Anzoátegui Foto: Nelosi |
Por Nelson Lombana Silva
La nostalgia de la patria chica es algo que se lleva muy dentro del corazón, por cuanto late en él y en la mente, los diversos momentos cuando se era “feliz e indocumentado”, como diría nuestro Nobel de literatura, García Márquez.
Los recuerdos de niño son perennes y se conservan intactos a pesar del paso mortal y definitivo del tiempo, que hace todo lo posible porque la peste del olvido se imponga y la persona marche por los vericuetos de un sistema inhumano y salvaje sin memoria y sin nostalgia, sencillamente un ser mecánico, sin pasado, sin presente y sin futuro y, desde luego, sin sensibilidad y capacidad de asombro.
Lo que se es hoy, se construyó poco a poco allá, en la patria chica, con espíritu taciturno y agobiado por el desconocimiento de los avatares de la adversidad y el heroísmo de los padres por alimentarnos, vestirnos y darnos educación.
“Las crónicas de Anzoátegui”, de Víctor Zuluaga Gómez, nos revuelcan los intestinos, agita los recuerdos y la cruda nostalgia realmente nos hace vibrar, porque también nacimos y crecimos en este maravilloso paraje, seguramente en otra época.
Y, a pesar de pertenecer seguramente a otra generación, diría mi padre, a “otra cochada”, no deja de impactar en nosotros esas maravillosas crónicas, momentos que con exquisitez literaria, se han logrado atrapar para la historia. Un esfuerzo intelectual digno de admirar en momentos en que la humanidad camina al abismo inexorable de la “cosificación” por un modelo económico que le da prevalencia al dinero y no al ser humano.
Diríamos que estas hermosas crónicas son esfuerzos estoicos y quijotescos por no dejar olvidar la memoria, el pasado, como referente fundamental, para leer correctamente el presente y proyectar el futuro.
Es cierto. Quien no sabe de dónde viene, no tiene claro dónde está parado y menos, sabe hacia dónde va. Como dice el dicho popular: “Cualquier vehículo le sirve”.
He ahí, de acuerdo a nuestra manera de pensar, la riqueza de estas maravillosas crónicas que Víctor Zuluaga Gómez, tímidamente da a conocer a través de sus amigos y familiares. No es egoísta y aprovechando su capacidad literaria, imprime en estas crónicas todo su amor, su nostalgia y gratitud hacia este municipio tolimense que nos es común: Anzoátegui.
En su prólogo, escrito por el joven Diego Alejandro Zuluaga Salazar, no desaprovecha la oportunidad para plantear la problemática central del momento: El tema ambiental. Nosotros le agregaríamos el tema político. Pero, no es el momento. El tema ambiental es de vida o muerte.
El capitalismo en su ocaso, arremete despiadadamente contra la madre naturaleza o la Pachamama de una manera despiadada y criminal, por cierto. Eso es lo que advierte Diego Alejandro en este prólogo cuando escribe también con mucha solvencia literaria: “Hoy sus luchas son otras, que tienen que ver más con la supervivencia en medio de la pobreza rural y los proyectos minero-energéticos que se posicionan ágilmente sobre toda la cordillera, desde Cajamarca hasta Murillo, en donde sus pobladores resisten tímidamente entre las ofrendas del desarrollo y la incertidumbre ambiental”.
Son veintinueve crónicas que nos hacen sentir esos momentos históricos que hacen parte de nuestra realidad cotidiana con ubérrima y desbordante nostalgia. Hay que entenderlo así, por una razón elemental: Historia no es simplemente pasado, historia es presente y, sobre todo, futuro.
Bien señala o insinúa de alguna manera Diego Alejandro: Ayer, fue la cruda violencia de liberales pobres contra conservadores pobres, mientras la gran oligarquía liberal-conservadora vivía a las anchas en el exterior. Hoy, es la lucha de liberales y conservadores unidos contra el neoliberalismo que quiere convertir a los pueblos, como Anzoátegui, en un verdadero desierto, sin memoria y sin historia.
Por eso, leer estas crónicas va mucho más allá del hecho anecdótico e incluso, un placer literario estético y nostálgico. Se convierte en un desafío para las presentes y futuras generaciones. Un reto de singular valor con una pista clara del recorrido de lucha, unidad y tolerancia que debe animar al pueblo para romper sus cadenas y construir un país posible al alcance de todos y todas.
