Con profundo dolor lamentamos la muerte del camarada Lucio Flavio Lara Maldonado, el “eterno” fotógrafo del semanario Voz Proletaria y después VOZ La verdad del pueblo. Su deceso se produjo ayer en Bogotá, cuando se disponía a cumplir 80 años de edad. Un comunista a toda prueba, no tenía inconvenientes en decir que “todo se lo debía al Partido” y al referirse al periódico, afirmaba: “Es la vida mía”.
Un camarada sencillo, honesto y trabajador, fue víctima de la represión, de la brigada y el cantón norte en Bogotá. Eso no lo amilanó y, por el contrario, radicalizó su posición política. Qué Comunista consecuente no pasó por su visor, eternizando un instante fugaz de la existencia humana.
Esta profesión, de alto riesgo, la puso al servicio de la Revolución con estoicismo y honestidad. En el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá, estuvo presente y gracias a su lente se pudo demostrar que muchas personas salieron con vida del Palacio, siendo desaparecidas unas y asesinadas otras, por obra y gracia del rabioso y criminal militarismo.
Siempre estaba presente en las manifestaciones, protestas y movilizaciones del pueblo, denunciando la política antipopular del régimen. Entre oscuras cortinas de gases lacrimógenos y el estruendo de los artefactos usados por el Esmad, el camarada Lucio Lara, se movía como pez en el agua, buscando la mejor foto denuncia de lo que estaba sucediendo. Fue un profesional a carta cabal. También estaba presente en los seminarios, talleres y congresos del Partido Comunista, la Unión Patriótica, etc.
Había siempre en su rostro una sonrisa primaveral, una sencillez oceánica y una firmeza ideológica y política a toda prueba. Era un cuadro de la revolución. Por eso, merece destacarse como un ejemplo para las presentes y futuras generaciones.
A su familia y a todos los comunistas de Colombia expresamos nuestra solidaridad en este momento de despedida. Vivirá eternamente en la conciencia del pueblo que lucha por su segunda y definitiva independencia.
Como un sencillo homenaje, presentamos a nuestros gentiles lectores, un reportaje realizado el 3 de octubre de 2013, en la ciudad de Ibagué (Tolima). En él, el camarada relata escuetamente parte de su vida, llena de vicisitudes, pero siempre con la tenacidad de salir adelante. El reportaje es el siguiente:
La gran odisea del camarada Lucio Lara
Por Nelson Lombana Silva
Detrás de la sencillez del camarada Lucio Flavio Lara Maldonado, el fotógrafo de Voz Proletaria y después VOZ La verdad del pueblo, durante largos y azarosos 26 años, hay una historia de vida, de lucha revolucionaria y de superación inmensa que resulta imposible quedar completamente en el anonimato, por cuanto constituye paradigma para las presentes y futuras generaciones que enarbolan y enarbolarán las banderas inmaculadas del Partido Comunista, del Socialismo y del internacionalismo proletario.
Con el peso de sus 72 años cumplidos y los estragos de la artritis de cadera, el camarada Lucio disfruta su pensión hace trece años. Sin embargo, no desaprovecha oportunidad para aportar desde su profesión al semanario y a la lucha revolucionaria. No hace pausa. No se rinde. No oculta su ideología. Milita en las filas del Partido Comunista hace 53 años, comenzando en la Juventud Comunista, Juco.
Es hijo de la violencia. De niño le tocó vivir en carne propia el horror de la violencia, el gran invento de la burguesía liberal – conservadora. La misma que hoy se mantiene en el poder con otros nombres y otras características, pero que en realidad es la misma que mata sin piedad alguna con tal de no perder sus privilegios.
Le tocó durante su infancia caminar como el caracol, es decir, con la casa a cuestas. Ir de pueblo en pueblo en busca de un espacio para vivir. Su vida es toda una odisea dramática y ciertamente conmovedora.
Nació el 4 de julio de 1941 en el corregimiento de Minas, municipio de Fredonia, Antioquia, siendo sus progenitores: Luis Francisco Lara y Aurora Maldonado. Tuvo cuatro hermanos: Tres hombres y una mujer.
Estando en el pueblito de Medellín del Ariari, la artritis de cadera lo afectó teniendo que salir de allí, pues nadie conocía de esa enfermedad. Durante más de un año estuvo hospitalizado en Bogotá y al salir sus allegados le ayudaron a conseguir un empleo, pero al tomarse los exámenes de los pulmones se dio cuenta que tenía problemas, era tísico. Con dedicación se sobrepuso y salió avante. En 1960, hizo contacto con la Juco y el Partido Comunista, entrando a militar siendo rápidamente designado cuadro nacional. Estuvo durante ocho meses en la República Democrática Alemana, RDA, estudiando, conocimiento que desarrolló al retornar al país, sobre todo en la zona agraria.
Con solo tercero de primaria se profesionalizó en la fotografía, profesión que puso a favor de la revolución y el socialismo. “Todo – dice – se lo debo al partido”. Señala sin ambages: “Si no hubiera sido por el Partido y la Juventud Comunista, yo no tendría las pequeñas capacidades que tengo ahora”. Sobre el semanario VOZ La verdad del pueblo, dice: “Creo que es la vida mía”.
Lucio Flavio Lara Maldonado, el gran fotógrafo del semanario VOZ es un comunista de carne y hueso comprometido con la causa social, la paz con justicia social y la construcción de una nueva sociedad. Es un ejemplo de constancia y reciedumbre que vale la pena emular.
Las torturas contra su frágil humanidad desarrollada por el militarismo recalcitrante de la brigada y el Cantón Norte en Bogotá, no lo desmoralizaron, por el contrario, lo convencieron de la vigencia de la lucha de clases.
La página web: www.pacocol.org haciendo un esfuerzo periodístico obtuvo este reportaje con el camarada de una sencillez impresionante, propia de los grandes, recientemente de gira por la ciudad musical de Colombia, Ibagué.
El reportaje es el siguiente:
– Compañero Lara, ¿Cómo fue su infancia?
Mi infancia fue un poco no muy buena porque a una temprana edad tuvimos que dejar el estudio por la misma violencia. Incluso, a mi padre le tocó dejarnos solo un tiempo para irse a administrar una hacienda en Antioquia, mientras que nosotros estábamos en el Valle, lo cual nos impidió realizar un estudio, pudiendo estudiar solamente hasta tercero de primaria.
A una edad muy temprana, diga usted 13, 14 años me tocó comenzar a trabajar. Trabajé con un señor que hacía salchichón, en una droguería, en una fábrica de ladrillos y de baldosín. Trabajaba en lo que me saliera, lo importante era conseguir el billete para ayudarle a mi mamá con la comida y lo demás que necesitáramos. Toda la plata que conseguíamos se la dábamos a mi mamá y ella nos daba lo necesario, lo que necesitábamos.
– De niño, ¿Cómo recuerda la cruda violencia de los 50s entre liberales pobres contra conservadores pobres?
Era una violencia muy injusta porque el que pagaba el pato era siempre el pueblo. En el caso de mi familia, ¿cómo se sentía? Soy paisa y usted sabe que el paisa es muy andariego, tuvimos que estar en varios pueblos. Es decir, cambiar permanentemente de vivienda. Lo duro de 1948 nos tocó en Antioquia. No recuerdo el barrio. Era muy incómodo porque la gente tenía que acostarse muy temprano; no se oía sino plomo por todo lado, mucha muerte.
De ahí nos tocó ir para el Vergel, Valle. Allí duramos un buen tiempo. ¿Por qué duramos un poco de tiempo allí? Porque el esposo de una tía mía, era un gran conservador del pueblo. Incluso, consiguió mucho dinero a costa de los liberales comprándole las fincas a un precio muy cómodo, mejor dicho, regaladas. Por eso consiguió buen billete allí.
Duramos unos largos años. Allí hice mis dos primeros años de estudio; de allí, nos trasladamos a Trujillo, Valle, por la situación política, porque a pesar de tener familia conservadora éramos hostigados. En Trujillo, mi papá consiguió otra finca para administrar. Claro, uno de pequeño no se da cuenta de la situación política, únicamente eran los viejos. De todas maneras, de un momento a otro él se fue para otro sitio a manejar otra hacienda, se fue para Puerto Berrio y nosotros nos trasladamos a Cartago, Valle, donde hice el tercero de primaria, teniendo que abandonar el estudio y a corta edad dedicarme al trabajo.
Sin embargo, en Cartago, Valle, mi padre duró muy poco porque se fue a manejar una hacienda a Puerto Berrio, Antioquia, de donde le tocó salir “pitado” porque lo acusaban de ser auxiliador de la chusma, de la subversión, porque era liberal. Le tocó salir. Nosotros no sabíamos para dónde se había ido. Más tarde nos dimos cuenta que se había ido para los Llanos Orientales. Alguien le propuso que se fuera para el Caquetá, pero resolvió irse para los Llanos Orientales, porque otro amigo lo invitó para allá y le ofreció posibilidades de adquirir una finquita, tierra para poder entrar a trabajar.
Al tiempo de estar allá, nos llamó y nosotros nos fuimos solos para allá, comenzando propiamente nuestro trajín de lucha. Era gente organizada. A esa región llegó una cantidad de gente que tuvo que salir desplazada del Tolima y llegaron a ese terreno llanero. Con el tiempo se fundó el pueblito Medellín del Ariari, famoso por su trabajo, por su organización. Mi papá fue uno de los fundadores de ese pueblito, más o menos en 1957.
