miércoles, 14 de abril de 2021

Raúl fue mi papá político


 Por Nelson Lombana Silva


Tuve la fortuna de conocer al camarada Raúl Rojas González, un lunes soleado por la mañana. Viajé de Anzoátegui a Ibagué a una reunión de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), seccional Tolima. Aproveché la ocasión para hablar con el dirigente Comunista.

No recuerdo exactamente el motivo del encuentro. Tenía claro que era el máximo dirigente de este Partido en el departamento. Yo comenzaba a indagar sobre este Partido, gracias a las orientaciones de mi hermano Gustavo y más tarde Fray Alonso Espinosa, entonces concejal de esta organización política en el municipio de Líbano (Tolima).

Vivía en la calle 20 No. 6-72 en un pequeño apartamento exageradamente humilde que amenazaba con caerse. Había que recorrer un callejón para llegar allí. Abrió la puerta su esposa, la camarada María Oliva Campos Torres y después de saludarla y decir quién era me señaló el camino: “Siga, compañero”, dijo cerrando nuevamente la portezuela. “Me sorprendió la palabra compañero. Era la primera vez que la escuchaba con qué fraternidad y naturalidad. Agradecí su amabilidad y entré.

Había una pequeña mesa sin pulir y varios asientos sencillos. Justo cuando me disponía a sentarme en uno de ellos, salió el camarada de su cuarto, acomodándose su camisa cuadrada. Caminaba con dificultad. “Compita, bienvenido”, me dijo invitándome a entrar en la pequeña salita oscura con asientos de sala algunos acolchonados. Había una pequeña estantería atiborrada de libros en desorden y un mundo de periódico. En el centro una mesita y sobre ella, más libros. Mientras se acababa de acicalar yo me entretuve mirando libros. Esto me apasiona. Hace rato he considerado que el mejor amigo del hombre es el libro.

La camarada María Oliva entró sonriente llevando en un platico un pocillo con un delicioso tinto. “Siga compañero”, me dijo nuevamente. Sabía que el camarada era una de las personas más amenazadas en el departamento. Eso me sorprendió la facilidad con que llegué a su casa, pensaba que cruzar el anillo o los anillos de seguridad no era nada fácil. Pero, el camarada estaba solo con su esposa. Eso me dejó desconcertado.

La conversa fue muy amena. Era como si fuéramos viejos amigos. Me hizo algunas preguntas sobre mi familia, qué sabía del Partido, qué me llamaba la atención. Me pasó un ejemplar del semanario Voz Proletaria y me permitió ojear su biblioteca. En esta oportunidad me encantó un par de libros. “Después vendré a comprárselos”, le dije. “Llévelos y después me los paga, compita”, me dijo. Yo quedé sorprendido. Sin conocerme me fiaba dos hermosos libros. “El próximo lunes le traeré el dinero”, le dije feliz y sorprendido gratamente, a la vez.

Me hizo una síntesis de la situación internacional, nacional y regional, me habló de organizar a los campesinos y a los jóvenes. Incluso, me habló de fundar en Anzoátegui una célula del Partido. Me sorprendió sobremanera su sencillez para tratar a la gente y la profundidad de sus opiniones. Comprendí que una persona entre más sabe es más sencilla y más dada a la gente. La camarada María Oliva, interrumpió la conversación. “Ya está servido el desayuno”, dijo. “Pase a la mesa, compañero”, me dijo. Apenado y dubitativo desayuné, mientras el camarada hablaba y hablaba, entre sorbo y sorbo.

Me marché feliz. Impresionado por la sencillez de los camaradas y la confianza depositada al fiarme los dos libros. “¿Eso es comunismo?”, me pregunté mientras abandonaba su modesta vivienda.

Entusiasmado, a los ocho días volví a cancelarle los dos libros y comprarle el periódico. La amistad se consolidó y se mantuvo, tanto con la camarada María Oliva como con el camarada Raúl. Cada encuentro era una cátedra de marxismo y leninismo, una síntesis del acontecer internacional, nacional y regional, una exposición clara sobre la importancia de la movilización.

Desde un principio comprendí que el camarada Raúl era el comunista más representativo del Tolima. Todo mundo lo consultaba, los medios de comunicación lo llamaban y altas personalidades de la vida pública lo visitaban. Conversaba animadamente y cuando menos pensaba dejaba escapar un chiste. No era gritón y agresivo. Era pausado. Tranquilo. Nunca lo vi ofuscado. Exponía sus puntos de vista con franqueza y tino para no ofender a la persona con la cual hablaba.

Un caminante incansable

Sin la suficiente preparación llegué a la dirección del Partido. Eso ocurrió cuando salí desplazado de Planadas. El colectivo me nombró Organizador. No tenía idea cuál era la misión en este cargo. “No se preocupe – me dijo el camarada – eso lo aprende poco a poco”.

Con esta investidura recorrí el departamento al lado del camarada Raúl, principalmente, de noche y de día. Recuerdo uno de los viajes al corregimiento de la Herrera, municipio de Rioblanco. Salimos de Ibagué a las dos de la mañana, bajo una llovizna monótona. Un recorrido extenso por una carretera escabrosa. Llegamos allí, pasadas las siete. Los campesinos lo saludaban con mucha efusividad.

De allí, continuamos por camino de herradura a lomo de bestia. Era un camino estrecho, fangoso con mucha pendiente. Raúl hacía alarde de buen jinete. Yo sudaba “petróleo” sobre la cabalgadura. La reunión fue corta. Se tenía la sospecha que por esos días la zona sería bombardeada por el militarismo. Los campesinos estaban a la expectativa. La orientación del camarada fue no bajar la guardia y estar preparados para la denuncia y la movilización.

También estuvimos con el camarada en Bilbao, Gaitania, Santiago Pérez, vereda La Esmeralda, Cañón de las Hermosas, Ataco, Coyaima, Natagaima, Purificación, Ortega. Prácticamente, conocí todos los municipios del sur del Tolima con el camarada Raúl. Siempre me colocaba a hablar algún tema y él lo complementaba cuando era necesario. Realmente, el camarada Raúl fue mi papá político.

Anécdotas a granel. Solamente una: Me invitó a una gira por el norte del Tolima. Le pregunté: ¿La gira está organizada y debidamente presupuestada? Me dijo que sí. Salimos a las cuatro de la mañana. Se trataba de visitar algunos municipios de la cordillera y de la llanura. A eso de la una de la tarde, le pregunto: Camarada, ¿En dónde vamos a almorzar? Hizo detener el vehículo en Armero Guayabal y bajándose compró mil pesos de arepas. “No hay más”, me dijo. Las viles se alborotaron. Protesté. No dijo nada. Continuamos la marcha.

Raúl era un hombre incansable. Era un hombre de acero. Perseverante. En esa oportunidad, regresamos nuevamente a Ibagué pasadas las siete de la noche. Me dejó en la casa. “Que descanse”, le dije al bajarme. “No compita, tengo una reunión pendiente. No la puedo aplazar ¿Me acompaña?”  “No compañero, estoy muy cansado y tengo mucha hambre”. Me miró, sonrió y se marchó. Ese era el camarada Raúl Rojas González, un luchador incansable. Nunca hacía alarde de eso. Era una máquina. Un comunista incansable. Íntegro. En los días que me quedan de vida, siempre habrá tiempo para recordarlo y admirarlo. Será la guía luminosa en momentos de dificultad. Camarada Raúl, ¡Hasta la victoria, siempre!
 
 

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