Por Nelson Lombana Silva
Causa sospecha la forma espectacular y sensacionalista como los medios masivos de comunicación de la gran oligarquía colombiana, dan cuenta de la pandemia del Covid-19. Su afán de inmovilizar al pueblo se aprecia a leguas. ¿Quién está detrás de ese empeño? Los noticieros nacionales dedican todas sus emisiones casi en su totalidad a hablar del tema. No generan en el televidente orientación o educación, generan pánico, terror, alienación.
Los comunicados de los médicos denunciando la carencia de medicamentos, de la ausencia de salario oportuno y acorde con la batalla que está librando, se comunican entre líneas, de tal manera que el pueblo no capte la gravedad del hecho. Entre un mar de mentiras, una gota de verdad, realmente no se siente su impacto.
Pero en cambio, la insistencia de que el pueblo tiene que encerrarse e inmovilizarse, sí es constante, insistente. Aliena al pueblo con ese discurso. El artilugio mediático resulta monstruoso, sobre todo para aquellos que entienden perfectamente de quién son esos medios y para qué han sido diseñados por la burguesía. “De eso tan bueno no dan todos los días”, dice el dicho popular.
Y, mientras el gobierno convoca a la inmovilización total, la recua delincuencial de la clase dirigente, manipula hábilmente en favor de sus intereses de clase. Aprovecha para sacar partida utilizando el desconocimiento y pánico del pueblo colombiano, tomando las medidas más antidemocráticas y salvajes.
Estos medios de comunicación, son propiedad de pulpos, multinacionales y transnacionales, los cuales fueron adquiridos naturalmente con la finalidad de robustecer sus intereses de clase. Neutralidad y objetividad no hay en ellos, todos están al servicio del gran capital, de la clase dominante.
El pueblo no puede caer en esa emboscada, está en el deber de usar la malicia indígena y plantearse críticamente preguntas relacionadas con la postura que viene asumiendo dichos medios masivos de comunicación. El pueblo no se puede inmovilizar, sería un error craso. Desde luego, debe observar las medidas de bioseguridad, pero en movimiento, en acción.
Hay que luchar por parar la violencia de estado, exigirle a la clase dominante que saque la violencia del ejercicio político y hacer de Colombia entera, territorio de paz y reconciliación. Se debe cumplir a cabalidad el acuerdo de la Habana, el Estado desarticular el paramilitarismo y colocar fin al militarismo recalcitrante y reaccionario maestro por la seguridad nacional y contrainsurgente auspiciada por Estados Unidos. La violencia no puede seguir siendo la expectativa en este país sudamericano, debe ser la paz, sobre todo, la paz con justicia social.
Todos estos sueños quijotescos nada tienen que ver con la postura mediática de arrinconar e inmovilizar a los colombianos y colombianas para que se queden en sus casas sin pensar en la realidad política, económica y social, que padece con sumo dramatismo. Hay gato encerrado, en la labor mediática que vienen desarrollando los medios de comunicación de este país. Detrás de éstos, hay manos invisibles manipulando en favor de sus intereses de clase. El pueblo está en la obligación de develar la trama y enfrentar la realidad, para así intentarla transformar. Ojo con esos medios perversos, como Caracol, RCN, El Tiempo, El Espectador, la Revista Semana, entre otros.
Los comunicados de los médicos denunciando la carencia de medicamentos, de la ausencia de salario oportuno y acorde con la batalla que está librando, se comunican entre líneas, de tal manera que el pueblo no capte la gravedad del hecho. Entre un mar de mentiras, una gota de verdad, realmente no se siente su impacto.
Pero en cambio, la insistencia de que el pueblo tiene que encerrarse e inmovilizarse, sí es constante, insistente. Aliena al pueblo con ese discurso. El artilugio mediático resulta monstruoso, sobre todo para aquellos que entienden perfectamente de quién son esos medios y para qué han sido diseñados por la burguesía. “De eso tan bueno no dan todos los días”, dice el dicho popular.
Y, mientras el gobierno convoca a la inmovilización total, la recua delincuencial de la clase dirigente, manipula hábilmente en favor de sus intereses de clase. Aprovecha para sacar partida utilizando el desconocimiento y pánico del pueblo colombiano, tomando las medidas más antidemocráticas y salvajes.
Estos medios de comunicación, son propiedad de pulpos, multinacionales y transnacionales, los cuales fueron adquiridos naturalmente con la finalidad de robustecer sus intereses de clase. Neutralidad y objetividad no hay en ellos, todos están al servicio del gran capital, de la clase dominante.
El pueblo no puede caer en esa emboscada, está en el deber de usar la malicia indígena y plantearse críticamente preguntas relacionadas con la postura que viene asumiendo dichos medios masivos de comunicación. El pueblo no se puede inmovilizar, sería un error craso. Desde luego, debe observar las medidas de bioseguridad, pero en movimiento, en acción.
Hay que luchar por parar la violencia de estado, exigirle a la clase dominante que saque la violencia del ejercicio político y hacer de Colombia entera, territorio de paz y reconciliación. Se debe cumplir a cabalidad el acuerdo de la Habana, el Estado desarticular el paramilitarismo y colocar fin al militarismo recalcitrante y reaccionario maestro por la seguridad nacional y contrainsurgente auspiciada por Estados Unidos. La violencia no puede seguir siendo la expectativa en este país sudamericano, debe ser la paz, sobre todo, la paz con justicia social.
Todos estos sueños quijotescos nada tienen que ver con la postura mediática de arrinconar e inmovilizar a los colombianos y colombianas para que se queden en sus casas sin pensar en la realidad política, económica y social, que padece con sumo dramatismo. Hay gato encerrado, en la labor mediática que vienen desarrollando los medios de comunicación de este país. Detrás de éstos, hay manos invisibles manipulando en favor de sus intereses de clase. El pueblo está en la obligación de develar la trama y enfrentar la realidad, para así intentarla transformar. Ojo con esos medios perversos, como Caracol, RCN, El Tiempo, El Espectador, la Revista Semana, entre otros.
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