En ese año me sacaron de este pueblito porque me dio una enfermedad, una artritis de cadera y por el trajín del trabajo se me fracturó la cadera, pero nadie sabía nada de eso. No sabíamos que era. Se me quedó un obseso y me trajeron para Bogotá y duré en el hospital de La Hortúa y en el San Juan de Dios, más o menos unos 19 meses hospitalizado, cuando salí un familiar y un cuñado de mi papá ya me tenían el espacio para trabajar. Ellos pensaban que yo iba a salir totalmente incapacitado para cualquier otro trabajo material. Pero, sucedió lo que menos se pensaba.
Para uno trabajar necesita documentos de identidad, principalmente de salud; me mandaron a hacer el examen de pulmones y desafortunadamente tenía un pulmón “picado”, o sea, estaba tísico. Otro trajín. Me lograron hospitalizar en el hospital San Carlos en un sanatorio muy bueno, en el cual únicamente recibían personas que se curaban, que tenían cura. Si no tenía cura no lo recibían allí. Logré el tratamiento, el cual era muy rígido, pero efectivo. Duré año y 20 días. Al salir de allí, creo que, en 1960, llegué a la casa de mi familia, de mi hermana, duré un buen tiempo ahí.
Después me vinculé un poco con la organización. Fui a la casa de la Juventud Comunista, que en esa época quedaba en la “olla” o sea, en la calle 9ª con carrera 12, ni más ni menos que en la calle del cartucho. En esa época era uno de los mejores sitios de Bogotá para la gente vivir. En esa época no había ni droga ni nada malo.
A uno de los primeros que logramos conocer fue al camarada Manuel Cepeda Vargas, que era dirigente de la Juventud Comunista. Sin más ni más entré a militar a la Juventud Comunista. Era una época bastante buena de trabajo y de lucha, era una juventud muy aguerrida, muy trabajadora, peleadora. Era la época de la revolución cubana, donde había una “gusanera” en Bogotá bastante terrible. Incluso, estábamos notificados que en cualquier momento llegarían a atacar la casa de la Juco, los compañeros se amanecían prestando guardia encaramados en el techo con bultos de piedra para esperarlos como se debía. Afortunadamente, no llegaron. Pero, era una Juco que estaba dispuesta a lo que fuera.
Salíamos a los mítines, a las manifestaciones; eran manifestaciones bastante movidas, mucha represión. En esa época la policía utilizaba los perros, los que los echaba a la gente en las manifestaciones, no les importaba que hubiera: Señoras, ancianos, etc. Lo único que les importaba era que los animales hicieran el “trabajo” para ellos evitar ser golpeado por los manifestantes.
Pero la gente consiguió métodos especiales para defenderse de los perros, como envolverse el saco en el brazo y por debajito de cuerda les pegaban la cuchillada a los perros, ellos perdieron varios perros así. De todas maneras, son vainas que no se deben hacer con un animal, pero las circunstancias obligaban a que tuviéramos que utilizar nosotros también nuestros métodos de defensa.
Al darse cuenta la policía que ya los perros no eran efectivos, sacaron la caballería. En esas manifestaciones nos echaban la caballería y la gente se inventó también sus métodos para parar el sistema represivo de la caballería como son las canicas, que es la bolita de cristal; en plena plaza de Bolívar la gente llevaba las “bolsilladas” de bolas de cristal y las echaba al piso, el caballo las pisaba y obligatoriamente se iba a tierra. También se usaba el método que se usaba con los perros, o sea, el cuchillo. Perdieron varios animales así.
Posteriormente, me fui para el Meta, para donde estaban mis padres donde duré un buen tiempo trabajando. Llegaron de la Juventud Comunista de Bogotá y empezaron su trabajo, porque anteriormente el trabajo que se realizaba con el campesinado era de autodefensa, en la cual se le educaba a la gente, se orientaba y se le enseñaba a la gente cómo se organizaba en la defensa de los terrenos, en la defensa de la vida, porque la orientación era que iba a ir el ejército y nos iba a masacrar, nos iba a sacar de esa región a como diera lugar, pero con la organización sindical que ya estaba en su apogeo, se hacía buenas reuniones sindicales, buenas reuniones de la gente y se orientaba este trabajo.
Nosotros recibíamos una serie de charlas, orientaciones sobre cómo organizar la juventud y así empezamos a hacer unas buenas reuniones, organizamos buenos grupos juveniles, se les daba las charlas, pero se necesitaba plata. Nosotros teniendo la tierra, teniendo las manos para trabajar, solo le solicitábamos a los papás de los muchachos que nos dejaran un lote para sembrar. Hacíamos lo que se llama colectivos y sembrábamos una o dos hectáreas de maíz, arroz, cualquier producto sembrábamos y ahí teníamos recursos para lo que necesitábamos.
Esa plata la utilizábamos principalmente para comprar balones, porque nosotros iniciamos la actividad deportiva, especialmente el fútbol, en las propias calles del pueblito Medellín del Ariari. Habían domingos que comenzábamos a las ocho de la mañana y eran las seis de la tarde y todavía la gente detrás de ese balón. Eran grupos de 30 y 40 detrás de un balón, era una recocha muy hermosa. Así, lográbamos nosotros vincular a la juventud al trabajo político. Antes del juego del balón se hacía la terapia, la charla y lo que correspondía al terreno orgánico de la juventud. Hasta viejos se metían a jugar balón.
Después se logró organizar una buena cancha de fútbol al lado de la base militar. Incluso, jugábamos fútbol con el mismo ejército en gesto de amistad. Esta plata nos sirvió para mover la juventud, como la primera, segunda y tercera conferencia nacional de la misma Juventud Comunista. También participamos con buenas delegaciones en el primero, segundo y tercer congreso de la organización juvenil. Creo que fue en el segundo congreso donde sin tener capacidades ni nada, pero era la orientación que había que participar en el comité central y en la organización nacional y fui elegido como miembro del comité central de la Juventud Comunista; de ahí, para acá, seguimos trabajando teniendo que venirme para Bogotá para realizar un trabajo mucho más amplio, después de realizar un curso político que hice en la República Democrática de Alemania donde permanecí ocho meses, quedando como miembro del comité central de la Juventud Comunista, responsable nacional del área campesina. Era un trabajo muy bueno donde verdaderamente se podía trabajar en todas partes.
En el Meta dejé más o menos unos 20 centros de la Juventud Comunista organizados, funcionando. Después comenzó la guerra sucia, la violencia, pues, prácticamente todo este trabajo se acabó, pero fue una buena experiencia que quedó en todo nuestro trabajo político.
En el municipio de Icononzo, Tolima, también teníamos un buen trabajo juvenil, en el Sumapaz, en Urabá, Antioquia; en todos esos sectores había bastantes centros de la Juventud Comunista, lo que nos ayudó incluso para realizar lo que eran los festivales. Se alcanzaron a hacer como que dos o tres festivales nacionales que los hicimos en Viotá con buena participación de la juventud, se hacía toda clase de actividades y las delegaciones se regresaban muy conformes, se iban contentas porque era una actividad que se realizaba en esta población cundinamarquesa.
– ¿Cómo es el tránsito suyo de la Juco al Partido Comunista Colombiano?
En Alemania me compré una camarita y aprendí más o menos a trabajar la fotografía. No a trabajarla porque prácticamente yo no sabía de fotografía, pero me defendía. En los viajes al campo la utilizaba mucho, tomaba la fotico en una cosa y en la otra. En un trabajo que estaba haciendo en Algeciras, Huila, en ese día llegó el candidato presidencial Echeverri Mejía, yo saqué las fotos y las mandé con ellos mismos para Bogotá, ellos mismos revelaron eso y les gustó las fotos, incluso, algunas salieron en el periódico Voz Proletaria. Al gustarles comenzaron a tenerme en cuenta. Por donde iba tomaba fotos. Iba mucho al municipio de Icononzo, tomaba mi fotico, regresaba a Bogotá, hacíamos los revelados y yo se las vendía muy baratico a los campesinos. Casi siempre el campesino no tenía platica para comprarme las fotos, pero yo no podía volverlas a llevar a Bogotá, ni ellos tenían con qué pagármelas. Tampoco era justo dejarlas fiadas porque a veces se pierde lo fiado. Entonces, yo veía una gallinita como buena y hacíamos el canje. Cambiaba la gallinita por la foto. La gente contenta. En Viotá logré realizar un trabajo con la registraduría. Iban los registradores allá, entonces, me contrataron a mí para la cedulación. Yo tomaba la fotografía, hacía el revelado y le entregaba las fotos a ellos, que en esa época la registraduría le recibía a uno cualquier foto, así fuera malita; lo importante era la foto para identificar a la persona con la cédula. A ellos les pagaban por la fotografía, ellos con una parte me pagaban a mí.
Posteriormente, más o menos en 1964, me enviaron a Yacopí, una región campesina muy rica y muy hermosa con la tarea de dirigir la juventud allí. Pero, también a ayudar un poco al desarrollo del trabajo del Partido Comunista, porque el campesino era allí muy difícil para el trabajo organizativo, porque había células del Partido y centros de la Juventud, no eran muchos, pero eran grupos de 15 y 20 personas campesinas y si había uno que sabía leer y escribir era mucho.
Entonces, la orientación nuestra era que el que sabía leer y escribir, pues, leyera los materiales y le diera la orientación a los compañeros campesinos iletrados y así mismo llevaba sus cuentas monetarias, porque la mayoría no sabían cómo llevar unos fondos, una contabilidad. El que sabía le tocaba más trabajo que a los otros.
Me tocó una lucha bastante grande en una conferencia campesina que se realizó allá. Casi me linchan, porque yo les planteé aumentar el presupuesto porque lo tenían muy bajo. En esa época tenían un presupuesto de $50 pesos y les propuse aumentarlo a $300 pesos. Casi me linchan con el cuento que eso era imposible, que ellos no tenían esa capacidad de trabajo. Les planteé nuestra experiencia en el Meta de los Colectivos. Me tocó participar con ellos teniendo que quedarme un rato en la región y cultivar maíz, que era lo que más se producía y menos trabajo se llevaba. Fue muy poquito lo que les faltó para cumplir la meta.
Al año volví no a conferencia sino a seguir mi trabajo, pregunté por el presupuesto y ellos mismos me dijeron que lo habían aumentado a $500 pesos. Vieron que era un trabajo que sí se podía realizar, que sí podíamos trabajar así y se organizó un buen partido. Lástima que en esa época ya comenzaba a rondar el ejército, en esos días mataron al compañero Rafael Baquero, mataron al compañero Álvaro Marroquín y a otros muchos compañeros. Era una guerra sucia. Prácticamente, el Partido se acabó en Yacopí, se acabó la organización, fue eliminado a sangre y fuego.
Estando allá, el Partido me mandó a llamar, que me regresara a Bogotá, que me necesitaban urgentemente. Me llamaba el camarada Manuel Cepeda Vargas, ya no era secretario de la Juco sino que ya era director del periódico Voz Proletaria. Me planteó que si estaba en condiciones de trabajar la fotografía para el periódico. Como buen paisa, le dije que sí. No sabía de eso, pero yo le dije que sí. Luego, me dirigí hacia el compañero Guerrero que era el administrador para saber lo relacionado con el pago. En la juventud ganaba $1800 pesos y me ofreció pagarme lo mismo. Me negué. Le dije: cambio de frente y este es un trabajo mucho más responsable. Entonces me pagaron $2000 pesos. Eso era mucha plata. Me alcanzaba divinamente para mi sustento. Así comencé a trabajar.
Pero, era un desastre esas foticos francamente. Afortunadamente en muy poquito tiempo, pongámosle dos meses, realizaron un curso de fotografía en el Colombo RDA, era un instituto que tenía la República Democrática Alemana, nos ofrecieron media beca para estudiar fotografía. Yo me le medí porque el periódico me pagó la media beca e hice mi curso de fotografía. Ahí me di cuenta que yo realmente no sabía fotografía.
Posteriormente, otra media beca nos ofrecieron y de ahí para acá no había fotógrafo en Bogotá que me pusiera a mí la pata. Me sentía profesional. Con el tiempo aprendí el revelado a color, diapositivas, revelados, no se me quedaba ningún flash que no manejara y así me aguantaron 26 años trabajando en el periódico, 26 años que me dieron la posibilidad de salir pensionado. Salí pensionado en el año 2000, es decir, llevo 13 años pensionado. De todas maneras, he seguido colaborando con el periódico en todo lo que necesita, en el congreso o donde sea, le suministro la fotografía, lo que sea necesario.
– ¿Qué personajes recuerda usted haber fotografiado y que le haya llamado seriamente la atención?
El personaje con el que más tuve problemas fue con un policía en una huelga de Tapa La Libertad; llegó un piquete de policía a reprimir la gente a punta de garrote; iba un policía con la insignia nazi en el casco, lo cual me causó sorpresa y le logré tomar unas cuatro o cinco fotografías y el periódico las destacó. Incluso, en Venezuela destacaron esta fotografía y allá, nos llegó un sargento y no sé quién más con el cuento de que yo tenía que comprobarles que ese policía sí había utilizado esa insignia. Me tocó buscar esos negativos para comprobarle de que la policía sí estaba utilizando los distintivos del fascismo.
De resto no hubo muchos problemas. A quien no fotografié durante 26 años de actividad. Si vamos a los congresos de la clase obrera de la CSTC, tomaba cantidad de fotos tanto para el periódico como las que yo vendía, lo mismo en reuniones de mujeres, reuniones del Partido, marchas, de todo…
Principalmente con la gente nuestra, los candidatos como el camarada Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, José Antequera, Miller Chacón. Incluso, le tomé algunas fotos a la camarada Yira Castro. En esa época estaba en el Concejo de Bogotá, era una gran dirigente; le tomé fotos en su sepelio, personajes del orden internacional. A mí no se me quedaba nadie sin tomarle una foto, porque era mi deber para cumplirle al periódico.
– ¿Fue amenazado, golpeado o fue a la cárcel por su trabajo de reportero gráfico?
Eso era permanentemente. Siempre en cada manifestación intentaban molestarlo a uno, hasta de quitarle los rollos y de quitarle la cámara. La mayoría era en las tomas de tierra que realizaba la Central Nacional Provivienda porque yo no me perdí casi ni una, pero yo tenía mi método de trabajo en el cual cuando tenía varios rollos, yo los daba a guardar a la misma gente que estaba en la toma de tierras; algunos rollos se me perdieron porque no me lo devolvieron, pero de todas maneras así lograba recuperar el trabajo. En Soacha sí me alcanzaron a quitar material, me alcanzaron a golpear, pero de todas maneras ese es su trabajo y a uno no le duele que le den golpes, porque ese es su trabajo y ese es su deber y lo importante es lograr un buen trabajo para el periódico y poder denunciar los atropellos que hace la policía.
De un momento a otro, durante la época del presidente Julio Cesar Turbay Ayala, comenzaron los allanamientos en diversas viviendas de diversos barrios. Durante esa época detuvieron al camarada Álvaro Vásquez del Real y lo tuvieron un buen tiempo en la cárcel. Nos cayeron a nuestro barrio. Claro, antes que me detuvieran a mí, ya habían detenido a varios compañeros del barrio Nuevo Chile, los tuvieron unos ocho o 15 días.
A mí me llegaron a las cuatro de la mañana y venga para acá. De una vez para la brigada, exactamente al Cantón Norte. En esa época era que el M – 19 había robado las armas de este Cantón, entonces lo que me preguntaban era que en dónde tenía las armas. Me acusaban de que yo había hecho parte de ese robo de esas armas. La única arma que yo tenía era la cámara fotográfica y las balas serían los rollos. Pero me llevaron allí y me metieron y comenzó el trajín.
Cuando llegué allá ya me tenían vendado, no podía ver absolutamente nada. Duré más o menos 22 días. Los primeros diez días fueron los más duros. Durante el día no me investigaban mucho, una que otra vez al pie de la cama donde me tenían acostado. Durante la noche sí eran las investigaciones duras.
Había unas piletas que eran los bebederos de los caballos y allí metían a la gente a la fuerza bocarriba y hasta que no lo llenaban de agua no lo sacaban, con el fin de ablandarlo y colaborara con ellos dándole la información que ellos querían. Me sorprendió la firmeza de los campesinos que tenían allá. Dentro de ellos había un grupo de Yacopí, de Viotá, de varias partes. Ellos decían que no podían creer que un campesino no supiera el nombre del vecino o de los vecinos. Así los mataran jamás denunciaron a un vecino, ni decían nada de nadie. Mejor dicho: No conocían a nadie.
A mí lo mismo. Me iban a meter a las piletas, ya estaba muy débil, decaído, entonces me iban a meter así a esas piletas. No me les quise meter bocarriba. Sabía que metérmele bocarriba llevaba las de perder, principalmente hasta me ahogaban. Mi pretexto era que la pierna no me dejaba. Me dijeron: Métase bocabajo. Bueno, era otra cosa. Me metí bocabajo. Pero como sé nadar un poco, entonces antes de meterme tomaba aire suficiente y cuando ellos me sacaban, yo pegaba el grito como de quien se está ahogando, pero un día (no sé por qué, seguramente tanto tiempo molestándome con eso) al salir de la pileta en vez de pegar el grito como el que se está ahogando, solté fue la carcajada, me reía de ellos (Los torturadores). A ellos no les gustó, me golpearon bastante y me preguntaron que por qué me reía; yo les dije: Como ustedes cuenta cuentos tan raros, pues antecito de meterme al agua helada de la pileta, me comentaron una serie de cuentos para entretenerme.
A pesar de la criminalidad como me trataron, no pudieron ablandarme. Se dieron cuenta que el criminal método para que cantara no les daba resultados, tal como tenerlo toda la noche en pelota, en calzoncillos, metiéndolo y sacándolo del agua, de pronto una noche, uno de ellos sacó un revólver me lo puso en la cabeza y me dijo: “Bueno gran hijueputa va a cantar, va a decir dónde están fulano, fulano y fulano, que era mi hermana o se muere ya”. Yo le contesté: “No sé dónde están esas personas que dice, incluyendo a mi hermana”.
Al no decir nada me lanzó otra amenaza, que si seguía trabajando con el periódico era muerto seguro. Pero antecito de eso, me amarraron las manos atrás y me colgaron un momento no muy largo. Estando colgado fue que me amenazó que me mataban si seguía colaborando con el semanario Voz Proletaria. Le dije que me diera unos ocho o 15 días mientras arreglaba unas vainitas, pedía mi liquidación y me retiraba del periódico”.
Me mandaron para otro sitio, un sitio más cómodo, me dieron buena alimentación, me atendieron muy bien, con el fin de al salir de allí les firmara un documento que dijera que el trato había sido extraordinario, un trato muy bien. Consulté con el abogado que me defendía que era incluso un camarada y les firmé eso a la carrera para salir más rápido de eso. De todas maneras, es una experiencia dura, dolorosa e indeseada a ninguno. Claro, no fue solamente para mí, fueron centenares de compañeros y compañeras que tuvieron en el Cantón Norte.
Dentro de los papeles que yo tenía, tenía el número telefónico de un compañero de la Juco que siempre lo llamábamos por su apodo. Ese compañero también lo llevaron allí y lo tuvieron tres días por el simple hecho de tener su número telefónico. Ellos tratan de coger todas las direcciones que uno tiene para comenzar a buscar gente para fregarlos y hacer lo que ellos quieran.
