La camarada Elizabeth Salazar Moreno, era oriunda del municipio de Purificación (Tolima), desde muy joven abrazó con donaire y decisión la lucha revolucionaria bajo el flamear de las banderas unitarias del Partido Comunista Colombiano y la Unión Patriótica. Estas banderas las mantuvo en alto hasta su muerte el pasado 21 de octubre, en Bogotá donde se vio precisada a refugiarse, dejando su territorio y sus pocos bienes abandonados, por las amenazas del binomio militar-paramilitar.
En las condiciones más adversas, se mantuvo en esta gélida y deshumanizada ciudad, sin renunciar a sus principios ideológicos y políticos. Por el contrario. Desde allí, reanudó su heroica lucha, contribuyendo decididamente a desarrollar las tesis comunistas y las de la Up, llegando a asumir posiciones de dirección en la localidad de Bosa.
Sorteó con arrojo y coraje la criminalidad del Estado, manteniendo en alto la lucha por reivindicaciones económicas y políticas. El Partido se convirtió en el faro orientador en medio de la oscuridad tormentosa de un Estado infame, corrupto y asesino. Su lucha fue colectiva. Tuvo en su esposo, el camarada Pedro Rivera y en sus hijos e hijas, un respaldo fuerte y permanente.
Su muerte, al parecer, se produjo gracias al terrible paseo de la muerte. No hubo atención inmediata y de calidad, según relata su acongojado esposo. La ley 100 de 1993, obra del narcotraficante número 82, Álvaro Uribe Vélez, sigue cobrando vidas humildes y revolucionarias de colombianos y colombianas, en una forma infame y cobarde, por cierto.
La página web: www.pacocol.org pudo dialogar con su esposo, el camarada Pedro Rivera, quien no ahorra epítetos para destacar la vida y obra de su insigne compañera: “Era una mujer muy activa, muy cariñosa, defensora de los derechos humanos, hacia parte de la dirección del Partido en Bosa, era también de la dirección de la Unión Patriótica, hacia parte de la mesa de las víctimas de Bosa, militaba en la célula “Mario Upegui de esta localidad”.
“Fue fundadora del cabildo indígena Pijaos del Vergel de Chenche Asoliado, en el municipio de Purificación (Tolima). Los enemigos la sacaron corriendo por haber fundado el Cabildo y hacer parte del Partido y de la Unión Patriótica. Allí, fue candidata al Concejo Municipal, en coalición con la Up”.
“Le tocó desplazarse por su forma de pensar y de actuar en favor de los indígenas y campesinos del municipio de Purificación, teniéndose que desplazarse hacia Bogotá, dejando abandonada su casita y su pedazo de tierra que tenía. Luchó por la restitución de la tierra, pero nunca el Estado la tuvo en cuenta. Nunca le dijo sí, nunca le dijo no, siempre le mamó gallo con fuerza en estos gobiernos, especialmente el que encabeza actualmente, Iván Duque Márquez”.
“En Bogotá ella sufrió mucho. La situación económica difícil, pagando arriendo, yendo de un lado para otro. Instauró acción de tutela en varias oportunidades, se dio el derecho a la vivienda. Antes de esto yo caí preso, fruto de los consabidos montajes del gobierno y ella tuvo que enfrentar la vida sola, sola, saliendo adelante. Enferma de la vena várice siempre me iba a visitar, porque era muy querida, muy revolucionaria, muy íntegra”.
Esta pareja Comunista compartió vida matrimonial durante diecinueve años. Las arremetidas del régimen nos unieron más y más. En Kennedy venía haciendo los engorrosos trámites para la operación de la vena várice. Todo estaba listo para la cirugía. No se sentía enferma de gravedad. Ella acogió la pandemia. Me ayudó a la actividad política, yendo de un lado y para otro en las constantes reuniones, ayudando en la publicidad, manejando las cosas desde la virtualidad. La sentía bien, alentada. Me sentía más enfermó yo con la carrapeadera, la tensión, pero ella alentadita, pero desde la semana pasada, fue para el barrio Kennedy a traer los papeles para la operación, ese día llovió y se mojó, llegando por la tarde con escalofrío. Siguió malita”.
