Por Nelson Lombana Silva
El momento que vive Colombia es histórico, dramático y promisorio. Por fin, el pueblo se ha ido quitando el velo que tuvo por más de doscientos años, impidiéndole ver la realidad. Aprisionado en los aparatos ideológicos y represivos, le era imposible pensar por sí mismo, teniendo que limitarse a repetir maquinalmente el discurso único de la sucia y traqueta clase dirigente.
El mensaje único, la imagen única, como bien lo anota el famoso escritor Eduardo Galeano, en una sola dirección era la constante. La burguesía se autoproclamaba poseedora de la verdad absoluta. Y mientras ésta laceraba al pueblo con impuestos, masacres, religiones, promesas y amenazas, el pueblo sumiso permitía toda clase de vejámenes, básicamente por el analfabetismo político.
Tal estado deplorable de postración, lo comenzó a romper el Partido Comunista, 1930, y mucho antes fuerzas de izquierda y organizaciones democráticas, se comenzaron a cuestionar la dinámica cruel del sistema capitalista: Por qué una clase dueña de los medios y las relaciones de producción, mientras una clase analfabeta, anárquica y explotada, sin las mínimas garantías de subsistencia.
Durante mucho tiempo se comió el cuento esta clase empobrecía de que era designio de Dios, más tarde el tema de la suerte. Mi madre decía que Carlos Ardila Lule era rico, porque desde niño había sido muy juicioso y ahorrador. Con las alcancías logró amasar singular fortuna.
Así planteado el tema, llegaba uno fácilmente a varias fatales conclusiones: La fortuna no era para todos, la decisión de pobres y ricos era designio de una fuerza sobrenatural motejada Dios. En esos términos, era “pecado” desear los bienes de los ricos y había que asumir la sumisión como un designio sobrenatural. Se asumía que unos habían venido al mundo a dominar y los otros a obedecer.
No todos comieron cuento. Algunos se cuestionaron, se preguntaron en sus malocas, por qué ricos exageradamente ricos y pobres exageradamente pobres. Clarificó el panorama el marxismo-leninismo, porque no solo explicó científicamente el origen de las clases sociales, sino también la forma correcta de superar dicha división.
Al principio el movimiento de resistencia en Colombia fue marginal, duramente reprimido por la clase dominante. A José Antonio Galán – por ejemplo – que intentó movilizar las masas contra la opresión del avaro invasor español, fue literalmente descuartizado y colocado sus partes en distintos sitios del país, con el único propósito de que el populacho no exigiera sus derechos y tomara aquello como escarmienta. Fue un momento duro. Sin embargo, el pueblo no se amedrentó, continuó en la lucha por la vida, la esperanza y la justicia.
De allí, nace la lucha que hoy está librando el pueblo colombiano, cada vez con más contundencia, decisión y coraje. Así, pues, la lucha ha sido larga, dolorosa y emocionante. El cambio se abre paso como lo muestra las gigantescas movilizaciones en defensa del primer presidente salido de la entraña popular. Ha ido aprendiendo quién es quién. Lo más importante: Ha comprendiendo que la unidad y la movilización son mecanismos claves para la conquista de sus derechos, en este caso, las reformas que ha propuesto el presidente del Cambio, Gustavo Petro y que miserablemente el Congreso Nacional ha venido rechazando sistemáticamente.
Se anuncia una nueva movilización para el 11 de junio. Hay que prepararla y multiplicarla en todos los rincones de Colombia. En esa dinámica, desde la vereda o el barrio, jugar un papel protagónico. Fuerza y firmeza, ni un paso atrás, como decía Luis Carlos Galán Sarmiento, el gran demócrata traicionado por su mujer y sus hijos, que de rodillas se entregaron al criminal narco paramilitar, Álvaro Uribe Vélez.
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