Al salir y al sentir de verdad esa solidaridad del Partido Comunista y del mismo semanario, yo qué iba a renunciar ni qué diablos. Me dije: así me maten, pero yo sigo trabajando. Seguí laborando como me correspondía.
– Tengo entendido que usted estuvo en la plaza de Bolívar, el día que el M – 19 se tomó el palacio de Justicia. ¿Qué recuerda?
Era una tarea que me imponía necesariamente mi condición de reportero gráfico del semanario. Una vez oímos la noticia por la radio nos fuimos con el compañero Álvaro Angarita Millán. No nos querían dejar entrar, pero teniendo las credenciales de periodistas, nos metimos allá. Estábamos en la plena plaza de Bolívar y eso era bala iba, bala venía, pero nosotros teníamos en ese caso que acercarnos más y pegamos la carrera a acercarnos donde ya estaban los tanques cascabel ya casi por entrar al Palacio de Justicia. Más o menos a mitad de plaza de Bolívar, mientras que los tanques ya estaban llegando, yo miré para un lado y vi un micrófono de televisión grande, muy bonito. Me entusiasmé y me dije: “Trofeo de guerra”. Me devolví tranquilamente y cogí mi micrófono y seguí la ruta.
Es una experiencia muy buena poder estar uno en esos trajines, en medio de semejante guerra, tomar fotos a la misma entrada de los tanques cuando rompieron la puerta y se metieron a las malas allá a masacrar a la gente. Como a los tres días, estuve registrando la salida de los pocos rehenes que estaban allá. Le tomé fotografías a mucha gente que salía del Palacio. Incluso, algunas de esas fotografías se utilizaron como testimonio de que sí habían salido personas vivas, lo mismo familiares de estas personas. Eso sirvió para que los abogados hicieran su trabajo en cuanto a la denuncia que había que hacer que sí fue que lo mataron después que salieron del Palacio y a otros los desaparecieron los militares.
– ¿Cuáles son las fotografías que más satisfacciones personales les ha generado hasta ahora?
Bueno, es muy complicado decir con exactitud cuál o cuáles fotografías me trajeron más satisfacciones personales. Diría más bien que lo que más me gustaba era cubrir la lucha popular por las tomas de tierras. Es mucho el pueblo que participa en una lucha de esta naturaleza. El drama al cual asiste uno es conmovedor. Por ejemplo, ver ancianitas con sus nietos en los ranchitos y de un momento a otro llegar la policía a destruir esas modestas construcciones, pero, de todas maneras, el amor con que estas humildes personas se sumaban a la lucha por la vivienda, a la lucha por tener un terreno, por lograr una casa.
Recuerdo las fotos de las manifestaciones. Me gustaba mucho las panorámicas, tomar buenas panorámicas donde realmente se viera la multitud, registrar cómo se moviliza el pueblo cuando realmente le tiene amor a una causa, bien fuera el movimiento sindical o cualquier frente de trabajo que se tuviera.
– ¿Se siente satisfecho de haber encontrado en su vida al Partido Comunista Colombiano?
Totalmente. De todas maneras, si no hubiera sido por el Partido y la Juventud Comunista, yo no tendría las pequeñas capacidades que tengo ahora. Es que uno con tres años de primaria, prácticamente no está en nada, es totalmente analfabeta. Yo agradezco mucho, porque es que la tarjeta profesional que tengo yo no me la gané gratis, mientras que un estudiante tiene que estudiar 16 y 17 años para darse una profesión en una universidad, estudiando todos los días religiosamente, trasnochando y todo para poder aprender a redactar una información, a tomar unas fotografías a manejar un cámara, pues yo lo hice alrededor del Partido y del periódico y en cinco o seis que trabajé ahí, pues me gané mi tarjeta profesional como periodista. Tarjeta que tengo y en cualquier parte la muestro a las autoridades o lo que sea y la defiendo y si me toca luchar por el derecho que me da esa tarjeta para ingresar a cualquier lugar a buscar cualquier información o lo que se necesite, lo hago con gusto.
– ¿Qué significa para usted el semanario VOZ La verdad del pueblo?
Bueno, yo creo que es la vida mía. El semanario VOZ es la vida mía porque le dediqué 26 años, prácticamente toda mi juventud, cumpliendo con mi deber, trasnochando, trabajé a veces de siete de la mañana a doce o una de la noche, cubriendo los diferentes frentes porque nosotros tuvimos una época muy dura de trabajo donde teníamos que cubrir concejo distrital, asamblea, cámara y senado. Obligatoriamente tocaba estar en estas actividades porque el periódico necesitaba informar los debates que realizaba o bien el camarada Hernando Hurtado, o bien Bernardo Jaramillo Osa, o el camarada Gilberto Vieira en cámara, Oviedo en el senado, el compañero Carlos Romero en el concejo, Mario Upegui y el trabajo que realizaba el compañero Teófilo Forero en la asamblea departamental.
Pero a uno no le dolía tener que trasnochar. Duré casi 15 años que tenía que trabajar de lunes a lunes. No había día de descanso. De pronto uno le “robaba” uno o dos días al periódico de vez en cuando, rara vez; muchas veces se aguantaban y en otras era el llamado de atención, pero era situación que no había ningún problema para el periódico porque uno se ausentara un día del periódico. Uno sabía que podía disponer de ese día.
– ¿Qué recuerda usted del director Manuel Cepeda Vargas?
Con el camarada Cepeda Vargas a veces teníamos discusiones, porque era muy rígido. Una discusión que tuvimos un poquito fuerte es que yo tenía guardado unos pesitos y los metí en un cultivo de conejos, una conejera. Entonces yo me ponía de acuerdo con el conductor del camarada Cepeda que era el que nos movía a nosotros y le rogaba que me llevara el bultico de concentrado a la casa. Me lo llevaba.
Pero, llegó un momento en que se presentó una discusión en la redacción del periódico y el camarada me planteó abiertamente: “O los conejos o el periódico”. Le contesté: “El periódico primero que todo, pero por el ladito le jalo a los conejos”. Vendí la sociedad y seguí normalmente con el periódico.
Las otras discusiones eran por lo que solemos llamar los “chicharrones”; era el trabajo que se hacía por fuera del periódico con la esperanza de hacer alcanzar el salario para comprar un ladrillo más o algo para construir la casa. Entonces yo vendía una, dos y hasta diez foticos o participaba en los congresos y ganaba más. Me trataban de impedir eso con el argumento que perdía mucho tiempo en esos “chicharrones”. Llegó un momento en que la situación se puso bastante difícil y se puso a la discusión este tema.
Comprendí que tenía que defenderme y actué, pienso que en parte no era correcto, pero tocaba. Dije: “Aquí todos “chicharroniamos”; decía: Roberto Romero hace sus artículos y se los vende a alguien para alguna de revista de otra parte. Tenemos lo principal y es que el camarada Cepeda también tiene su “chicharrón”; incluso, son mejores porque los “chicharrones” del camarada Cepeda Vargas son en dólares. Porque él hacía muchas notas para la revista de Checoslovaquia. Como no tenía cómo defenderme, me tocó defenderme atacando. Eso fue la “bomba” pero a favor mío, porque era el único que había enfrentado y planteado eso al mismo jefe. Me decían que había tenido los pantalones bien puestos para denunciar el “chicharrón” del camarada Cepeda Vargas. Claro, él tenía derecho a hacer sus artículos y era justo porque era una tarea, prácticamente, de Partido con una revista socialista internacional, pero no tuve otra alternativa para calmar un poco los ánimos y poder seguir en parte con mis “chicharroncitos”.
– ¿Cómo se enteró de la muerte (asesinato) del camarada Manuel Cepeda Vargas?
Bueno, el día menos pensado en agosto. Se oyó la noticia. Eso fue una “bomba” y al término menos de una hora ya estaba en el sitio donde lo habían asesinado y le logré tomar unas fotos en el carro, como quedó, fotografías que fueron publicadas en el periódico, pero para nosotros fue muy duro. Para todo el periódico, para el Partido, para todos. Fue un crimen que no se puede perdonar.
Y no solo del camarada Cepeda, sino de los demás camaradas que todas eran “bombas”, por muy bajo cargo que tuviera, eran muertes que a nosotros nos daban muy duro. Me tocaba, prácticamente, cubrir toda esta información, tanto en el asesinato del camarada Cepeda, como el de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, José Antequera. Casi todos los camaradas que asesinaron en Bogotá y en algunas partes, pues, a mí me tocaba cubrir esa información y eso son casos muy dolorosos. Son vainas que hay que condenar al Estado porque era él el que tenía a su gente, los paramilitares, para hacer estos “trabajos”.
– Camarada Lara: ¿Qué es para usted la fotografía?
Bueno, pues la fotografía es la impresión de algo, la cual la convierte uno en una realidad, es la imagen que le da uno a la gente, un testimonio vivo, en la cual casi que es el mejor método para la gente verlo en realidad que es lo que está sucediendo, qué sucedió e incluso, cómo sucedió un determinado acontecimiento.
– ¿Qué características debe tener un buen fotógrafo?
Creo que, en ese caso, lo principal que debe tener el fotógrafo debe ser la firmeza, la honestidad con el medio en el cual trabaja y fidelidad. Es más: No sacarle el cuerpo a ninguna tarea por muy difícil que sea, así sepa que va a pasar momentos difíciles incluso hasta perder la vida. Uno debe estar al frente de cualquier actividad. Así nos tocó en las grandes batallas realizadas en Bogotá con el camarada Jaime Pardo Leal, en la cual gases lacrimógenos o lo que fuera, nos tocaba estar el tiempo necesario cubriendo la información que fuera necesaria, como sucedió cuando la muerte del compañero Bernardo Jaramillo Osa. Los últimos que salíamos éramos nosotros y encontrábamos zapatos de mujeres por un lado y por el otro, porque en la carrera lo primero que tiene que hacer una compañera es quitarse los zapatos para poder correr. Uno tiene que estar dispuesto a lo que le toque.