“La semana pasada llamé un médico que es familiar y me formuló unos medicamentos. Se los di pero tuvo muy poco efecto. Me dijo que se la llevara, la llevé el lunes. Me dijo: Primo, ella está enferma de los pulmones. Estando enfermita se fue para El Portal de las Américas, donde una hija, para sacar nuevos exámenes. Tomando todas las medidas de precaución, envuelta en una cobija y una ruana grande, la mandó la hija en un taxi, pero no le tomaron la prueba”.
“Regresó a casa pero ya muy enfermita. Viéndola así, le dije: “Quédese acostadita y yo trabajo solo. No salga. Yo le traigo las cosas que necesite. Ya no me recibía igual. Algunos medicamentos caseros”.
“Viéndola más grave me la lleve para el hospital de Kennedy, donde era antiguamente el Seguro Social, la entré pero muy enfermita. Me dijeron que valía $500.000, oo pesos la entrada al pasillo y $250.000 el examen. Fui a entrar pero dijo el portero: “Me paga primero”. Llamé la familia pero no pude contactarme con ella, entonces me la llevé nuevamente para el hospital Kennedy y la entré por urgencias. Muy mala la atención. Pero, la entré peleando prácticamente con mucha gente. Me mandaron para sección de respiración. Entré allí y me tuvieron más de dos horas para hacerle el examen y decirle que la respiración estaba bien, que la presión arterial estaba bien. Pero, ella ya estaba sufriendo de la respiración”.
“Indignado le dije a la persona que me dijo eso: Ella no está bien, ella tiene problemas de respiración. Pero, el médico insistió en decir que ella estaba bien, que no tenía problemas. Solamente le dio una fórmula “chimborría”. Reclamé la droga y me la llevé a casa, pero la maluquera continuaba en ella. Al otro día, volví y la llevé al hospital Kennedy. Me regañaron que para qué la había llevado de nuevo. Sin embargo, nuevamente me enviaron para la sección de respiración. Una doctora flaca me hizo seguir y me dijo despectivamente: Siéntese ahí, mire que la respiración está bien. Entonces, yo le insistí: No señora, la respiración no está bien. Por favor, hágale un examen por favor o si no le echo la policía o no sé qué tenga que hacer. Entonces le tomaron un examen. Me dejaron sentado y yo angustiado porque nadie me daba una explicación. Al fin me dijeron: Listo, puede irse. Me viene para la casa. Ella siguió enferma. Un hijastro me dijo: No, llevémosla para algún lado. Qué hacemos por Dios”.
“Entonces, yo me la llevé nuevamente para el hospital de Bosa. Gracias a los trancones duré como hora y media para llegar al hospital. Ella se me recostó en el canto, ella estaba casi moribunda desde que la saqué de la casa, porque ella me dijo que se despedía de mí con amor y, yo me puse bravo, diciéndole que no dijera eso, me dijo que necesitaba los hijos para despedirse, que la enterrara en tierra. Yo angustiado le decía: No me diga eso, por Dios. Al subir al carro y durante el recorrido, sentía que no podía respirar. Yo le eché aire boca a boca. Muy malita la bajé en el hospital de segundo nivel y nadie me daba orientación precisa qué hacer. Había un mundo de gente acostada en el piso. Yo gritaba: Urgencias, urgencias, pero nadie atendía oportunamente. Al fin un celador me abrió y me dijo: Pero, usted no puede entrar. Yo le dije: Pero, ella sola no puede entrar, se me cae. Pero, el celador insistió que no podía entrar. Me la entró en una silla. Me la tuvieron como media hora. Yo por un huequito grité que por favor me la atendieran que ella está cayéndose. Se demoraron en llamarla al despacho del médico, cuando lo hicieron ella iba como borracha. Pobrecita ella estaba era muriéndose”.
