La campaña electoral 2019 para renovar juntas administradoras locales (JAL), concejos municipales, alcaldías, diputación y gobernadores, arranca con fuerza en todo el territorio nacional, en medio de la más aguda corrupción del gobierno nacional y la clase dominante, la violencia, sobre todo el terrorismo de Estado y naturalmente, la crisis económica que padece el pueblo colombiano.
Diríase que no hay un solo estímulo para el pueblo salir a elegir a sus gobernantes, máxime cuando los que van saliendo de las madrigueras son los mismos con las mismas. Adicionalmente, el desconocimiento del concepto de la política por las comunidades que suelen normalmente asistir a las urnas en un país antidemocrático, sectario, grupista y excluyente.
El ex presidente Juan Manuel Santos dijo en campaña que podía firmar en piedra de mármol que no subiría durante su gobierno los impuestos. Algo similar dijo el actual presidente Iván Duque Márquez y lo que hemos visto en los primeros meses de su pobre administración son impuestos en cantidades industriales.
También estamos asistiendo a la entrega total de la soberanía nacional a los Estados Unidos para invadir militarmente a la hermana república bolivariana de Venezuela. Incluso, como vil cachorro del imperio, no solo ha cedido el territorio, sino que se ha puesto al frente del vulgar cartel de Lima que busca desestabilizar al hermano país bolivariano para que Estados Unidos se apodere de las reservas petrolíferas, el oro, el coltán, los colchones de agua y demás riquezas que hay en este país sudamericano.
En realidad y para desgracia de Colombia, hay dos presidentes de la república, uno que dice y el otro que obedece. Duque Márquez hace rato no habla de la problemática colombiana, todas sus acciones y pronunciamientos son contra el proceso revolucionario que se desarrolla en Venezuela. Pareciera que no fuera el presidente de Colombia, sino de esta república bolivariana.
Desarrollando el pensamiento uribista, cuya inspiración suprema es la violencia, el paramilitarismo se mueve a las anchas por todo el país sin contratiempo alguno. El genocidio contra los líderes populares, sindicales, campesinos e indígenas, se incrementa sin que el mandatario se halle por enterado. Al respecto, los medios masivos guardan cómplice silencio. Sus grandes cadenas informativas están enfiladas exclusivamente contra la hermana república venezolana, cumpliendo cabalmente los libretos dictados por la CIA.
El departamento de Tolima por supuesto que está inmerso en esta cruda realidad. No es una isla. Está tomado por la extrema derecha, extrema derecha que exhala corrupción, oportunismo, violencia y explotación por todos sus poros. Una derecha que viene desangrando las arcas del departamento, pues sus jefes son verdaderos buitres sobre el mortecino.
La disputa no es por quién hace más obras, sino por quién roba más, quién miente más y quién toma en general, la mejor partida. La historia de la clase dirigente tolimense es oscura y sombría. El narcotráfico y el paramilitarismo han sido el soporte de un amplio sector de esta camarilla que posa de clase dirigente. Si las paredes y los pequeños clubes pudieran hablar, cuántas cosas no sabrían el desinformado pueblo tolimense.
Ya las maquinarias electorales comienzan a funcionar. Comienzan a llamar la gente con el manido cuento: Antes no se pudo, pero ahora sí. Y a los funcionarios, obreros y contratistas a condicionarlos: Consigue tanto número de votantes o se va de su cargo. Entonces, el asustado trabajador sale preocupado a buscar el voto de su familia, de sus amigos y los que a su vez, pueda engañar con una promesa efímera.
Ese cuadro desolador y repugnante lo llaman: “Democracia”. Y como la peste del olvido nos es casi inherente, la gente vuelve a votar por los mismos y con las mismas. La razón es elemental: El pueblo no vota conscientemente, el pueblo vota atemorizado, alienado y desinformado. Durante casi cincuenta años el miedo era la guerrilla. En eso es experto Uribe Vélez y sus secuaces. Ahora que la guerrilla se ha reintegrado a la lucha política, entonces el demonio es el “castrochavismo”. Nadie sabe explicar eso, pero lo asume como un peligro y vota, sin querer muchas veces, dizque por evitar que el “castrochavismo” se tome el poder.
El gobernador Óscar Barreto Quiroga, ha hecho mil triquiñuelas para no ir a la cárcel a responder por sus negocios oscuros. Se ha dedicado a defenderse y a maniobrar colocando seguramente el departamento como botija de reparto al mejor postor. Al fin y al cabo todo es posible en Colombia cuando se tiene como Fiscal General de la Nación a hombres como Néstor Humberto Martínez. Sí, dolorosamente hay que decirlo, la justicia en Colombia son para los de ruana.