Un camarada sencillo, honesto y trabajador, fue víctima de la represión, de la brigada y el cantón norte en Bogotá. Eso no lo amilanó y, por el contrario, radicalizó su posición política. Qué Comunista consecuente no pasó por su visor, eternizando un instante fugaz de la existencia humana.
Esta profesión, de alto riesgo, la puso al servicio de la Revolución con estoicismo y honestidad. En el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá, estuvo presente y gracias a su lente se pudo demostrar que muchas personas salieron con vida del Palacio, siendo desaparecidas unas y asesinadas otras, por obra y gracia del rabioso y criminal militarismo.
Siempre estaba presente en las manifestaciones, protestas y movilizaciones del pueblo, denunciando la política antipopular del régimen. Entre oscuras cortinas de gases lacrimógenos y el estruendo de los artefactos usados por el Esmad, el camarada Lucio Lara, se movía como pez en el agua, buscando la mejor foto denuncia de lo que estaba sucediendo. Fue un profesional a carta cabal. También estaba presente en los seminarios, talleres y congresos del Partido Comunista, la Unión Patriótica, etc.
Había siempre en su rostro una sonrisa primaveral, una sencillez oceánica y una firmeza ideológica y política a toda prueba. Era un cuadro de la revolución. Por eso, merece destacarse como un ejemplo para las presentes y futuras generaciones.
A su familia y a todos los comunistas de Colombia expresamos nuestra solidaridad en este momento de despedida. Vivirá eternamente en la conciencia del pueblo que lucha por su segunda y definitiva independencia.
Como un sencillo homenaje, presentamos a nuestros gentiles lectores, un reportaje realizado el 3 de octubre de 2013, en la ciudad de Ibagué (Tolima). En él, el camarada relata escuetamente parte de su vida, llena de vicisitudes, pero siempre con la tenacidad de salir adelante. El reportaje es el siguiente:
La gran odisea del camarada Lucio Lara
Por Nelson Lombana Silva
Detrás de la sencillez del camarada Lucio Flavio Lara Maldonado, el fotógrafo de Voz Proletaria y después VOZ La verdad del pueblo, durante largos y azarosos 26 años, hay una historia de vida, de lucha revolucionaria y de superación inmensa que resulta imposible quedar completamente en el anonimato, por cuanto constituye paradigma para las presentes y futuras generaciones que enarbolan y enarbolarán las banderas inmaculadas del Partido Comunista, del Socialismo y del internacionalismo proletario.
Con el peso de sus 72 años cumplidos y los estragos de la artritis de cadera, el camarada Lucio disfruta su pensión hace trece años. Sin embargo, no desaprovecha oportunidad para aportar desde su profesión al semanario y a la lucha revolucionaria. No hace pausa. No se rinde. No oculta su ideología. Milita en las filas del Partido Comunista hace 53 años, comenzando en la Juventud Comunista, Juco.
Es hijo de la violencia. De niño le tocó vivir en carne propia el horror de la violencia, el gran invento de la burguesía liberal – conservadora. La misma que hoy se mantiene en el poder con otros nombres y otras características, pero que en realidad es la misma que mata sin piedad alguna con tal de no perder sus privilegios.
Le tocó durante su infancia caminar como el caracol, es decir, con la casa a cuestas. Ir de pueblo en pueblo en busca de un espacio para vivir. Su vida es toda una odisea dramática y ciertamente conmovedora.
Nació el 4 de julio de 1941 en el corregimiento de Minas, municipio de Fredonia, Antioquia, siendo sus progenitores: Luis Francisco Lara y Aurora Maldonado. Tuvo cuatro hermanos: Tres hombres y una mujer.
Estando en el pueblito de Medellín del Ariari, la artritis de cadera lo afectó teniendo que salir de allí, pues nadie conocía de esa enfermedad. Durante más de un año estuvo hospitalizado en Bogotá y al salir sus allegados le ayudaron a conseguir un empleo, pero al tomarse los exámenes de los pulmones se dio cuenta que tenía problemas, era tísico. Con dedicación se sobrepuso y salió avante. En 1960, hizo contacto con la Juco y el Partido Comunista, entrando a militar siendo rápidamente designado cuadro nacional. Estuvo durante ocho meses en la República Democrática Alemana, RDA, estudiando, conocimiento que desarrolló al retornar al país, sobre todo en la zona agraria.
Con solo tercero de primaria se profesionalizó en la fotografía, profesión que puso a favor de la revolución y el socialismo. “Todo – dice – se lo debo al partido”. Señala sin ambages: “Si no hubiera sido por el Partido y la Juventud Comunista, yo no tendría las pequeñas capacidades que tengo ahora”. Sobre el semanario VOZ La verdad del pueblo, dice: “Creo que es la vida mía”.
Lucio Flavio Lara Maldonado, el gran fotógrafo del semanario VOZ es un comunista de carne y hueso comprometido con la causa social, la paz con justicia social y la construcción de una nueva sociedad. Es un ejemplo de constancia y reciedumbre que vale la pena emular.
Las torturas contra su frágil humanidad desarrollada por el militarismo recalcitrante de la brigada y el Cantón Norte en Bogotá, no lo desmoralizaron, por el contrario, lo convencieron de la vigencia de la lucha de clases.
La página web: www.pacocol.org haciendo un esfuerzo periodístico obtuvo este reportaje con el camarada de una sencillez impresionante, propia de los grandes, recientemente de gira por la ciudad musical de Colombia, Ibagué.
El reportaje es el siguiente:
– Compañero Lara, ¿Cómo fue su infancia?
Mi infancia fue un poco no muy buena porque a una temprana edad tuvimos que dejar el estudio por la misma violencia. Incluso, a mi padre le tocó dejarnos solo un tiempo para irse a administrar una hacienda en Antioquia, mientras que nosotros estábamos en el Valle, lo cual nos impidió realizar un estudio, pudiendo estudiar solamente hasta tercero de primaria.
A una edad muy temprana, diga usted 13, 14 años me tocó comenzar a trabajar. Trabajé con un señor que hacía salchichón, en una droguería, en una fábrica de ladrillos y de baldosín. Trabajaba en lo que me saliera, lo importante era conseguir el billete para ayudarle a mi mamá con la comida y lo demás que necesitáramos. Toda la plata que conseguíamos se la dábamos a mi mamá y ella nos daba lo necesario, lo que necesitábamos.
– De niño, ¿Cómo recuerda la cruda violencia de los 50s entre liberales pobres contra conservadores pobres?
Era una violencia muy injusta porque el que pagaba el pato era siempre el pueblo. En el caso de mi familia, ¿cómo se sentía? Soy paisa y usted sabe que el paisa es muy andariego, tuvimos que estar en varios pueblos. Es decir, cambiar permanentemente de vivienda. Lo duro de 1948 nos tocó en Antioquia. No recuerdo el barrio. Era muy incómodo porque la gente tenía que acostarse muy temprano; no se oía sino plomo por todo lado, mucha muerte.
De ahí nos tocó ir para el Vergel, Valle. Allí duramos un buen tiempo. ¿Por qué duramos un poco de tiempo allí? Porque el esposo de una tía mía, era un gran conservador del pueblo. Incluso, consiguió mucho dinero a costa de los liberales comprándole las fincas a un precio muy cómodo, mejor dicho, regaladas. Por eso consiguió buen billete allí.
Duramos unos largos años. Allí hice mis dos primeros años de estudio; de allí, nos trasladamos a Trujillo, Valle, por la situación política, porque a pesar de tener familia conservadora éramos hostigados. En Trujillo, mi papá consiguió otra finca para administrar. Claro, uno de pequeño no se da cuenta de la situación política, únicamente eran los viejos. De todas maneras, de un momento a otro él se fue para otro sitio a manejar otra hacienda, se fue para Puerto Berrio y nosotros nos trasladamos a Cartago, Valle, donde hice el tercero de primaria, teniendo que abandonar el estudio y a corta edad dedicarme al trabajo.
Sin embargo, en Cartago, Valle, mi padre duró muy poco porque se fue a manejar una hacienda a Puerto Berrio, Antioquia, de donde le tocó salir “pitado” porque lo acusaban de ser auxiliador de la chusma, de la subversión, porque era liberal. Le tocó salir. Nosotros no sabíamos para dónde se había ido. Más tarde nos dimos cuenta que se había ido para los Llanos Orientales. Alguien le propuso que se fuera para el Caquetá, pero resolvió irse para los Llanos Orientales, porque otro amigo lo invitó para allá y le ofreció posibilidades de adquirir una finquita, tierra para poder entrar a trabajar.
Al tiempo de estar allá, nos llamó y nosotros nos fuimos solos para allá, comenzando propiamente nuestro trajín de lucha. Era gente organizada. A esa región llegó una cantidad de gente que tuvo que salir desplazada del Tolima y llegaron a ese terreno llanero. Con el tiempo se fundó el pueblito Medellín del Ariari, famoso por su trabajo, por su organización. Mi papá fue uno de los fundadores de ese pueblito, más o menos en 1957.
En ese año me sacaron de este pueblito porque me dio una enfermedad, una artritis de cadera y por el trajín del trabajo se me fracturó la cadera, pero nadie sabía nada de eso. No sabíamos que era. Se me quedó un obseso y me trajeron para Bogotá y duré en el hospital de La Hortúa y en el San Juan de Dios, más o menos unos 19 meses hospitalizado, cuando salí un familiar y un cuñado de mi papá ya me tenían el espacio para trabajar. Ellos pensaban que yo iba a salir totalmente incapacitado para cualquier otro trabajo material. Pero, sucedió lo que menos se pensaba.