“Se la llevaron y yo quedé afuera. Me dijeron que diera la vuelta y presentara la historia médica. Después me hicieron volver al sitio inicial, para entregarme los parciales de dientes. Entré y estuve cerquita donde la tenían acostada, ya la tenían desnuda y la estaban entubando. El internista, una doctora Vanesa y me dijo: “Tranquilo que ella la estamos entubando porque ella tiene problemas con los pulmones. Qué pasó que no la llevaron oportunamente al médico. Yo le conté todo”.
Antes de llevarla allí, yo la había llevado a Pablo VI porque iba muy grave y Pablo VI me dio una prioritaria para dos días después, intentamos hacer un mitin, pero convencido que teníamos que actuar rápidamente, decidimos irnos para el hospital de Bosa”.
“Allí, más tarde me llaman, como a las once de la noche, para decirme: “Su señora está muy grave, ya le dieron tres paros cardiacos”. No puede ser eso, por Dios santísimo, me dije. En casa me estaba tomando un tinto, cuando me llamaron que volviera urgentemente al hospital, porque su señora sigue muy grave. Arranqué con el hijo. No nos dejaron entrar y nosotros preguntábamos y preguntábamos: “Qué pasó, qué pasó”. Al dijeron que entre. Entré. Me dijeron: Su señora le dieron cuatro paros respiratorios, toca echarla para la USI de Fontibón. “No se preocupe que la tenemos reactivada al superar los cuatro infartos”. Pero, si le llegue a dar el quinto se muere, dijo. Al rato llegó una ambulancia. Me entraron y me tuvieron dentro como cuarenta minutos. Al fin la sacaron. Era ella. ¿Para dónde la llevan? Para Fontibón, ¿Cómo va ella? “Va regular, pero no se sabe qué pasará durante el viaje”. La dejamos allí. Al otro día madrugué. Nada de información. Que mire por la página o que marcara por el washap. Al fin, me contestó un funcionario y me prometió que más tarde me daba alguna información. Preocupado, seguí llamando. Llamé a la camarada senadora Aída Avella Esquivel, a Heidy la concejal del Partido en Bogotá, solicitando ayuda, pues temía lo peor”.
“Llamé al hijo y le conté. Qué sorpresa. Él me dijo: “El médico me llamó y me dijo que ella había muerto a las cinco y media de la mañana. Adolorido e indignado me entré por la otra puerta y formo semejante escándalo. Casi me da infarto. Me cogieron. Que espera que ya se la vamos a mostrar. Puras mentiras, no me la mostraron. Me engañaron. Que la vamos a llevar a una funeraria para que la velen. Fue mentira. Me tuvieron todo el día. A lo último me dijeron que la estaban embalsamando y que era muy peligroso, no la podía ver, ni fotografiarla. Haga las vueltas para que la funeraria cumpla su labor. Ella falleció de Covid. Haga todo eso. Hacia las cuatro de la tarde me dijo: Váyase para la funeraria del primero de mayo, para que ordenen la cremación. Al otro día, nos entregaron su cadáver lo bajamos en el cementerio El Apogeo y ahí le hicimos la despedida. La carrosa la dejó en los cuartos fríos para quemarla y para entregarnos las cenizas en veinte días. Ese fue el final de la camarada Elizabeth Salazar Moreno”, termina diciendo su esposo, Pedro Rivera.
Es la tragedia que sucede a diario en este país carcomido por una clase dirigente cobarde, corrupta y miserable, que habrá que derrotar con la lucha permanente como lo hizo Elizabeth con tanto ahínco y decisión. No tuvo tiempo de concretar su sueño y quizás era consciente. Sin embargo, seguramente murió convencida que un sistema humano, asequible a todos y todas, sí es posible y ese sistema se llama: Socialista, el cual se construye poco a poco con la decisión del pueblo, debidamente politizado, organizado y en acción. El Partido Comunista Colombiano, Local Ibagué, lamenta la muerte de la camarada, que más parece un crimen de Estado ante la ausencia de la salud oportuna y preventiva. Al camarada Pedro Rivera y todos sus hijos, nuestra nota más sentida de solidaridad. Ella vivirá en la lucha que sigue en marcha y quizás con más vehemencia. Hasta la victoria siempre.