Los recuerdos de niño son perennes y se conservan intactos a pesar del paso mortal y definitivo del tiempo, que hace todo lo posible porque la peste del olvido se imponga y la persona marche por los vericuetos de un sistema inhumano y salvaje sin memoria y sin nostalgia, sencillamente un ser mecánico, sin pasado, sin presente y sin futuro y, desde luego, sin sensibilidad y capacidad de asombro.
Lo que se es hoy, se construyó poco a poco allá, en la patria chica, con espíritu taciturno y agobiado por el desconocimiento de los avatares de la adversidad y el heroísmo de los padres por alimentarnos, vestirnos y darnos educación.
“Las crónicas de Anzoátegui”, de Víctor Zuluaga Gómez, nos revuelcan los intestinos, agita los recuerdos y la cruda nostalgia realmente nos hace vibrar, porque también nacimos y crecimos en este maravilloso paraje, seguramente en otra época.
Y, a pesar de pertenecer seguramente a otra generación, diría mi padre, a “otra cochada”, no deja de impactar en nosotros esas maravillosas crónicas, momentos que con exquisitez literaria, se han logrado atrapar para la historia. Un esfuerzo intelectual digno de admirar en momentos en que la humanidad camina al abismo inexorable de la “cosificación” por un modelo económico que le da prevalencia al dinero y no al ser humano.
Diríamos que estas hermosas crónicas son esfuerzos estoicos y quijotescos por no dejar olvidar la memoria, el pasado, como referente fundamental, para leer correctamente el presente y proyectar el futuro.
Es cierto. Quien no sabe de dónde viene, no tiene claro dónde está parado y menos, sabe hacia dónde va. Como dice el dicho popular: “Cualquier vehículo le sirve”.
He ahí, de acuerdo a nuestra manera de pensar, la riqueza de estas maravillosas crónicas que Víctor Zuluaga Gómez, tímidamente da a conocer a través de sus amigos y familiares. No es egoísta y aprovechando su capacidad literaria, imprime en estas crónicas todo su amor, su nostalgia y gratitud hacia este municipio tolimense que nos es común: Anzoátegui.
En su prólogo, escrito por el joven Diego Alejandro Zuluaga Salazar, no desaprovecha la oportunidad para plantear la problemática central del momento: El tema ambiental. Nosotros le agregaríamos el tema político. Pero, no es el momento. El tema ambiental es de vida o muerte.
El capitalismo en su ocaso, arremete despiadadamente contra la madre naturaleza o la Pachamama de una manera despiadada y criminal, por cierto. Eso es lo que advierte Diego Alejandro en este prólogo cuando escribe también con mucha solvencia literaria: “Hoy sus luchas son otras, que tienen que ver más con la supervivencia en medio de la pobreza rural y los proyectos minero-energéticos que se posicionan ágilmente sobre toda la cordillera, desde Cajamarca hasta Murillo, en donde sus pobladores resisten tímidamente entre las ofrendas del desarrollo y la incertidumbre ambiental”.
Son veintinueve crónicas que nos hacen sentir esos momentos históricos que hacen parte de nuestra realidad cotidiana con ubérrima y desbordante nostalgia. Hay que entenderlo así, por una razón elemental: Historia no es simplemente pasado, historia es presente y, sobre todo, futuro.
Bien señala o insinúa de alguna manera Diego Alejandro: Ayer, fue la cruda violencia de liberales pobres contra conservadores pobres, mientras la gran oligarquía liberal-conservadora vivía a las anchas en el exterior. Hoy, es la lucha de liberales y conservadores unidos contra el neoliberalismo que quiere convertir a los pueblos, como Anzoátegui, en un verdadero desierto, sin memoria y sin historia.
Por eso, leer estas crónicas va mucho más allá del hecho anecdótico e incluso, un placer literario estético y nostálgico. Se convierte en un desafío para las presentes y futuras generaciones. Un reto de singular valor con una pista clara del recorrido de lucha, unidad y tolerancia que debe animar al pueblo para romper sus cadenas y construir un país posible al alcance de todos y todas.
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