Para uno trabajar necesita documentos de identidad, principalmente de salud; me mandaron a hacer el examen de pulmones y desafortunadamente tenía un pulmón “picado”, o sea, estaba tísico. Otro trajín. Me lograron hospitalizar en el hospital San Carlos en un sanatorio muy bueno, en el cual únicamente recibían personas que se curaban, que tenían cura. Si no tenía cura no lo recibían allí. Logré el tratamiento, el cual era muy rígido, pero efectivo. Duré año y 20 días. Al salir de allí, creo que, en 1960, llegué a la casa de mi familia, de mi hermana, duré un buen tiempo ahí.
Después me vinculé un poco con la organización. Fui a la casa de la Juventud Comunista, que en esa época quedaba en la “olla” o sea, en la calle 9ª con carrera 12, ni más ni menos que en la calle del cartucho. En esa época era uno de los mejores sitios de Bogotá para la gente vivir. En esa época no había ni droga ni nada malo.
A uno de los primeros que logramos conocer fue al camarada Manuel Cepeda Vargas, que era dirigente de la Juventud Comunista. Sin más ni más entré a militar a la Juventud Comunista. Era una época bastante buena de trabajo y de lucha, era una juventud muy aguerrida, muy trabajadora, peleadora. Era la época de la revolución cubana, donde había una “gusanera” en Bogotá bastante terrible. Incluso, estábamos notificados que en cualquier momento llegarían a atacar la casa de la Juco, los compañeros se amanecían prestando guardia encaramados en el techo con bultos de piedra para esperarlos como se debía. Afortunadamente, no llegaron. Pero, era una Juco que estaba dispuesta a lo que fuera.
Salíamos a los mítines, a las manifestaciones; eran manifestaciones bastante movidas, mucha represión. En esa época la policía utilizaba los perros, los que los echaba a la gente en las manifestaciones, no les importaba que hubiera: Señoras, ancianos, etc. Lo único que les importaba era que los animales hicieran el “trabajo” para ellos evitar ser golpeado por los manifestantes.
Pero la gente consiguió métodos especiales para defenderse de los perros, como envolverse el saco en el brazo y por debajito de cuerda les pegaban la cuchillada a los perros, ellos perdieron varios perros así. De todas maneras, son vainas que no se deben hacer con un animal, pero las circunstancias obligaban a que tuviéramos que utilizar nosotros también nuestros métodos de defensa.
Al darse cuenta la policía que ya los perros no eran efectivos, sacaron la caballería. En esas manifestaciones nos echaban la caballería y la gente se inventó también sus métodos para parar el sistema represivo de la caballería como son las canicas, que es la bolita de cristal; en plena plaza de Bolívar la gente llevaba las “bolsilladas” de bolas de cristal y las echaba al piso, el caballo las pisaba y obligatoriamente se iba a tierra. También se usaba el método que se usaba con los perros, o sea, el cuchillo. Perdieron varios animales así.
Posteriormente, me fui para el Meta, para donde estaban mis padres donde duré un buen tiempo trabajando. Llegaron de la Juventud Comunista de Bogotá y empezaron su trabajo, porque anteriormente el trabajo que se realizaba con el campesinado era de autodefensa, en la cual se le educaba a la gente, se orientaba y se le enseñaba a la gente cómo se organizaba en la defensa de los terrenos, en la defensa de la vida, porque la orientación era que iba a ir el ejército y nos iba a masacrar, nos iba a sacar de esa región a como diera lugar, pero con la organización sindical que ya estaba en su apogeo, se hacía buenas reuniones sindicales, buenas reuniones de la gente y se orientaba este trabajo.
Nosotros recibíamos una serie de charlas, orientaciones sobre cómo organizar la juventud y así empezamos a hacer unas buenas reuniones, organizamos buenos grupos juveniles, se les daba las charlas, pero se necesitaba plata. Nosotros teniendo la tierra, teniendo las manos para trabajar, solo le solicitábamos a los papás de los muchachos que nos dejaran un lote para sembrar. Hacíamos lo que se llama colectivos y sembrábamos una o dos hectáreas de maíz, arroz, cualquier producto sembrábamos y ahí teníamos recursos para lo que necesitábamos.
Esa plata la utilizábamos principalmente para comprar balones, porque nosotros iniciamos la actividad deportiva, especialmente el fútbol, en las propias calles del pueblito Medellín del Ariari. Habían domingos que comenzábamos a las ocho de la mañana y eran las seis de la tarde y todavía la gente detrás de ese balón. Eran grupos de 30 y 40 detrás de un balón, era una recocha muy hermosa. Así, lográbamos nosotros vincular a la juventud al trabajo político. Antes del juego del balón se hacía la terapia, la charla y lo que correspondía al terreno orgánico de la juventud. Hasta viejos se metían a jugar balón.
Después se logró organizar una buena cancha de fútbol al lado de la base militar. Incluso, jugábamos fútbol con el mismo ejército en gesto de amistad. Esta plata nos sirvió para mover la juventud, como la primera, segunda y tercera conferencia nacional de la misma Juventud Comunista. También participamos con buenas delegaciones en el primero, segundo y tercer congreso de la organización juvenil. Creo que fue en el segundo congreso donde sin tener capacidades ni nada, pero era la orientación que había que participar en el comité central y en la organización nacional y fui elegido como miembro del comité central de la Juventud Comunista; de ahí, para acá, seguimos trabajando teniendo que venirme para Bogotá para realizar un trabajo mucho más amplio, después de realizar un curso político que hice en la República Democrática de Alemania donde permanecí ocho meses, quedando como miembro del comité central de la Juventud Comunista, responsable nacional del área campesina. Era un trabajo muy bueno donde verdaderamente se podía trabajar en todas partes.
En el Meta dejé más o menos unos 20 centros de la Juventud Comunista organizados, funcionando. Después comenzó la guerra sucia, la violencia, pues, prácticamente todo este trabajo se acabó, pero fue una buena experiencia que quedó en todo nuestro trabajo político.
En el municipio de Icononzo, Tolima, también teníamos un buen trabajo juvenil, en el Sumapaz, en Urabá, Antioquia; en todos esos sectores había bastantes centros de la Juventud Comunista, lo que nos ayudó incluso para realizar lo que eran los festivales. Se alcanzaron a hacer como que dos o tres festivales nacionales que los hicimos en Viotá con buena participación de la juventud, se hacía toda clase de actividades y las delegaciones se regresaban muy conformes, se iban contentas porque era una actividad que se realizaba en esta población cundinamarquesa.
– ¿Cómo es el tránsito suyo de la Juco al Partido Comunista Colombiano?
En Alemania me compré una camarita y aprendí más o menos a trabajar la fotografía. No a trabajarla porque prácticamente yo no sabía de fotografía, pero me defendía. En los viajes al campo la utilizaba mucho, tomaba la fotico en una cosa y en la otra. En un trabajo que estaba haciendo en Algeciras, Huila, en ese día llegó el candidato presidencial Echeverri Mejía, yo saqué las fotos y las mandé con ellos mismos para Bogotá, ellos mismos revelaron eso y les gustó las fotos, incluso, algunas salieron en el periódico Voz Proletaria. Al gustarles comenzaron a tenerme en cuenta. Por donde iba tomaba fotos. Iba mucho al municipio de Icononzo, tomaba mi fotico, regresaba a Bogotá, hacíamos los revelados y yo se las vendía muy baratico a los campesinos. Casi siempre el campesino no tenía platica para comprarme las fotos, pero yo no podía volverlas a llevar a Bogotá, ni ellos tenían con qué pagármelas. Tampoco era justo dejarlas fiadas porque a veces se pierde lo fiado. Entonces, yo veía una gallinita como buena y hacíamos el canje. Cambiaba la gallinita por la foto. La gente contenta. En Viotá logré realizar un trabajo con la registraduría. Iban los registradores allá, entonces, me contrataron a mí para la cedulación. Yo tomaba la fotografía, hacía el revelado y le entregaba las fotos a ellos, que en esa época la registraduría le recibía a uno cualquier foto, así fuera malita; lo importante era la foto para identificar a la persona con la cédula. A ellos les pagaban por la fotografía, ellos con una parte me pagaban a mí.
Posteriormente, más o menos en 1964, me enviaron a Yacopí, una región campesina muy rica y muy hermosa con la tarea de dirigir la juventud allí. Pero, también a ayudar un poco al desarrollo del trabajo del Partido Comunista, porque el campesino era allí muy difícil para el trabajo organizativo, porque había células del Partido y centros de la Juventud, no eran muchos, pero eran grupos de 15 y 20 personas campesinas y si había uno que sabía leer y escribir era mucho.
Entonces, la orientación nuestra era que el que sabía leer y escribir, pues, leyera los materiales y le diera la orientación a los compañeros campesinos iletrados y así mismo llevaba sus cuentas monetarias, porque la mayoría no sabían cómo llevar unos fondos, una contabilidad. El que sabía le tocaba más trabajo que a los otros.
Me tocó una lucha bastante grande en una conferencia campesina que se realizó allá. Casi me linchan, porque yo les planteé aumentar el presupuesto porque lo tenían muy bajo. En esa época tenían un presupuesto de $50 pesos y les propuse aumentarlo a $300 pesos. Casi me linchan con el cuento que eso era imposible, que ellos no tenían esa capacidad de trabajo. Les planteé nuestra experiencia en el Meta de los Colectivos. Me tocó participar con ellos teniendo que quedarme un rato en la región y cultivar maíz, que era lo que más se producía y menos trabajo se llevaba. Fue muy poquito lo que les faltó para cumplir la meta.