En las condiciones más adversas, se mantuvo en esta gélida y deshumanizada ciudad, sin renunciar a sus principios ideológicos y políticos. Por el contrario. Desde allí, reanudó su heroica lucha, contribuyendo decididamente a desarrollar las tesis comunistas y las de la Up, llegando a asumir posiciones de dirección en la localidad de Bosa.
Sorteó con arrojo y coraje la criminalidad del Estado, manteniendo en alto la lucha por reivindicaciones económicas y políticas. El Partido se convirtió en el faro orientador en medio de la oscuridad tormentosa de un Estado infame, corrupto y asesino. Su lucha fue colectiva. Tuvo en su esposo, el camarada Pedro Rivera y en sus hijos e hijas, un respaldo fuerte y permanente.
Su muerte, al parecer, se produjo gracias al terrible paseo de la muerte. No hubo atención inmediata y de calidad, según relata su acongojado esposo. La ley 100 de 1993, obra del narcotraficante número 82, Álvaro Uribe Vélez, sigue cobrando vidas humildes y revolucionarias de colombianos y colombianas, en una forma infame y cobarde, por cierto.
La página web: www.pacocol.org pudo dialogar con su esposo, el camarada Pedro Rivera, quien no ahorra epítetos para destacar la vida y obra de su insigne compañera: “Era una mujer muy activa, muy cariñosa, defensora de los derechos humanos, hacia parte de la dirección del Partido en Bosa, era también de la dirección de la Unión Patriótica, hacia parte de la mesa de las víctimas de Bosa, militaba en la célula “Mario Upegui de esta localidad”.
“Fue fundadora del cabildo indígena Pijaos del Vergel de Chenche Asoliado, en el municipio de Purificación (Tolima). Los enemigos la sacaron corriendo por haber fundado el Cabildo y hacer parte del Partido y de la Unión Patriótica. Allí, fue candidata al Concejo Municipal, en coalición con la Up”.
“Le tocó desplazarse por su forma de pensar y de actuar en favor de los indígenas y campesinos del municipio de Purificación, teniéndose que desplazarse hacia Bogotá, dejando abandonada su casita y su pedazo de tierra que tenía. Luchó por la restitución de la tierra, pero nunca el Estado la tuvo en cuenta. Nunca le dijo sí, nunca le dijo no, siempre le mamó gallo con fuerza en estos gobiernos, especialmente el que encabeza actualmente, Iván Duque Márquez”.
“En Bogotá ella sufrió mucho. La situación económica difícil, pagando arriendo, yendo de un lado para otro. Instauró acción de tutela en varias oportunidades, se dio el derecho a la vivienda. Antes de esto yo caí preso, fruto de los consabidos montajes del gobierno y ella tuvo que enfrentar la vida sola, sola, saliendo adelante. Enferma de la vena várice siempre me iba a visitar, porque era muy querida, muy revolucionaria, muy íntegra”.
Esta pareja Comunista compartió vida matrimonial durante diecinueve años. Las arremetidas del régimen nos unieron más y más. En Kennedy venía haciendo los engorrosos trámites para la operación de la vena várice. Todo estaba listo para la cirugía. No se sentía enferma de gravedad. Ella acogió la pandemia. Me ayudó a la actividad política, yendo de un lado y para otro en las constantes reuniones, ayudando en la publicidad, manejando las cosas desde la virtualidad. La sentía bien, alentada. Me sentía más enfermó yo con la carrapeadera, la tensión, pero ella alentadita, pero desde la semana pasada, fue para el barrio Kennedy a traer los papeles para la operación, ese día llovió y se mojó, llegando por la tarde con escalofrío. Siguió malita”.