La esperanza es la convergencia alternativa
Si bien es cierto la oligarquía es la clase dominante en Colombia en la actualidad, también es cierto que hay una clase oprimida que con todas sus contradicciones, aciertos y desaciertos, hace ingentes esfuerzos por romper esa verdadera dictadura disfrazada hábilmente de “democracia”, en busca de una segunda oportunidad sobre la tierra como la que buscó con pasión desenfrenada la estirpe de los Buendía en la insigne obra “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez.
Y como dice el dicho popular: “No hay enfermedad que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, se abre paso una gran Convergencia Alternativa por el Tolima, de cara al debate electoral del mes de octubre del presente año. Es una esperanza titilante en la distancia en medio de la borrasca tormentosa del desestimulo y perplejidad que hoy caracteriza la ciudadanía tolimense.
La convergencia alternativa por la base es el camino. En primer lugar, porque quien realmente hace la historia son los pueblos debidamente organizados y politizados en movimiento; en segundo lugar, nadie hace por el pueblo lo que el pueblo tiene que hacer. Esperar que la clase dominante resuelva la dramática crisis que vive el pueblo con la violencia, la corrupción, la carestía y la carga de impuestos es una ingenuidad terrible, pues son ellos los directos responsables; en tercer lugar, la unidad de las distintas expresiones de izquierda, sectores democráticos e incluso, personalidades decentes, se constituye en la posibilidad concreta de comenzar un nuevo proceso de vida y esperanza real para todos y todas sin privilegios de ninguna naturaleza. A Juan de la Cruz Varela, en cierta oportunidad lo convocaron a hablar sobre la importancia de la unidad a un grupo de campesinos iletrados, quizás como él. Cogió un manojo de bejucos. Inicialmente tomó uno y lo reventó fácilmente; luego, cogió dos y tuvo un poco de dificultad, después cogió todo el ramillete y por más fuerza que le imprimió no pudo reventarlo. “Esa es la importancia de la unidad”, dijo el veterano dirigente comunista agrario del Sumapaz y de Colombia.
¿Hay dificultades para construir la convergencia alternativa? Por supuesto que las habrá. Nada es dado al pueblo gratis y fácilmente. Seguramente todavía el “tufillo” del personalismo rondará por ahí. Contra eso y otros factores hay que luchar con ahínco y conciencia de clase, anteponiendo lo colectivo a lo personal.
Debe ser, en segundo lugar, una Convergencia, no una montonera donde el más fuerte toma la mejor parte y se impone la palabra única y los intereses particulares de un grupo o sector. Esto se resuelve con un programa único y unas reglas mínimas discutidas colectivamente para resolver las contradicciones que en un momento dado se puedan presentar y que naturalmente son obvias. Las decisiones deben ser colectivas, consensuadas o como mínimo tomadas por mayoría.
El otro aspecto es relacionado con lo Alternativo. Esta palabra al parecer procede del francés “alternative” y traduce de alguna manera como la opción existente entre dos o más cosas. En nuestro caso concreto, la alternativa se presenta entre la izquierda y la derecha. Así de sencillo. Por lo tanto, el programa debe interpretar los anhelos reales del pueblo, secularmente engañado y explotado. Eso implica que los candidatos tengan ética revolucionaria, es decir, honestidad y compromiso social. No se puede ser alternativo exclusivamente para ganar la respectiva curul o nominación. El compromiso es que sea alternativo para ganar y para cumplir lo prometido. No actuar así, es actuar timorata y solapadamente con los mismos vicios de la derecha.
Se plantea entonces el debate sobre qué es ser de izquierda y qué es ser de derecha. Acudiremos a la definición que hizo el maestro Carlos Gaviria Díaz. Con suma pedagogía, señaló algo así como que ser de derecha implica mantener el estatus quo, mientras que ser de izquierda significa propugnar por cambiar ese estatus quo. ¿Estamos dispuestos a cambiar el estatus quo de verdad? O vamos a utilizar la teoría del violín de apoyarnos en la izquierda y gobernar con la derecha. El debate está abierto. Hay que hacerlo, pero caminando, caminando y caminando. La izquierda debe superar el estadium de la simple oposición, debe plantearse el poder y eso implica tener una visión mucho más universal y mucho más unitaria. No hay otro camino posible.
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