Al año volví no a conferencia sino a seguir mi trabajo, pregunté por el presupuesto y ellos mismos me dijeron que lo habían aumentado a $500 pesos. Vieron que era un trabajo que sí se podía realizar, que sí podíamos trabajar así y se organizó un buen partido. Lástima que en esa época ya comenzaba a rondar el ejército, en esos días mataron al compañero Rafael Baquero, mataron al compañero Álvaro Marroquín y a otros muchos compañeros. Era una guerra sucia. Prácticamente, el Partido se acabó en Yacopí, se acabó la organización, fue eliminado a sangre y fuego.
Estando allá, el Partido me mandó a llamar, que me regresara a Bogotá, que me necesitaban urgentemente. Me llamaba el camarada Manuel Cepeda Vargas, ya no era secretario de la Juco sino que ya era director del periódico Voz Proletaria. Me planteó que si estaba en condiciones de trabajar la fotografía para el periódico. Como buen paisa, le dije que sí. No sabía de eso, pero yo le dije que sí. Luego, me dirigí hacia el compañero Guerrero que era el administrador para saber lo relacionado con el pago. En la juventud ganaba $1800 pesos y me ofreció pagarme lo mismo. Me negué. Le dije: cambio de frente y este es un trabajo mucho más responsable. Entonces me pagaron $2000 pesos. Eso era mucha plata. Me alcanzaba divinamente para mi sustento. Así comencé a trabajar.
Pero, era un desastre esas foticos francamente. Afortunadamente en muy poquito tiempo, pongámosle dos meses, realizaron un curso de fotografía en el Colombo RDA, era un instituto que tenía la República Democrática Alemana, nos ofrecieron media beca para estudiar fotografía. Yo me le medí porque el periódico me pagó la media beca e hice mi curso de fotografía. Ahí me di cuenta que yo realmente no sabía fotografía.
Posteriormente, otra media beca nos ofrecieron y de ahí para acá no había fotógrafo en Bogotá que me pusiera a mí la pata. Me sentía profesional. Con el tiempo aprendí el revelado a color, diapositivas, revelados, no se me quedaba ningún flash que no manejara y así me aguantaron 26 años trabajando en el periódico, 26 años que me dieron la posibilidad de salir pensionado. Salí pensionado en el año 2000, es decir, llevo 13 años pensionado. De todas maneras, he seguido colaborando con el periódico en todo lo que necesita, en el congreso o donde sea, le suministro la fotografía, lo que sea necesario.
– ¿Qué personajes recuerda usted haber fotografiado y que le haya llamado seriamente la atención?
El personaje con el que más tuve problemas fue con un policía en una huelga de Tapa La Libertad; llegó un piquete de policía a reprimir la gente a punta de garrote; iba un policía con la insignia nazi en el casco, lo cual me causó sorpresa y le logré tomar unas cuatro o cinco fotografías y el periódico las destacó. Incluso, en Venezuela destacaron esta fotografía y allá, nos llegó un sargento y no sé quién más con el cuento de que yo tenía que comprobarles que ese policía sí había utilizado esa insignia. Me tocó buscar esos negativos para comprobarle de que la policía sí estaba utilizando los distintivos del fascismo.
De resto no hubo muchos problemas. A quien no fotografié durante 26 años de actividad. Si vamos a los congresos de la clase obrera de la CSTC, tomaba cantidad de fotos tanto para el periódico como las que yo vendía, lo mismo en reuniones de mujeres, reuniones del Partido, marchas, de todo…
Principalmente con la gente nuestra, los candidatos como el camarada Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, José Antequera, Miller Chacón. Incluso, le tomé algunas fotos a la camarada Yira Castro. En esa época estaba en el Concejo de Bogotá, era una gran dirigente; le tomé fotos en su sepelio, personajes del orden internacional. A mí no se me quedaba nadie sin tomarle una foto, porque era mi deber para cumplirle al periódico.
– ¿Fue amenazado, golpeado o fue a la cárcel por su trabajo de reportero gráfico?
Eso era permanentemente. Siempre en cada manifestación intentaban molestarlo a uno, hasta de quitarle los rollos y de quitarle la cámara. La mayoría era en las tomas de tierra que realizaba la Central Nacional Provivienda porque yo no me perdí casi ni una, pero yo tenía mi método de trabajo en el cual cuando tenía varios rollos, yo los daba a guardar a la misma gente que estaba en la toma de tierras; algunos rollos se me perdieron porque no me lo devolvieron, pero de todas maneras así lograba recuperar el trabajo. En Soacha sí me alcanzaron a quitar material, me alcanzaron a golpear, pero de todas maneras ese es su trabajo y a uno no le duele que le den golpes, porque ese es su trabajo y ese es su deber y lo importante es lograr un buen trabajo para el periódico y poder denunciar los atropellos que hace la policía.
De un momento a otro, durante la época del presidente Julio Cesar Turbay Ayala, comenzaron los allanamientos en diversas viviendas de diversos barrios. Durante esa época detuvieron al camarada Álvaro Vásquez del Real y lo tuvieron un buen tiempo en la cárcel. Nos cayeron a nuestro barrio. Claro, antes que me detuvieran a mí, ya habían detenido a varios compañeros del barrio Nuevo Chile, los tuvieron unos ocho o 15 días.
A mí me llegaron a las cuatro de la mañana y venga para acá. De una vez para la brigada, exactamente al Cantón Norte. En esa época era que el M – 19 había robado las armas de este Cantón, entonces lo que me preguntaban era que en dónde tenía las armas. Me acusaban de que yo había hecho parte de ese robo de esas armas. La única arma que yo tenía era la cámara fotográfica y las balas serían los rollos. Pero me llevaron allí y me metieron y comenzó el trajín.
Cuando llegué allá ya me tenían vendado, no podía ver absolutamente nada. Duré más o menos 22 días. Los primeros diez días fueron los más duros. Durante el día no me investigaban mucho, una que otra vez al pie de la cama donde me tenían acostado. Durante la noche sí eran las investigaciones duras.
Había unas piletas que eran los bebederos de los caballos y allí metían a la gente a la fuerza bocarriba y hasta que no lo llenaban de agua no lo sacaban, con el fin de ablandarlo y colaborara con ellos dándole la información que ellos querían. Me sorprendió la firmeza de los campesinos que tenían allá. Dentro de ellos había un grupo de Yacopí, de Viotá, de varias partes. Ellos decían que no podían creer que un campesino no supiera el nombre del vecino o de los vecinos. Así los mataran jamás denunciaron a un vecino, ni decían nada de nadie. Mejor dicho: No conocían a nadie.
A mí lo mismo. Me iban a meter a las piletas, ya estaba muy débil, decaído, entonces me iban a meter así a esas piletas. No me les quise meter bocarriba. Sabía que metérmele bocarriba llevaba las de perder, principalmente hasta me ahogaban. Mi pretexto era que la pierna no me dejaba. Me dijeron: Métase bocabajo. Bueno, era otra cosa. Me metí bocabajo. Pero como sé nadar un poco, entonces antes de meterme tomaba aire suficiente y cuando ellos me sacaban, yo pegaba el grito como de quien se está ahogando, pero un día (no sé por qué, seguramente tanto tiempo molestándome con eso) al salir de la pileta en vez de pegar el grito como el que se está ahogando, solté fue la carcajada, me reía de ellos (Los torturadores). A ellos no les gustó, me golpearon bastante y me preguntaron que por qué me reía; yo les dije: Como ustedes cuenta cuentos tan raros, pues antecito de meterme al agua helada de la pileta, me comentaron una serie de cuentos para entretenerme.
A pesar de la criminalidad como me trataron, no pudieron ablandarme. Se dieron cuenta que el criminal método para que cantara no les daba resultados, tal como tenerlo toda la noche en pelota, en calzoncillos, metiéndolo y sacándolo del agua, de pronto una noche, uno de ellos sacó un revólver me lo puso en la cabeza y me dijo: “Bueno gran hijueputa va a cantar, va a decir dónde están fulano, fulano y fulano, que era mi hermana o se muere ya”. Yo le contesté: “No sé dónde están esas personas que dice, incluyendo a mi hermana”.
Al no decir nada me lanzó otra amenaza, que si seguía trabajando con el periódico era muerto seguro. Pero antecito de eso, me amarraron las manos atrás y me colgaron un momento no muy largo. Estando colgado fue que me amenazó que me mataban si seguía colaborando con el semanario Voz Proletaria. Le dije que me diera unos ocho o 15 días mientras arreglaba unas vainitas, pedía mi liquidación y me retiraba del periódico”.
Me mandaron para otro sitio, un sitio más cómodo, me dieron buena alimentación, me atendieron muy bien, con el fin de al salir de allí les firmara un documento que dijera que el trato había sido extraordinario, un trato muy bien. Consulté con el abogado que me defendía que era incluso un camarada y les firmé eso a la carrera para salir más rápido de eso. De todas maneras, es una experiencia dura, dolorosa e indeseada a ninguno. Claro, no fue solamente para mí, fueron centenares de compañeros y compañeras que tuvieron en el Cantón Norte.
Dentro de los papeles que yo tenía, tenía el número telefónico de un compañero de la Juco que siempre lo llamábamos por su apodo. Ese compañero también lo llevaron allí y lo tuvieron tres días por el simple hecho de tener su número telefónico. Ellos tratan de coger todas las direcciones que uno tiene para comenzar a buscar gente para fregarlos y hacer lo que ellos quieran.
Al salir y al sentir de verdad esa solidaridad del Partido Comunista y del mismo semanario, yo qué iba a renunciar ni qué diablos. Me dije: así me maten, pero yo sigo trabajando. Seguí laborando como me correspondía.