“La semana pasada llamé un médico que es familiar y me formuló unos medicamentos. Se los di pero tuvo muy poco efecto. Me dijo que se la llevara, la llevé el lunes. Me dijo: Primo, ella está enferma de los pulmones. Estando enfermita se fue para El Portal de las Américas, donde una hija, para sacar nuevos exámenes. Tomando todas las medidas de precaución, envuelta en una cobija y una ruana grande, la mandó la hija en un taxi, pero no le tomaron la prueba”.
“Regresó a casa pero ya muy enfermita. Viéndola así, le dije: “Quédese acostadita y yo trabajo solo. No salga. Yo le traigo las cosas que necesite. Ya no me recibía igual. Algunos medicamentos caseros”.
“Viéndola más grave me la lleve para el hospital de Kennedy, donde era antiguamente el Seguro Social, la entré pero muy enfermita. Me dijeron que valía $500.000, oo pesos la entrada al pasillo y $250.000 el examen. Fui a entrar pero dijo el portero: “Me paga primero”. Llamé la familia pero no pude contactarme con ella, entonces me la llevé nuevamente para el hospital Kennedy y la entré por urgencias. Muy mala la atención. Pero, la entré peleando prácticamente con mucha gente. Me mandaron para sección de respiración. Entré allí y me tuvieron más de dos horas para hacerle el examen y decirle que la respiración estaba bien, que la presión arterial estaba bien. Pero, ella ya estaba sufriendo de la respiración”.
“Indignado le dije a la persona que me dijo eso: Ella no está bien, ella tiene problemas de respiración. Pero, el médico insistió en decir que ella estaba bien, que no tenía problemas. Solamente le dio una fórmula “chimborría”. Reclamé la droga y me la llevé a casa, pero la maluquera continuaba en ella. Al otro día, volví y la llevé al hospital Kennedy. Me regañaron que para qué la había llevado de nuevo. Sin embargo, nuevamente me enviaron para la sección de respiración. Una doctora flaca me hizo seguir y me dijo despectivamente: Siéntese ahí, mire que la respiración está bien. Entonces, yo le insistí: No señora, la respiración no está bien. Por favor, hágale un examen por favor o si no le echo la policía o no sé qué tenga que hacer. Entonces le tomaron un examen. Me dejaron sentado y yo angustiado porque nadie me daba una explicación. Al fin me dijeron: Listo, puede irse. Me viene para la casa. Ella siguió enferma. Un hijastro me dijo: No, llevémosla para algún lado. Qué hacemos por Dios”.
“Entonces, yo me la llevé nuevamente para el hospital de Bosa. Gracias a los trancones duré como hora y media para llegar al hospital. Ella se me recostó en el canto, ella estaba casi moribunda desde que la saqué de la casa, porque ella me dijo que se despedía de mí con amor y, yo me puse bravo, diciéndole que no dijera eso, me dijo que necesitaba los hijos para despedirse, que la enterrara en tierra. Yo angustiado le decía: No me diga eso, por Dios. Al subir al carro y durante el recorrido, sentía que no podía respirar. Yo le eché aire boca a boca. Muy malita la bajé en el hospital de segundo nivel y nadie me daba orientación precisa qué hacer. Había un mundo de gente acostada en el piso. Yo gritaba: Urgencias, urgencias, pero nadie atendía oportunamente. Al fin un celador me abrió y me dijo: Pero, usted no puede entrar. Yo le dije: Pero, ella sola no puede entrar, se me cae. Pero, el celador insistió que no podía entrar. Me la entró en una silla. Me la tuvieron como media hora. Yo por un huequito grité que por favor me la atendieran que ella está cayéndose. Se demoraron en llamarla al despacho del médico, cuando lo hicieron ella iba como borracha. Pobrecita ella estaba era muriéndose”.
“Se la llevaron y yo quedé afuera. Me dijeron que diera la vuelta y presentara la historia médica. Después me hicieron volver al sitio inicial, para entregarme los parciales de dientes. Entré y estuve cerquita donde la tenían acostada, ya la tenían desnuda y la estaban entubando. El internista, una doctora Vanesa y me dijo: “Tranquilo que ella la estamos entubando porque ella tiene problemas con los pulmones. Qué pasó que no la llevaron oportunamente al médico. Yo le conté todo”.
