eso como una finalidad. Siento que donde quiera que esté eso va a fluir, siempre me ha fluido desde muy pequeña. La suerte siempre me ha acompañado. El dinero es lo que menos me importa. Lo que más me interesa en estos momentos es la academia, conocer lugares, paisajes, gente y empezar en adelante, a recorrer el mundo. Me sacrifiqué oculta en la montaña, montaña que amo profundamente, en la cual está mis raíces. Lo que quiero es que de esas raíces crezca un árbol frondoso y esas hojas salgan y se vayan con el viento a muchos otros lugares, se transformen.

Quiero conocer el mundo. Pero, quiero regresar a mi tierra y seguir aportando los nuevos conocimientos. Colombia es un país maravilloso,  es único, multidiverso. Solamente hasta ahora he ido a Ecuador, Perú y entré a Bolivia, no conozco más. Sé que todos los países son únicos. Mi pensado es volver. Si llego anciana y con bordón, no importa, porque la idea es retornar, llegar. Si llego más joven la idea es colocar todos los conocimientos nuevos al servicio de la comunidad, de la región, morir acá y descansar para siempre.

FIN 

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