– Tengo entendido que usted estuvo en la plaza de Bolívar, el día que el M – 19 se tomó el palacio de Justicia. ¿Qué recuerda?
Era una tarea que me imponía necesariamente mi condición de reportero gráfico del semanario. Una vez oímos la noticia por la radio nos fuimos con el compañero Álvaro Angarita Millán. No nos querían dejar entrar, pero teniendo las credenciales de periodistas, nos metimos allá. Estábamos en la plena plaza de Bolívar y eso era bala iba, bala venía, pero nosotros teníamos en ese caso que acercarnos más y pegamos la carrera a acercarnos donde ya estaban los tanques cascabel ya casi por entrar al Palacio de Justicia. Más o menos a mitad de plaza de Bolívar, mientras que los tanques ya estaban llegando, yo miré para un lado y vi un micrófono de televisión grande, muy bonito. Me entusiasmé y me dije: “Trofeo de guerra”. Me devolví tranquilamente y cogí mi micrófono y seguí la ruta.
Es una experiencia muy buena poder estar uno en esos trajines, en medio de semejante guerra, tomar fotos a la misma entrada de los tanques cuando rompieron la puerta y se metieron a las malas allá a masacrar a la gente. Como a los tres días, estuve registrando la salida de los pocos rehenes que estaban allá. Le tomé fotografías a mucha gente que salía del Palacio. Incluso, algunas de esas fotografías se utilizaron como testimonio de que sí habían salido personas vivas, lo mismo familiares de estas personas. Eso sirvió para que los abogados hicieran su trabajo en cuanto a la denuncia que había que hacer que sí fue que lo mataron después que salieron del Palacio y a otros los desaparecieron los militares.
– ¿Cuáles son las fotografías que más satisfacciones personales les ha generado hasta ahora?
Bueno, es muy complicado decir con exactitud cuál o cuáles fotografías me trajeron más satisfacciones personales. Diría más bien que lo que más me gustaba era cubrir la lucha popular por las tomas de tierras. Es mucho el pueblo que participa en una lucha de esta naturaleza. El drama al cual asiste uno es conmovedor. Por ejemplo, ver ancianitas con sus nietos en los ranchitos y de un momento a otro llegar la policía a destruir esas modestas construcciones, pero, de todas maneras, el amor con que estas humildes personas se sumaban a la lucha por la vivienda, a la lucha por tener un terreno, por lograr una casa.
Recuerdo las fotos de las manifestaciones. Me gustaba mucho las panorámicas, tomar buenas panorámicas donde realmente se viera la multitud, registrar cómo se moviliza el pueblo cuando realmente le tiene amor a una causa, bien fuera el movimiento sindical o cualquier frente de trabajo que se tuviera.
– ¿Se siente satisfecho de haber encontrado en su vida al Partido Comunista Colombiano?
Totalmente. De todas maneras, si no hubiera sido por el Partido y la Juventud Comunista, yo no tendría las pequeñas capacidades que tengo ahora. Es que uno con tres años de primaria, prácticamente no está en nada, es totalmente analfabeta. Yo agradezco mucho, porque es que la tarjeta profesional que tengo yo no me la gané gratis, mientras que un estudiante tiene que estudiar 16 y 17 años para darse una profesión en una universidad, estudiando todos los días religiosamente, trasnochando y todo para poder aprender a redactar una información, a tomar unas fotografías a manejar un cámara, pues yo lo hice alrededor del Partido y del periódico y en cinco o seis que trabajé ahí, pues me gané mi tarjeta profesional como periodista. Tarjeta que tengo y en cualquier parte la muestro a las autoridades o lo que sea y la defiendo y si me toca luchar por el derecho que me da esa tarjeta para ingresar a cualquier lugar a buscar cualquier información o lo que se necesite, lo hago con gusto.
– ¿Qué significa para usted el semanario VOZ La verdad del pueblo?
Bueno, yo creo que es la vida mía. El semanario VOZ es la vida mía porque le dediqué 26 años, prácticamente toda mi juventud, cumpliendo con mi deber, trasnochando, trabajé a veces de siete de la mañana a doce o una de la noche, cubriendo los diferentes frentes porque nosotros tuvimos una época muy dura de trabajo donde teníamos que cubrir concejo distrital, asamblea, cámara y senado. Obligatoriamente tocaba estar en estas actividades porque el periódico necesitaba informar los debates que realizaba o bien el camarada Hernando Hurtado, o bien Bernardo Jaramillo Osa, o el camarada Gilberto Vieira en cámara, Oviedo en el senado, el compañero Carlos Romero en el concejo, Mario Upegui y el trabajo que realizaba el compañero Teófilo Forero en la asamblea departamental.
Pero a uno no le dolía tener que trasnochar. Duré casi 15 años que tenía que trabajar de lunes a lunes. No había día de descanso. De pronto uno le “robaba” uno o dos días al periódico de vez en cuando, rara vez; muchas veces se aguantaban y en otras era el llamado de atención, pero era situación que no había ningún problema para el periódico porque uno se ausentara un día del periódico. Uno sabía que podía disponer de ese día.
– ¿Qué recuerda usted del director Manuel Cepeda Vargas?
Con el camarada Cepeda Vargas a veces teníamos discusiones, porque era muy rígido. Una discusión que tuvimos un poquito fuerte es que yo tenía guardado unos pesitos y los metí en un cultivo de conejos, una conejera. Entonces yo me ponía de acuerdo con el conductor del camarada Cepeda que era el que nos movía a nosotros y le rogaba que me llevara el bultico de concentrado a la casa. Me lo llevaba.
Pero, llegó un momento en que se presentó una discusión en la redacción del periódico y el camarada me planteó abiertamente: “O los conejos o el periódico”. Le contesté: “El periódico primero que todo, pero por el ladito le jalo a los conejos”. Vendí la sociedad y seguí normalmente con el periódico.
Las otras discusiones eran por lo que solemos llamar los “chicharrones”; era el trabajo que se hacía por fuera del periódico con la esperanza de hacer alcanzar el salario para comprar un ladrillo más o algo para construir la casa. Entonces yo vendía una, dos y hasta diez foticos o participaba en los congresos y ganaba más. Me trataban de impedir eso con el argumento que perdía mucho tiempo en esos “chicharrones”. Llegó un momento en que la situación se puso bastante difícil y se puso a la discusión este tema.
Comprendí que tenía que defenderme y actué, pienso que en parte no era correcto, pero tocaba. Dije: “Aquí todos “chicharroniamos”; decía: Roberto Romero hace sus artículos y se los vende a alguien para alguna de revista de otra parte. Tenemos lo principal y es que el camarada Cepeda también tiene su “chicharrón”; incluso, son mejores porque los “chicharrones” del camarada Cepeda Vargas son en dólares. Porque él hacía muchas notas para la revista de Checoslovaquia. Como no tenía cómo defenderme, me tocó defenderme atacando. Eso fue la “bomba” pero a favor mío, porque era el único que había enfrentado y planteado eso al mismo jefe. Me decían que había tenido los pantalones bien puestos para denunciar el “chicharrón” del camarada Cepeda Vargas. Claro, él tenía derecho a hacer sus artículos y era justo porque era una tarea, prácticamente, de Partido con una revista socialista internacional, pero no tuve otra alternativa para calmar un poco los ánimos y poder seguir en parte con mis “chicharroncitos”.
– ¿Cómo se enteró de la muerte (asesinato) del camarada Manuel Cepeda Vargas?
Bueno, el día menos pensado en agosto. Se oyó la noticia. Eso fue una “bomba” y al término menos de una hora ya estaba en el sitio donde lo habían asesinado y le logré tomar unas fotos en el carro, como quedó, fotografías que fueron publicadas en el periódico, pero para nosotros fue muy duro. Para todo el periódico, para el Partido, para todos. Fue un crimen que no se puede perdonar.
Y no solo del camarada Cepeda, sino de los demás camaradas que todas eran “bombas”, por muy bajo cargo que tuviera, eran muertes que a nosotros nos daban muy duro. Me tocaba, prácticamente, cubrir toda esta información, tanto en el asesinato del camarada Cepeda, como el de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Osa, José Antequera. Casi todos los camaradas que asesinaron en Bogotá y en algunas partes, pues, a mí me tocaba cubrir esa información y eso son casos muy dolorosos. Son vainas que hay que condenar al Estado porque era él el que tenía a su gente, los paramilitares, para hacer estos “trabajos”.
– Camarada Lara: ¿Qué es para usted la fotografía?
Bueno, pues la fotografía es la impresión de algo, la cual la convierte uno en una realidad, es la imagen que le da uno a la gente, un testimonio vivo, en la cual casi que es el mejor método para la gente verlo en realidad que es lo que está sucediendo, qué sucedió e incluso, cómo sucedió un determinado acontecimiento.
– ¿Qué características debe tener un buen fotógrafo?
Creo que, en ese caso, lo principal que debe tener el fotógrafo debe ser la firmeza, la honestidad con el medio en el cual trabaja y fidelidad. Es más: No sacarle el cuerpo a ninguna tarea por muy difícil que sea, así sepa que va a pasar momentos difíciles incluso hasta perder la vida. Uno debe estar al frente de cualquier actividad. Así nos tocó en las grandes batallas realizadas en Bogotá con el camarada Jaime Pardo Leal, en la cual gases lacrimógenos o lo que fuera, nos tocaba estar el tiempo necesario cubriendo la información que fuera necesaria, como sucedió cuando la muerte del compañero Bernardo Jaramillo Osa. Los últimos que salíamos éramos nosotros y encontrábamos zapatos de mujeres por un lado y por el otro, porque en la carrera lo primero que tiene que hacer una compañera es quitarse los zapatos para poder correr. Uno tiene que estar dispuesto a lo que le toque.
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