Antes de llevarla allí, yo la había llevado a Pablo VI porque iba muy grave y Pablo VI me dio una prioritaria para dos días después, intentamos hacer un mitin, pero convencido que teníamos que actuar rápidamente, decidimos irnos para el hospital de Bosa”.
“Allí, más tarde me llaman, como a las once de la noche, para decirme: “Su señora está muy grave, ya le dieron tres paros cardiacos”. No puede ser eso, por Dios santísimo, me dije. En casa me estaba tomando un tinto, cuando me llamaron que volviera urgentemente al hospital, porque su señora sigue muy grave. Arranqué con el hijo. No nos dejaron entrar y nosotros preguntábamos y preguntábamos: “Qué pasó, qué pasó”. Al dijeron que entre. Entré. Me dijeron: Su señora le dieron cuatro paros respiratorios, toca echarla para la USI de Fontibón. “No se preocupe que la tenemos reactivada al superar los cuatro infartos”. Pero, si le llegue a dar el quinto se muere, dijo. Al rato llegó una ambulancia. Me entraron y me tuvieron dentro como cuarenta minutos. Al fin la sacaron. Era ella. ¿Para dónde la llevan? Para Fontibón, ¿Cómo va ella? “Va regular, pero no se sabe qué pasará durante el viaje”. La dejamos allí. Al otro día madrugué. Nada de información. Que mire por la página o que marcara por el washap. Al fin, me contestó un funcionario y me prometió que más tarde me daba alguna información. Preocupado, seguí llamando. Llamé a la camarada senadora Aída Avella Esquivel, a Heidy la concejal del Partido en Bogotá, solicitando ayuda, pues temía lo peor”.
“Llamé al hijo y le conté. Qué sorpresa. Él me dijo: “El médico me llamó y me dijo que ella había muerto a las cinco y media de la mañana. Adolorido e indignado me entré por la otra puerta y formo semejante escándalo. Casi me da infarto. Me cogieron. Que espera que ya se la vamos a mostrar. Puras mentiras, no me la mostraron. Me engañaron. Que la vamos a llevar a una funeraria para que la velen. Fue mentira. Me tuvieron todo el día. A lo último me dijeron que la estaban embalsamando y que era muy peligroso, no la podía ver, ni fotografiarla. Haga las vueltas para que la funeraria cumpla su labor. Ella falleció de Covid. Haga todo eso. Hacia las cuatro de la tarde me dijo: Váyase para la funeraria del primero de mayo, para que ordenen la cremación. Al otro día, nos entregaron su cadáver lo bajamos en el cementerio El Apogeo y ahí le hicimos la despedida. La carrosa la dejó en los cuartos fríos para quemarla y para entregarnos las cenizas en veinte días. Ese fue el final de la camarada Elizabeth Salazar Moreno”, termina diciendo su esposo, Pedro Rivera.
Es la tragedia que sucede a diario en este país carcomido por una clase dirigente cobarde, corrupta y miserable, que habrá que derrotar con la lucha permanente como lo hizo Elizabeth con tanto ahínco y decisión. No tuvo tiempo de concretar su sueño y quizás era consciente. Sin embargo, seguramente murió convencida que un sistema humano, asequible a todos y todas, sí es posible y ese sistema se llama: Socialista, el cual se construye poco a poco con la decisión del pueblo, debidamente politizado, organizado y en acción. El Partido Comunista Colombiano, Local Ibagué, lamenta la muerte de la camarada, que más parece un crimen de Estado ante la ausencia de la salud oportuna y preventiva. Al camarada Pedro Rivera y todos sus hijos, nuestra nota más sentida de solidaridad. Ella vivirá en la lucha que sigue en marcha y quizás con más vehemencia. Hasta la victoria siempre.
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