Decía con énfasis el famosísimo escritor latinoamericano, Eduardo Galeano, que la utopía era eso que se presentaba en la distancia que uno observaba presente pero distante. Diríamos ese faro luminoso en la distancia que queremos atrapar y todos los días con fina ilusión insistimos y persistimos con ansias infinitas de llegar a esa meta.
En el caso particular de la red municipal de bibliotecas públicas de Ibagué la gran utopía es el fomento de la lectura en chicos y grandes. Ese es el horizonte, la perspectiva. Con base en ese sueño no son pocos los esfuerzos que hacen los bibliotecarios por materializar esta utopía, usando para ello todo el talento y distintas estrategias de la mano de la secretaría municipal de Cultura. Es en realidad, un entramado estructurado y dinámico que día a día desarrolla con tenacidad el bibliotecario y/o la bibliotecaria sin aspaviento de ninguna naturaleza.
En el caso particular de la red municipal de bibliotecas públicas de Ibagué la gran utopía es el fomento de la lectura en chicos y grandes. Ese es el horizonte, la perspectiva. Con base en ese sueño no son pocos los esfuerzos que hacen los bibliotecarios por materializar esta utopía, usando para ello todo el talento y distintas estrategias de la mano de la secretaría municipal de Cultura. Es en realidad, un entramado estructurado y dinámico que día a día desarrolla con tenacidad el bibliotecario y/o la bibliotecaria sin aspaviento de ninguna naturaleza.
Una de esas estrategias es el Picnic Literario, iniciativa Suigéneris de los ibaguereños y que hoy viene implementándose en muchas regiones del país al interior de las bibliotecas públicas. Lo importante de esta iniciativa radica en que no es el lector el que busca el libro, sino el libro el que busca al lector. Sale de la estantería fría y atada a múltiples requisitos, para estar al alcance del lector en la plaza pública, en el hipermercado, en la calle, en el barrio y en la vereda más distante.
El transeúnte común y corriente observa curioso cómo se va decorando el escenario en el sitio señalado y casi siempre pregunta: ¿Hay que pagar por mirar el libro? ¿Hay que pagar para que los niños pinten, dibujen o hagan manualidades? Al darse cuenta que nada de ello se cobra y que hay un grupo especializado que anima el escenario de distintas maneras, la gente va llegando a participar activamente de las distintas actividades programadas. En verdad, es emocionante cuando el progenitor suspende sus actividades para sentarse con el niño a pintar o escuchar el relato de un cuento.
Seguramente, todavía no tiene muy claro para qué y por qué se debe leer, no obstante, se deja contagiar de la alegría del niño. El niño va en todas direcciones coge el libro y lo observa como un tesoro. No esconde su admiración. Se recrea, se anima y pasa las páginas hacia adelante o hacia atrás con la misma felicidad que hace un adulto cuando su actividad le es remunerada.
Si queda algo de asombro en la humanidad del siglo XXI, éste se encuentra en los niños y en las niñas. Durante el día del Idioma (23 de abril), en la biblioteca Cañón del Combeima, en Villa Restrepo, se nos ocurrió leer un fragmento corto de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad, a un grupo de niños. Qué sorpresa. Los niños guardaron la mejor compostura. Quedaron pensando en la genialidad del gitano Melquiades, arrastrando dos lingotes de imán por las calles polvorientas de Macondo.
En el hipermercado donde realizamos ayer el Picnic Literario, los niños disfrutaron las distintas actividades que el grupo de bibliotecarios desarrolló allí. “Me gusta mucho los cuentos”, dijo un niño de escasos siete añitos. “Muchas gracias”, decían al despedirse, mientras sus padres interrogaban: “¿Cuándo vuelven?”.
Se insiste en la construcción del hombre nuevo, un proceso dialéctico con muchas aristas, todas importantes, que hay que articular en la dinámica de contribuir a esa gran utopía. Un hombre que deponga la violencia y fortalezca la paz. Una humanidad que se inspire en la fuerza de la razón y del argumento, no en la fuerza bruta y en la fuerza agresiva e incierta del más fuerte. Una sociedad humana, solidaria, dispuesta a vivir y mirar el horizonte con esperanza.
Todas estas utopías tienen relación con la lectura. Por lo tanto, la lectura es el medio para comprender que los derechos están consagrados para todos y todas, sin privilegios de ninguna naturaleza. Una persona que lee es pacífica. Adicionalmente: Feliz, unitaria, solidaria y combativa. No se rinde ante la adversidad. Insiste y persiste. Por eso, hay que seguir inventando fórmulas para incentivar la lectura en la ciudad musical de Colombia, Ibagué y por qué no decirlo: En toda Colombia. La propuesta del escritor mejicano Rius, resulta genial: Apague la televisión y abra un libro.
Seguramente, todavía no tiene muy claro para qué y por qué se debe leer, no obstante, se deja contagiar de la alegría del niño. El niño va en todas direcciones coge el libro y lo observa como un tesoro. No esconde su admiración. Se recrea, se anima y pasa las páginas hacia adelante o hacia atrás con la misma felicidad que hace un adulto cuando su actividad le es remunerada.
Si queda algo de asombro en la humanidad del siglo XXI, éste se encuentra en los niños y en las niñas. Durante el día del Idioma (23 de abril), en la biblioteca Cañón del Combeima, en Villa Restrepo, se nos ocurrió leer un fragmento corto de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad, a un grupo de niños. Qué sorpresa. Los niños guardaron la mejor compostura. Quedaron pensando en la genialidad del gitano Melquiades, arrastrando dos lingotes de imán por las calles polvorientas de Macondo.
En el hipermercado donde realizamos ayer el Picnic Literario, los niños disfrutaron las distintas actividades que el grupo de bibliotecarios desarrolló allí. “Me gusta mucho los cuentos”, dijo un niño de escasos siete añitos. “Muchas gracias”, decían al despedirse, mientras sus padres interrogaban: “¿Cuándo vuelven?”.
Se insiste en la construcción del hombre nuevo, un proceso dialéctico con muchas aristas, todas importantes, que hay que articular en la dinámica de contribuir a esa gran utopía. Un hombre que deponga la violencia y fortalezca la paz. Una humanidad que se inspire en la fuerza de la razón y del argumento, no en la fuerza bruta y en la fuerza agresiva e incierta del más fuerte. Una sociedad humana, solidaria, dispuesta a vivir y mirar el horizonte con esperanza.
Todas estas utopías tienen relación con la lectura. Por lo tanto, la lectura es el medio para comprender que los derechos están consagrados para todos y todas, sin privilegios de ninguna naturaleza. Una persona que lee es pacífica. Adicionalmente: Feliz, unitaria, solidaria y combativa. No se rinde ante la adversidad. Insiste y persiste. Por eso, hay que seguir inventando fórmulas para incentivar la lectura en la ciudad musical de Colombia, Ibagué y por qué no decirlo: En toda Colombia. La propuesta del escritor mejicano Rius, resulta genial: Apague la televisión y abra un libro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario